No, no es "antisionismo": es antisemitismo, y lo están blanqueando
El antisemitismo, el odio más antiguo del mundo, nunca desapareció. Sólo estuvo oculto durante décadas por la vergüenza del Holocausto.
A menudo denominado el odio más antiguo, el antisemitismo se remonta a la era precristiana. Esta animadversión se intensificó a partir de entonces, arraigándose profundamente durante milenios en la vida occidental.
Alcanzado su punto más alto con el asesinato de seis millones de judíos por los nazis, la vergüenza de las imágenes de Auschwitz y otros campos de concentración dio comienzo a un periodo de deslegitimación del antisemitismo. Ya no era fácil para los antisemitas descarados expresar su odio en público.
Aquí en Estados Unidos, antes de la guerra, personas famosas como Henry Ford, el padre Charles Coughlin y Charles Lindbergh podían hacer circular la forma más brutal de antisemitismo y seguir siendo venerados por millones de personas.
Después de la guerra, en términos generales, eso dejó de ser así.
Además, a lo largo de los años se hicieron grandes esfuerzos para revertir la cultura que había generado el impulso antisemita durante siglos. Esto incluyó la educación sobre el Holocausto, cambios importantes en la Iglesia Católica y líderes políticos que denunciaban las expresiones públicas de odio a los judíos.
Así creció la creencia de que, a diferencia de siglos anteriores, el antisemitismo ya no estaba legitimado en la sociedad.
"Son la demonización y la deslegitimación del Estado judío lo que deja claro que estas posturas no son meras críticas a Israel, sino una nueva forma de antisemitismo"
Aun así, había quienes expresaban su odio a los judíos, pero sentían la necesidad de camuflar sus opiniones. Hacían creer que se limitaban a criticar lo que consideraban políticas israelíes aborrecibles.
Aunque las críticas a Israel eran, por supuesto, legítimas, con demasiada frecuencia estas opiniones representaban lo que llegó a conocerse como el nuevo antisemitismo: disfrazar el odio a los judíos en un mundo posterior al Holocausto bajo el disfraz del antisionismo.
De hecho, fue la demonización y deslegitimación del Estado judío lo que dejó claro que estas posturas no eran meras críticas a Israel, sino una nueva forma de antisemitismo. A pesar de ello, y debido a la atmósfera general del mundo tras el Holocausto, el impacto del nuevo antisemitismo fue algo limitado.
Lo cual nos lleva a los acontecimientos actuales.
Nos encontramos en un momento decisivo en el que, por primera vez en décadas, el antisemitismo abierto y descarado, libre de camuflajes, ha salido a la superficie y se está extendiendo ampliamente.
Esto se ha manifestado de varias maneras.
En primer lugar, en la reacción al 7 de octubre, la peor masacre de judíos desde el Holocausto y el peor atentado terrorista desde el 11 de septiembre.
La culpabilización generalizada de las víctimas y la disposición a apoyar las atrocidades cometidas por Hamás contra hombres, mujeres y niños israelíes, representadas por la frase "por cualquier medio necesario", se convirtió en la corriente dominante.
Esta tendencia recuerda a los pasados pogromos contra las comunidades judías, en los que los residentes de las comunidades atacadas aclamaban la violencia y culpaban a los judíos. Hacía décadas que no se veía un regocijo semejante por la matanza de judíos.
"Los activistas antisionistas afirman que Israel es un país genocida después de que el verdadero genocida, Hamás, cometiera sus atrocidades"
En segundo lugar, en las protestas en los campus universitarios y otros lugares. En entornos en los que la más mínima microagresión contra otras minorías genera una condena y acción rápidas e inequívocas, la intimidación y el acoso de los estudiantes judíos se racionalizan e incluso se defienden.
Demasiados estudiantes judíos están sintiendo miedo y exclusión. Miedo y exclusión a menudo incentivados por sus profesores, lo cual agrava la situación. Al mismo tiempo, las protestas antiisraelíes han abandonado cualquier pretensión de criticar únicamente a Israel. Los ejemplos más recientes incluyen las abominables protestas ante la Exposición del Festival de Música Nova en Nueva York y la vandalización de las casas de los directores del Museo de Brooklyn con símbolos de Hamás.
En tercer lugar, en el creciente uso de clásicas expresiones y tropos antisemitas contra el Estado judío. Esos tropos han existido durante años, pero la gran cantidad de ellos indica una nueva era con consecuencias para los judíos de todo el mundo.
Los activistas antisionistas afirman que Israel es un país genocida después de que el verdadero genocida, Hamás, cometiera sus atrocidades.
Afirman que Israel es un Estado racista y de apartheid, cuando es la única entidad verdaderamente democrática de la región y hace más por proteger los derechos de las minorías, incluidos los árabes y otras comunidades minoritarias, que cualquier otro país de la región.
Afirman que Israel es un asesino de bebés, lo que nos recuerda las acusaciones de libelo de sangre de hace siglos.
Hay críticas legítimas a la forma en que Israel ha llevado a cabo esta guerra defensiva, pero la clara insinuación de que Israel ataca deliberadamente a niños es indignante y recuerda las teorías de conspiración del pasado. Esta demonización del Estado judío tiene sus raíces en el antisemitismo clásico.
Lo que ahora está claro es que el odio más antiguo nunca desapareció, sólo estuvo oculto durante décadas por la vergüenza del Holocausto.
Ahora, cuando esa vergüenza se ha evaporado y, más importante aún, los acontecimientos del 7 de octubre parecieron revelar una nueva vulnerabilidad judía, el antisemitismo ha vuelto a legitimarse en la corriente dominante. La historia nos dice que cuando eso ocurre, no solo es malo para los judíos, sino que es un mal augurio para la sociedad en general.
La lucha contra la generalización del antisemitismo debe, por tanto, involucrar a los líderes políticos y a los ciudadanos. Este esfuerzo no solamente es crucial para la victoria, sino también para la salud de la democracia.
*** Kenneth Jacobson es vicedirector nacional de la Liga Antidifamación (ADL).