Hubo un tiempo en que los comunistas españoles se enfrentaban a Moscú
Durante el siglo XX, la izquierda entendió que aprobar el intervencionismo ruso significaba perder la credibilidad de su compromiso con la libertad y la democracia.
Te tienes que reír cuando ves las trampas al solitario que se hacen las fuerzas políticas que quieren echar un cable a Putin. Unos se ausentan de las votaciones que puedan comprometerles, otros emplean unas falacias argumentales para justificar sus votos prorrusos (como el del grupo de Irene Montero e Isa Serra el 17 de julio) que le exigen muy poco al público que las compra.
Echenique decía que el envío de armas a Ucrania para su legítima defensa "nos acerca a un conflicto nuclear". Pablo Iglesias, cuando Kiev estaba amenazada en los primeros compases de la guerra, advirtió del peligro que suponía que las milicias que se estaban organizando se enfrentaran a un ejército regular. Ahora resulta también es peligroso asistir a unas fuerzas armadas.
Están todos alineados. El PCE considera que la ayuda militar a Kiev "prolongará la guerra de forma innecesaria". Hay muchas condenas, mucho supuesto rechazo a Putin, pero todo son palabras. En los hechos, lo que hay que hacer es facilitar la anexión rusa del país vecino apelando a pacifismos de cartón y a "soluciones diplomáticas" que ya han fracasado.
Es paradójico que la vanguardia de la izquierda en España sea tan amable con la mayor amenaza fascista que ha sufrido Europa desde los años 30. Porque Putin no sólo somete a los rusos con su tradicionalismo, militarismo y cleptocracia, ni se limita solo a atacar a sus vecinos. También financia a las fuerzas europeas que tienen un objetivo claro: destruir los Estados de derecho.
Pero si por algo es contradictoria esta postura es por la historia y legado de los comunistas españoles. Durante el siglo XX no se hacía seguidismo a Moscú, como ahora. No era una cuestión de mediocridad intelectual, sino de obediencia. Dentro del movimiento comunista, los discrepantes –así como los que no lo eran, pero sirvieron para mandar un aviso a otros-, pagaron sus puntos de vista incluso con la vida. No hace falta detenerse en el proceso Slánský. Fue una constante.
Santiago Carrillo estuvo metido en esas dinámicas la mitad de su vida, igual que todos sus camaradas en aquella época. Está más que contado, y salirse de esa espiral en la que se exigía no razonar ha dado grandes obras literarias en todos los países. En España, las de Semprún, por ejemplo.
Sin embargo, en los 60 eso cambió. Y dice un proverbio que uno es hacia dónde va más que de dónde viene. En 1968, los países del Pacto de Varsovia invadieron Checoslovaquia con pretextos igual de criminales que los que se han empleado en Ucrania o los que se utilizaron en Polonia, que se libró por los pelos de lo mismo en 1981.
Siguiendo el estudio de Emanuele Treglia de la postura del PCE ante esos acontecimientos, llegó un momento en el que los partidos comunistas europeos se dieron cuenta de que aceptar incondicionalmente las líneas impuestas por Moscú suponía encerrarse para siempre en un gueto político. Ante la invasión de Checoslovaquia, aprobar el intervencionismo ruso significaba poner seriamente en duda la credibilidad del discurso que llevaban años trabajando de su compromiso con la libertad y la democracia.
El 14 y 15 de julio, una delegación del PCE se encontró en Varsovia con sus homólogos de la URSS, RDA, Hungría, Bulgaria y Polonia. Fueron preguntados por cuál sería su reacción ante una posible invasión de Checoslovaquia. Y ahí, in situ, los españoles dijeron "claramente" que en tal caso condenarían la intervención armada y por primera vez en su historia se verían obligados a criticar públicamente al PCUS.
La noche del 20 de agosto, se lanzó la Operación Danubio y más de medio millón de soldados atacaron Checoslovaquia. Carrillo, en ese momento se encontraba nada menos que en Crimea. Inmediatamente, se dirigió a Moscú, rechazó la versión oficial de los hechos que habían proporcionado los soviéticos y escribió una carta al PCUS explicando que el PCE no podía apoyar la intervención militar. Tenga cada uno la ideología que tenga, debe reconocer que para reaccionar así hace falta valor.
"La valiente postura de Carrillo le valió enemistarse con la URSS y con muchos de sus compañeros, educados en la obediencia ciega a Moscú"
Inmediatamente, Carrillo fue reclamado a una reunión con Mijail Suslov. En su biografía del comunista español, Paul Preston dice que Suslov, segundo de Breznev y recordado como El guardián de la ortodoxia, le recordó que el PCE era "dependiente". Esa humillación, en lugar de amilanarle, le llevó a fijar su postura con mayor determinación. Y añade el historiador:
"El tono de Suslov difícilmente pudo sorprender a Carrillo, que lo conocía desde el encuentro de Stalin con la delegación comunista española en 1948 y con toda probabilidad sabía que había desempeñado un papel clave en las purgas de rusos que habían luchado para la República durante la Guerra Civil".
Cuando el estudiante checo Jan Palach se prendió fuego en señal de protesta, en enero del 69, volvieron a enviar otra misiva a Moscú:
"Tampoco nos parece apropiado achacar ese gesto a las maniobras del imperialismo occidental. (…) Estimamos que hay que considerar en ese gesto sobre todo el estado de ánimo de que es reflejo. Y, a nuestro juicio, el acto de Jan Palach denota la profunda desesperación de una juventud que se considera frustrada y, más allá, la desesperación de todo un pueblo".
La respuesta del PCUS fue dura. Primero atribuyó el suicidio de Palach al "resultado de la actividad provocadora realizada por las fuerzas antisocialistas" (mismo modus operandi propagandístico que hoy). Y señalaba un detalle: "El PC de España ha sido el único partido que ha creído posible dirigirnos actualmente una carta oficial interpretando en ella, con una idea preconcebida, la política del PCUS".
Finalmente, se les recomendaba corregir sus posiciones. Desde 1970, los soviéticos fueron reduciendo la financiación, y la cúpula del partido dependía de ella.
A continuación, empezaron las escisiones en el PCE. Hace dos años, Eduardo Abad García publicó un monográfico que trataba de ordenarlas todas –porque no fueron pocas-. Se titulaba A contracorriente, las disidencias ortodoxas en el comunismo español (1968-1989).
"Carrillo intentó situar a su partido como el mayoritario en la izquierda española, mientras que sus sucesores se están disputando el voto de nichos"
En sus páginas se pudo entender el valor de la postura de Carrillo, no sólo enfrentándose a Moscú, que podía costarle muy caro, sino a muchos de sus militantes, que estaban educados en la obediencia ciega a la URSS. Según las memorias de José Leopoldo Portela, citadas en esta obra, así eran las reacciones cuando se conocía la posición oficial del partido:
"Llega a la reunión de la célula del partido en El Llano. Al ser una de las más activas, acudió un miembro del Comité Central, el camarada Ángel León. ¡Buena se armó allí! Nos encontrábamos doce camaradas, y cuando nos explicó que a Dubcek, secretario general del Partido Comunista Checo, lo habían llevado esposado de Praga a Moscú, y que el trato que le habían dado era peor que el de la policía franquista, el camarada Juanín El Ruso se levantó y dijo:
'Yo no puedo aguantar más estas injurias'. Así que abandonó la reunión, y desde este momento causa baja en el partido. Aquella discusión nos acaloró a todos de una forma exagerada. Poco faltó para que echásemos de allí al miembro del Comité. Sólo uno de los camaradas votó a favor de la postura del Comité Central".
Carrillo reconoció después que estos días habían sido unos de los más amargos de su vida como comunista, pero ahora no es difícil apreciar el acierto de aquellas posiciones. La invasión de Checoslovaquia es indefendible se mire por donde se mire y su apuesta por la democracia le permitió jugar un papel fundamental en la reinstauración de las libertades en España. Difícilmente la dictadura se hubiese desintegrado sólo un año después de la muerte de Franco si no es por la actividad desplegada por CCOO en 1976.
Ahora es el propio PCE el que reniega de su antiguo secretario general y su obra. A uno de los corresponsables de una de las matanzas más brutales de la Guerra Civil contra presos nacionales, los chavales de hoy le vienen a juzgar como "blandengue". Son los mismos que ahora que Moscú es un régimen inequívocamente fascista, le ponen paños calientes.
Una explicación puede estar incluida en esta historia. Las sucesivas escisiones del PCE y esos sectores marginales de línea dura, curiosamente, son los que han logrado que sobrevivan sus tesis. Carrillo en su día fracasó en el intento, pero quiso situar a su partido como el mayoritario en la izquierda española.
En cambio, ahora mismo, sus sucesores, ya sean de Podemos o del PCE, lo que se están disputando con otras fuerzas, en el narcisismo de las pequeñas diferencias, es el voto de nichos.
Esos sectores que ven normal las palabras del ex eurodiputado de IU, Manu Pineda, que manifestó que actualmente en Bielorrusia hay una injerencia por parte de Rusia que es legítima, porque es a petición del Gobierno. Exactamente la misma versión que daba el PCUS con Checoslovaquia en 1968.
Hoy mandan los que en los 60 acabaron delirando en la marginalidad. Una degeneración.
*** Álvaro 'Corazón Rural' es periodista.