Caso Pélicot: Los violadores no son hombres normales, pero lo parecen
El miedo femenino está sesgado estadísticamente, se equivoca en noventa y nueve de cada cien ocasiones. Pero está sesgado adaptativamente: la única vez que acierta evita la violación.
El centenar de violaciones que sufrió Gisèle Pélicot bajo sumisión química durante una década, a instancias de su propio marido, Dominique Pélicot, y por parte de setenta y dos "hombres normales" tiene perplejos a los expertos.
En la lista de los cincuenta y uno que han sido identificados y acusados, de entre veintiséis y setenta y cuatro años, hay funcionarios de prisiones, informáticos, carpinteros, albañiles y oficinistas. Pero también profesionales obligados por contrato a hacer el bien en el mundo, como bomberos, soldados y, cómo no, periodistas.
Otro dato difícil de digerir es que estos setenta y dos hombres, entre los que hay padres de familia, casados, solteros, nietos o abuelos, eran también vecinos del matrimonio Pélicot, residente en Mazan, una pequeña y tranquila población de 5.800 habitantes cerca de Aviñón, en Provenza.
Cuando Gisèle decidió denunciar los abusos de su marido y de esos hombres, el comisario le recomendó que abandonara el pueblo, porque esos individuos saben dónde vive.
El caso vuelve a demostrar que la mayoría de violaciones las cometen conocidos o las propias parejas de las víctimas en su ámbito privado.
Hoy considerado el mayor depredador sexual de Francia, monsieur Pélicot ha sido descrito también por sus conocidos como un anciano afable y cariñoso. Él, de setenta y un años, y Gisèle, de setenta y dos, eran un matrimonio modélico. Casados durante cincuenta años, padres de tres hijos, abuelos ejemplares.
"Necesitamos saber qué dice la ciencia, en concreto la psicología evolutiva, sobre el perfil de los 'hombres normales' que violaron a Giséle"
La ira feminista ha hecho pública, ilegalmente, la lista de los acusados. De ser verídica, entre sus apellidos los hay tanto franceses de sang como árabes e hispanos. En el sector de la violación de cuerpos inermes e inertes no se discrimina a nadie por su origen.
Todos tenían acceso al foro de internet donde el marido ofrecía gratis a su esposa, bajo el nombre Sin su conocimiento, alojado en el sitio web Coco.
No todos los hombres visitan esas webs. De hecho, es técnicamente posible saber qué porcentaje de hombres lo hacen. Pero sabemos que estos setenta y dos mantuvieron silencio durante la década de violaciones que sufrió Gisèle, entre 2011 y 2020.
Solamente dos de ellos decidieron no violarla cuando se dieron cuenta de que tal vez ella no había dado su consentimiento, pero no denunciaron.
El caso regresa a la luz pública sólo unos días después de que en España plumillas y filósofos encontraran gran inspiración literaria en llamar "lerda" a Julia Salander, feminista y analista de datos sin datos, por volver a pronunciar ese mantra contra la crueldad del "patriarcado": todos los hombres son violadores en potencia.
Tienen razón, es solo potencialidad. Pero tan peligrosamente cotidiana que los literatos mantienen un silencio mineral sobre los Pélicot. Ni bromas se hacen sobre si Giséle tendría que haber denunciado por no haberse enterado.
No podemos dejar asuntos tan delicados en manos de ideólogos diletantes a diestra y siniestra. Necesitamos saber qué dice la ciencia, en concreto la psicología evolutiva, sobre el perfil de los "hombres normales" que violaron a Giséle.
Saw this on Linked In with regards Gisèle Pelicot's hideous, horrendous situation. Posted by a man - good illustration I think. Sadly. pic.twitter.com/CccLybT97c
— Jenny Ainsworth (@JenAinsworthUK) September 11, 2024
Del marido, los psiquiatras ya han hecho un peritaje durante el juicio. Una personalidad dual patológica: buen marido, padre y abuelo en su vida pública, y en la privada narcisista, perverso, paranoico, manipulador y con una absoluta falta de empatía hacia el dolor ajeno cuando se trataba de satisfacer sus pulsiones sexuales.
El abuelo Dominique era también perfectamente consciente de lo que hacía. Si no hubiera sido detenido, seguiría haciéndolo, como ha asegurado él mismo.
En cuanto a sus desviaciones sexuales o parafilias, la lista es larga, empezando por la somnofilia, que consiste en obtener placer sexual cuando la pareja está dormida (¿será similar a la necrofilia?), y seguida por el sadismo, con el que se humilla a la víctima, el fetichismo y el voyerismo.
¿Pero qué hay de los otros setenta y dos violadores?
"Es un caso inquietante", responde por email uno de los fundadores de la psicología evolutiva, David Buss, profesor de la Universidad de Austin Texas y eminencia en estrategias humanas de apareamiento. "Nunca había oído nada parecido", prosigue este investigador, que desconoce los detalles y circunstancias de cada uno de los acusados en el caso de Mazan, por lo que prefiere no pronunciarse sobre ellos, sino sobre sus investigaciones.
"Como describo en mi libro más reciente, When Men Behave Badly, la mayoría de los hombres no son violadores. La mayoría de las violaciones parecen ser cometidas por un subgrupo de hombres que tienen simultáneamente altos rasgos de la tríada oscura, narcisismo, psicopatía, maquiavelismo, y que tienden a seguir una estrategia de apareamiento a corto plazo".
Buss dedica un capítulo entero de su libro a la potencialidad de los hombres como violadores. Indica, acertadamente, que en contextos bélicos donde desaparecen los límites sociales, como en el genocidio de Ruanda, las violaciones a las mujeres del bando perdedor, las tutsi, se incrementaron en un 220%.
Personalmente he entrevistado a decenas de "esclavas sexuales" del Estado Islámico en Irak entre la minoría yazidí. La mayoría de ellas estaban en shock porque sus propios vecinos árabes se habían unido a la barbarie.
El autor comparte estadísticas cuando menos preocupantes, como las de la investigación llevada a cabo por Douglas W. Pryor y Marion R. Hughes en 2013, Fear of Rape Among College Women, en la que un 35% de los hombres encuestados reconocían que violarían si estuvieran seguros de que no habría consecuencias (legales, sanitarias o reputacionales), mientras que las mujeres parecían ser razonablemente precisas en su estimación de que un 37% de los hombres las violarían si pensaran que pueden salirse con la suya.
Aunque estos porcentajes son "alarmantemente elevados", confirman en efecto que la mayoría de los hombres, o un 70%, no son violadores en potencia.
Curiosamente, ese tercio de violadores potenciales son también los mismos que fantasean con el sexo coercitivo.
El miedo femenino puede estar sesgado estadísticamente, se equivocan en noventa y nueve de cada cien ocasiones. Pero está sesgado adaptativamente: la única vez que aciertan ayuda a evitar la violación y sus calamitosos costes, apostilla el autor.
La mayoría de los hombres no perciben a las mujeres como sexualmente explotables, y aun si lo hacen, no necesariamente actúan según esas percepciones.
Un estudio en el laboratorio de Buss analizó dos factores clave de esta mayoría inofensiva: si buscan relaciones a largo plazo con mayor inversión emocional, y su amabilidad, una característica opuesta a la psicopatía de la tríada oscura, cuyo rasgo predictivo, la falta de empatía, facilita la explotación sexual.
La prevalencia de la psicopatía es de un 4% en los hombres (y 1% en las mujeres), pero cada uno de ellos tendrá decenas de víctimas a lo largo de su vida. Los psicópatas aprenden además a ser seductores para conseguir su objetivo.
Buss analiza otras estadísticas en las que un 90% de hombres dice no comprender por qué sus congéneres violan a las mujeres, y un 77% asegura que denunciaría a un conocido si supiera que ha violado. Los de Mazan no están en este grupo de la decencia, o de los dobles raseros.
En cuanto a las estrategias a corto plazo de los violadores, Buss ofrece en su libro claves para identificarlos. Una de ellas es el ghosting, ignorar a una mujer después de tener sexo, lo que rebela una "estrategia de cebo, utilizando el señuelo del interés a largo plazo para obtener un beneficio sexual a corto plazo. Los hombres también se autoengañan para llevar a cabo el engaño con más éxito. Los engañadores que se creen de verdad sus propias mentiras son mentirosos más eficaces".
Esto explicaría la disociación en la que habita Dominique Pélicot, o la existencia de acosadores, violadores o pederastas entre los Cascos Azules y otros sectores humanitarios, incluso que algunos de estos criminales se autoproclamen feministas.
Los violadores pretenden ser buenas personas para conseguir su objetivo y su mejor estrategia es creerse que lo son.
"Más de un 6% de los hombres admite haber forzado a personas que no eran sus parejas a tener sexo, o haberlas emborrachado o drogado para tal fin"
Regresando a las cifras, en las encuestas que baraja Buss, que no incluyen convictos, más de un 6% de los hombres admite haber forzado a personas que no eran sus parejas a tener sexo, o haberlas emborrachado o drogado para tal fin. Dos tercios de ellos son violadores reincidentes.
La cifra asciende a un 15% entre los estudiantes universitarios, y varía según los países, desde un 4,3% en Bangladesh a un 12% en Indonesia.
Buss se remite a un libro suyo anterior, Evolution of Desire, en el que analiza el cortoplacismo masculino y se cuestiona si "la violación se relaciona con las estrategias de apareamiento, en parte porque muchas violaciones tienen lugar en el contexto de las relaciones de pareja".
Hasta un 63% de mujeres han sufrido relaciones sexuales no consentidas por parte de sus parejas, amantes, maridos o en una cita. "El hombre casi invariablemente lleva a cabo la violación y la mujer es la víctima".
Esto ha generado una controversia en la psicología evolucionista sobre "si la violación es una estrategia sexual evolutiva masculina o un horroroso efecto secundario de la estrategia sexual generalizada en los hombres de buscar sexo ocasional a bajo coste", se cuestiona el autor. A lo que se responde que los hombres no sólo usan la fuerza para violar, sino también para derrotar a sus rivales o robar los recursos ajenos.
"Los hombres matan cuatro veces más a los hombres que a las mujeres; constituyen, claramente, el sexo más coercitivo y violento; y son responsables de la mayoría de las conductas socialmente inaceptables, ilegales o repulsivas del mundo".
Por último, Buss recuerda que en la perspectiva evolutiva no se considera la coerción sexual como "un imperativo biológico inevitable", ya que los entornos personales, sociales y jurídicos reducen o suprimen componentes de la psicología masculina que contribuyen a esa coerción.
Además, que pueda haber influencias evolutivas no indican que esos comportamientos sean "buenos" o aceptables. Según datos de la OMS, una de cada tres mujeres es víctima de violencia física o sexual, más de un 90% de las víctimas de violación son mujeres y el 99% de los violadores son hombres.
*** Marga Zambrana es periodista, corresponsal en China desde 2003 y en Oriente Medio desde 2013.