
El director estadounidense Sean Baker recoge una de las cuatro estatuillas que ganó en la gala de los Premios Oscar del pasado domingo.
'Anora' y el "progresismo" estadounidense frente a la prostitución
Hace un siglo las mujeres "tenían derecho" a un marido al que servir, y ahora las mujeres pobres "tienen derecho" a prostituirse para ganarse la vida.
Es reconfortarte ver llegar a lo más alto a un director de cine al que has seguido desde sus inicios. Hace diez años, el oscarizado Sean Baker irrumpía en los titulares porque había grabado su excelente Tangerine con tres iPhone 5 y cien mil dólares.
Para hacer los travellings, ponía el teléfono en el manillar de una bicicleta. Sin embargo, el resultado no tenía nada de amateur, que es por lo que fue criticado uno de sus ídolos, el Lars Von Trier de Los idiotas.
De hecho, Baker no se ha movido mucho de sus posiciones estéticas y temáticas. Sigue con lo mismo y ha logrado que la Academia ponga los ojos en él, y no al revés.
Su mayor mérito, posiblemente, sea que su neorrealismo no ha caído en la autocomplacencia de otros cineastas del ramo tendentes a lo contemplativo. Es decir, para el público general: lo plúmbeo. Cada película de Baker es un disparo.
Sus primeras películas, Take out y Prince of Broadway, eran ortodoxia neorrealista. Iban sobre la odisea de los inmigrantes en las grandes urbes estadounidenses.

Fotograma de la película 'Anora'. Universal Pictures
Luego, con Starlet, Tangerine, The Florida Project y Red Rocket, orientó su obra claramente hacia los temas relacionados con la prostitución.
Anora ha sido la culminación de esta etapa. No solo por ser la mejor de las cuatro anteriores, que son excelentes, sino por tocar un mito estadounidense, el que la prensa actual ha llamado Pretty Woman.
En realidad, la historia de prostitutas o mujeres de vida licenciosa que se enfrentan a las convenciones sociales cuando se salen de su papel no se inventó con Richard Gere y Julia Roberts.
Es más, Pretty Woman se ha sobreanalizado desde enfoques feministas, cuando posiblemente lo que más tenían en mente sus autores era un fenómeno muy actual: la desindustrialización.
Vivian, el personaje de Roberts, procedía de Milledgeville, en Georgia, región que perdió su industria textil a finales del siglo XX, cuando esta se marchó a China. Cuando ella misma se presenta en los primeros minutos de la película, da a entender que creció rodeada de mecánicos y trabajadores industriales.
En contraposición, Edward (Gere) es un neoyorquino, heredero, que se enriquece con la bolsa. Un tipo de personaje que ya se había retratado muy bien pocos años atrás en el Wall Street de Michael Douglas.
La película planteaba el socorrido recurso del what if. Qué pasaría si un especulador de Manhattan se enamorara de una chica que ha emigrado de su región del interior, devastada por la crisis, y ha acabado de puta en la gran ciudad.
El enredo lo resolvieron con éxito, a la vista está treinta años después, pero no entraban tanto en cuestiones de género.
La gran revelación que cambia la personalidad de Edward se produce cuando Vivian escucha a qué se dedica y le echa en cara que su negocio "no produce nada". El Manifiesto Comunista en su cara, básicamente.
Anora no va por ahí. La mejor película de 2024 para los académicos estadounidenses hunde sus raíces en Ladies of Leisure, de Frank Capra.
"Paradójicamente, Sean Baker parece encontrarse en la misma tendencia cinematográfica moralista que veía en el matrimonio el destino de las mujeres"
Aquí también tenemos a un heredero hijo de un magnate ferroviario, interpretado por Ralph Graves, que ha decidido dedicarse a la pintura y se enamora de una prostituta o dama de compañía, primer gran papel de Barbara Stanwyck. Cuando los padres ven que se quiere casar con ella, lo boicotean todo.
Por cierto, la relación del personaje de Stanwyck con su mejor amiga, también prostituta, se deja ver también en Pretty Woman.
Esta película es de 1930, antes del Código Hays, cuando el cine estadounidense podía tocar temas peliagudos sin tener que introducir desenlaces moralizantes.
Por ejemplo, en After Tomorrow (Frank Borzage, 1932) una familia en crisis realquila una habitación, la madre se enamora del inquilino (que gana dinero con el fraude, no como su marido, un trabajador honrado), se fuga con él y no pasa nada. No se cae por un barranco ni la asesinan.
Aun así, la sociedad y los medios estadounidenses de la época de Ladies of leisure seguía siendo tremendamente moralistas.
Stanwyck venía de debutar en The Locked Door, donde uno de los actores principales, William Boyd, bebedor y drogadicto, fue detenido por montar una timba en su casa, lo que le costó el trabajo a otro William Boyd, actor homónimo que acababa de firmar con RKO, pero que al llamarse igual cayó también en desgracia.
Tuvo que demandar al juerguista para que se cambiara el nombre, ¡cosa que hizo! Hoy, las polémicas de X son mucho más aburridas.
Pero lo relevante es que Frank Capra, al igual que Sean Baker, ya mostró interés por los "techos de cristal" a los que se enfrentaban las mujeres que no habían tenido una vida ordenada y obediente. En toda su filmografía, las mujeres de Capra tenían una gran autonomía e inteligencia. Pero al final su destino era el amor, el matrimonio, el lugar que se esperaba de ellas.
Paradójicamente, un siglo después, Sean Baker parece encontrarse en la misma tendencia. Sobre la prostitución ha dicho "la prostitución es, sin ir más lejos, la profesión más antigua del mundo y, en mi país, sigue siendo ilegal en todos los Estados excepto Nevada. Los trabajadores sexuales siguen siendo estigmatizados y criminalizados, pero al mismo tiempo, para bien o para mal, son trabajos esenciales".
"Se reclama que los pobres tengan libertad para vender su cuerpo, pero no se cae en ningún momento en la cuenta de que la libertad sin dinero es muy relativa"
"El sistema capitalista está organizado de forma que algunos trabajos estén legitimados y otros no, y el de las trabajadoras sexuales está deslegitimado. El trabajo sexual no sólo se desprecia y carga con un estigma, sino que en ciertos aspectos está criminalizado. Pero los trabajadores sexuales que yo conozco son gente que trabaja duramente y se toma su trabajo en serio, y que merecen respeto y seguridad" ha dicho también.
"El trabajo sexual debe ser despenalizado y no regulado de ninguna manera, porque es el cuerpo de una trabajadora sexual y depende de ellas decidir cómo lo usarán en su medio de vida" dice en otra entrevista.
Hace un siglo, las mujeres "tenían derecho" a un marido al que servir, independientemente de su condición, y ahora las mujeres pobres "tienen derecho" a prostituirse para ganarse la vida.
Es gracioso que Baker diga que el capitalismo estigmatiza a las prostitutas cuando es el que las produce, y la moral la que las degrada. Pero sobre el fenómeno principal el cineasta no se hace demasiadas preguntas.
En una entrevista, Baker señala que en su país "es muy fácil" caer "en la pobreza y el sexo de pago". Dice bien que es una cuestión de clases sociales, pero quiere movernos hacia la aceptación de esta realidad. El hecho consumado.
Su posición me recuerda mucho a la quintaesencia del supuesto progresismo de nuestro tiempo, Judith Butler, que también en El País se expresó en los mismos términos que Baker: "Hay diferentes formas de ganarse la vida y la subrogación es una de ellas. Otra es la prostitución. Quizá no sea la mejor opción, pero a lo mejor para algunos sí. ¿Por qué nos importa tanto lo que hagan los demás?".
Es impresionante cómo se reclama que los pobres tengan libertad para vender su cuerpo, pero en ningún momento se cae en la cuenta de que la libertad sin dinero es muy relativa.
Pero más impresionante aún es pensar que resolver este sencillo debate ético debería ser propio de una clase de secundaria. Cuesta creer que intelectuales de talla mundial se atasquen en él como si fuera un sudoku de los duros.
Afortunadamente, cada vez más gente se ha dado cuenta de que Butler defiende posiciones, en realidad, tirando a reaccionarias.
En el caso de Baker, es duro. Duele comprobar que alguien que proviene del underground (aunque de un municipio adinerado) y que ha llevado una trayectoria realmente rompedora, a la hora de la verdad demuestra tener la profundidad de un folio.
*** Álvaro Corazón Rural es periodista.