Me dijo el poeta Luis Alberto de Cuenca que le habían encasillado "en la derecha española más tremenda y rancia", pero que él era "libre como los pájaros": "Sé que no tengo ningún tipo de adscripción política. Soy conservador porque es una forma de ser escéptico, y yo creo que la filosofía escéptica posibilita que avance la humanidad. A base de dudas es como avanzamos", reveló, cubierto por las sombras de su vetusto despacho lleno de libros. También añadió que hay algo "transgresor" en el conservadurismo, "hoy día, sobre todo, porque hay un cierto pensamiento de izquierdas que es predominante y supremacista". Alegó que "ser conservador hoy es un canto de protesta" y que si algo le hinchaba las narices era la corrección política, a la que bautizó como la "dictadura de la mediocridad".
Fue hermoso conversar con De Cuenca largo pero nunca tendido: es siempre revelador, casi epifánico, charlar de esto y de aquello con intelectuales que siguen en pie -en la dignidad, en el oficio, en el camino-. Que resisten en el pensamiento. Que no se doblegan ante las tiranías del presente: la rentabilidad, la posmodernidad, el aura cool del buenismo imperante. No quiere una escuchar a más santurrones, porque una sabe que reflexionar siempre es incómodo -para uno mismo y para el resto-. Una ya ha entendido que la lucidez está llena de tropiezos. De ingratitudes. De imposibilidad de pertenecer, en el fondo, a ningún gran club.
Los lúcidos no se limitan a describir la gran tragedia de la vida, sino que la explican. Lo demás son comentaristas. Tertulianos. Polarizadores profesionales. Epatadores amargadísimos. Una cree en el intelectual como figura resbaladiza, casi antipática, fuera del foco, lejos del manoseo del discurso. Una cree en el intelectual como figura agonizante, tristemente, ahora que en el debate social la palma el filósofo y lo goza el todólogo, el youtuber, o la influencer. Más vale que pongamos esfuerzos en su respiración asistida antes de que nos quedemos -más- solos y -más- perdidos en este mundo raro.
Una ya ha entendido que la lucidez está llena de tropiezos. De imposibilidad de pertenecer, en el fondo, a ningún gran club
En los cinco años que llevo trabajando en este periódico he entrevistado a personas y a personajes de todo tipo, de cualquier carcasa ideológica, llenísimos de matices, de discursos enfrentados, de encuadres originales desde los que desmenuzar el mundo. Estimulantes, porosos, casi siempre henchidos de humor -que es la mayor forma de sabiduría-.
Desde académicos cervantinos como Francisco Rico a líderes del rock antisistema como 'El Drogas' pasando por poetas del dolor como Chantal Maillard. El primero decía que la libertad es para él -"los demás, que se jodan"; el segundo creía que la Guardia Civil tendría que estar disuelta porque "apoyaron el golpe de Estado del 36", la tercera, que la violencia de Estado "nunca está justificada" y que bien cambiaría el capitalismo por una "nueva economía de subsistencia". En todos encontré estrella.
Siempre creí, secretamente, que mientras los adeptos de unos y de otros se clavaban los colmillos allá en Twitter o en los comentarios del texto, ellos podrían sentarse a echar unos vermús y se lo pasarían pipa, con aún más regodeo desde el desacuerdo. Quisiera reunir a todos mis entrevistados, a todos mis disidentes de guardia, en una fiesta infinita: en el fondo, todos tienen algo fundamental en común, y es que no han pasado por el mundo de puntillas. Que son autoconscientes. Que combaten lo que les place. No hay nada más juguetón que la disidencia pacífica, dialéctica. Por esa tensión tan lúdica cree una que sigue trabajando con la palabra. Si no, para qué elegimos estas armas.
Pienso que una de las mejores virtudes de este periódico es la pluralidad de voces, chirríe a quien chirríe. Si la vida es un relato que nos contamos a nosotros mismos, si la vida -efectivamente- es cultura, qué menos que ser escrupulosos a la hora de elegir a nuestros narradores. Y qué menos que ejercer verdaderamente de servicio público como medio y darle a nuestros respetables lectores la posibilidad de optar variadamente, todo para que encuentren el gusto, como avisaba el refrán. La democracia era esto, más nos vale practicarla.
Yo hoy celebro la sorpresa que han generado algunos de mis entrevistados: cada pequeño asombro por parte de la grada nos aleja firmemente del panfleto. Aquí el lector puede y debe encontrarlo todo. Confiamos ciegamente en su inteligencia para discernir, para abrazar lo que le interesa y desechar lo que no, e incluso para leer las diatribas de nombres con los que a priori no comulga y crear con ellos diálogos internos e incluso discusiones acaloradas. Eso siempre fue lo divertido: hablar. Y escuchar al distinto.
Ya digo que ha sido y espero que siga siendo un lujo para mí aprender tanto de cada una de las personas con las que me he sentado a conversar. Muchos escribieron los grandes libros de nuestra vida. Muchos nos acompañaron en nuestro doloroso crecimiento intelectual. Menos mal que me dio tiempo a preguntarle a Juan Marsé por cómo sería su Teresa hoy, cincuenta años después, y me contestó que "tendría una aventura con uno de Podemos pero se casaría con uno de Ciudadanos".
Decía el escritor que "el franquismo es un cadáver que aún apesta", decía que no comía patria -que era "una carroña sentimental empaquetada y distribuida por TV3 y Catalunya Radio"-, decía que la lucha de clases no terminará nunca, "porque en este mundo siempre habrá afortunados y parias, y éstos siempre albergarán sueños de fortuna, dignidad y respeto que se verán frustrados".
Y menos mal que pillamos por banda también a José Luis Cuerda, que definía el liberalismo como que "el rico sea perfectamente libre de hacer lo que quiera con el pobre". O que creía que los capitalistas "son los animales más tontos de la creación", porque "se van a morir, pero no se dan cuenta".
Qué regalo escuchar siempre a Escohotado, último espécimen de liberal purísimo, que igual me cuenta que "la renta básica cancela el honor del ser humano" que me dice que, "después de treinta años subvencionando películas de mierda", echa de menos una digna sobre Primo de Rivera o Calvo Sotelo. Soñaba el buen hombre irreverente, después de la última vez que le llamé en pandemia, con que esta crisis nos ayudase "a que se pueda ser progresista sin ser miserable o tonto".
O ese Félix Ovejero de la izquierda desencantada que alerta sobre la cultura "como atajo para frívolos" y lucha por la recuperación, por parte del progresismo, de palabras sencillas y dignas -como "España", no "Estado español"-. Y un José Luis Gómez que habla por la boca de los viejos sabios y sostiene que "Unamuno votaría a un político honrado que defendiera la lengua española" y que "Azaña habría introducido hoy más cautelas en la Constitución, porque el nacionalismo es insaciable".
Soledad Puértolas a favor de la construcción de una "colectividad solidaria" urgentemente, el lobo culto del punk Jorge Ilegal alertando sobre el acercamiento a "un peligrosísimo Estado parapolicial" a raíz de la Covid-19, Carmen Iglesias aconsejándonos "pactar con la realidad" y no caer "en la omnipotencia infantil" -que luego buenos chascos nos llevamos con las crisis y las angustias modernas que nos estallan en la cara-. Rosa Montero, que recuerda que nació en una dictadura, describiendo nuestra democracia como "injusta, corrupta, cínica e hipócrita". Álvaro Pombo, por el contrario, piensa que en la sociedad actual "hay resquicios del franquismo, pero a veces son beneficiosos: no fue tan simple ni tan terrible".
Me gusta levantar el teléfono y tener a Félix de Azúa detallando tener "una idea bastante mediocre de la libertad" que no cree que le canjearan "ni por un fin de semana en Mallorca" o a Adela Cortina poniéndonos un espejo y aseverando que, aunque hoy nos llevemos las manos a la cabeza con cada muerte por la pandemia, "poco nos ha importado el número de fallecidos en el Mediterráneo estos años": "No nos conmueven igual todas las muertes". Y qué responde uno a eso.
Fernando Savater defendiendo que el "amor romántico es el único amor", y que, quien diga que no, "se vaya a tomar por culo". Muñoz Molina apostando por cambiar "este modelo económico despilfarrador y destructivo" de una vez por todas. Almudena Grandes denunciando que "en España, cuando te llaman 'puta', sienten que te están llamando por tu nombre" y Alba Rico recomendándonos exigir "lentitud en la conversación, la bebida y la sexualidad": "Esa es una manera de reivindicar el placer frente al hedonismo, que acaba siendo muy poco placentero".
Les necesitamos, a todos y a todas ellas. Les necesitamos más que nunca, les necesitamos alumbradores, sobre todo ahora, que empieza a constarnos que vendrán más años malos
Javier Gomá, por su parte, se encargó de recordarnos que la dignidad es eso que "resiste al interés general y a la rentabilidad" y que hasta "el peor de los delincuentes" merece un respeto a la suya. Casi nada. Les necesitamos, a todos y a todas ellas. Les necesitamos más que nunca, les necesitamos alumbradores, sobre todo ahora, que empieza a constarnos, como decía Sánchez Ferlosio, que vendrán más años malos. Y que nos harán más ciegos.