Hace dos años Arezo tenía la vida de cualquier mujer joven en Afganistán: quedaba con sus amigas por las tardes, estudiaba Derecho en una universidad cercana a Kabul, escuchaba música mientras caminaba sola por el parque u organizaba talleres extraescolares junto a sus compañeros de las juventudes afganas. Sin embargo, el 15 de agosto de 2021 los talibanes acabaron con sus sueños de libertad. Los derechos de Arezo, de 24 años, y de otros 19 millones de mujeres quedaron sepultados bajo la interpretación más radical de la ley sharía, el férreo código de conducta moral inspirado en el Corán que dicta las obligaciones diarias de los musulmanes.
El fanatismo talibán precisó menos de veinticuatro horas para tomar el Arg, el Palacio Presidencial de Kabul, y comenzar a dirigir su Emirato Islámico con puño de hierro. Los estruendos de las ráfagas de ametralladoras y los gritos de 'Alá es Grande' se apoderaron de las calles. Al principio, prometieron respetar los derechos de las mujeres para calmar el descontento internacional, pero Arezo sabía que, con el tiempo, revelarían sus verdaderas intenciones: convertir a las mujeres afganas en un instrumento al servicio del hombre. Sin derechos. Sin libertades. Excluidas de la vida pública y sometidas a unos dictados medievales propios de un régimen esclavista y no de una nación del siglo XXI.
Desde hace una semana ni las adolescentes ni las mujeres pueden estudiar. El ministerio de Educación talibán ha prohibido su formación en colegios y universidades, ya sean públicas o privadas. Bajo pena de cárcel o escarmiento público. O ambas. Ni siquiera pueden recoger su título universitario aquellas que ya han acabado la carrera y están a la espera de obtener su diplomatura. Hoy Arezo tampoco puede salir a la calle si no está acompañada de un mahram o tutor legal, como su padre, su hermano o, en caso de que lo tuviera, su marido. Si lo hace, debe ir cubierta de pies a cabeza por un burka, "la vestimenta tradicional y respetuosa", en vez de los jeans que acostumbraba a llevar cuando aún las tropas estadounidenses salvaguardaban la capital afgana. Enseñar los tobillos en la vía pública puede ser castigado con latigazos. Ni que decir tiene que no puede practicar ningún deporte, salir en televisión o intervenir en la radio. Cada vez que habla con la prensa extranjera, como ocurre con EL ESPAÑOL | Porfolio, se juega la vida.
La suya, confiesa, poco le importa, porque ya lo ha perdido todo, pero teme por sus seres queridos. "No quiero que mi familia pague por lo que yo pueda decir", confiesa en un inglés perfecto, aunque con fuerte acento y con la voz entrecortada por la frustración y la rabia. "Si no tuviese a mi padre o a mis hermanos, me daría igual dar la cara y enfrentarme a ellos. Aunque me quitasen la vida. No temo porque ya no me queda nada, me lo han arrebatado todo. Mi educación. Mi libertad. Si no lo hago es porque mi padre me pide que sea cauta y no quiero ponerlos ni a él ni al resto de mi familia en peligro".
Esa es, precisamente, una de las técnicas más crueles que utilizan los talibanes contra quienes se rebelan: amenazar con perseguir y herir a sus seres queridos. Arezo explica que no conoce ningún caso de vecinos o amigos a los que hayan asesinado, pero sí sabe que hay arrestos y palizas, una persecución sistemática que consiste en amedrentar a quienes ponen en duda el estricto código de conducta de los islamistas. "Llevan a la gente al calabozo y, al liberarlos, les dicen que no compartan nada de lo que ha ocurrido. Con nadie. Y mucho menos con los medios. Les amenazan con matar a sus familias si lo hacen. Por eso los hombres también los temen y no se manifiestan contra ellos".
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La joven estudiante hace referencia a los hombres porque ellas, las mujeres, ya no pueden poner el pie en la calle si no están acompañadas de un tutor. Aunque algunas se rebelan y han acudido a protestas masivas tras conocer el veto. Pero, a pesar de la falta de resistencia de puertas para afuera, Arezo sostiene que en realidad la mayoría de personas de su entorno, incluidos los varones, no están de acuerdo con la enajenación totalitaria derivada del régimen del emir y líder supremo Haibatulá Ajundzada. "Si me preguntas cuántas mujeres están contra ellos, te diría que prácticamente el 100%. Nadie los apoya. Y menos después de todas estas decisiones. Tras ello, incluso los hombres que los defendían se han quedado en shock".
"Mi padre, que es muy restrictivo, cuando vio las noticias, exclamó para sí: '¿Qué se supone que quieren de nuestras hijas? ¿Quieren que crezcan cegadas por la ignorancia? ¿No quieren hijas educadas?'", evoca la estudiante rebelde. Cuando fue a la mezquita, debatió con otros hombres sobre por qué querían privar a sus hijas y hermanas de su educación. Cientos de hombres se pusieron de su lado y dijeron que, efectivamente, estaban enfadados con la determinación de los talibanes. "Nadie que yo conozca está de acuerdo con esto", continúa Arezo.
Si existe tanta resistencia, cualquiera podría preguntarse por qué nadie los depone. Pero la realidad es que los talibanes están fuertemente armados y son demasiados. Hay alrededor de 75.000. Si existe cualquier tentativa de rebelión, la reprimen con rapidez y violencia. Decenas de protestas pacíficas han sido desarticuladas mediante golpes y disparos a manifestantes desarmados. "Hay muchos soldados en las calles. Cada vez que cruzas una avenida ves a decenas de ellos, de pie, observando a la gente. Durante los primeros días aún podíamos hacer algo. Yo misma salí a las calles. Pero hoy la situación es... como una batalla. Las vías públicas están atestadas de milicianos".
"Nos tienen miedo"
Los derechos de las mujeres afganas se han visto severamente restringidos desde que los talibanes tomaron el poder. No tienen derecho a caminar libremente, ni siquiera por un parque. Tampoco pueden ser atendidas por un médico de distinto sexo, lo que ha provocado un colapso de la atención sanitaria ante la falta de facultativas (sin formación y con restricciones, además, escasearán más las profesionales).
Las adolescentes no pueden acudir a la educación secundaria. Todas las universidades públicas o privadas del país tienen prohibido enseñar a mujeres, lo que convierte Afganistán en la única nación del mundo con tal discriminación de género. Prohibido hablar en público. Prohibido viajar sin mahram. Prohibido tener puestos en el gobierno.
El último atropello ha sido prohibirlas trabajar en organizaciones no gubernamentales. Save the Children, Care Internacional, Médicos del Mundo e International Rescue Committee ya han cesado sus operaciones en Afganistán. "Es imposible llegar a niños, mujeres y hombres que necesitan de ayuda desesperada sin nuestro personal femenino", denunciaba el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), la quinta ONG en suspender su actividad. No dan abasto. No sin ellas.
Antes de la prohibición de acudir a la Universidad, Arezo era miembro de una asociación juvenil dedicada a difundir los valores de la paz. Hombres y mujeres, juntos, preparaban actividades extraescolares, como talleres para estudiantes, u organizaban fiestas para celebrar días señalados. Cada jornada del calendario era una buena excusa para festejar. También enseñaba inglés a varias jóvenes. "Tenía casi 50 estudiantes, sólo chicas. Pero desde que el país tomó este viraje, no he podido seguir haciéndolo. Antes podía salir, divertirme con mis amigos, ir a restaurantes, conocer gente". Hoy hacer todo eso puede llevarla al calabozo.
"No quieren darnos educación. No quieren darnos alternativas. Sólo buscan anularnos, bloquearnos", continúa la joven afgana. "Cuando subieron al poder quisieron aparentar que no iban a ser bruscos. Así que dijeron que iban a respetar los derechos de las mujeres. Pero con el tiempo han tomado esta extraña deriva y nadie sabe bien por qué. Ese es uno de los grandes problemas: no nos explican por qué toman estas decisiones. Nadie sabe qué hay detrás".
De hecho, Arezo conoció por redes sociales que no podría seguir yendo a clase. "Me enteré por Twitter. Circulaba un documento que mencionaba que las universidades estaban cerradas. La gente empezó a compartirlo en sus stories, en WhatsApp, Facebook e Instagram. Así me enteré". Para ella fue desolador, porque le arrebataron su única esperanza de seguir creciendo: a través de las letras, las leyes y el conocimiento profundo de la justicia. Una justicia que en su país ya no existe.
"No pude parar de llorar. ¿Qué más tiene que pasar? Teníamos miedo de que nos ocurriera igual que con nuestras madres generaciones atrás [se refiere al periodo de 1996 a 2001, cuando los talibanes ostentaron el poder antes de la intervención militar estadounidense tras el 11-S]. Nos hemos criado en diferentes entornos, en diferentes sociedades, con diferentes formas de pensar. Mi madre no pudo ir a la Universidad, se lo impidieron. No podía estudiar. Todo era manipulación y pensamiento tribal. Ella siempre me contó que eran crueles, gente realmente mala. Al llegar al poder... supo que nos iban a tratar igual que a ellas".
Arezo afirma que los talibanes tienen miedo a las mujeres, y por eso tratan de apartarlas de la vida pública. "Hemos sido las únicas en rebelarse contra ellos. Ningún hombre ha sido censurado, y por eso no han salido a reclamar sus derechos. Somos las mujeres quienes nos hemos resistido. Así que nos tienen miedo. Especialmente a quienes tienen educación, porque están dispuestas a hacer cualquier cosa por recuperar sus derechos. Quieren privarnos de todo para que nos sintamos débiles y puedan imponernos su moral. Pero no podemos callar. De lo contrario, nadie alzará nuestra voz".
Un silencio internacional que duele
Lo que más le duele a Arezo es el silencio internacional. El olvido. Cuando Donald Trump retiró las últimas tropas de Afganistán y Joe Biden secundó la medida tras su entrada en la Casa Blanca, Occidente aseguró que observaría atentamente la transición del gobierno títere estadounidense al régimen talibán. Los islamistas prometieron que no cometerían atropellos contra la mujer y aseguraron que respetarían los derechos humanos. No habría sed de venganza. No reprimirían las protestas. A ellas les permitirían estudiar, trabajar, publicar en medios de comunicación. No flagelarían, lapidarían ni decapitarían a quienes contradijeran su estricta interpretación de la sharía, como ya hicieron en su autocracia de 1996 a 2001.
Sin embargo, llegó la guerra de Ucrania. También el asesinato de Mahsa Amini en Irán y la revolución de las mujeres contra el régimen de los ayatolás. Poco a poco, la actualidad mediática fue desplazando de los titulares el conflicto de Afganistán, y los talibanes, sabedores de la memoria a corto plazo que padecen Europa y Estados Unidos, volvieron a aplicar las severas medidas que ya pusieron en práctica cuando ostentaron el poder hace más de 20 años. Por ejemplo, el castigo a los llamados "sediciosos", es decir, a quienes cometen adulterio, consumen alcohol o roban. A principios de mes los talibanes ejecutaron públicamente en un estadio deportivo a un hombre tras ser acusado de asesinato. El retorno de la ley del talión.
"El mundo se ha olvidado de nosotras", denuncia Arezo. "A nadie parece importarle que se violen las leyes internacionales. ¿Por qué callan? Si tienen poder, ¿por qué este silencio? ¿Quieren que la gente sufra? ¿O es que tienen sólo puesto el foco en Ucrania? Todo el mundo se preocupa de los refugiados ucranianos, pero de Afganistán se han olvidado. La gente ve las noticias y lo denuncia en Twitter y Facebook diciendo que no está bien, pero eso no va a cambiar nada. Debemos actuar. Luchar por la gente afgana".
La batalla continúa y es cada vez más dura. Arezo no puede callar porque su futuro y el de millones de jóvenes reside en su lucha contra una tiranía oscurantista y misógina. "Si el feminismo es una lucha por nuestros derechos, por contradecir estas restricciones, sí, soy una feminista, porque estoy contra todo este sistema". Ella sabe, no obstante, que su espíritu combativo es peligroso y puede traerle problemas. "Todas las mujeres que están en su contra son arrestadas. Nadie sabe qué hacen con las disidentes encarceladas. Por eso tenemos tanto miedo y escondemos nuestros nombres. Tienen unos servicios de inteligencia muy poderosos y pueden encontrar a cualquiera que hable contra ellos".
"He publicado cosas en mis redes sociales y recibido comentarios del tipo: 'Eres una feminista que está contra el islam' o 'No llevas el velo bien puesto'. A veces tengo miedo, pero pienso que no debo mantenerme en silencio. ¿Qué más voy a perder... si ya lo he perdido todo?".
Y continúa: "Siempre me pregunto por qué debemos estar en silencio. Hay algo dentro de mí que me impulsa a no callar nunca. Frente a cualquier injusticia de la sociedad. Siempre he querido que se imparta justicia. Si hombres y mujeres sufren y tienen miedo de expresarse, ¿quién alzará la voz por sus derechos? Por eso, a veces hablo con radios, televisiones y otros medios, pero siempre con cautela porque temo por mi familia, sobre todo cuando pienso en mi padre y en mis hermanos. Es la única razón por la que quiero mantenerme escondida, en el anonimato. Si estuviese sola te aseguro que estaría en pie. No podría callar. Me pronunciaría delante de millones de personas en la televisión. No me da miedo".
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Lamentablemente, el futuro de Arezo –ahora sí, nombre en clave que significa 'esperanza'– es incierto. Si el régimen talibán continúa –y no hay indicios de que su Emirato pueda resquebrajarse– muchos hombres y mujeres, especialmente las jóvenes con una educación superior, se verán obligados a abandonar su país. "No querría que eso ocurriera, pero tal y como están las cosas, las personas con educación se quieren marchar de Afganistán. Si dentro de dos años [los talibanes] siguen en el poder, toda mi generación se acabará yendo, aunque sea como refugiados y de forma ilegal a través de Pakistán. Nadie querrá quedarse en el peor lugar para vivir del universo".