Cuando Arturo Pérez-Reverte conoció a Augusto Ferrer-Dalmau (Barcelona, 1964) hace casi 20 años, le rebautizó como “el pintor de batallas”, como su novela de 2006. Porque si por algo es conocido Ferrer-Dalmau, es precisamente por eso: por pintar batallas. “Así se llamaban los artistas que en siglos pasados pintaban la historia y las batallas”, dice a EL ESPAÑOL | Porfolio.
En siglos pasados, y en el presente, porque la última batalla que Ferrer-Dalmau ha pintado ha sido la de Mogadiscio, Somalia, hace apenas unos días. Allí ha estado acompañando a un contingente español de 20 soldados con la misión de entrenar durante ocho meses a las tropas somalíes, en uno de los entornos más hostiles del mundo.
A su vuelta, atiende a esta revista para explicar su vivencia somalí y el día a día de un oficio único en el mundo, que lo ha hecho internacionalmente conocido por retratar las escenas más relevantes de la historia militar española a lo largo de los siglos con un realismo escrupuloso.
Como si se tratase de un reportero empotrado, Ferrer-Dalmau ha hecho lo propio en Somalia pero como pintor. Como aquellos que acompañaban a los tercios por el camino español desde Milán hasta Rocroi, pero en las áridas calles de Mogadiscio, durante siete días. Fue con el escritor e historiador militar Lucas Molina, quien le acompaña en todos sus viajes y pone texto a sus cuadros.
“Con los españoles he estado en, Irak, Afganistán, Líbano, Mali y ahora Somalia. Con otros países, en Siria y también en Afganistán. Esta es mi séptima misión internacional. Con Lucas tenemos un proyecto de difusión de este tipo de misiones desde un punto de vista artístico. Todos los trabajos que hacemos los donamos al Ministerio de Defensa. Para mí es importante ver para pintar, y creo que es valioso poder difundir la contribución de nuestros ejércitos en el exterior”, dice a esta revista.
[Augusto Ferrer-Dalmau: "No puedo pintar la Guerra Civil porque me voy a meter en un lío"]
En Somalia, Ferrer-Dalmau se alojó en un barracón en la base de la ONU en el Aeropuerto Internacional de Mogadiscio, donde ha convivido con las tropas españolas. “Me relaciono con ellos, me integro todo lo que puedo, me gusta conocerlos y que me cuenten sus experiencias, siempre hago grandes amigos”, dice.
En el aeropuerto está instalada una misión formada por ejércitos de varios países de la Unión Europea, cuyo objetivo es mantener la paz y dar apoyo al débil gobierno somalí que apenas controla la capital y la región de esta. Grupos paramilitares y gobiernos ilegítimos dominan el resto del país y están en guerra abierta contra el régimen central.
Los atentados terroristas y ataques sobre las tropas del gobierno en Mogadiscio son constantes. Los edificios y el personal de las misiones diplomáticas y militares internacionales también son objetivos terroristas. “Es una misión con muchísimo peligro. La situación del país y, concretamente de Mogadiscio, es de máximo riesgo. Las medidas de seguridad son extremas”, dice el artista.
Su día a día ha consistido en desplazarse con las tropas españolas desde el aeropuerto a una base del ejército somalí donde se realizaba la instrucción. De una forma parecida a las escenas de Blackhawk Derribado, todas las mañanas, una columna de blindados italianos -ellos se encargan de la seguridad de los desplazamientos- con soldados españoles a bordo, recorría las calles de Mogadiscio en un trayecto de unos 30 minutos bajo la máxima tensión hasta llegar al campo de entrenamiento.
“Tenía que ir con casco, chaleco antibalas, y todas las medidas de seguridad. Fuera del recinto militar, aquello es la ley de la selva, es ‘Fort Apache’. En una ocasión fui a un orfanato para una donación de cosas básicas: ropa, calzado, etc. Gracias a Dios no tuvimos ningún momento extremo”, relata el pintor.
La visita al orfanato de ‘mamá Ugaso’ ha sido la experiencia que más le ha marcado de todo el viaje. El contingente español, a través de Cáritas castrense, ayuda a esta mujer que regenta sola este hogar para niños sin familia, a los cuales recoge de la calle. Allí duermen en el suelo y se alimentan una vez al día. “La próxima entrega de nuestros soldados será colchones”, dice el Ferrer-Dalmau.
“Hay unos 60 niños, muy pequeños, de 8 o 10 años, no más. Son niños que han crecido en las calles, enganchados a las drogas, prostituidos, violados… Vivían como animales y ‘mamá Ugaso’ les devuelve la humanidad”, prosigue. “Se me cayeron las lágrimas”.
“Pinto 12 horas al día”
Pero este viaje al cuerno de África es algo extraordinario dentro de la abnegada rutina del artista, que pasa gran parte del tiempo encerrado en su taller de Madrid. Así la describe: “Duermo unas cinco cinco horas, me levanto temprano y pinto cerca de 10 o 12 horas sin parar. Cuando me meto en un cuadro es como si desapareciera del mundo. Apenas como y, cuando termino, hacia las 12 de la noche, viendo la televisión estirado en la cama. El resto del tiempo lo dedico a leer y a documentarme sobre el cuadro en el que trabajo. No me queda espacio para mucho más”.
[Las batallas que cambiaron la historia de España, narradas por el pincel de Ferrer-Dalmau]
El viaje a Somalia ha sido una pausa en su último trabajo, un cuadro de enormes dimensiones en el que recrea una escena de la batalla de Covadonga del año 720, entre el rey astur Don Pelayo y las fuerzas del imperio omeya. “Pintar un cuadro así me lleva entre tres y cuatro meses”, dice el artista.
Así describe su proceso creativo: “Me fijo en eventos de la historia de España que me llaman la atención por el motivo que sea. Me pongo a leer toda la literatura disponible sobre ellos hasta que visualizo una escena que podría representarlos. Después viajo al lugar donde sucedieron los hechos para reconstruir en mi mente cómo fue: me fijo en el tipo de vegetación para reproducirla, en los accidentes geográficos y el clima, y cómo pudieron afectar a los personajes…”.
“Normalmente me asesoro con quien más sabe en la materia para ser lo más preciso posible en la reconstrucción histórica, cuidando cada detalle, desde las prendas hasta las armas. Por ejemplo, en el cuadro de Covadonga me ayuda Yeyo Balbás, que sabe mucho sobre la Alta Edad Media”, prosigue. “Necesito ver para pintar, para escribir con pinceles la Historia”, insiste.
Luego, se encierra en su taller -donde también vive- hasta que concluye la obra, acompañado de varios cartones de tabaco. “Es el único vicio que me permito. Fumo mucho, mucho. Lo dejé, pero volví porque me gusta fumar. Es uno de los pocos placeres mundanos que me doy”, señala.
Este ritmo de trabajo y un estilo de vida que él mismo define como el de un monje ermitaño de la Edad Media, fueron incompatibles con el matrimonio. Se separó de su única mujer al poco de dedicarse plenamente a pintar. Tiene un hijo de 22 años que ha seguido su camino en el mundo de las artes, pero como diseñador gráfico.
“Vivo en la absoluta soledad, pero no me molesta, si no lo contrario: me gusta. La vida del pintor es solitaria. Creo que es un requisito importante para concentrarme y sumergirme por completo en lo que estoy trabajando. Me acompañan mis preocupaciones y los personajes de mis cuadros”, apunta.
Vocación y trabajo
Su afición por la pintura y la historia le vino de pequeño. Que fusionase ambas pasiones solo era cuestión de tiempo. “Yo era el típico en la clase que sabía dibujar. Siempre pinté”, dice. También le gustaban las historietas gráficas y las películas de aventuras. “Mi infancia fue la de un niño que le gustaban las películas de acción y de aventuras, a un niño que le gustaba jugar a espadachines, que jugaba con soldaditos de plástico, que dibujaba las películas que veía y copiaba a los protagonistas de sus cómics”, recuerda.
Pero no convirtió su vocación en una dedicación a tiempo completo hasta casi la treintena. Ferrer-Dalmau nació en una familia de Barcelona, pasó por varios colegios privados como el de los Jesuitas o los Sagrados Corazones y estudió diseño industrial. “Nunca fui un buen estudiante”, dice. Paralelamente a sus estudios, perfeccionó su técnica en una escuela, aunque asegura que con el don de pintar, “se nace”. “Otra cosa es que mejores tu talento con conocimientos técnicos, es importante. Pero se te tiene que dar bien”, dice.
"La vida del pintor es solitaria. Creo que es un requisito importante para concentrarme"
Trabajó varios años como diseñador textil pero, con 28 años, una crisis interior le golpeó fuerte: “No era feliz con lo que hacía y decidí hacer una apuesta: me tomé un año sabático para dedicarme a pintar con el único objetivo de montar una exposición de pintura”. Los cuadros tenían una “temática lúgubre, bucólica y crepuscular”. “Estaba pasando por un mal momento, mis padres habían muerto hace poco, quería cambiar de profesión… Reflejaba todo mi caos y tristeza interior en mis cuadros”, afirma.
La exposición, patrocinada por el marchante de arte Vicente Coromina, de Olot, fue todo un éxito. “Lo vendí todo”, recuerda el artista. Coromina decidió ser su mecenas y, desde entonces, solo se ha dedicado a pintar. “No fue un camino fácil, pero me ha ido muy bien. Puedo decir que me gano la vida de la pintura. Y me la gano muy bien”, asegura. Preguntado por cuánto cobra por cada uno de sus cuadros, responde con evasivas e insiste: “No me falta de nada”.
[Un milagro español en Somalia: el Ejército adiestra a tribus enemigas en una misma unidad]
La mayoría de sus encargos viene de parte de clientes privados, particulares o grandes empresas, aunque algunos de ellos luego los donan a instituciones como el Ministerio de Defensa, donde cuelgan algunas de sus obras.
Dejar un legado
Tras unos años en Barcelona, Ferrer-Dalmau se trasladó a Valladolid “para cambiar de aires”. Recaló en la capital castellanoleonesa porque allí residía su socio Lucas Molina. “Siempre seré y pensaré como catalán, es la tierra de mi familia desde el tiempo de los tiempos y soy español. Cualquier rincón de España lo siento mío, es la herencia de las generaciones que me precedieron”.
Luego, aterrizó en Madrid, donde ahora dedica sus energías no tanto a pintar, sino a dejar un legado. Como el chef de un restaurante que no quiere que el prestigio de sus platos muera con él, o como los propios personajes de sus cuadros, Ferrer-Dalmau teme que su arte -único en el mundo- no tenga continuidad y solo renazca con otro como él, dentro de decenas de años y por obra del azar.
“Me preocupa dejar un legado. Fumo mucho y como mal, tengo 59 años y me he dado cuenta de que no me puedo dedicar a pintar exclusivamente, sino que tengo que transmitir lo que sé para que haya otros que sigan porque no me queda mucho”, explica. Por ello, hace un año, lanzó con la Universidad Nebrija un máster en pintura histórica. De ahí surgieron seis alumnos aventajados que ahora son sus discípulos, a quienes Ferrer-Dalmau financia una residencia artística en sus talleres de la calle Julián Camarillo de Madrid.
"No era feliz con lo que hacía y decidí hacer una apuesta: me tomé un año sabático para dedicarme a pintar"
“Es algo muy renacentista. Ellos tienen su espacio donde pintan y trabajan con total libertad. Son muy dedicados, pasan muchas horas allí. Cuando termino de pintar a media noche, ceno algo viendo la tele y me paso a por los talleres sobre la 1 o las 2 de la madrugada a ver si encuentro a alguien allí. Y allí siempre hay alguien pintando. Prefiero no interrumpir su trabajo y verlos a última hora para guiarles o darles alguna indicación, para que me cuenten con qué dificultades se encuentran y cómo tratan de superarlas”.
La temática de sus cuadros y su popularidad han hecho que muchos le encasillen políticamente. Pero Ferrer-Dalmau se despega: “Creo en pocas personas, indistintamente de las siglas que representan, me han decepcionado algunas personas que creía conocer muy bien y que han cambiado por el espejismo de la política, eso hace que sea un agnóstico político”.
Sobre la nostalgia latente en sus cuadros, puntualiza: “España ya no es la gran potencia que fue en el pasado pero nuestra situación en el mundo es positiva, por ejemplo, el español es un idioma importante y eso nos abre muchas puertas, no deja de ser una consecuencia de nuestro pasado. La situación actual es una incógnita, estoy expectante viendo hacia dónde vamos”.