Para Paloma y Mari Carmen, la Armada Española ha sido su vida. Se casaron jóvenes con dos oficiales y les siguieron por todo el mundo. La suya ha sido una existencia exigente, pero llena de aventuras y de muy buenos recuerdos, los cuales guardan vivamente en la memoria. El cáncer, sin embargo, truncó todos sus planes hace pocos años: los maridos de ambas murieron por cáncer. El de Mari Carmen, a la edad de 68 años, en enero de 2018. El de Paloma, a los 56, en noviembre de 2017.
Los primeros meses después de sendos fallecimientos, se resignaron a aceptar estos reveses como un capricho del destino. Pero pronto fueron conscientes de que, a su alrededor, la enfermedad también se había llevado a los maridos de otras familiares y amigas. Todos ellos habían estado destinados en barcos de la Armada que tenían un denominador común: estaban cubiertos de amianto.
Animadas por estas conocidas y sus propios hijos -algunos, también militares- decidieron emprender reclamaciones al Ministerio de Defensa para que se reconociera a sus maridos la muerte en acto de servicio. Para dos mujeres ligadas a históricas sagas familiares de la Armada, enfrentarse a una de las instituciones que más veneran y respetan no fue una decisión sencilla.
Pero resolvieron ir adelante por un sentido de “justicia”, y para compensar la dedicación de tantos años de sus difuntos maridos. “No tengo ninguna acritud hacia la Armada, todo lo contrario. No quiero transmitir resentimiento, porque en absoluto lo tengo. Pero creía necesario que a mi marido se le reconociera su servicio y que nosotros [su familia] recibiéramos una compensación por todos los años que ya no estará a nuestro lado”, señala Mari Carmen, en conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio.
Hasta la fecha, el Ministerio de Defensa ha reconocido 83 casos de muertes por cánceres provocados por el amianto, de un total de 113 expedientes. El 82 de los 83 casos reconocidos se produjeron en la Armada. El otro restante, en el Ejército del Aire. La razón de esta descompensada estadística no es otra que el amianto se empleó como aislante ignífugo en los buques de guerra españoles durante cinco décadas.
Calderas, turbinas, conductos de aire acondicionado… Las salas de máquinas y numerosos elementos del interior de los barcos de la Armada Española estuvieron cubiertos de este material por herencia de navíos entregados por Estados Unidos en 1953. Desde entonces, la Empresa Nacional Bazán siguió fabricando buques con amianto hasta que Navantia, su empresa continuadora, lo prohibió en 2002. Pese a la tardía medida, la empresa apuntó que el material comenzó a retirarse a partir de 1982.
Lo cierto es que después de ese año, marinos como los esposos de Paloma y Mari Carmen siguieron navegando mientras inhalaban micropartículas de amianto, las cuales circulaban en los barcos por el deterioro del material, debido al calor y la humedad. En contacto con el organismo, estas partículas pueden producir asbestosis (fibrosis pulmonar), mesotelioma pleural y cáncer de pulmón, entre otras afecciones mortales, como son los cánceres relacionados con el aparato digestivo y peritoneo.
La Empresa Nacional Bazán siguió fabricando buques con amianto hasta que Navantia, su empresa heredera, lo prohibió en 2002
La hoja de servicios de sus maridos y los expedientes médicos apuntaban casi con toda seguridad al amianto como el precursor de los cánceres de los que murieron. Defensa, sin embargo, no ha reconocido sus casos; principalmente, porque es imposible probar una relación directa entre el amianto y la aparición del cáncer. Además, son cánceres del aparato digestivo. La mayoría de los casos reconocidos son por cáncer de pulmón. Los expedientes de sus maridos constan entre los 30 que están pendientes de resolución. A día de hoy, ambas mujeres no albergan muchas esperanzas.
Una vida en el mar
El 1 de enero de 2018, Salvador M., marido de Mari Carmen, falleció en el Hospital NH Sanchinarro de Madrid por un cáncer de páncreas y un carcinoma peritoneal. Tenía 68 años, llevaba tres retirado y el cáncer acabó en menos de un año con los sueños de una feliz jubilación con su mujer.
“Tuvo una vida muy plena en todos sentidos, llegó a conocer y tratar a 15 nietos pero, teníamos muchas ganas y muchos planes para disfrutar la nueva etapa de jubilados 'jóvenes'. Soy feliz, disfruto de la vida y doy gracias a Dios cada día, pero mi desconsuelo es total y seguirá hasta el final de mi vida”, dice Mari Carmen.
Desde que salió de la Escuela Naval de Marín, donde también embarcó en periodos de prácticas, Salvador estuvo destinado en el Destructor 'Jorge Juan', de fabricación estadounidense, y en el dragaminas Odiel; pasó ocho años en el arma de submarinos, donde llegó a ser segundo y comandante; estuvo destinado en las corbetas ‘Descubierta’ y en la “Cazadora”; y, como Capitán de Fragata, fue comandante del buque de desembarco ‘Pizarro’. En total, estuvo embarcado en buques de la Armada casi 18 años.
Entre medias, tuvo diferentes destinos en Madrid, hizo varios cursos de especialización y el curso de Estado Mayor de la Armada.
Ya en el dique seco, Salvador pasó tres años en Londres como adjunto al agregado naval de la Embajada en el Reino Unido y como oficial de enlace en un Cuartel de la OTAN en Northwood; estuvo destinado año y medio con la OTAN en Norfolk (Virginia, EEUU), seis meses en Roma, tres años en Bruselas y otros tres años más como contraalmirante en el cuartel general de la Alianza Atlántica… A todos estos destinos le acompañó Mari Carmen, a veces parcialmente, por motivos familiares y también de trabajo.
Era un hombre sano: fumó sólo de joven y, desde que se jubiló, ya de vuelta en Madrid, hacía dos veces por año etapas del camino de Santiago, según explica su mujer. Jamás había tenido una afección grave de salud.
El resto del tiempo, Salvador lo dedicaba a ayudar a su familia: “Como tenía tiempo libre, se encargaba de hacer gestiones de nuestros cuatro hijos. Cuidó a su madre e incluso se apuntó a un curso de relojería, que le hizo muy feliz, en la calle Montera, adonde iba caminando todas las mañanas [desde su casa en Pinar de Chamartín]. Tenía todavía mucha ilusión por hacer cosas”, añade su viuda. “Me decía que lo más importante para él era que yo estuviera contenta y fuera feliz, era una persona extraordinaria”.
"Soy feliz, disfruto de la vida y doy gracias a Dios cada día, pero mi desconsuelo es total y seguirá hasta el final de mi vida"
Cuando a Salvador le detectaron el cáncer, en marzo de 2017, Mari Carmen ni se planteó que éste podía ser provocado por el amianto. Cuando murió, tampoco. Pero pasaron pocos meses y recordó que Salvador se interesó mucho para que le reconocieran la muerte en acto de servicio a un primo suyo, el cual murió por un cáncer de pulmón, y que casualmente le precedió como comandante del buque de desembarco ‘Pizarro’.
“Contactó con gente de la dotación, llamó al segundo, para que aportara sus testimonios en el caso de su primo, con informes técnicos del Pizarro, etc.”, recuerda Mari Carmen. “Él me decía que había que luchar por ello, que era de justicia. Con conocimiento de causa, lo veía clarísimo”.
Así, animada por otra persona, a cuyo padre -también oficial— le habían concedido la muerte por acto de servicio, se puso en contacto con el abogado Román Oria Fernández de Muniáin. Su despacho agrupa todas las demandas por amianto de los militares. “Nos daba cosa hacerlo, pero era una cuestión de justicia por alguien que se entregó a la Armada. Él lo hubiera hecho. Eso sí, siempre lo llevamos con mucha discreción y confiamos en que se resolviera únicamente en el ámbito de la justicia”, dice Mari Carmen.
La batalla judicial
Un perito médico estudió el caso de Salvador y concluyó que se podía “relacionar perfectamente” la aparición del cáncer con la exposición al amianto de los barcos en los que había servido. “La evidencia real no la hay en ningún caso”, matiza Mari Carmen.
El caso llegó a Defensa en junio de 2018, meses después de la muerte de Salvador. Pero la primera respuesta del tribunal encargado fue rechazarlo por no tratarse de un cáncer de pulmón. El propio Instituto Nacional de Silicosis determinó el 19 de octubre de aquel año que el cáncer de páncreas no era motivo para relacionar la muerte con la exposición al amianto.
El abogado recurrió, quedando el expediente en espera a lo largo de todo 2019. Con la pandemia de por medio, no fue hasta 2022 que la familia preguntó por el estado del caso y pidió reanudar el recorrido judicial. A día de hoy, Mari Carmen está a punto de tirar la toalla. El caso se encuentra en el juzgado de lo Contencioso-Administrativo y las perspectivas no son buenas.
“Han ido a la vía fácil: han determinado que el cáncer de pulmón, sí; y los otros, no. Me alegro infinito por aquellos a quienes se lo han reconocido, pero me pregunto: ¿por qué no todas las víctimas han recibido el mismo tratamiento si, al final, es la misma enfermedad?”, se queja Mari Carmen, refiriéndose a Defensa.
La viuda pone, como ejemplo, el mismo caso del amianto en militares de EE. UU.. Allí, el Departamento de Defensa ha indemnizado con sumas de cientos de miles de dólares a las viudas y otros familiares de militares que murieron por cáncer y estuvieron expuestos al amianto.
"Han determinado que el cáncer de pulmón, sí; y los otros, no. ¿Por qué no todas las víctimas han recibido el mismo tratamiento?"
“En Estados Unidos, si una persona murió por cáncer y estuvo en un barco con amianto, se reconoce automáticamente. Ni se lo plantean, es inmediato. No hay necesidad de seguir todo este proceso que tenemos que seguir nosotras, ni se hacen diferenciaciones", explica.
Cuando a un militar se le reconoce la muerte en acto de servicio, su cónyuge recibe una pensión de viudedad extraordinaria. Además, a los hijos menores de edad también les supone un aumento sustancial de su pensión de orfandad.
“En mi caso particular, en el tema de la pensión, no me beneficiaría porque yo he trabajado como profesora y creo perdería mi pensión por superar la máxima. Pero sí quisiera que se reconociera la muerte en acto de servicio, por una cuestión de justicia, y para poder iniciar el siguiente paso”, concluye Mari Carmen.
Este paso es solicitar una indemnización, que puede llegar a cuantías muy elevadas, entre 80.000 y 120.000 euros, tanto para la viuda como para los hijos. La cantidad es mayor cuanto más joven sea el fallecido.
Cinco huérfanos
El caso de Paloma es similar al de Mari Carmen. Pero la diferencia principal es que Jaime G., su marido, murió con apenas 56 años. Dejó tras de sí a cinco hijos huérfanos, el menor de ellos, de 11 años. “Estábamos preparando con ilusión la próxima etapa. Nos íbamos a mudar a Londres, donde Jaime había tomado posesión de la Agregaduría de Defensa”, dice Paloma.
El cáncer, como en el caso anterior, lo interrumpió todo: el 13 de mayo de 2016, “día de la Virgen de Fátima”, según recuerda Paloma a la perfección, a Jaime le diagnosticaron un cáncer de colon muy avanzado. Siguió trabajando con normalidad, “incluso con la quimio puesta”, afirma su mujer. “Era alguien lleno de vida, muy enérgico y trabajador. Una persona sana y deportista”. Pero no hubo nada que hacer. El 9 de noviembre de 2017, día de otra festividad de la Virgen, la Almudena, su marido falleció.
Jaime salió de la Escuela Naval de Marín en 1985, estuvo en las corbetas 'Diana' e 'Infanta Cristina' (en dos etapas); luego en el Juan Sebastián Elcano, con el que dio la vuelta al mundo; después en el patrullero 'Cadarso', como segundo comandante; estuvo embarcado tres años en el portaaviones Príncipe de Asturias y, después, como comandante en el dragaminas 'Genil'. Hizo el Curso de Guerra y fue destinado al Estado Mayor en Madrid; se trasladó a Cartagena como Jefe de Órdenes de la flotilla MCM (medidas contra minas); posteriormente, se mudó a Canarias como comandante del patrullero 'Arnomendi'; estuvo de Jefe de Órdenes de la 41 Escuadrilla y desplegado en Irak, a bordo del buque anfibio Galicia.
A continuación, fue destinado a Oberammergau (Alemania), a la Escuela de la OTAN; en el Cuartel General de la Armada en el EMA, en dos etapas diferentes, una de ellas como jefe de la sección de Inteligencia; y fue comandante de una fragata F-100, la 'Blas de Lezo', en Ferrol. Participó en la Operación Atalanta desde Northwood (Reino Unido); fue destinado a la JAL como Jefe de Gabinete de Estudios y finalmente, ya de Capitán de Navío, como comandante de la flotilla MCM.
"No tengo muchas esperanzas en la apelación, pero me quedo con la tranquilidad de haber llegado hasta el final"
“Tuvimos 18 cambios de residencia”, señala Paloma, que al igual que Mari Carmen, siguió a su marido por todos estos destinos. En total, y según reza la hoja de servicios de su marido, Jaime pasó más de 20 años embarcado, la mayoría de ellos, en buques con amianto. “Fueron muchos años en la mar en barcos llenos de amianto”, dice su mujer.
De nuevo y de forma similar al caso de Mari Carmen, un perito analizó el caso y concluyó que “era de libro”, en palabras de Paloma. Defensa, sin embargo, negó el reconocimiento de muerte en acto de servicio en una primera instancia: “Es posible que haya estado expuesto al amianto. Es lo que nos dijeron”, lamenta la viuda, visiblemente emocionada durante la entrevista.
“Me dijeron que no una vez y recurrí. Pero me volvieron a decir que no. El perito médico dijo que mi marido tenía una mutación del cáncer de colon hermana del cáncer peritoneal de mesotelioma, el único que provoca directamente el amianto. Ni siquiera en los casos de cáncer de pulmón se puede establecer una relación tan directa. Sin embargo, cerraron el asunto diciendo que murió por cáncer de colon. No me lo puedo creer, es demoledor. Es un cáncer que tiene menos de un 1% de la población con la enfermedad. No tengo muchas esperanzas en la apelación, pero me quedo con la tranquilidad de haber llegado hasta el final”, dice Paloma.
El caso de su marido le comportaría a Paloma una pensión de viudedad mayor. Durante esos años, la mujer pocas veces pudo ejercer su trabajo: "Siempre he estado moviéndome con mi marido", insiste. "Por otro lado, a mi hijo menor, también le beneficiaría en su pensión de orfandad”, añade.
Si a Jaime se concede la muerte en acto de servicio, Paloma pasaría a solicitar la indemnización. En su caso, ésta sería también mucho mayor, tanto para ella como para su hijo menor, por estar su marido en activo y fallecer con tan sólo 56 años.
Como Mari Carmen, para ella se trata de una cuestión de justicia. “Mis hijos me animaron a hacerlo por su padre. Por resarcir todos sus años de servicio. La muerte por acto de servicio es una compensación que tendría que tener por su trayectoria y también para nosotros, su familia”, dice Paloma.
“No entiendo por qué descartan los cánceres de aparato digestivo. Se pasaron días y días en los barcos, era su lugar de trabajo y su residencia, porque vivían a bordo. Es una faena. Le apasionaba la mar y navegar. Amaba a la Armada al igual que nosotros. Sólo queremos justicia”, concluye.
"Decisión arbitraria"
Para el abogado Román Oria, que lleva los casos de los maridos de Mari Carmen y Paloma, y de los demás militares afectados por exposición al amianto, que no se haya hecho justicia todavía en estos expedientes es por “una decisión arbitraria de Defensa”.
"En EEUU, el simple hecho de haber trabajado en uno de estos barcos, es motivo suficiente para que se dé reconocimiento"
“Ya puedes decir lo que sea, que se acogen a la discrecionalidad técnica. Parece que los juzgados Centrales de lo Contencioso-Administrativo se hayan puesto todos de acuerdo para denegar los reconocimientos. Es un mimetismo escandaloso que disfrazan de seguridad jurídica y que sólo demuestra los privilegios de la administración frente a los ciudadanos”, asegura el abogado.
Tras el éxito que tuvieron los procesos por amianto en la Marina de EEUU, Oria se desplazó hasta allí para aprender, de primera mano, el camino judicial que sus contrapartes estadounidenses siguieron. “En Estados Unidos, la administración no pone en duda que en barcos y aviones había amianto y que, el simple hecho de haber trabajado en ellos, es motivo suficiente que justifique la aparición de un cáncer y el correspondiente reconocimiento”, apunta.
Su estrategia, desde que comenzaron a aflorar los primeros casos en España, ha sido la de perseguir el reconocimiento de la muerte en acto de servicio, de la que se derivan una serie de derechos. Para ello, se ha basado en informes periciales y en las hojas de servicio de los marinos. Pero aún habiendo logrado varias victorias, las indemnizaciones le parecen del todo insuficientes. “La vida de un hombre en España vale 80.000 euros”, se queja.
De los 83 casos reconocidos por Defensa, todos corresponden a oficiales. Pero entre tropa y marinería, los muertos se multiplican. Oria señala que esta tendencia se ha dado porque las familias de los oficiales cuentan con más medios para enfrentarse a un proceso judicial de este tipo.
Ahora, la principal lucha del abogado es que casos como el de los maridos de Mari Carmen y Paloma lleguen a buen puerto. “En los cánceres de pulmón hemos tenido un éxito del 100% pero, en otro tipo de cánceres, como el de laringe, peritoneo, páncreas o colon, pese a que la Directiva Europea 68/56 establece una relación de causalidad de estas enfermedades con el amianto, no nos han hecho ni caso”, dice Oria.
“Las pruebas periciales son irrebatibles, acreditan que el origen de la enfermedad es ambiental, es decir, que se ha producido por exposición a este material. Están muy fundamentadas. Pero Defensa se niega a reconocerlo, amparándose en que no es demostrable”, concluye.