Los cimientos de la monarquía y la aristocracia española se tambaleaban hace unos días cuando a Juan Carlos I (85) le imputaron un nuevo vástago quien, en esta ocasión, se trataba de un rostro sobradamente conocido en la prensa rosa. Tremendamente discreta y muy celosa de su vida privada, Alejandra de Rojas (42) aparecía marcada como otra más entre los hipotéticos vástagos ilegítimos atribuidos al emérito, entre ellos, la belga Ingrid Sartiau, María Alexandra y Albert Solà, fallecido de un infarto el año pasado y a quien llamaban ‘el monarca de la Bisbal’.
Con motivo de la publicación del libro 'King Corp. El imperio nunca contado de Juan Carlos I (Libros del K.O)' en el que los autores David Fernández y José María Olmo desvelan la identidad de una tal Alejandra sin ponerle apellidos, los sabuesos que merodean por Zarzuela olfatearon hasta señalar a la hija pequeña de Eduardo de Rojas Ordóñez, V conde de Montarco y María Rosario Palacios y Calleya. Se trata de Alejandra de Rojas (42), casada con Beltrán Cavero (43), hijo del VII duque de Bailén y sobrino de Esperanza Aguirre (71).
En un comunicado enviado a la agencia EFE, la joven manifestó: "Me veo obligada a desmentir de forma tajante mi condición de ‘hija secreta’ del Rey Juan Carlos, así como todos los comentarios vertidos sobre un supuesto trato especial recibido durante mi infancia o juventud, por esa falsa condición”. Reiteró que “las noticias que se han venido publicando no tienen ningún fundamento y causan un daño casi irreparable a toda mi familia y por supuesto a mi persona, por lo que me reservo el ejercicio de acciones legales contra los autores y propagadores de las mismas”. Por su parte, Juan Carlos I protagonizó un hecho histórico al afirmar públicamente a LOC que “no es verdad que tenga una hija llamada Alejandra”.
A raíz de esta espinosa situación, El ESPAÑOL | Porfolio se sumerge en la sangre azul para sacar a la superficie los problemas entre los cinco hijos de la primera esposa del noble, María Consuelo Pardo-Manuel de Villena y Jiménez (Juan Manuel, Carlos, Fernando, Blanca y Ana María) y los descendientes de Charo (Julio y Alejandra). De aquel primer enlace solo vive la pequeña, Ana María, residente que en el pueblecito salmantino de Morasverdes, muy cerquita de Ciudad Rodrigo, donde sus antepasados residían en la casa-palacio Montarco construida a finales del siglo XV, de estilo gótico-plateresco y forma parte del Patrimonio Histórico Español como Monumento Nacional o Bien de Interés Cultural. En su momento la vendieron y hoy en día se destina para la celebración de bodas y eventos.
Ana María, la benjamina
Los que la conocen, aseguran que Ana María tiene un gran sentido del humor, don de gentes y es muy inteligente. Hace cuatro años publicó el libro ‘La carta perdida. En memoria de las condesas de Montarco ‘en el que, por supuesto, no habla de Charo Palacios. No la considera de su familia. No lo lleva en la sangre. En esa cronología se detiene en la V condesa, su madre, fallecida de un infarto fulminante en 1965. Tres años después, el aristócrata volvió a casarse con Charo Palacios en Estoril.
Durante los primeros años, la relación entre todos los hermanos fue estrecha, se reunían en celebraciones concretas, pasaban el verano, se telefoneaban… Pero de puertas para adentro, los cinco hijos mayores del conde estaban desilusionados con su progenitor, quien se habría dejado seducir por los caprichos de Charo.
Dejó de frecuentar las tertulias con intelectuales para deambular con relevantes personajes de la sociedad y del papel cuché. Ana María ha relatado incontables veces que por su parte y la de sus hermanos siempre hubo cariño y respeto hacía la nueva familia de su padre, pero Charo lo torció todo. Desde el principio se llevó mal con sus hijastros, aunque Ana echó mano de su gracejo para que el aire no se cortara con cuchillos. De poco sirvió.
Ana tiene en la 'Gaceta de Salamanca' su paño de lágrimas. Con este pequeño diario vinculado a la tierra de su familia se ha despachado a gusto al afirmar que “cuando murió mi madre, teníamos que haber heredado el 50% de la fortuna de mi madre, pero accedimos a que mi padre crease una sociedad donde metía nuestra parte y la administraba, pero nunca vimos un dividendo. Cuando se casó en segundas nupcias con Charo Palacios teníamos que haber hecho cuentas, pero por mala educación, por timidez y delicadeza no reclamamos nada. Con lo cual, mi padre y Charo vivieron de la fortuna de mi madre, que era nuestra”.
El culpable de esos tejemanejes fue el conde, quien, además, permitió que Alejandra se quedara con algunos muebles de la IV condesa de Montarco que no le correspondían. Además, tras el fallecimiento del conde en 2005 a los 96 años -a partir de ahí la relación de ambas familias se rompió- los hijos del primer matrimonio solo recibieron una pequeña cantidad, mientras que el resto fue a parar a los bolsillos de Charo. Una pena porque Bruno Gómez-Acebo es amigo de Eduardo, hijo de Ana María.
Teníamos la fama de ser idiotas. Charo Palacios nos menospreciaba delante de sus amigos y mi padre, tontamente, entró en el juego de Charo
Para más inri, Ana María se mantiene firme cuando asegura que Charo separó a su esposo de los círculos intelectuales elitistas para convertirle en otro personaje más en las reuniones de la jet set internacional. Insiste en el desprecio que les hacía: "Nosotros no frecuentábamos la prensa rosa y se fue deteriorando la imagen que se proyectaba de nosotros. Teníamos la fama de ser idiotas. Charo Palacios nos menospreciaba delante de sus amigos y mi padre, tontamente, entró en el juego de Charo. Se convirtió en el marido de la condesa de Montarco y eso que ella era condesa consorte por matrimonio.
Tenía como objetivo anular a la primera familia porque estorbaba y eso me dolía profundamente porque era injusto. Mis hermanos se quedaron callados, aguantaron el chaparrón y no hicieron nada”. Ninguno de los hermanastros de Alejandra se mostraron partidarios de que ella y su madre pasaran las vacaciones en el pazo de Galicia, donde ambas familias habitaban en alas diferentes. Curiosamente, esa residencia está muy cerca del chalé en el que acaba de pasar unos días el emérito, propiedad de su íntimo Pedro Campos.
Una vez que murieron los cuatro mayores, Ana María y su sobrino, Rodrigo Zuazu de Rojas, VI conde de Montarco, concedieron una entrevista en 2004 a 'Vanity Fair' donde ponían algunos puntos a ciertas íes. Por ejemplo, que Charo hubiera usado el título de condesa desde que se casaron hasta que fallecieron. “Ella era solo la segunda esposa del conde”, matizaba Ana. A este respecto, Ricardo Mateos, autor de 'Las cuñadas de Isabel II' (2022), 'Alfonso y Ena la boda del siglo' (2019) y 'Estoril, los años dorados' (2012), opina que el título de condesa viuda “es meramente de cortesía y uso social para darse un poquito de importancia en un mundo que valora esto, en el que ellos están.
"Fuera de ahí poco valor tiene. Hoy en día, incluso la Diputación de la Grandeza considera que la única persona relevante es el portador del título porque en esencia y en paridad encarna los valores de la persona a la que se concedió. Se siguen usando las formas antiguas pero en sentido estricto, no existen. Que ese título se lo den a las viudas es una cosa puramente decorativa y social, no es honorífica. A ellas se les acepta que vayan a las reuniones de la Diputación de la Grandeza, pero creo que no tienen voto”.
Condes desde el siglo XVIII
El condado de Montarco se remonta a 1789 a cuando Carlos V se lo concedió a Juan Francisco de los Heros y de la Herrán, que había sido fiscal del Consejo de Hacienda y Presidente de la Real Junta de Comercio, Moneda, Minas y Dependencias de Extranjeros. Pero poco le duró la dicha, ya que Clemente de Rojas, escribano de Fernando VII, le compró el título para saldar una deuda.
Cuando Charo falleció en 2016, sus hijos heredaron una pingüe fortuna si uno se circunscribe al ambiente en el que crecieron. Según 'Vanitatis', Julio y Alejandra se llevaron 4,4 millones de euros en cash y cinco inmuebles valorados en 3,8 millones de euros. Esto ha molestado a Ana María, ya que admite sin remordimientos que Alejandra no es hija de su padre, “pero la reconoció en un acto de generosidad y ahora parece que encima de cornudo, le dio sus apellidos. Los Borbones no tienen fama de ser generosos y a Alejandra mi padre le dio los apellidos, la educación y todo tipo de caprichos.
De esto da fe el periodista y escritor José Aguilar, quien, además, rechaza la opinión de que la condesa viuda de Montarco hubiera partido peras con la otra familia: “Adoraba a Alejandra, quería lo mejor para ella y la educó como una princesa a pesar de no ser hija biológica”. Con este asunto se ha abierto otro melón, porque el interrogante sobre quién es el verdadero padre de la joven aún es un misterio. Sin embargo, Ana María se huele algo ya que señala a un apuesto portugués llamado Rui, que tuvo una relación intermitente con Charo, que era veintisiete años más joven que su esposo, a quien cuidaba con esmero mientras estuvo enfermo.
Mi padre reconoció a Alejandra en un acto de generosidad y ahora parece que encima de cornudo, le dio sus apellidos
El autor especializado en libros cinematográficos ('Nuestros galanes de cine', 'Marisol y Rocío Dúrcal, volver a verte') frecuentó con asiduidad la residencia de los Montarco en El Viso, ubicada en la Avenida del doctor Arce (Madrid), donde en los años sesenta vivieron en un mismo edificio Ava Gardner, el expresidente argentino Juan Domingo Perón y Blas Piñar, líder de la extrema derecha durante la Transición. La estrecha relación de Aguilar con la condesa viuda le venía por su madre, la prestigiosa escritora y pintora gallega Tonia Vázquez, que conoció a Charo porque compartían amistad con el diseñador Elio Bernhayer.
Ante los rumores que se refieren a la aristócrata como la culpable de haber levantado una muralla que distanciaba en los afectos a los hijos del conde, el escritor asegura que “eso es mentira porque sé cómo era Charo en la intimidad. Ese comportamiento que describen contrasta con la persona entregada, adorable, generosa y siempre pendiente de los demás”. "Cada vez que visitaba a los condes en El Viso encontré a una Charo que se desvivía por su marido porque estuvo enfermo y encamado en su casa durante muchos años”, agrega.
También está del lado de Charo cuando se entera de que Ana María va diciendo que ella apartó a su marido de los círculos intelectuales para adentrarle en el mundo del corazón. “Charo tenía bastantes inquietudes culturales, no solo estaba pendiente de su imagen. Le gustaba la pintura, estaba al tanto de las exposiciones, leía a autores clásicos…” Ambos recordaban los tiempos en los que Tonia se sentaba en el front row de los desfile de Berhanyer en la pasarela Cibeles y Charo le decía que “defendía a la perfección los trabajos como si fuera una modelo profesional”. Las dos mujeres también coincidían en Sanxenxo, donde quedaban en verano en el Club Náutico y asistían a fiestas privadas.
Charo Palacios y Juan Carlos I
No hay que olvidar que Charo y Juanito se conocían desde niños. Julio Palacios, padre de nuestra protagonista, fue uno de los físicos más eminentes de nuestro país. Él fue uno de los encargados de acompañar a Albert Einstein en 1923, a quien incluso llegó a rebatir parte de su teoría de la relatividad. Ocupó varios cargos otorgados por Alfonso XIII y, debido a su relación con la monarquía, fue uno de los miembros del Consejo Privado del Conde de Barcelona, creado en 1946, cuando los Borbones se exiliaron a Estoril, uno de los vértices del triángulo dorado del país luso junto a Cascais y Lisboa.
La II Guerra Mundial provocó también la migración de los Habsburgo de Hungría, los Hohenzollerns de Rumanía, los Orléans de Francia, los Saboyas de Italia y los Sajonia-Coburgo-Gotha, que migraron a Portugal. Por tal motivo, Charo socializó entre las familias más destacadas de la época. Enseguida, Julio Palacios fue nombrado uno de los preceptores de Juanito, como llamaban familiarmente al príncipe de España. De ahí que Charo acudiera a fiestas de cumpleaños, meriendas y otros festejos a Villa Giralda, el chalé de los Barcelona en Estoril, donde intimó con las infantas doña Pilar y doña Margarita, especialmente con esta última.
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Sus correrías con Juanito derivaron en un amor frugal entre adolescentes. En esos pequeños circuitos de la alta sociedad decían en broma que formaban una bonita pareja y que podrían casarse. Sin embargo, lo único que se consolidó fue una estrechísima amistad por la que Charo estuvo invitada a la boda de Juan Carlos con Sofía en Grecia en 1962. El emérito y la condesa se han visto en multitud de ocasiones, muchas oficiales y otras privadas, pero hay que recordar las escapadas en moto a escondidas de Juan Carlos I a la residencia de los Montarco en El Viso. ¿Cuál era el motivo?
Un amigo cercano a la familia que pertenece a una de las grandes familias andaluces nos comenta que “atribuir la paternidad a una persona sin una prueba es algo que no se puede hacer. Deberían ser cautos porque Alejandra podría interponer una demanda y la ganaría”. A este respecto, el historiador Ricardo Mateos asegura que “Charo y Alejandra han sido muy discretas a lo largo de su vida y como en la actualidad ella está casada con Beltrán Cavero, también perteneciente a una buena familia, evitan cualquier escándalo y no se van a pronunciar. Son círculos impenetrables”.
Alejandra está viviendo un momento duro. No solo por ser pasto de los rumores, sino porque tras cuatro años casada está en fase de separación. En todo momento cuenta con el apoyo de su íntima María Zurita, hija de la infanta Margarita y del doctor Carlos Zurita, a quien considera como una hermana.
Charo, aristócrata muy trabajadora
A lo largo de su vida, Charo Palacios llevó a rajatabla ser una mujer independiente y libre. A pesar de haber frecuentado los círculos más elitistas de nuestra sociedad, y a diferencia de otras nobles que solo vivían para recibir, organizar fiestas y lucir diseños de alta costura, ‘la segunda condesa de Montarco’ se arremangó las mangas. “Elio Berhanyer era un genio, pero muy despistado -asegura ese apellido con gran raigambre en Andalucía-, así que Charo enseguida le ponía firme con mano dura.
Las correrías de Charo Palacio con Juanito derivaron en un amor frugal entre adolescentes. La alta sociedad bromeaba con que formaban una bonita pareja y podrían casarse
Ella fue la musa y relaciones públicas de este maestro de la alta costura que se la llevó a desfilar a Nueva York en 1964 en el pabellón español de la Exposición Universal, donde también pisaron la pasarela las gemelas Abascal, Naty y Ana María. La primera terminaría convirtiéndose en duquesa de Feria.
Luis, hijo pequeño de Naty, fue uno de los primeros novios conocidos de Alejandra. “Su relación se inició en el Sicab en Sevilla. Cada uno vino por separado y al encontrarse parece que Cupido se puso de su lado. Como dicen los franceses, vivieron un amour fou”, relata la misma fuente que no desea ser identificada.
Tras su boda con el V conde de Montarco su época como modelo finalizó, aunque no se desvinculó de la casa Bernhayer. Eso sí, en ese afán por querer seguir siendo independiente, a finales de los ochenta se asoció con Mari Cruz Soriano, la célebre presentadora y pianista de TVE, para organizar ferias y congresos en barcos rusos “de los de la hoz y el martillo” -enfatiza Soriano- cuya tripulación era mayoritariamente ucraniana. ¡Cómo han cambiado los tiempos!.
“Lo que te puedo decir es que era tremendamente trabajadora, inteligente, sociable, con carisma, muy divertida, se reía mucho de sí misma y se metía a la gente en el bolsillo”, apostilla Mari Cruz, que también describe cómo era en la intimidad con su gente. “Se construyó una casita en Rivas-Vaciamadrid muy humilde, a la que fue añadiendo habitaciones a medida que fue pasando el tiempo. Allí recibía a sus amigos más íntimos como Beatriz de Orléans, yo… Solía hacer una caldereta muy buena”.
Habla uno de sus primeros novios
Antes de casarse con el conde, Charo Palacios tuvo, al menos, dos novios, el millonario Pepe Gandarias y Quique Herreros Jr, hijo del mago de la publicidad del mundo cinematográfico que también llevó la promoción de importantes producciones como 'Sissi Emperatriz' (1955), protagonizada por Romy Schneider. A sus 96 años, Herreros nos recuerda que “de todas las mujeres a las que me he acercado, Charo era la que menos le gustaba a mi padre. Se llevaron muy mal desde el principio. Mi padre tenía un ojo… ahí están la Montiel y la Mistral. A mí Charo me gustaba, pero tenía un carácter durísimo. Yo, a su lado, era una oveja con lazo”.
Desde su domicilio madrileño, rodeado por todos los recuerdos de su padre, Herreros explica cómo empezaron "a salir a los quince días de la boda de Juan Carlos con doña Sofía" y estuvieron juntos hasta que se fue a Argentina con Samuel Bronston. “Salía con Emma Penella y coincidimos en un restaurante. Cuando miré a la cara de Charo fue como si me dijera ‘te voy a matar’. Era muy exquisita, pidió pescado y le dijo al camarero que le trajera una botella de vino tinto. Yo aquello no lo veía. El pescado va con el blanco. Entonces empezó a chillar a Emma, le dio un manotazo a la botella y le echó el vino tinto encima del vestido blanco. Emma me miró y me dijo: ‘¿tú has estado liado con esta hija de puta?’. Yo 'callao' como si estuviera en una procesión”.
Herreros habla de todo, pero se guarda un secreto. “Yo no fui el único amiguete que tuvo. Antes de la boda de don Juan Carlos, estuvo con alguien que ya murió. No puedo decirle quién es, pero era un apellido muy fuerte. Vivía en un chalé a las afueras de Madrid. No puedo decir nada más”.