En noviembre de 2017, Caritina Goyanes, hija de Cari Lapique, una leyenda de la sociedad española y una de las mujeres más elegantes de España, y Carlos Goyanes, hijo del productor Manuel Goyanes y nieto de Benito Perojo, uno de los cineastas más prolíficos del siglo XX, con emblemáticos títulos en su filmografía, como Un rayo de luz —la primera película de Marisol—y Mi último tango, de Sara Montiel, se sintió agotada, al límite.
“Mis hijos estaban fenomenal, mi relación con mi familia era sana, mi trabajo también… Lo tenía todo, pero yo me sentía vacía, triste”, cuenta a EL ESPAÑOL | Porfolio. El único “pero” era su matrimonio con su marido, el financiero Antonio Matos, con el que se casó en 2008 en Ibiza ante ilustres invitados como Naty Abascal o Paulina Rubio. La pareja había entrado en barrena hacía un tiempo.
“Cada vez que teníamos una pelea, eran gritos, surgía la idea de separarnos… Yo no respetaba esa pareja, probablemente porque no estaba bien”. En efecto, en aquella época, Caritina —“así figura en mi DNI”—, propietaria de Six Sens, uno de los caterings más demandados en bodas y actos de la alta sociedad, sufría de mucha ansiedad. “Hice yoga, mindfulness…. pero nada de aquello me servía. Hasta que un amigo me habló de hacer el retiro espiritual de Emaús, una experiencia religiosa basada en testimonios de vida de personas que se han encontrado con Dios”.
Caritina había estudiado en un colegio de monjas, el Saint Chaumond de Madrid, y, aunque se casó por la Iglesia, en concreto en la parroquia Es Cubells de la isla pitiusa, vivía “de espaldas a Dios”. “Me habían educado en ello, pero no era practicante. Ignoraba la religión. No iba a misa. Me casé por la Iglesia, pero, si me preguntas, por qué, no sabría responderte con coherencia. Era lo que se tenía qué hacer”, confiesa. Hasta que, como ya hemos dicho, hace seis años asistió a un primer encuentro de Emaús, una experiencia importada desde Estados Unidos en la que más de 35.000 personas aseguran haber encontrado la fe.
En España, además de Caritina, otras de sus participantes han sido Isabel Sartorius, Tamara Falcó, María San Gil, ex presidenta del PP del País Vasco, o el exministro José María Michavila. “Está hecho para todo el mundo. Te vas un viernes y vuelves un domingo. Hay gente de todo tipo. Pagas 130 euros y, en la parroquia o convento que lo realices, te dan de cenar, desayunar… y si hay gente que no puede pagarlo, se le beca, entre otras personas que tengan más posibilidades”, explica.
Emaús llegó a España en 2009, pero no vivió su propio “boom” hasta 2015. El primer sacerdote que lo acogió fue el padre Enrique González, de la parroquia de San Germán de Madrid, donde todavía se ofrece este servicio espiritual. “He visto matrimonios rotos que se han perdonado y han recuperado el amor, hermanos que se han reconciliado, personas que no entendían su sentido de la vida y ahora comprenden que Dios los ama”, dijo el sacerdote a Alfa y Omega. Sin embargo, lo que sucede en Emaús es secreto.
Pregunta.– ¿Por qué tiene ese halo misterioso?
Respuesta.– Lo primero de Emaús es que es un retiro testimonial y en el que la gente va y se abre en vena y cuenta cosas que quizás ni su familia conoce. Abres el corazón sólo para la gloria de Dios y para que te ayuden. Eso por un lado. Y luego, si te cuentan todo, es como si te hacen un regalo y te lo abres antes…¡Pues vaya gracia!
P.– ¿Se sabe que la gente recibe cartas de familiares cercanos?
R.– Sí y supone una alegría muy importante. La más especial fue la de mi marido.
P.– ¿Cómo fue esa primera experiencia?
R.– ¡La pera! Iba sin ganas. No me apetecía nada porque era el único fin de semana que libraba y me apetecía quedarme en casa con Matos [así llama a su marido] y mis hijos, Pedro y Minicari. Desde el primer momento me gustó mucho. Ves cómo ves cómo todo te va tocando el corazón. Pasas el fin de semana con laicos, personas como tú y como yo, no son monjas y curas. Se hacen una serie de actividades y dinámicas, escuchas unas charlas testimoniales de cómo hay personas, con la vida patas arriba o no, que han tenido un encuentro con Dios y lo que él ha hecho con su vida. Y es impresionante. Poco a poco, te va tocando el corazón. Sales volada, llena de un sentimiento de amor brutal.
P.– ¿Su vida es mejor que antes?
R.– No la puedo comparar. Para mí es brutal. Suelo hacer dos al año.
P.– ¿Tuvo algún director espiritual?
R.– No, fue en Emaús donde Dios me tocó el corazón. A otros les sucede en una peregrinación o, sencillamente, rezando un Padrenuestro. Yo buscaba en sitios donde no se tenía que buscar hasta que me sentí amada por Dios. Vas a pensar que estoy chiflada, pero es verdad. Cuando pones a Dios en el centro de tu existencia, todo es mejor. En esta vida, es muy difícil saciarnos, siempre queremos más, pero lo mundano es finito. Para mí, la mejor sensación del mundo es estar bañándome en el mar pero, cuando salgo, eso se acaba. Todas las cosas del día a día son mundanas. Yo tenía miles de planes, miles de amigos, mucho trabajo, pero no estaba bien y lo único que me ha hecho estar bien es sentirme amada por él. Voy a misa siempre que puedo. Rezo, pero no como un papagayo, pero sí he aprendido a dialogar con Dios.
P.– ¿Y se siente escuchada?
R.– Sí. Le pido que me mande algo que me haga tomar una decisión y, de repente, veo un cartel por la calle que me inspira o te llama alguien por teléfono y te dice la frase que estabas esperando…
P.– ¿Nunca ha tenido dudas de su fe?
R.– No, es un camino en el que te encuentras muchas piedras, pero al final el amor todo lo puede. Si todo lo haces con amor y caridad, lo haces bien.
P.– ¿Cree que, en estos tiempos de incertidumbre, estamos más cercanos a Dios o más alejados?
R.– Hay dos extremos: el que está muy unido o el que está muy separado. Yo ahora lo pienso y es una pena que la gente viva de espaldas a Dios, que se lo pierda. Puedo hablar y debatir siete horas. Hay mucha gente cabreada con el mundo y va al ataque de la Iglesia. Y, por supuesto, pienso que hay temas, como el abuso o la Inquisición, que han sido gravísimos. Hay que ver lo malo, vale, pero también lo bueno.
P.– ¿Emaús cambió su matrimonio?
R.– Los problemas siguen. Seguimos discutiendo porque el tupper del queso está mal cerrado, pero los problemas están enfocados desde otro punto de vista. Hemos pasado de la destrucción a intentar solucionar. No es que ahora tenga una vida ideal, seguimos peleando, pero Emaús cambió nuestras vidas. El retiro en sí es un chute, pero el lunes llegas a tu día a día. Para mí fue el principio de un camino. Es muy difícil que te cambie el corazón al cien por cien. Te enciende la llama. Puedes decidir ir a por todas o no. Yo me lo tomé al cien.
P.– ¿Cómo reaccionó su marido?
R.– Él pensó que era una de las cosas más de todas las que hacía. Empiezo esta dieta, ahora me apunto a mindfulness, mañana empiezo clases de golf y… a los tres meses, me aburro. Pues al principio pensó eso, pero me tomó en serio cuando vio que mi actitud iba cambiando. No te transforma al instante la vida: es la que tienes. Te cambia la perspectiva, cómo la miras, ir pasando por la vida o vivirla. Eso es lo que te enseña.
P.– ¿Convenció a su marido para hacerlo?
R.– Al principio se lo pedía y no quería. Al cabo de un año cuando él vio cómo reaccionaba yo, dijo, ¿por qué no? Sobre todo porque vio la paz con la que vivía las cosas. Lo hizo y también le impactó. Luego hizo la maratón de Nueva York y me dijo: “Iba hablando con Dios en todo momento”.
P.– ¿Se ha convertido en una especie de gurú de Emaús para más personas?
R.– Yo siempre animo a la gente. Al sentir toda esa felicidad, te da rabia y pena que la gente que está al lado tuyo se la pierda. Cada uno tiene su momento, no intento convencer ni dar el rollo. Forzar puede ser incluso contraproducente, pero estoy detrás de mi hermana Carla a ver si se anima. Siempre pido por mis niños.
P.– Estos últimos años han sido duros para su familia, falleció su tío, Alberto Cortina, su abuela, Nena Perojo, amigos de la familia como Fernando Fernández Tapias… ¿Cómo ayuda Emaús en ese sentido?
R.– Ayuda mucho si sabes que lo que viene es mejor. Lo vives todo de otro modo, aunque, ojo, yo me quiero morir… En definitiva, aprendes a vivir con un amor y una paz que yo no tenía.
P.– ¿Cuál es el mayor acto de amor que ha sentido que Dios ha tenido con usted?
R.– El hecho de enseñar y capacitar a amar y a perdonar.
P.– ¿Y tú con él?
R.– No lo sé, porque no soy tan buena como él. Nunca va a ser correspondido el amor que me tiene él.
P.– Estaría bien terminar la entrevista con una frase parecida a la de Tamara: “Dios es como un móvil que no necesita cargador”.
R.– No quiero decir ninguna tontería, pero ya te dije en otra entrevista, una divertida, como lo es Tamara: “Se puede rezar hasta haciendo croquetas”. Y es verdad, lo mejor es hacerlo en un momento de paz, pero cualquier instante es bueno para conectar con Dios.