Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial poblaron el cine con historias de ciencia ficción en las que la amenaza alienígena servía como trasunto al temor a un apocalipsis nuclear o a la infiltración de esos malvados comunistas rusos que venían a corromper el estilo de vida americano. Esos extraterrestres, conocidos cariñosamente como ‘marcianitos’, llegaban siempre en platillos volantes y por más que procedieran de diferentes planetas tenían un aspecto muy similar: eran seres alargados, con la cabeza abombada y unos dedos larguísimos. Tenían, sin duda, una inteligencia superior, pero fallaban siempre en lo básico; eran incapaces de vestirse correctamente. Les pasa lo mismo a muchos terrícolas, aunque si estos podían comunicarse con otras galaxias, qué menos que desarrollar un mínimo sentido estético para no intentar pasar desapercibidos con las primeras ropas de mujer que encontraran en un armario, como le sucedía a E.T. No sólo era cosa de las películas, ocurrió algo muy parecido en Murcia en 1947.
Aquellos primeros días de mayo estaban sucediendo cosas muy extrañas en los campos de Jumilla. Próspera Muñoz tenía sólo ocho años, pero recuerda ahora -luego explicaremos por qué- cómo en la finca de su padre un día aparecieron dos ovejas sacrificadas con sus órganos reproductivos perfectamente extirpados sin que se apreciara una sola gota de sangre por el suelo. La señal. Luego llegó una luz resplandeciente pasada la puesta de sol, un extraño coche -o lo que parecía serlo- y un perro que no paraba de ladrar de una forma inaudita, como no lo había hecho nunca. Cosas muy raras, stranger things en Jumilla. Pero bueno, quién iba a pensar… Así que Próspera y su hermana se fueron esa noche a dormir y mañana sería otro día.
Anita, de 12 años, y ella eran las pequeñas. Aún iban al colegio, mientras que sus otras dos hermanas mayores trabajaban ya en una cafetería que tenían sus padres en el pueblo. En la finca su padre y su tío cultivaban el campo. Por allí sólo pasaban pastores, el ganado y algún que otro viajero perdido. Por eso, cuando a la mañana siguiente un haz de luz las despertó, no podía ser nadie de la zona. “Al principio pensé que era mi padre que venía en coche de cazar. Pero no, era un aparato blanco plateado, que brillaba con el sol y volaba a ras de tierra. Cuando se acercó, vi una especie de disco con una cúpula transparente en medio, de la que bajaron dos señores”, cuenta la mujer. “Iban con un mono blanco, que yo no había visto nunca antes en mi pueblo, y un casco con forma como de pecera”. Primer fallo de raccord, a Murcia -dice Próspera- no había llegado todavía ese modelo de monos blancos.
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Su hermana se apresuró entonces a bajar la persiana y, por mucho que Próspera insistió para contemplar ese espectáculo nunca visto, la mayor le pegó “dos pescozones y se acabó”. Cerraron la puerta con llave, pero qué clase de extraterrestres serían estos si no fueran capaces de abrir una simple puerta de una casa de campo. “Cuando nos dimos cuenta había dos señores allí pidiéndonos un vaso de agua. No hablaban, pero nosotras los entendíamos perfectamente, tenían un poder mental muy fuerte. Uno tendría unos cuarenta y tantos años y el otro debería tener unos 25 o 28”. Hasta ahí, tampoco eran tan raros. “Pero luego me di cuenta de que tenían unos dedos muy, muy largos con los que abarcaban todo el vaso. Les faltaba el pulgar, tenían cuatro dedos. Hicieron el amago de beber, pero nunca llegaron a ingerir el agua. Además, tenían la cabeza muy voluminosa y unos ojos enormes, como rasgados, eso fue lo que más me impresionó”, rememora la señora al teléfono. El retrato robot coincide más o menos con el de las películas. Y no, no podían ser los reflejos del sol.
Los visitantes habían aprendido idiomas por ciencia infusa y ya ha quedado dicho que eran capaces de expresarse en perfecto castellano sin necesidad de abrir la boca. “Nos dijeron: ‘Mira, hemos venido a contaros que venimos de Venus, pero no el Venus que vosotras conocéis’. Y la verdad es que yo me quedé igual, porque yo de Venus y todo eso todavía no tenía ni idea. Pero nos explicaron que nosotras habíamos venido a este mundo voluntariamente, con amor y la misma categoría y dignidad de Dios. Yo casi no entendí nada”, reconoce Próspera. Normal, con ocho años. Y entonces le llegó un mensaje igual de críptico, pero aparentemente mucho más trascendental. De entre las dos hermanas la eligieron a ella y le explicaron que su misión sería transmitir “todo su proyecto, todo su trabajo al mundo entero”. “En ese momento yo me sentía como una adulta, mi sensación era que lo sabía todo, pero al mundo entero… madre mía, yo no sabía cómo iba a hacer eso”, suspira.
El caso es que los enviados le revelaron su misión, cogieron su platillo y se fueron. Su tío debió intuir algo, porque asegura Próspera que unas horas más tarde le contó a su padre que había visto a “unos individuos”, pero que había salido corriendo detrás de ellos y no les pudo decir nada porque se quedó “paralizado”. “Se subieron a una especie de huevo brillante y se fueron volando”, le dijo el tío al padre. “Y no creas que la respuesta de mi padre fue menos rara, porque lo normal hubiese sido decirle que estaba loco. Él, en cambio, no le dio ninguna importancia”, con lo que la niña entendió que todo formaba parte del plan de sus nuevos amigos. Y con el terreno preparado, esa noche volvieron para la fiesta final.
Encuentros en la tercera fase
La diferencia es que esta vez a la muchacha no le pilló por sorpresa. Cuando se despertó a medianoche vio al mayor de aquellos seres, al que ella llama “el jefe”, junto a “un montón de gente vestida de campesina pero con unos trajes de pana que no eran los que llevaban los trabajadores de aquella época, aquí no había dinero para ello”. Ay, de nuevo, el vestuario… “Había algunos muy altos, muy altos, y parecían como de metal. Ahora entiendo -prosigue- que eran robots. Salí con ellos al campo, uno llevaba mi perro en brazos y otro iba arrastrando un olivo que había arrancado del campo. Así hasta que llegamos hasta un aparato igual que el que vino por la mañana pero mucho más grande, siempre digo que era como un chalet de dos pisos, con mucha gente trabajando en la cúpula”.
Había llegado la nave nodriza, imaginen ‘Encuentros en la tercera fase’. “Entré allí y sí, tenían unas consolas con pantallas, pero me hicieron subir por una escala que yo digo: ‘mucha tecnología, mucha tecnología, pero al mismo tiempo ves cada cosa que vamos…’ Como con un andamio, no sé, muy precario”. Para que vean que no todo lo de fuera siempre es mejor.
Próspera recuerda la experiencia con todo lujo de detalles, la ha contado mil veces en charlas, conferencias y programas de televisión. Pero aquí el relato se hace más delicado. Afirma que la sentaron en una camilla y que durante horas le estuvieron tomando muestras de todo su cuerpo que después “estudiarían en sus universidades”. “Pusieron especial interés en el examen ginecológico, pero lo hacían todo con una disciplina casi militar, con una lógica totalmente científica”. Sostiene que había cuatro o cinco hombres y dos mujeres, y que una de estas tenía el cabello más largo y los ojos no tan rasgados, lo que demostraría que “su madre había nacido en la Tierra y que está claro que están gestando híbridos”.
El viaje a otra dimensión concluyó horas después sin haber salido de Murcia por puro infortunio. “Me dijeron que al terminar me darían una vuelta por la Tierra, pero yo en esos momentos estaba yendo al otorrino por una infección y, aunque éste me había dicho que ya estaba curada, ellos observaron que no era así y que con el oído mal no se podía hacer el viaje”. Vaya mala suerte, perderse un viaje sideral por una simple infección de oído… “Ya, pero si en un avión ya lo pasas mal, imagínate…”.
“Recuerdo que al terminar vino uno de aquellos mimos y le dijo al jefe que habían aprovechado el tiempo para corregir el túnel de luz y ponerlo pegado a la puerta de la nave. Así que estarán muy avanzados, pero todopoderosos no son, tienen sus fallos igual que nosotros”. Una de las tripulantes intentó entonces llevarse a la niña con ellos -”mira que bonita es”, le decían-, pero el “jefe” se negó, en pos de su investigación científica. De modo que los alienígenas optaron por lo que debería hacer y no hace toda persona prudente cuando la fiesta no da más de sí: volver a su casa. Devolvieron a la niña a su cama y le advirtieron de que durante años viviría una amnesia selectiva que le impediría recordar.
- ¿Una amnesia provocada por ellos mismos?
- No, pobrecicos míos. Me dijeron que al volver al colegio y a mi ambiente habitual me harían un lavado de cerebro. Pero eso fue la educación franquista, que dejó la enseñanza en manos de la Iglesia.
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El despertar
Próspera tiene ahora 84 años y una memoria prodigiosa; quizás demasiado, pensarán algunos. Pero no siempre fue así. “Comencé a recordar en el año 79. Estaba leyendo un libro de un investigador llamado Antonio Rivera en el que un testigo relataba un avistamiento y dije: ‘eso lo he visto yo’. Me vino un flash, comencé a recordar todas las películas de platillos volantes que estaban poniendo entonces en televisión, hasta que comprendí que no era ninguna película, que yo había visto esos cacharros con mis propios ojos”. La mujer comenzó a rodearse de parapsicólogos y se sometió a sesiones de hipnosis, de las que “al principio no salió nada pero en las que luego fueron apareciendo recuerdos”.
Los OVNI's nunca han dejado de estar de moda, pero en aquellos años el psiquiatra Fernando Jiménez del Oso había trasladado el interés a la televisión. Era una buena época para las revistas especializadas y se organizaban conferencias en las que Próspera se convirtió en una habitual. A una de ellas, en 1983, acudió también un periodista del diario ‘El País’, que le dedicó una página en la que aseguraba que “la secuestrada” era “objeto de todo tipo de averiguaciones por los más prestigiosos investigadores de este fenómeno” y que “los estudiosos del fenómeno ovni consideran de extraordinario interés la experiencia de Próspera Muñoz”. Comenzó a difundirse la idea de que su caso era el más supuesto más verosímil de abducción por parte de extraterrestres ocurrido en nuestro país. Y pasaron a entrevistarla en televisión y a invitarla a los medios, hasta que en la década de los noventa “todo eso se convirtió en un circo”. Ya saben, la llegada de las televisiones privadas, ‘Crónicas marcianas’ y la fábrica de frikis.
Ella nunca ha variado su discurso hasta hoy. Si uno lee aquella crónica de ‘El País’ de 1983 y la escucha durante las más de dos horas que ha durado esta conversación al teléfono no encontrará contradicciones. Asegura que en el momento en el que empezó a “recordar” su hermana Anita también regresó de la amnesia inmediatamente. Era algo que estaba en la mente de ambas, pero de lo que nunca habían hablado.
Reencuentros
Tras esos días raros de 1947, Próspera dice haber vuelto a ver a aquellos extraños seres en otras cuatro ocasiones. La primera cuando ella tenía 14 años y había empezado a trabajar, como sus hermanas, en el bar de sus padres. La segunda, en plena adolescencia, en la playa de San Juan de Alicante, donde se había trasladado la familia. La tercera, en la misma ciudad, cuando acababa de tener un hijo y había cumplido 33 años. Y la última, siendo telefonista en Gerona, por 1980. Y siempre les pillaba por lo mismo, por sus atuendos. “La última vez vinieron con camisas floreadas y pantalón corto. Y había una chica con una peluca, que madre mía... O sea, que siempre se visten pero se equivocan en algo”.
Volvían de ruta por la Tierra, según Próspera, para comprobar que ella estaba bien. Pero esa última vez había iniciado ya su etapa de “asimilación” y los agentes secretos consideraron que cualquier nuevo contacto podría “ser peligroso”. La mujer ha tenido una vida plena, estudió para maestra, dio clases en colegios privados, montó su propia escuela, trabajó como telefonista hasta su jubilación y nunca ha visitado a un médico especialista para contarle lo ocurrido. Ahora, pasados los ochenta, ha vuelto a Jumilla para vivir con uno de sus hijos y se ha convertido en youtuber, con colaboraciones con canales dedicados a la parapsicología y al misterio como ‘Buscando la realidad’, entre otros.
- Y en todo este tiempo, Próspera, ¿no ha dudado nunca de lo que pasó?
- Claro que he dudado, cómo no voy a dudar. Llegué a pensar incluso que podía ser un experimento americano, yo qué sé, cualquier cosa. Me ha costado mucho entenderlo y lo que sí te digo es que ellos quieren venir a ayudarnos. A ayudarnos en una evolución trascendente.
Esto sus padres nunca lo entendieron y sus hijos tampoco lo terminan de tomar en serio. “En mi casa nunca creyeron en nada ni me educaron desde un punto de vista religioso. Mi padre me decía que pensáramos como nos diera la gana y que obráramos en consecuencia”, asevera la mujer. Y otra cosa no, pero eso lo ha seguido a rajatabla. “Mucha gente me dice, pero ‘¿tú te crees todo esto?’ Y yo siempre repito que no es que crea nada, repito lo que me dijeron y ya está. Ellos vendrían por sus intereses, nadie hace nada si no tiene un interés, pero a mí me trataron con tal respeto que sólo puedo hablar de ellos con cariño”. Ni siquiera Próspera sabe cuál era el objetivo de esos seres desconocidos que un día aparcaron su nave en Murcia, pero le dijeron que su misión era dar a conocer su existencia y ella ha cumplido su parte del trato.