17 marzo, 2024 01:57

No estar enamorado es imposible, dijo Antonio Gala: "De una cosa o de otra, de una persona o de otra, de una idea o de otra, pero el amor, de verdad, es el motor del mundo, si no el mundo se detiene". Sin embargo, Jon Imanol Sapieha Candela (1963), conocido como El Sapo, el mayor ladrón de la historia de España, que traficó con hachís en el Estrecho, que entró a robar en casa de las Koplowitz, que se llevó todo lo que pudo del banco de Yecla en 1998, el hombre que quemó el Windsor, que tiene escuelas y una reserva de rinocerontes en Kenia y vende armamento militar, no conoce el amor. "El amor para mí es una ilusión. Nunca en mi vida he estado enamorado. No tengo espacio para querer a alguien más que a mí mismo".

Durante su etapa delictiva tuvo tiempo para casi todo, pero nunca estuvo programado para amar un hombre que se ha casado y divorciado hasta en tres ocasiones. Tuvo otros tantos hijos con mujeres distintas, dos de 24 años, con tres meses de diferencia, y una con 14. "He sido fatal padre. Solo he sido buen padre económico. No puedo hacer nada contra ello, pero es así", dice a EL ESPAÑOL | Porfolio en una azotea junto al Banco de España.

¿Qué piensa cuando los ve crecer? "Algunas veces me enfado, otras veces estoy contento… Es la evolución. Cada uno lo hará como quiera. No puedo hacer nada contra los gustos de la gente. Puedes luchar contra ello, pero…", apunta el exmiembro de la armada francesa.

[Cuartango: “Sánchez no es de izquierdas. Yo creía en él, le voté, pero ha convertido el Parlamento en un mercado persa”]

Pregunta.—¿Le gustaría que alguno fuera como usted?

Respuesta.—No. En 2024, no.

P.—¿Y en 2034?

R.—Todavía menos. Estarían presos, o muertos, o condenados de por vida. Hay cosas que se podían hacer hace 10 años y que ahora no se pueden volver a hacer. Si las haces estás abocado a colaborar con la justicia permanentemente o a pasar la vida preso.

El Sapo charla con EL ESPAÑOL | Porfolio de manera distendida. Se muestra tal y como es: lleno de contradicciones, a veces de mentiras, de medias verdades, de mentiras a medias y de verdades completas. Un ladrón que ataca la Ley de Amnistía —"me habría gustado para mí, no para políticos corruptos"— mientras explica por qué sería un buen dictador o qué haría si tuviera el mundo en sus manos.

El Sapo posa delante del Banco de España antes de la entrevista con EL ESPAÑOL.

El Sapo posa delante del Banco de España antes de la entrevista con EL ESPAÑOL. David G. Folgueiras

Jon Imanol Sapieha Candela o Juan Manuel Candela Sapieha —no aclara cuál es su verdadero nombre— ha dejado de ser una sombra que huye de la justicia: "Soy muy mayor para hacer cosas ilegales, no tengo tiempo de entrullarme". Ahora enseña sus mayores fechorías en Sapo S.A., su serie documental de Prime Vídeo.

Ahí narra también cómo ha colaborado con algunos estados o servicios de inteligencia. "Yo he estado en esa otra parte como quién dice. No sé sabe muy dónde he estado. Hay varias versiones sobre dónde he estado y lo que yo hacía. Ahí sí que no te lo puedo contar todo", apunta durante la entrevista. Su vida se podría resumir en aquello que le inspira: "El vivir bien, el disfrutar cada momento al máximo, como saltar en paracaídas. Vivir como si el paracaídas no se fuera a abrir en el próximo segundo".

Sin interés en vivir

Además de para el amor, Sapieha tampoco tuvo tiempo nunca para el descanso. Duerme, como recomiendan los influencers de hoy, cuatro horas y media a lo sumo. "Descansaré cuando me muera. Cuando tú duermes estás muerto. ¿Por qué quiero morir estando vivo? Ya tendré la eternidad".

El Sapo lo ha tenido todo. "No lo he tenido todo", recrimina. Entonces, ¿qué le falta? "Ahora mismo no quiero nada más".

P.—¿Y si no quiere nada para qué vive?

R.—Ah, no tengo interés particular en vivir. Ni en morir. Esa ha sido posiblemente una de las fuerzas de mi vida, no tener la necesidad de vivir, ni miedo de vivir, ni de morir, estar preso o libre… Entonces, es muy difícil presionarme.

El Sapo posa tras la entrevista.

El Sapo posa tras la entrevista. David G. Folgueiras

P.—Bueno, ahora eso ha cambiado porque teme la cárcel.

R.—No tengo miedo, es que no tengo tiempo. Pasé muy buenos momentos en la cárcel, lo pasé muy bien en el trullo. No hubo ninguno malo. Fue más inspirador que mi tiempo en la universidad. Mucho más.

P.—¿Cómo vive sin amor?

R.—Queriéndote a ti mismo. Ya no es sin amor. Tienes tanto amor por ti que no tienes tiempo para amar a nadie más. Es una broma (risas). Se puede vivir, quieres cosas. Además, el amor, con el tipo de preparación que he tenido en mi vida, no estaba incluido en lo que yo podía tener. Hasta los 36 años, mi relación más larga fue de cinco días. Primero fui militar, luego las fuerzas especiales no te lo permitían… Nunca he sido programado para vivir tanto. Nadie pensó que viviría tanto. Si no, en vez de hacerme firmar un contrato de confidencialidad de 25 años me lo hubieran hecho firmar de 50. La gente de mi alrededor murió hace mucho tiempo.

P.—¿Con quién tiene firmados esos contratos?

R.—Con el Estado francés en su tiempo. Porque estaba en la Armada. Ahora no firmo nada.

P.—¿Ahora lo contaría todo?

R.—Todo no. Tengo que reservarme algo para la tercera parte del documental, si no me mata mi agente. Ya me mira con mala cara.

P.—¿Por qué ha decidido contarlo todo en su documental de Prime Video, Sapo S.A.?

R.—No lo cuento todo (risas). Lo hago por diversión. Me divierte contar mis recuerdos porque no puedo volver a hacer lo que hacía.

P.—¿No puede volver a hacerlo?

R.—Podría, pero tendría que entrenar mucho. Sobre todo, no estaría movido por una necesidad.

P.—...

R.—...Tampoco he estado nunca movido por una necesidad. Yo no he sido un criminal por necesidad, lo he sido por elección. Podría haber hecho multitud de cosas, tengo la misma carrera que usted, estudié Periodismo, después estudié Derecho en el trullo… Podría haber hecho miles de negocios sin ser delincuente, lo que pasa es que era muy divertido. Además, no era un delincuente, estaba de los dos lados al mismo tiempo.

El Sapo en un pasillo subterráneo.

El Sapo en un pasillo subterráneo. David G. Folgueiras

El Sapo periodista

A Sapieha le encantan las cámaras. Jugar con ellas, dispararlas, retratar el mundo. Cosa distinta es estar delante de ellas. Ahora se muestra, pero no demasiado, siempre fue una sombra. Ha hecho su documental, pero no ha dado más entrevistas que la que usted lee.

Otra cosa es que le gusta mucho es la lectura. Se defiende seguidor de Arturo Pérez Reverte. Sin embargo, lo que dice llevar de libro de cabecera allá donde va es el Código Penal de cada país.

P.—Hablando de leyes y penas, ¿qué le parece la Ley de Amnistía?

R.—¡¡Uh!! (risas). Eso es política española. Me hubiese encantado la ley de amnistía si me hubiesen amnistiado a mí, pero amnistiar a un montón de políticos corruptos, huidos… No. Además, tienes un presidente que vende un país en nombre de su propio orgullo para seguir en el poder. Lo vendió todo. Nadie lo puede tomar en serio, ni aquí ni en otro país.

P.—No parece tener demasiada simpatía por Pedro Sánchez.

R.—¿A quién le cae bien? Solo a sus seguidores. Incluso, está perdiendo votantes.

P.—¿A El Sapo le enfada la corrupción?

R.—No me enfada la corrupción; me encanta la corrupción.

P.—¿Entonces?

R.—Me encanta la corrupción, corromper el poder para obtener algo. Me gustaba mucho. Ahora no lo necesito, entonces cambias un poquito de forma de pensar. Mi padre era comunista y acabó siendo capitalista (risas).

P.—¿Y usted qué es?

R.—Yo soy totalmente apolítico, sería un perfecto dictador.

P.—¿Por qué?

R.—Porque tendría el poder por las armas y no dejaría que nadie lo cogiera votando (risas).

P.—¿Tiene ansia de poder?

R.—No, no me gusta el poder. Yo en el pasado no era conocido, daba órdenes pero nadie lo sabía, estaba en la sombra.

P.—Quizás por eso llame la atención que quiera salir ahora a contar su vida.

R.—Ahora no me importa. Ahora no tengo nada que perder. Y que ganar, algunas cosas. Se liga más con algunos artículos (risas).

P.—Me llama la atención esa relación con Dani Esteve, una persona que lucha contra las ilegalidades.

R.—Tengo buena relación con policías, guardias civiles, jueces… En el documental aparecen guardias civiles que llevan toda la vida detrás de mí y no hablan mal. Yo tengo relación con políticos, con gente de derechas, gente de izquierdas… Con gente de todo color, creencia política, creencia religiosa… Soy totalmente ateo, pero tengo amigos religiosos.

P.—¿Cuáles son sus líneas rojas?

R.—Cosas que nunca haría: tráfico de órganos, tráfico de animales, trata de blancas, esclavos… Cosas que vayan contra las personas. Contra los bienes de las personas, pues siempre tuve una visión: a mí nunca me iba a faltar de nada si tú tienes algo, porque te lo iba a quitar. Mi límite es al nivel de las personas, no de las cosas.

Tú me dices: vendes armas. Por supuesto, pero si no lo hago yo lo hacen otros. Cuando yo estaba en la Armada, nunca pregunté quién vendía los misiles que me caían encima de la cabeza. Es un negocio, la guerra es un negocio. Sin negocio no estaría ni la guerra de Ucrania. ¿Crees que Rusia necesita territorio? No necesita territorio, es simplemente para terminar con el material antiguo. Todo es negocio, el mundo es negocio, las noticias son negocios… Tu amigo Putin acabó con el Covid, después otro acabó con algo, otro acabará con lo de Israel, luego acabará con todo lo de los políticos y las mascarillas… Todo es negocio.

P.—Y le da igual.

R.—Yo no soy justiciero, no llevo antifaz. ¿Me ves con un antifaz? Yo no soy un justiciero. Yo voy con mi visión personal, como todo el mundo, lo que pasa que yo lo digo.

P.—Usted es sincero y la gente no.

R.—Claro. Bueno, no conozco a todo el mundo, no estoy aquí para juzgar. Como empiece yo a juzgar a la gente, la hemos cagado (risas).

Yecla y el Windsor

El Sapo contesta a todas las preguntas sin problemas. Para eso está aquí. Cuando está cómodo se explaya; cuando no quiere hablar, sale con una evasiva. Corto, tajante, al pie. Tiene una personalidad peculiar. Psicopatía lo llaman en su propio documental. A él le da igual lo que piense la gente. 

Como muestra un botón: quiso hacer una fiesta en Yecla invitando a todas las personas a las que había robado tras entrar en el banco murciano. "Me lo desaconsejaron, me dijeron que me iban a apedrear", afirma.

El Sapo señala a su agente durante la entrevista.

El Sapo señala a su agente durante la entrevista. David G. Folgueiras

La sonrisa irónica deja paso a veces a las carcajadas. Otras, a la seriedad. "Quizás a la gente pueda molestarles mi personalidad, que puede parecer arrogante", aduce.

En realidad, muchos lo ven como un fanfarrón, no creen que cometiera los delitos que él dice. No le importa: "A nadie le gusta el éxito de los demás. Muchas veces la gente no te reprocha por un dilema moral, sino que ellos no son capaces de hacerlo. Ahora los programas que tienen éxito son el true crime. Documentales donde ves a criminales, traficantes de droga… Hace unos años esto no tenía éxito, en otros países no lo tiene. Vivimos en un país de cotillas, donde todo el mundo quiere saber cómo viven los demás".

P.—Hablemos del Windsor. ¿No se podría reabrir el caso?

R.—Está prescrito civil y penalmente, de otra forma no lo contaría (sonríe). Y, si no, mataría a mi abogado (risas).

P.—¿Cómo se puede quemar ese edificio y no tener luego remordimientos? Se va usted a dormir.

R.—Casualmente, hace una semana comí con alguien que se enriqueció con aquello. No lo conocía de nada. El tipo es chatarrero, compró la chatarra del Windsor y ganó una fortuna. Los que destruyeron el Windsor, ganaron dinero. Los que tenían oficinas cobraron los seguros, los que hicieron otra torre se forraron. Todo es relativo. Piensa que cuando se hundió el Titanic fue un gran día para las langostas (sonríe).

P.—¿Y si hubiera muerto alguien?

R.—Hicimos las cosas bien. No se muere nadie si no quiero que se muera alguien.

P.—¿Seguro?

R.—Siempre.

P.—La otra parte de su vida es la salvación del Alakrana.

R.—Eso es un trabajo. Hace poco hicimos una operación parecida con Somalia. Yo tengo una oficina en el aeropuerto, una compañía de seguridad donde hacemos operaciones especiales para organismos oficiales. Pero era un trabajo, nada más.

P.—Solo pretendía ganar dinero.

R.—Exactamente, si hubiera sido un barco norcoreano, cuyo presidente me cae fatal, lo habría intentado salvar también si hubieran pagado.

El Sapo a la salida del metro de Banco de España.

El Sapo a la salida del metro de Banco de España. David G. Folgueiras

El mundo

Sapieha es un organizador, tiene don de mando. Cuando llega a la entrevista, se pone a disposición del fotógrafo, le tranquiliza: "Tú estás aquí para hacer fotos, yo para posar, él para preguntar, yo para responder...". El relativismo guía su vida. Todo le da igual, lo importante es el dinero. 

P.—¿El mundo es bueno o es malo?

R.—El ying y el yang, eh… No hay yang, no hay ying… Ni bueno ni malo. No llueve a gusto de todo el mundo. A mí me gustaba por ejemplo que lloviera en España. Para robar un banco era mucho mejor un día de lluvia, porque no hay nadie en la calle.

P.—Puede ser un peligroso. La gente estará en las ventanas.

R.—No, cuando hace frío nadie quiere estar en la ventana toda la noche. Puede haber una viejecita, pero no durará mucho.

P.—¿Cambió mucho el crimen desde que usted lo ejercía hasta que lo dejó?

R.—Mira cómo están las calles. En mi época Madrid era más controlado, había menos violencia… Lo teníamos más controlado también porque creando violencia creas represión. Si disparas, te disparan. Si tú puedes cometer delitos sin usar armas, no te tratarán igual que si vas disparando. Yo nunca he disparado a un policía.

P.—Pero llevaba armas.

R.—No las usaba. De uno a tres años pasaría a ser de 8 a 12 de cárcel.

P.—¿Cómo le afectó la reforma del Código Penal en 1995?

R.—A mí me agarraron en el 95 con 8 toneladas de hachís y me condenaron con el nuevo Código cuando a todo el mundo le condenaban con el antiguo. Me afectó para mal, pero me daba igual, solo pasé preso un año más que los demás. El tráfico de drogas nunca ha sido mi fuerte.

P.—Y eso que ha robado barcos…

R.—También. Cuando robas droga a un idiota, le robas 20 años de cárcel, te lo tendrían que agradecer (risas).

P.—¿Vio lo ocurrido en Barbate?

R.—(Le piden con gestos que pare). Sí, sí, estaba en África y lo vi de lejos. Tengo una opinión personal, pero no te la voy a dar. Te voy a dar una opinión personal limitada porque me están mirando con mala cara. Mi opinión es que la culpa la tienen los que le han pasado por encima con el barco, pero la tienen los jefes de los que mandaron a esos cuatro submarinistas en una zódiac contra un equipo de gente con motores de mil caballos. Era como atacar un elefante con un equipo de ratones, eh.

P.—¿Usted se arrepiente de algo?

R.—No. No mucho. No, no, no. Lo pasé muy bien.

P.—…

R.—¡¡Jo, sí que me arrepiento!! Me arrepiento de haberme casado con mi última mujer. Me arrepiento todos los días. Si quieres que me arrepienta por algo, ahí me arrepiento. Lloro por ello. Me tenía que haber quedado con la segunda.

P.—¿Cómo vivió la época Covid?

R.—Viajando. A mí no me afectó en nada. Viajé en aviones privados, moviéndome por España de un lado a otro, con un papel que me pidieron una vez. Pasé decenas de controles, pero siempre del lado contrario al mío, iba de Marbella a Madrid, de Madrid a País Vasco, de allí a Monforte de Lemos, aterrizaba en Zaragoza… Me han parado una vez. Una vez a pie y otra vez en coche.

P.—En aquella época hubo mucha gente que hizo negocios, fíjese que ahora estamos hablando del Caso Koldo...

R.—Política española, no entiendo, no conozco a esta gente, no tengo nada que ver con ellos… Yo hice negocios con productos durante el Covid, exporté tests a África, durante poco tiempo porque, después, me daba miedo que lo cogiera la única persona que podía representarme. Igual que no tengo miedo por mí, porque a mis 60 años me da igual vivir o morir, me asustaba por los demás. No seguí mucho. Hice negocios más por hobbie que por otra cosa.

P.—Hace negocios en África, porque Europa no le interesa.

R.—No, porque para hacer negocios en Europa tendría que ser fiscalmente activo en Europa. Yo tengo residencia en Dubái para no hacer negocios aquí. Nunca he tenido residencia en España ni nunca he hecho negocios en España. Hice muy poco legal aquí. Y no lo haría.

El Sapo gesticula durante la entrevista con EL ESPAÑOL.

El Sapo gesticula durante la entrevista con EL ESPAÑOL. David G. Folgueiras

P.—¿Qué le gusta a El Sapo?

R.—Saltar en paracaídas. Por una razón: me da más placer que follar. Pero hay un motivo: puedo saltar diez veces por día. Lo máximo que he saltado en son 26 veces, pero normalmente salto 8 o 10 veces.

P.—¿Qué parte de entrenamiento conlleva el crimen?

R.—Depende. La gente que hace levantamiento de cristal sobre barra fija. Yo entreno todos los días, practico varias artes marciales, camino por el campo… Cuando estaba activo, más que un entrenamiento, lo que tenía era mucha disciplina, y sigo disciplinado.

P.—Me llamó la atención que casi nunca contara con españoles en su banda por no ser disciplinados.

R.—Tú sí, has venido aquí a tu hora, estabas puntual. A lo mejor te ha forzado el fotógrafo.

P.—No sé si cumplo con eso, pero, ¿por qué los españoles no somos disciplinados?

R.—Porque sois muy fiesteros. Os dominan la fiesta y los placeres inmediatos.

P.—¿Y a usted no?

R.—No. Los domino yo.

P.—¿Y cómo se dominan?

R.—Tienes curiosidad, eh (risas). Tienes un problema con ellos. Te veo. Te voy a dar un consejo: dominar los placeres inmediatos en 10 consejos. Pero te los voy a vender en un libro (risas).

En mi equipo cercano no contaba con ellos, sí, pero tengo amigos españoles súper disciplinados.

P.—¿Y en qué país son más disciplinados?

R.—No, depende de la persona, del pasado de las personas. Yo, por razones de idioma, elegía a rusos, franceses… Generalmente exmilitares y policías, porque suelen ser gente disciplinada.

Retrato de Juan Manuel Candela Sapieha.

Retrato de Juan Manuel Candela Sapieha. David G. Folgueiras

P.—¿Me podría hacer un perfil del ladrón perfecto?

R.—(Se gira y se pone de perfil. Pasa su índice desde la frente hasta el cuello). Aquí tienes el perfil (risas).

P.—¿Y qué le convierte en el mejor?

R.—Que tengo paciencia. Usé los medios necesarios, porque no hay negocio sin inversión. E invertí tiempo y mucho dinero. E invertí mucho tiempo en aprender. Además, siempre digo: nunca he sido bueno en nada, pero soy muy bueno eligiendo a los mejores. Por eso estás tú aquí. Sé un poco de todo, lo suficiente para que no me engañen.

P.—Hasta para robar hay que saber, que dicen las madres andaluzas.

R.—Eso es. Hay que saber mucho. Bueno, para robar no hay que saber. Hay que saber para seguir libre luego.

P.—¿Nunca le ha dado miedo?

R.—¿Qué me vas a pillar? La ley en España era muy laxa y lo sigue siendo. Antiguamente no existía la ley de grupo delictivo, que te sube a seis años la condena. Era un intento, tentativa de robo, era la mitad de un grado de condena. Me iban a condenar a año y medio, por eso yo me rendía inmediatamente: me iban a meter en un calabozo tres días y luego libre. La condena que arriesgaba me lo permitía.

P.—¿En qué piensa cuando está en el calabozo?

R.—Pues descansaba un ratito hasta que pasara a disposición judicial y me soltasen. Y si no me soltaban pues iba unos días a la cárcel a descansar, a hacer deporte, a leer. No me voy a poner nervioso. Si no puedes con el castigo, no cometas el delito.

P.—Hay gente que piensa que eres un mentiroso.

R.—¡¡Lo soy (eleva el tono, se ríe), no se confundan!!

P.—Cómo es una buena mentira.

R.—Tienes que tener memoria. La razón por la cual ya no miento… Yo he sido entrenado para mentir, para cambiar de nacionalidad, de forma de caminar, de forma de hablar, de personalidad, de identidad. Pero para poder mentir bien tienes que tener memoria. No hay nada peor que un mentiroso sin memoria.

P.—¿Le falla la memoria?

R.—61 años. No perdona.

P.—¿Y a los 65 se jubila?

R.—Me habré suicidado seguramente.

P.—¡¿Cómo?!

R.—Me habré suicidado seguramente.

P.—¿A los 65?

R.—Joder, estoy hecho mierda, estoy viejo… Yo me quiero ir al infierno. No, no lo haré con 65 años, pero sí te digo: el día que no me pueda valer por mí mismo sí me suicidaré.

P.—¿Y ve cerca el día?

R.—Por supuesto, cada día te acercas más a tu vejez, a tu fin. Tú y cualquier persona. En la vida solo existen dos cosas. Un tiempo, que es incalculable: tú puedes morir con un año de edad, con 99… Tienes un tiempo sobre el que no decides. Solo puedes decidir suicidarte o intentarlo, lo mismo no lo consigues. No tienes un control total sobre tu vida. Pero vamos a morir. Y luego tienes una energía. La energía crece hasta los 35. Luego, mengua. Durante el tiempo que tienes energía tienes que hacer el máximo de cosas que te gustan hacer. Si las cosas que te gustan hacer no puedes hacerlas, para qué quieres vivir. A menos que cambies de gusto. Pero a mí me gusta la acción. Yo no tengo intención de quedarme a ver la televisión con el señor Sánchez y sus programas. Prefiero morir.

Jon Imanol Sapieha durante la entrevista.

Jon Imanol Sapieha durante la entrevista. David G. Folgueiras

P.—¿Con qué personas se ha relacionado que le llene el orgullo?

R.—¿Orgulloso? ¿En mi vida? Muchos… (piensa durante varios segundos). No son gente famosa. Gente con valores especiales, gente que valora la amistad, el compañerismo, gente que la mayoría ha muerto. Y es gente de cualquier clase social, cualquier color, cualquier… Siempre me ha motivado, pero nunca gente conocida.

P.—¿Y a quién admira?

R.—A Papá Noel. Trabaja un día al año y es mentira.

P.—¿Y en la vida real?

R.—En la vida real es el que mejor vive.

P.—¿Aparte?

R.—Al Ratoncito Pérez.

P.—Lo creó uno de Jerez.

R.—¿A quién puedo admirar? (piensa). Es complicado. Como político a nadie. Nadie. Napoleón, mira. Admiro a Napoleón.

P.—Nadie ha hablado de política. Podría haber dicho un pintor.

R.—Fuera de la política, al que inventó la luz, la comunicación, el teléfono… Podría admirar a Dios si quisiese, pero tengo dudas. Podría admirar a alguien que hace nacer a alguien, porque matar es muy fácil. Hacer nacer, crecer… Podría admirar a todas las madres. Y a los padres, que ponen un poquito de semen para que la gente crezca. Pero nadie se merece una admiración particular.

P.—¿Qué piensa usted de los chivatos?

R.—Que están bien muertos.

P.—¿Usted lo ha sido alguna vez?

R.—Nunca. Yo he trabajado para estados, pero lo nuestro era únicamente antiterrorismo. Podías traficar lo que te daba la gana y hacerlo incluso conmigo, me daba igual. Nosotros solo íbamos a objetivos de terrorismo.

P.—¿Por qué? ¿Qué opinión le merece el terrorismo?

R.—Me aterroriza.

P.—¿No decía que no le daba miedo nada?

R.—(Risas). Mira, me has descubierto. Tendrías que ser psicólogo, has fallado en tu carrera (risas).

P.—¿Por qué le da miedo el terrorismo?

R.—Porque puede coger a cualquier persona en cualquier momento, sin tener razón ni culpa. Tú puedes ser una víctima colateral en cualquier segundo, por algo que no va ni con tus ideas. Puedes ser matado por alguien que piense como tú.

P.—¿Entiende en parte al terrorismo?

R.—No. No. Puedo entender las causas que te lleven a la acción armada. Y entiendo también la respuesta. Todo tiene acción y reacción. No soy peace and lover, no soy hippie. La opresión te puede llevar a defenderte de manera armada. Yo lo haría. Pero muchas veces, las bases de una acción armada, de una ideología, escala en nombre de esas personas y no hay fin.

P.—Con el terrorismo también se gana dinero.

R.—Por supuesto, y luchando contra él. Y con la droga. ¿Cuánta gente vive de la droga? No te hablo de los traficantes. Te hablo de policías, psicólogos, instituciones de rehabilitación… Hay millones de personas que viven de esto sin ser los traficantes.

P.—¿Qué cambiaría del mundo?

R.—Lo primero, esto es una teoría mía que no va a gustar a mucha gente. Particularmente, tus lectores tienen mi edad. Hace 200 años, con mi edad eras un vejestorio. Hace 400, con 50; hace 600, no llegabas a los 40. La Tierra está preparada para una población sobre los 4.000 millones de personas, no para los 8.000 millones que estamos ahora. Posiblemente, lo que cambiaría del mundo no podría hacerlo ahora, porque sería un genocidio general. Además, no sería factible porque tantos cuerpos deshaciéndose no sería factible…

Lo que habría cambiado es que habría creado la estatal longevidad desde hace muchos años.

P.—Es decir, limitarías…

R.—No, no, yo no limitaría, porque ahora es tarde. Yo no habría hecho todo el bien de la medicina, que también es un negocio, prolongar a alguien hasta los 86 años, gastar fortunas en hospitales, residencias… Es un negocio para el hospital, no para la calidad de vida de la persona. Yo habría limitado eso hace muchísimo tiempo. Pero sin limitar, sin genocidio.

Yo llego a España y como pollo. Saben todos a KFC, la piel del hueso se va. Comes un animal o una fruta en África, donde no hay productos químicos, sabe de manera diferente. No digo que se viva mal en España. Cada vez que vengo un mes engordo cinco kilos y me tengo que poner a keto después. Aquí tienen los mejores cocineros del mundo.

Jon Imanol Sapieha durante la entrevista.

Jon Imanol Sapieha durante la entrevista. David G. Folgueiras

La entrevista ha terminado, pero El Sapo aún tiene algo más que decir.

—(Al reportero)¿Estás feliz? —Sí.

—(Al fotógrafo)¿Estás feliz? —Sí.

—(A su representante) ¿Estás feliz? —Sí.

—Pues yo estoy feliz si vosotros estáis felices. Ala.