A Lucy, el primer homínido bípedo, le costó más de un millón de años echar a andar totalmente erguida. Diminuta -apenas medía más de un metro- y con su hijo en brazos, caminaba torpe y sin garbo alguno, pero marcó un hito en la evolución humana. Si hoy contemplase la Tierra, se desmoronaría al ver a millones de personas en posición casi horizontal a plena luz del día. ¿Su esfuerzo por ponerse en pie fue en vano?

Con tanta cavilación, es casi mediodía y sigo en la cama. No es sábado, sino un día cualquiera de trabajo como freelance. Que me perdone Lucy, pero ni siquiera siento rubor al contarlo. El fenómeno es universal y el mío es solo uno más de esos cuerpos encamados con el cerebro en mil tareas y el rostro iluminado permanentemente por algún tipo de pantalla. Al indagar, todos los datos refrendan mi sospecha de que en torno a la cama orbita el tiempo actual, sin que importe si es de día o de noche.

iStock

El colchón, ombligo del universo

Igual que a mí, la cama tecnológica ha canibalizado el ajetreo diario de medio mundo: reuniones vía Zoom, meditación por Teams, consulta médica telefónica, serie de Netflix, comida en bandeja ingeniosamente adaptada para tal fin y, para engañar al músculo, tutorial de estiramientos por YouTube. "Y el tiempo que te quede libre, si te es posible, dedícalo a mí", me canturrea un desanimado Morfeo coreado por el dios Eros, igualmente olvidado en sus reclamos sexuales.

Un estudio advierte de que dormimos cada vez menos, sobre todo en los barrios periféricos de las ciudades

Esta querencia, sin duda avivada por las pasadas restricciones pandémicas, está permitiendo una forma revolucionaria de estudiar el comportamiento humano a una escala casi inimaginable gracias a la tecnología que nos acompaña entre las sábanas. Aunque nos creamos irrepetibles, más de 4.700 millones de personas nos conectamos a internet siguiendo una misma pauta y el mensaje de WhatsApp que escribimos desde la cama es solo uno más entre los 42 millones que se envían cada minuto en todo el planeta.

Es algo que llamó la atención de unos científicos de la Universidad de Chicago que buscaban información para otros fines. Después de monitorizar los patrones de conexión en 122 países tomando datos cada 15 minutos, concluyeron que dormimos cada vez menos, sobre todo en los barrios periféricos de las grandes ciudades. Sin embargo, le hemos cogido el gusto a la cama. Durante la pandemia y la nevada Filomena encontramos en ella una sensación plena de bienestar y seguridad de la que no nos despegaremos fácilmente.

La cama gamer que está revolucionando Japón.

Según los diferentes fabricantes, el incremento de las ventas de sofás y colchones en este último año y medio ha llegado a superar el 50%. Mi capricho de ampliar la cama me llevó a explorar un universo que creía exclusivo de hospitales y geriátricos: somieres articulados mediante motores, muelles regulables en firmeza, memorización de posturas preferidas e incluso una versión japonesa diseñada para gamers por 335 euros. Calculadora en mano, sumé mi tamaño al de los enseres que suelo llevarme a ella y me decanté por una talla XL.

Mi entusiasmo, similar al que deben de tener los colchoneros, cae a plomo cuando el doctor Álex Ferre, experto en medicina del sueño, me da su parecer acerca de semejante actividad en nuestros aposentos. "En lugar de aplaudir estos hábitos, deberían chocarnos tanto como convertir el retrete en mesa para comer". Confieso que el símil me sonroja, pero tiene motivos para hablar claro.

"Lo que hacemos ahora en la cama debería chocarnos tanto como convertir el retrete en mesa para comer"

Ález Ferre, experto en medicina del sueño

Tanto Ferre como sus colegas están detectando en consulta las consecuencias de la falta de disociación entre el dormitorio, como lugar reservado exclusivamente al descanso y a la práctica sexual, y el resto de estancias. "Le hemos perdido respeto y la calidad del sueño está bajando a niveles nunca vistos. No somos conscientes de que dormir significa reparación, medicación y prevención de la enfermedad", lamenta.

El cerebro no admite chantajes

En su opinión, nos hemos vuelto oportunistas del sueño y de ahí ese trajín de cabezaditas a destiempo, modorra en horario de oficina, luces intempestivas e insomnio cuando tocaría soñar.

En una encuesta realizada por la Universidad Estatal de Arizona (Estados Unidos) en 79 países, más de la mitad de los preguntados ha respondido que la pandemia alteró su comportamiento en la cama: insomnio, peor calidad de sueño y cambio de horarios. Uno de cada diez, sin embargo, durmió mucho más tiempo de lo habitual arrastrado por las nuevas rutinas, jornadas laborales más cortas y la tensión familiar.

Igual que el avestruz clava la cabeza en el suelo, algunas personas rehúyen los problemas entre las sábanas. En casos extremos podríamos estar hablando de un trastorno de ansiedad, conocido como clinomanía, que conduce peligrosamente a la tentación de quedarse en cama para siempre.

En 2010, la periodista Sue Townsend se permitió fantasear con ello a través de la protagonista de su novela La mujer que vivió un año en la cama. Eva, que así se llamaba, se recostó pensando que se levantaría media hora después, pero se sintió tan cómoda que su intención se desvaneció. Desde la cama gestionó su vida y descubrió que le sobraba todo: zapatos, bolsos, ropa, lavadora e incluso los horribles muebles de su suegra. Visto así, la idea no suena mal.

El magnate Hugh Hefner no necesitó fantasear. Trazó un plan perfecto para dirigir su imperio Playboy desde su gran cama redonda y lo aplicó en pijama, batín y zapatillas de estar en casa. En ella trabajó y se divirtió ajeno a cualquier conflicto del mundo exterior, transformando la noche en día, visionando una película a medianoche o pidiendo que le sirvieran la cena a mediodía. Asistía a citas de trabajo de madrugada y disfrutaba de encuentros románticos por la tarde.

De la galbana a tendencia 

Twitter

Lo que veíamos como algo extraordinario es ahora cotidiano, quizás en versión menos libidinosa. El expresidente argentino Mauricio Macri celebró una reunión política por Zoom, en marzo pasado, desde su lecho conyugal y con la esposa aún recostada. Aunque la imagen se hizo viral, la pandemia ya nos había acostumbrado a ver presentadores de televisión con la americana sobre el pijama. La galbana pasó a tendencia en millones de hogares y, desde entonces, el sector textil agota sus existencias de pijamas, batas, mantas y edredones.

En 2012, un artículo de Wall Street Journal ya advertía de que el 80% de los jóvenes profesionales de Nueva York trabajaba regularmente en la cama y también el 25% de los empleados británicos, al menos entre dos y cinco horas semanales. ¿Algo que objetar? José Luis Brasero, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de Horarios, levanta la mano al apreciar en todas estas conductas el claro mensaje de que "no somos capaces de implantar el equilibrio entre vida profesional y personal".

Noche del domingo: lunes

Los estadounidenses hablan de los Sunday scaries. Son esos sustos domingueros que nos llevamos al anticipar la semana laboral justo a la hora en que el cerebro manda cerrar los ojos. En una encuesta de Linkedln, con algo más de 1.000 participantes, el 80% aseguró que la proximidad del lunes les provoca ansiedad, inquietud, irritabilidad y una vaga sensación de malestar. La cosa empeora si es el jefe el que se pone ansioso y adelanta el envío de correos a su equipo. Por cada hora en línea, son 20 minutos adicionales de trabajo para sus empleados, según observaron investigadores de Microsoft Corp. al analizar la información de diferentes empresas.

En nuestra conversación, Ferre insiste en el daño que causamos a nuestras cabezas cuando no dejamos que se detengan ni siquiera al caer la noche. A corto plazo, menor rendimiento, más somnolencia diurna y problemas de atención. Inevitablemente, nos hacemos sedentarios. Esto significa riesgo de obesidad, ralentización del metabolismo, pérdida de masa muscular y menor oxigenación. Y son solo algunas de las consecuencias del bípedo tumbado. Preocupan especialmente los adolescentes, cuyas rutinas les han hecho caer en ese mismo círculo vicioso.

Al doctor tampoco se le escapa lo difícil que tiene que ser llamar al sueño entre el gurruño de dispositivos y sábanas arrugadas. Esos dormitorios que exhibimos en Instagram cada vez se parecen más a la icónica cama, My bed, que compuso la artista británica Tracey Emin en 1998. Una crisis nerviosa la mantuvo acostada cuatro días. Cuando logró salir, sacó "todas sus botellas, las hojas de mierda, las manchas de vómito, los condones usados, la ropa interior sucia, los periódicos viejos" e hizo con todo ello una magnífica obra de arte.

My Bed de Tracey Emin. Saatchi Gallery

Volvamos al bar

Puede que los ordenadores, cada vez más ligeros y potentes, nos permitan creer que podemos dominar nuestra vida tumbados, pero ¿qué hay del tiempo y el espacio para las relaciones humanas? ¿Y del gusto de levantarnos con el pie izquierdo? El antropólogo Marc Augé, autor de Las pequeñas alegrías, reclama la vuelta al movimiento: bajar al bar, tararear y silbar, existir con los cinco sentidos.

Sin más compañía que los ácaros (hasta 1,5 millones se pueden acumular entre las sábanas) amenazando nuestra salud, empiezo a pensar en la sabiduría perdida de aquellos antecesores que ya hace 200.000 años usaban lechos de césped sobre cenizas sin más ánimo que descansar. Me sumo a la escritora Remedios Zafra cuando dice que se conformaría con un cierre de párpados, para pensar y frenar la inercia del mundo digital.