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La sargento de la Guardia Civil Martina Fernández Martín (49 años) tiene una cicatriz que le marca parte de una cara fresca y llamativa. "Tuve un tumor cuando era pequeña", aclara. Pero esa no le duele. Esa sólo significa su inmensa capacidad de superar lo humano y lo divino cuando se lo propone.
La otra cicatriz, la que le rasgó el alma hace casi tres años, esa le cuesta más de enseñar y de superar. Todo ocurrió un 14 de febrero de 2019, Día de los Enamorados. Su pareja de entonces, un teniente de la Guardia Civil (52 años) que trabaja en Asuntos Internos, la arrastró a un infierno al que ella nunca pudo imaginar que pudiera atravesar en su vida.
Tras una fuerte discusión en el restaurante Texas de Guadarrama (Madrid), él salió a la calle y ella lo siguió. En el coche, le gritó, le estiró del pelo y le descolocó la mandíbula a golpes.
El parte médico: una luxación cervical, la mandíbula desencajada, hemorragia interna, moratones. El parte espiritual: jirones en la chaqueta que debía protegerla, en el alma, miedo, dolor, culpabilidad, más dolor, paralización, vergüenza, shock y un profundo sentimiento de traición, la del cuerpo al que ha servido más de 30 años y que en este tiempo se ha volcado más en protegerlo a él que en darle a Martina el estatus que merece como víctima de violencia de género, vista de verde, de azul o de amarillo.
"Fue una doble victimización: la paliza y lo que sufrí después. Se me trató diferente por ser él un teniente. No sé cómo han tratado a otras compañeras guardias civiles en mi situación con agresores no oficiales, pero en mi caso, fue todo distinto", asegura con una sentencia condenatoria en su poder, aunque no es firme, y el orgullo de haber podido contar su verdad en el libro Lo que calla una guardia civil. Violencia de género detrás del uniforme con una cruz gigante tachando la palabra "calla".
No hay datos de cuántas mujeres guardias civiles han denunciado por violencia de género a sus parejas. Al menos, no han sido facilitados a este medio pese a ser solicitados por escrito. La Benemérita es el cuerpo de Fuerzas de Seguridad del Estado con menos presencia femenina, un 8,54% del total, y apenas rozan el 4% en la escala de oficiales.
"Fue una doble victimización: la paliza y lo que sufrí después. Se me trató diferente por ser él un teniente"
Por eso, expertas dentro de la Guardia Civil reivindican el trabajo que se ha hecho para darle la vuelta a los números por parte de la directora general María Gámez y aclaran que, en el último año, ha cambiado mucho la forma de actuar en estos casos de violencia de género gracias al I Plan de Acción contra la Violencia sobre la Mujer, que se aprobó en noviembre de 2020.
"Se ha desarrollado un protocolo interno, que se aprobó en julio, que marca cómo actuar en estos casos. Se ha trabajado poniendo en el centro siempre a la víctima, incluso hablando con ellas. También incluye recuperar al autor de la agresión como miembro de Guardia Civil y se ha pensado en esas personas que están implicadas como actores que sean jefes de unidad, compañeros y compañeras porque tiene la obligación de comunicar esos hechos y actitudes", explica la sargento Katia Pérez Gil, vocal de la Comisión de Igualdad y Diversidad del Consejo de la Guardia Civil por ASESGC - Profesional.
Este protocolo obliga, entre otras cosas, a la retirada inmediata del arma del supuesto agresor en caso de una denuncia por malos tratos.
La paliza
La relación con el teniente (Martina sólo lo nombra como "él" o por su graduación en toda la conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio) había empezado un año y medio antes de la agresión. La sargento reconoce ahora, cuando revisa los centímetros de su cicatriz emocional, que sí hubo señales previas de maltrato psicológico, pero ella no las supo ver. "Gritaba mucho, daba golpes en la mesa. Cuando bebía se ponía violento...".
No es fácil detectar el tsunami violento ni siquiera cuando se está en mitad de la pelea. La psicóloga estadounidense Lenore Walker habla del llamado "ciclo de la violencia" que constaría de tres fases dentro de la relación, no siempre perceptibles por la víctima: un aumento paulatino de la tensión, la agresión o el incidente más grave y lo que ella llama "luna de miel" o etapa de conciliación. Martina no supo ver lo que venía, pero nunca estuvo dispuesta a vivir ninguna luna de miel sangrienta.
"Al principio me dijo que estaba divorciado. Luego que en trámites y luego descubrí que seguía casado. Así que decidí dejarlo. Rompimos y volvimos muchas veces y el 14 de febrero de 2019 habíamos quedado de nuevo. Salieron temas de celos, de la relación... Hubo una fuerte discusión en el pub donde estábamos y él salió sin pagar y sin hablar. Yo le seguí, pero nunca pensé lo que iba a pasar".
Lo que pasó ya lo hemos contado, pero no cómo se sintió ella en ese pozo. "Me golpeaba entre gritos de 'me vas a arruinar la vida' mientras yo no podía moverme. Era como si no fuera yo. En un momento me paré y le pregunté como sorprendida: "¿Me estás pegando?". El dolor se vuelve incrédulo en estas situaciones.
Toda su vida se detuvo el tiempo que tardó en recorrer los siete kilómetros que hay de Guadarrama, donde se producen los golpes, hasta su casa, en Alpedrete, encerrada en el vehículo con su agresor. "Él se empeñó en llevarme y me dijo que no fuera al hospital. Yo le prometí que no iba a ir, pero cuando conseguí salir de su coche, donde me sentía raptada, cogí el mío y me fui a Urgencias".
Entremedias, una testigo de la pelea en la puerta del restaurante había avisado a la Guardia Civil y un cabo del puesto de Guadarrama localizó "al teniente", mientras otra unidad se encontró con Martina en el hospital. Toda la Guardia Civil de la zona se movilizó en pocas horas aunque luego ese ímpetu se detuvo casi por congelación cuando se supo lo ocurrido.
"Él tiene derecho a declararse inocente, pero en mi mente de guardia civil no entra que mienta como lo ha hecho"
"En ese momento todavía dudaba si denunciarlo o no. Primero dudé si ir al hospital porque él me había amenazado y luego si denunciarlo. Y de hecho, le mandé un mensaje diciéndole que lo sentía, porque me sentía culpable. Él lo ha usado en el juicio. Cuando entré en el hospital, yo que había acompañado a tantas mujeres que habían sufrido violencia de género, me di cuenta de que yo también era una víctima. Me identifiqué con su dolor y su incomprensión, porque no se llega a saber lo que ellas sienten... Bueno lo que sentimos", rectifica y aún baja la mirada.
Él, arropado por compañeros
El teniente confesó en un primer momento al cabo que lo detuvo todo lo ocurrido. Un flash que luego nunca más se producirá durante el proceso. En el puesto, y rodeado de compañeros, decidió no declarar y, hasta donde sabe Martina, no se le tomaron las huellas, ni siquiera pasó por el calabozo y tardaron hasta 10 meses en hacer efectivo un requerimiento del juzgado para el señalamiento de las dos armas que tiene.
Martina aún no sabe ni siquiera si se las retiraron de verdad alguna vez y tiene miedo, pánico por momentos, porque acaba de caducar la orden de alejamiento que pesaba sobre él desde febrero de 2019. Ella sólo sabe que al puesto de Guadarrama empezaron a llegar mandos y más mandos que hasta dudaron en un momento si iniciar diligencias o no. Y las únicas palabras del teniente ante lo ocurrido fueron que la dejó intacta en su casa.
"No se pudieron evitar diligencias porque yo había denunciado, pero no se hizo nada hasta que no llegó mi denuncia. Él tiene derecho a declararse inocente, pero en mi mente de guardia civil no entra que mienta como lo ha hecho".
30 años en el cuerpo
Esta sargento de la Guardia Civil, donde entró en 1991 con apenas 19 años, mantiene la sonrisa en todo momento. Cuando abre la boca, un crujido en la mandíbula le recuerda aún lo que ha sufrido, pero trata de contener las lágrimas para explicar bien cómo se sentía en esos momentos. Quiere hacerlo, quizás para compensar la parálisis que sufrió después de la pelea y después del hospital y después de haber puesto la denuncia. "Tardé mucho tiempo en dejar de sentirme como metida en una caja".
Ese shock que sufren muchas víctimas de violencia de género, que te paraliza para dejarte sólo vivir como una autómata, ha hecho, por ejemplo, que haya perdido algunas pruebas que le hubieran servido de mucho en el juicio, como fotos de su cara el día de la agresión, o que no pidiera a los compañeros que se incluyera en la denuncia el estado de su ropa. Tampoco quedó rastro en el atestado sobre el estado mental de él o si tenía problemas cuando abusaba del alcohol... Preguntas que suelen surgir en cualquier denuncia de este tipo, menos en la suya.
"Entiendo que una mujer con un nivel económico más bajo y un nivel de maltrato más largo, se quede en casa"
Claro que no todo fue "culpa" suya, porque un atestado que puede alargarse hasta ocho folios se resumió, en su caso, en tres. Y cuando terminó de testificar, a las 4.15 horas de la madrugada, tras el hospital y el puesto de la Guardia Civil, no supo ver que ninguno de sus compañeros le había ayudado a que quedara todo perfectamente reflejado. Si no más bien, lo contrario.
"Lo han protegido porque es un oficial. Trabaja muchos años en Asuntos Internos… imagina lo que le debe mucha gente. Ha sido una carrera de obstáculos tremenda. Fíjate que cómo transcribieron las preguntas que me hicieron en la denuncia que me dieron 'un riesgo no apreciado' como víctima, cuando él tiene dos pistolas y viendo esa agresividad... En la revisión en violencia de género, lo elevaron a 'medio'".
Más difícil para ellas
Casi dos años después de esa negra noche, Martina entiende que muchas mujeres que sufren violencia no denuncien. "A mí me ha costado muchísimo y he sido siempre una valiente en la vida. Y, además, creía que podía contar con la ayuda de la Guardia Civil. Una mujer con un nivel económicamente más bajo y un nivel de maltrato más alargado en el tiempo, entiendo que se quede en casa".
En la dirección de la Guardia Civil también son conscientes de las dificultades que tienen las mujeres, en general, y las del cuerpo, en particular, para denunciar. Pero insisten en que la obligación de "todos" los agentes es facilitar, lo máximo posible, este mal trago.
"Una mujer guardia civil es mucho más difícil que denuncie. Todas te dicen que no es fácil ser consciente de que sufres violencia de género hasta que no es física y grave. Pero cuando llegas a ese punto, ya has sufrido violencia previa sin ser consciente o minimizándolo. Eso se agrava en una guardia civil porque somos las encargadas de luchar en contra este delito y no queremos reconocer que somos víctimas. Primero de cara a la familia, luego por denunciar ante compañeros... es casi como reconocer que no eres buena profesional", advierte la sargento Katia Pérez, ensalzando el valor de su compañera y el bien que puede hacer este testimonio para otras víctimas.
"Son instituciones muy cerradas, muy endogámicas y el problema se multiplica en las casas cuartel"
El abogado Adolfo Barreda, experto en estos temas, lleva años ayudando a víctimas de violencia de género a denunciar a sus agresores y a empezar a poner la primera piedra para salir del pozo y advierte de que, enfrentarse a la Guardia Civil, es un muro mucho más alto de saltar.
"Desde mi experiencia, son casos mucho más complicados que otros porque son instituciones muy cerradas, muy endogámicas. Y el problema se multiplica en las casas cuartel, donde son mundos cerrados y desde fuera es complicado entrar. Son cotos muy endogámicos donde la gente se protege. Lo lógico es que si eres una mujer maltratada en este ámbito denuncies fuera de tu puesto porque si lo haces dentro y piensas que la institución te va a acompañar, salvo motivos excepcionales, te equivocas".
Tapar el delito
Muchos en el cuerpo por el que Martina sigue dispuesta a dar su vida le han hecho creer que lo mejor que podía hacer con las heridas y los moratones era taparlas y maquillarlos, para que nadie los viera. Para que nadie se enterara. Pero ella decidió, "por mí y por todas mis compañeras", ni callar ni sucumbir.
De hecho, dentro de su propósito de resistir, se negó a cogerse una baja psicológica, "me dieron la sensación de que era que lo que beneficiaba a la Guardia Civil, pero no quise en ningún momento"; siguió trabajando como siempre y se centró en estudiar y aprobar el ascenso a sargento que ahora luce en su expediente. Se lo debía a ella misma como su particular forma de renacer.
"La traición que siento ha venido más de los que podían hacer algo, no del cuerpo. No puedo culpar a gente que tiene temor, pero esto es algo real y lo intentan tapar siempre porque creen que así protegen la imagen de la Guardia Civil. No creo que se manche con lo que hago, porque si la violencia de género pasa en todas las áreas, ¿por qué no va a pasar aquí?", advierte mientras relata que muchas compañeras se han puesto en contacto con ella a raíz de su libro para relatarle sus "infiernos" particulares.
"Hay mujeres que lo han pasado mucho peor que yo. Y no podemos ignorarlas", advierte dejando claro que ellas también son la Guardia Civil.
Katia Pérez, como vocal en la Comisión de Igualdad y Diversidad, tiene claro que las cosas han de cambiar ya: "Hay que evitar la revictimización y la estigmatización de la mujer. Es muy importante. Una vez que la víctima denuncia, hay que garantizar su propia seguridad y hacer que se sienta acogida, tranquila, que se sienta persona. Si no hemos sido capaces de conseguirlo con una mujer del cuerpo, mal hemos hecho".
Adolfo Barreda también habla de ese doble poder que parece tener el agresor cuando es guardia civil por el "oscurantismo" de la institución. En uno de los casos que llevó desde su despacho, tras una condena de cuatro años que luego fue rebajada a dos, el cuerpo no acabó de tramitar el expediente disciplinario que tendría que haber terminado apartando a ese agente condenado de su puesto.
"Si tú no dices nada, los expedientes disciplinarios se quedan a medias y no se les aparta del servicio. Nosotros, en este caso, callamos porque si lo expulsaban ¿de qué iban a vivir sus hijos? Eso no está previsto en la ley", advierte.
Ascenso a capitán
El agresor de Martina ha sido condenado en primera instancia en el Juzgado número 36 de Madrid, aunque la sentencia es recurrible. A las cenizas del dolor de todo lo que ha ocurrido se suma saber que él incluso ha sido premiado con un ascenso a capitán en este año y medio. Y eso que para conseguir hacer efectivo este premio debe obtener un certificado de idoneidad.
"Supongo que el ascenso no será aún efectivo porque es un capitán condenado por un delito de violencia de género y eso no casa con la mentalidad de la Guardia Civil. No puede ser. Eso espero", explica con la esperanza de que no todo se haga mal en el cuerpo con su caso.
La lucha de Martina ahora es tratar que se mejoren los cauces para las mujeres que han pasado por agresiones parecidas. Honestamente cree que su causa favorece a la Guardia Civil y por eso, incluso, ha pedido una entrevista con su directora porque ella, que ha probado los protocolos en su propia piel, conoce bien la impotencia que sufren muchas de las víctimas.
"Dentro de la Guardia Civil no llegamos a comprender cuáles son las verdaderas necesidades de estas mujeres. Conmigo han hecho seguimiento con un WhatsApp o una llamada de 15 segundos. Las víctimas necesitan comprensión, que se sepa en esos momentos cuáles son sus miedos, que les escuchen, saber realmente cómo están". Al menos es lo que ella necesitaba. Ella, víctima también. Más implicación y no tres preguntas para coger los datos justos y rellenar el expediente.
Sigue teniendo fe en la Guardia Civil y en la Justicia, aunque ya advierte de que va a recurrir la sentencia. Otro infierno el que le queda. "Estoy muy disgustada pese a ser condenatoria, sin ser firme, porque lo han condenado sin el agravado. Estuve con collarín, fui al traumatólogo, dos meses de baja, al fisio y me anestesiaron para colocarme la mandíbula... ¿y no lo consideran agravado? Es injusto que se le condene de forma light".
Si algo ha aprendido en estos más de 30 años en el cuerpo es que está al servicio de la sociedad y tiene muy claro que su dolor acabará ayudando a mejorar la atención de la Guardia Civil a las víctimas de malos tratos y a sus propias mujeres.
"Ella ha escrito un libro que es un regalo para todas estas mujeres que lo han sufrido y no han tenido su valentía. Está bien que visibilicen estos casos que pasan en el cuerpo. Somos una organización muy grande, con más de 76.000 miembros, y existen y se tienen que ver. Seremos mejor organización si somos capaces de hacer transparencia y hacer lo que harías para la calle también para adentro. Vamos a intentar que esto no se vuelva a repetir", concluye su compañera la sargento Katia Pérez.
Seis mujeres asesinadas por guardias civiles
En los últimos 14 años, hasta seis mujeres han muerto asesinadas por agentes en casos de violencia de género.
Seseña (Toledo). El 12 de febrero de 2017, un guardia civil destinado en la UCO en Madrid, asesinó a su mujer y después se suicidó en la casa que tenían en la urbanización de El Quiñón de Seseña, en Toledo.
Fuentes de Oñoro (Salamanca). El 21 de octubre de 2016, un agente de la Guardia Civil de 51 años, destinado en el País Vasco, asesinó a su pareja y luego se suicidó con una pistola que no era la suya reglamentaria pero que tenía legalmente.
Aranjuez (Madrid). El día 10 de marzo de 2013, el cabo de la Guardia Civil Raúl Romero Peña mató a su mujer de un tiro en la sien cuando estaba dormida, con su hija de tres años en la casa. El hombre aseguró que su esposa se había suicidado para encubrir el asesinato.
Utiel (Valencia). El 8 de septiembre de 2009, un guardia civil de 39 años mató a su mujer de varios disparos en su propio domicilio y con su arma reglamentaria.
El Ejido (Almería). El 15 de octubre de 2008, un guardia civil de 51 años asesinó a su mujer ocasionándole fuertes cortes con una radial y luego se suicidó. El agente estaba de baja por problemas psicológicos.
Cambados (Pontevedra). El 16 de diciembre de 2007, un agente de la Guardia Civil de 34 años asesinó a su pareja de varios tiros con su arma reglamentaria en Cambados, después de que ésta hubiera acudido a denunciarlo a su mismo puesto por violencia de género.