Desde siempre hemos oído hablar del anticiclón de las Azores, pero en el mapa del tiempo ni aparecen las Azores ni a veces su país, Portugal. O, si aparece el contorno de Portugal, es con ausencia de los iconos de soles, nubes y chubascos que afectan a España, como si nuestros vecinos no tuvieran tiempo, ni meteorológico ni existencial. Y aún hay algo peor: que a poniente de España no exista nada, ninguna tierra, como si Badajoz fuera una ciudad atlántica enfrente de Nueva York y el país lusitano hubiera zarpado en una balsa de piedra en busca de su destino.
España limita al oeste con Portugal –nos han enseñado- pero a veces da la impresión de que ambos limiten en el flanco compartido con su propia incapacidad para haber sido otra cosa que una pareja mosqueada en el lecho. Las cosas van a cambiar muy pronto. Políticos y agencias de inversión comienzan a reparar en el potencial que supondría la fusión de sus economías. La tercera plaza de la Unión Europea, ocupada ahora por Italia, quedaría a tiro. El viejo sueño de Iberia renace... pero ahora tarifado en euros.
El flamante ganador por mayoría absoluta en las elecciones anticipadas del 30 de enero, el socialista António Costa, lleva una prioridad en su agenda de gobierno: un referendo en 2024 sobre la regionalización del país. Por extraño que parezca, en Portugal no hay nivel intermedio de administración entre los ayuntamientos y el Estado. No hay regiones. Un litigio en una aldea de Tras-os-Montes se dirime en Lisboa. Es, junto con Francia, el país más centralista de la UE.
Todos los partidos parlamentarios están de acuerdo en repartir el poder entre los territorios, excepto los antiguos centristas del CDS-PP que siguen oponiéndose a cualquier descentralización del Estado. Pero lo importante es que el PSD (centro derecha), partido al que perteneció hasta 2016 el actual presidente de la república, Marcelo Rebelo de Sousa, esta vez está a favor.
Porque en 1998 no lo estuvo. En aquella ocasión –Expo de Lisboa, vísperas del euro y lucha por los fondos europeos- el socialista António Guterres, actual secretario de la ONU, era el jefe de gobierno y convocó el referéndum para dividir el país en ocho áreas. El 8 de noviembre de aquel año fue la consulta, con resultados desalentadores. Sólo el 48% de los convocados acudió a las urnas y de éstos, más del 63% se opuso al proyecto. ¿Qué ha ocurrido en el país para que 26 años después Portugal quiera volver a intentarlo? Sin duda, el coronavirus.
En 1998, los portugueses votaron en contra de crear un estado de autonomías con ocho regiones diferentes
El complejo entramado administrativo que divide a Portugal en fegresías, concelhos y prefeituras ha sido un problema para una eficaz gestión de la pandemia, desde la atención sanitaria hasta la distribución de las vacunas. Pero sin duda también, las exigencias de Bruselas. Otra vez fondos especiales y otra vez dificultad para hacerlos llegar de forma nítida a un país en el que su gobierno controla el 85% del gasto público.
António Costa, primer ministro portugués, convocará en 2024 un nuevo referendo para la descentralización del Portugal continental en cinco regiones –no en ocho, como en el 98- : Norte, Centro, Lisboa y Valle del Tajo, Alentejo y Algarve. Cada una tendrá una Junta de Gobierno de siete miembros, incluido el presidente, y habrá cinco asambleas regionales que no sumarán más de 300 diputados.
"Nadie debe tener miedo de lo que se avecina", ha recalcado el primer ministro Costa.
Un 'Iberolux' en Europa
Aunque la descentralización portuguesa no alcanza el grado de federalización del Estado de las Autonomías español (las tensiones separatistas de Catalunya y Euskadi asustan en Lisboa), su implantación va a suponer de inmediato una mayor relación entre estas cinco regiones y sus vecinas españolas fronterizas. Por primera vez Galicia, Castilla y León, Extremadura y Andalucía van a dialogar con entes del otro lado en una similar escala de la administración.
Hasta ahora era en las, un tanto obsoletas, cumbres hispano-portuguesas donde se decidía sobre la atención sanitaria para los municipios del Miño; el último enlace de la A-62 hasta la frontera de Fuentes de Oñoro, en Salamanca; la enseñanza del portugués en Olivenza, Badajoz, o las paradas biológicas de los pesqueros del Algarve en sincronía con los de Huelva.
Hay otra consecuencia más, a medio plazo, en esta simetría que se acerca: el resurgimiento de la vieja idea de Iberia. Es éste un sueño irredento que vuelve de tanto en vez desde ambos lados de la raya. ¿Un solo país confederado? Eso parece imposible por el momento pero no así una federación de servicios comunes, un espacio compartido entre dos estados de la Unión Europea para cooperar en ámbitos como la información, la sanidad, la educación y las emergencias, desde la pandemia hasta los cada vez más frecuentes incendios forestales.
Y también en la economía: unir España y Portugal en un solo espacio socioeconómico, algo parecido a como funciona el Benelux en Europa y que podríamos denominar Iberolux. Quién habla así lo hace sentado en su despacho de alcalde de la segunda ciudad portuguesa. Su nombre: Rui Moreira. Un independiente imprevisible que acaba de revalidar su tercer mandato al frente de Oporto.
60 años juntos
Hispanienses y lusitanos compartieron la península durante la ocupación romana y visigótica. La Reconquista propició la creación del reino de Portugal, diferenciado del de Castilla. Pero hubo una vez en que fueron un único estado. Ocurrió en el siglo XVI.
El rey portugués don Sebastián murió sin descendencia en 1578 en la batalla de Alcazárquivir, Marruecos. Un enfrentamiento en el que –algo asombroso- perdieron la vida todos los reyes que participaron en él: don Sebastián, Muley Ahmed, que le había pedido ayuda para recuperar el trono de Marruecos, y el sultán Abd El-Malik que lo había usurpado. La batalla de los Tres Reyes, algo así como si Putin, Biden y Zelenski perecieran durante la invasión de Ucrania. Al llorado don Sebastián le sucedió el cardenal Enrique I y a su muerte, en 1580, Felipe II envió un ejército para reclamar el trono vecino. Las Cortes de Tomar lo proclamaron rey, al ser hijo de Isabel de Portugal, y el país luso pasó a integrar aquel imperio en el que no se ponía el sol.
La unión ibérica duró exactamente sesenta años. Hasta que la nobleza nacionalista se hartó de los Austrias e hizo rey a Juan IV de Braganza el 1 de diciembre de 1640. Esta fecha es fiesta nacional de Portugal.
La invasión de los franceses unió de nuevo a ambos países en la Guerra de la Independencia, que en Portugal es conocida como Guerra Peninsular. Y es a mitad del siglo XIX, junto a movimientos de reunificación como los de Italia o Alemania, cuando nacen en serio las ideas ibéricas. Los monárquicos de ambos reinos propugnan la Unión Ibérica; los republicanos, la Federación Ibérica. Comienza a extenderse entre políticos e intelectuales el término Estados Unidos de Iberia. En Lisboa sale el diario A Iberia, en Oporto, el semanario A Península.
Con la proclamación de la República española en 1873, parece que el viejo sueño está próximo. Al nacionalismo catalán le encaja el horizonte y reivindica tres naciones en la Península Ibérica: Portugal con Galicia; Cataluña, con Valencia y Baleares, y el resto, Castilla. En 1927, libertarios de ambos países crean en Valencia la Federación Anarquista Ibérica (FAI). En abril de 1931 Francesc Maciá proclama L'Estat Catalá dentro de una Federación de Repúblicas Ibéricas. La guerra civil lo tiró todo por tierra.
'La balsa de piedra'
Después, el recorrido de España y Portugal parece el de dos hermanos siameses unidos por una espalda de 1.200 kilómetros. Dictaduras de medio siglo a la vez, recuperación de la democracia casi a la par, entrada en Europa y en la OTAN de la mano, recesiones galopantes simultáneas en 2008, rescates en paralelo... El iberismo político –un sólo país- se ha convertido en una quimera con el paso de los años. Sobre todo porque durante el siglo XX Portugal se deshizo de su monarquía y España no. ¿Cómo unir dos estados con regímenes antagónicos?
Pero hay otro unionismo cultural que sigue hoy vivo en las élites pensantes de los dos países, aunque también es causante de recelos. Miguel de Unamuno y Fernando Pessoa, por ejemplo, los dos favorables a Iberia, sostuvieron una dura polémica a costa de la teórica integración. El rector de Salamanca colocaba al idioma castellano sobre lenguas minoritarias como el catalán o el mismo portugués: "Pienso que vale más escribir en una sola lengua, en beneficio de la propia cultura, que permanecer encerrado en una lengua inaccesible, poco divulgada". El escritor portugués le respondió: "Realmente su argumento es para escribir en inglés, ya que esa es la lengua más difundida del mundo".
Setecientos millones de personas hablan castellano (500) o portugués (200) en el mundo. Son las dos lenguas más parecidas entre las grandes del planeta. Su similitud léxica es del 89%, más que el castellano con el catalán (85%) o con el italiano (82%).
En 1986, el escritor José Saramago publicó La balsa de piedra, la ficticia separación física de la península desde los Pirineos. En realidad, una alegoría sobre la unificación de Europa, donde los países ibéricos estaban desplazados, navegando a la deriva sin una identidad cultural, social o económica con el resto del continente. Saramago no temía la anexión. Estaba enamorado de una española. Su viuda, Pilar del Río, presidenta de la Fundación que lleva su nombre, declaró en una entrevista: "Saramago defendió el transiberismo más que el iberismo, que no es otra cosa que preservar y unir a los pueblos ibéricos a través de la cultura, no de la política".
La reconocida escritora lusa Lidia Jorge, premio FIL de Guadalajara (México) en 2020, se muestra contraria a la reunificación: "La unión sería crear una nueva Cataluña. Es mejor pensar que estamos en Europa, y que Europa sea un espacio fuerte".
Coalición sí, fusión no
Y en estas llegó Moreira. El alcalde de Oporto, independiente liberal, lanzó hace dos años su idea: España y Portugal deberían tener una estrategia coordinada ante Europa, un Iberolux, de la misma forma que Bélgica, Holanda y Luxemburgo operan desde su Benelux. El tratado del Benelux es un acuerdo aduanero de 1958 entre estos tres países –los tres, monarquías- para la libre circulación de bienes, servicios y personas en sus fronteras y la imposición de tasas comunes a terceros.
La declaración de Rui Moreira fue rápidamente difundida por medios de información de los dos países. En una reciente entrevista en La Voz de Galicia proponía unir por tren rápido los aeropuertos de Oporto y Santiago y especializarlos: Oporto para volar a África, Nueva York o Brasil y Santiago para Latinoamérica.
Y sobre la confluencia: hace falta una integración, con cada uno de los dos países independientes, pero con una posición común en Europa.
Tercera plaza de la UE
Rui Moreira es un personaje controvertido -tertuliano televisivo, regatista de vela, absuelto de tráfico de influencias-, pero no es un loco visionario. Su propuesta es apoyada por tecnológicas de inversión como Ebury, adquirida por Banco Santander como plataforma de divisas para pymes. Su director para Europa del Sur, Duarte Monteiro, aseguraba en Cinco Días: "Sería oportuno avanzar hacia una mayor integración estratégica, que permitiese a los dos países ganar fuerza e influencia tanto en el contexto europeo como global".
España es para Portugal su mayor cliente y también su mayor proveedor. Nuestro país es el destino del 25% de las exportaciones lusas y a Portugal le vendemos el 7% de las nuestras, cuarto mayor comprador. La coordinación entre ambos redundaría en mutuo beneficio ante los países del Mercosur, en los que están implantados lingüística y culturalmente.
Una encuesta asegura que dos tercios de los portugueses están a favor de avanzar en una unión con España
Por otra parte, la suma de sus producciones los acercarían a los niveles de Italia, tercera economía de la Unión Europea. Exactamente se quedarían a 250.000 millones de euros en PIB anual y a 3.000 euros en PIB per cápita. Esta lucha por la tercera plaza de la UE los incluiría en el hipotético G9 de las mayores potencias industrializadas, si este grupo llegara a crearse.
Geoestratégicamente, la fachada atlántica de la península ibérica crecería en extensión, flanqueada por tres turísticos y bien situados archipiélagos a poniente: Canarias, Madeira y Azores.
Los nacionalistas, en contra
Pero, en definitiva ¿qué opina la población? En junio de 2016, dos tercios de los portugueses, según el Instituto Elcano, dijeron ser partidarios de que España y Portugal avanzaran hacia alguna forma de unión política ibérica, y el 83%, que ambos países debían defender de forma conjunta sus intereses comunes en la escena internacional.
En un panel de 2021, la empresa Electomanía situaba en un 73% el porcentaje de españoles que estaría a favor de una Unión Ibérica que englobara a España y a Portugal. Los votantes de todos los partidos estatales –incluido Vox- la apoyaban y los seguidores de todos los partidos nacionalistas catalanes, gallegos y vascos –incluido el PNV- la rechazaban.
En el mapa del tiempo, la meteoróloga vuelve a hablar del anticiclón de las Azores, pero los solecitos siguen dejando huérfano a Portugal, que aparece más liso que la ficha de la blanca doble. Sería un sueño ver salir el sol en la playa de la Malvarrosa de Valencia y, después de mil kilómetros de carretera sin fronteras, verlo caer desde la torre de Belem. Iberia sería entonces la tierra en la que hasta el sol se pone.
España - Portugal, en datos
Población. España cuenta con una población de 47.450.795 habitantes frente a las 10.298.252 personas que viven en Portugal.
Territorio. Nuestro país cuenta con unos 504.642 kilómetros cuadrados, incluyendo los territorios no peninsulares, frente a los 92.226 kilómetros cuadrados de la totalidad del Estado de Portugal.
PIB. España cerró el año 2021 con un PIB de 1.202.994 millones de euros, un 7,2% más que en 2020. Por su parte, Portugal registró en 2020 200.088 millones de euros de PIB y un crecimiento de la economía del 4,9%, uno de los más altos de la UE.
Forma de Estado. Exceptuando los dos cortos periodos de la I y la II República, España se mantiene como monarquía parlamentaria. Por su parte, Portugal proclamó la República que sigue siendo tras la Revolución del 5 de octubre de 1910.
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