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El sábado 5 de marzo pasó en el almanaque sin pena ni gloria. Casi nadie reparó en esta fecha salvo Felipe González y algunos periodistas al publicar que el expresidente del Gobierno cumplía ese día 80 años. Curiosamente, la imagen con la que se ilustraba el recordatorio periodístico daba la razón, décadas después, a aquel eslogan electoral del PSOE según el cual a España, cuando llegaran al poder, no iba a reconocerla "ni la madre que la parió". Tampoco a Felipe tras ocho décadas.
Nadie reparó el pasado 5 de marzo en que fue el 25 aniversario de un hecho que acabaría transformando la visión y la reacción de la sociedad española frente al terrorismo de ETA.
Un terrorismo en nombre de la patria vasca que no era otra cosa que ultranacionalismo sin piedad, con balas, bombas y secuestros. Una ideologización de la violencia que en estos días, en otra dimensión, exhibe Vladimir Putin en Ucrania.
El día referido de 1997 se celebró en Ermua (Vizcaya) un pleno de la corporación municipal. Entre los concejales estaba un joven de 29 años, desconocido entonces para todos menos para su familia y sus amigos. Se llamaba –en pasado, porque falleció tempranamente- Miguel Ángel Blanco Garrido. En aquel pleno comenzó la cuenta atrás para la desaparición de ETA, además de para la vida de Blanco. El concejal del PP de Vizcaya tuvo una intervención tan inesperada como valiente: inaceptable al tratarse de un maqueto, como Sabino Arana llamaba a los emigrantes del País Vasco.
En el pleno de aquel día en el palacio del Marqués de Valdespina, sede del Ayuntamiento, con sus hermosos suelos entarimados con madera de baobab (la del árbol de El Principito), debió de estar entre el público un chivato de la organización terrorista. O se enteraría al día siguiente de la arenga de Blanco.
Con una cruz en la nuca
Aunque es una hipótesis, ETA le tomó la matrícula al joven concejal ese 5 de marzo. Blanco, sin saberlo, entró tan contento al pleno y salió con una cruz en la nuca. Unos meses después, el 10 de julio, fue secuestrado en Eibar, localidad limítrofe a Ermua y, tras 48 horas, apareció herido de muerte en Lasarte, con dos tiros en la cabeza.
Pero, ¿qué dijo Blanco Garrido en aquella sesión para que los etarras y sus secuaces se tomaran la molestia de elegirle a él, con la de policías y guardias civiles que había en el País Vasco sin asesinar? Tan importante y actual fue lo que dijo como lo que le espetó el de enfrente, el concejal de HB Jon Cano López, ahora de Bildu, funcionario de Correos de España y director de oficina.
Leer ahora las actas de aquella sesión, 25 años después, perplejos como estamos asistiendo a la carnicería rusa en Ucrania, adquiere inevitablemente una dimensión internacional. Porque, básicamente, lo sucedido en Ermua, como parte de País Vasco, y en Kiev, capital de Ucrania, tiene un trasfondo ideológico similar, que sirve tanto para ayer como para hoy y para lo que acontezca en un futuro en el que haya violencia.
Aquel día, en Ermua, se vivió el enfrentamiento entre dos maneras de entender la vida y la muerte
Aquel día, en Ermua, se vivió a una escala infinitesimal el enfrentamiento entre dos maneras de entender la vida y la muerte (no es lo mismo morir de manera natural que de dos tiros en la sien o por un misil).
En aquel espacio tan pequeño del Ayuntamiento de Ermua se habló de libertad, de defensa de las ideas con palabras y no con balas; de la verdad ceñida a los hechos o, por el contrario, retorcida hasta convertirla en mentira; de la presentación de las víctimas como verdugos y de los verdugos como pobres corderitos; de la justificación, lisa y llanamente, de la violencia para liquidar a los fascistas españoles. En términos parecidos se refiere ahora el Kremlin a los nazis ucranianos en el poder.
En el País Vasco de 1997 todo el que no fuera nacionalista o independentista, era españolista, o sea, indigno de vivir allí y de respirar en libertad. El jueves pasado, el ministro de Asuntos Exteriores ruso, Sergey Lavrov, lo explicó de manera precisa: lo que está sucediendo en Ucrania "no se trata de una guerra, sino de un esfuerzo para desnazificarla".
La lectura del acta de aquel pleno de Ermua provoca sorpresa, por estar tan de actualidad, y cierto pasmo. Así fue el duelo dialéctico entre Miguel Ángel Blanco (PP) y Jon Cano López (HB). El españolista, modesto empleado de una gestoría, y el otro, el independentista, funcionario de Correos y director de sucursal. Sucedió, como decimos, 25 años antes de los hechos de Ucrania y a 3.200 kilómetros de Kiev.
El intolerante y el pacífico
En el orden del día aparecía una moción presentada por Herri Batasuna (HB), brazo político de ETA, y el Partido Nacionalista Vasco (PNV), referida al encarcelamiento de la Mesa Nacional de HB. Herri Batasuna, coalición de partidos de la izquierda abertzale, incubadora de la actual Bildu, había cedido el tiempo de su spot televisivo electoral a los encapuchados de ETA. Por esta razón, el Tribunal Supremo de Justicia decidió meter en la cárcel a la llamada Mesa Nacional.
Aquel 5 de marzo de 1997, el concejal Blanco, sobreponiéndose a su timidez y a sus tics incesantes en ojos y cabeza, explicó con estas palabras por qué el PP votaría en contra de la moción:
-"Para llegar a la pacificación (en el País Vasco), la única solución pasa por el abandono de las armas por parte de los que extorsionan, asesinan y secuestran".
-"Son ellos –refiriéndose a los etarras- los que tienen en sus manos la posibilidad de acabar con el problema que ellos mismos están causando a este pueblo, a su economía, a su futuro y a su bienestar. Son ellos –refiriéndose ahora a HB- los que jalean, alientan y amparan, los únicos que cierran las puertas a la paz. En un estado de derecho el poder judicial y su independencia deben ser respetados. Sus decisiones deben ser acatadas".
Contestación del concejal Jon Cano López, de Herri Batasuna:
-"Ya veo vuestra capacidad de tolerancia, de la que hacéis gala. Están en la cárcel –los miembros de la Mesa de HB- porque no se han presentado a declarar. El delito parece que es la difusión de un vídeo con la Alternativa Democrática en Euskadi, la única alternativa de paz".
El portavoz de la izquierda abertzale omitió –seguramente porque todo el mundo lo sabía y casi nadie se atrevía a decirlo en voz alta- que los llamados "defensores de la paz" habían matado ya a cientos de personas. Y así seguirían durante años hasta sumar 858 asesinados, algo así como un kilómetro y medio de cadáveres, uno tras otro.
Blanco denunció que la Mesa de HB jaleaba y amparaba a los que mataban con coches bomba, ametralladoras y pistolas. Su interlocutor, por su parte, le acusó de intolerante, a él y otros concejales, como los del PSE-PSOE. Culpándolos de la violencia. Diez años antes de aquel pleno, en 1987, ETA, promotora de la Alternativa Democrática para la paz, había volado Hipercor de Barcelona con al menos 21 muertos. A finales de ese mismo año, hicieron algo parecido en la casa cuartel de Zaragoza, con un balance de 11 personas muertas; entre ellas, cinco niñas.
Habla Cano López:
-"Se está encarcelando a la gente, criminalizándola políticamente, con lo que están limitando las posibilidades de diálogo y de paz".
Blanco Garrido:
-"El PP jamás dialogará con los grupos terroristas a no ser que depongan las armas".
En esto, se equivocó el joven concejal: una delegación del Gobierno de Aznar se reuniría con la plana mayor de ETA en mayo de 1999, en la localidad suiza de Vevey.
-"Es lo que hemos dicho mil veces en Euskadi y en el resto de España. La Mesa Nacional de HB está encarcelada porque no ha respetado las leyes. En este país, por suerte, existen las leyes. Ni el asesinato ni la extorsión son una alternativa democrática".
Desconocía el concejal del PP que le quedaban 128 días de vida. De haberlo sabido, adelantándose a su mala suerte de mártir y héroe a su pesar, podría haber puesto un lazo a su historia con una cita magistral sobre la ineficacia de la violencia a largo plazo: "¿Sabe usted qué es lo que más admiro del mundo? La impotencia de la fuerza para fundar nada. Sólo hay dos potencias en la Historia: la espada y el espíritu. A la larga la espada siempre es vencida por el espíritu". (Napoleón).
Ana Crespo, compañera de Blanco en el plenario, no pudo contenerse y le dijo al oído: "Para ya, Miguel Ángel, ¿es que no sabes quiénes son estos?" Crespo acabaría buscando refugio en otra parte de España, huyendo como más de 250.000 vascos de los intransigentes y de ETA.
El dramatis personae
No es difícil establecer una analogía -si nos centramos en el fondo ideológico del debate y eludimos la escala de daños- entre lo que sucedió aquel 5 de marzo en Ermua y lo que hemos escuchado antes y durante la invasión de Ucrania. Que cada cual asigne los papeles de Blanco y Cano a Zelensky y a Putin.
El dramatis personae del pleno municipal vizcaíno contó con más actores, además de Blanco y de Cano, con palabras que resuenan ahora entre cañonazos. Digno de citar es el que era entonces alcalde de Ermua, Carlos Totorika (once apellidos vascos, no ocho), militante del PSE-PSOE, con su posición democrática y dialogante y con la Constitución por delante frente a terroristas etarras y jaleadores.
Desde el otro lado, también intervino el representante de Izquierda Unida, el concejal José Luis Gimeno Lasanta. Decía éste:
-"La violencia se combate con la democracia (…); nosotros vamos a estar en contra de aquellos que utilizan el terrorismo, pero también vamos a estar en contra de aquellos que se parapetan en que cada vez haya más armas, más ejércitos, más policía, más represión".
Esa neutralidad descompensada que deja hacer a aguerridos agresores y que castiga a los indefensos débiles. ¿Acaso no recuerda hoy a otros esta posición del "no a las armas, a los ejércitos…" que tanto agradecen los invasores de Ucrania? Gimeno sigue siendo concejal de IU en Ermua por Izquierda Unida. No pertenece, pues, a "los partidos de la guerra", según definición de la ministra Belarra.
De la batalla dialéctica en Ermua, con palabras al aire y pistolas embozadas, Blanco salió señalado con una cruz en la nuca. Allí había, al menos, dos bandos: en uno, el de demócratas conservadores, liberales, socialdemócratas o socialistas; en el otro, con posiciones intermedias, básicamente el de los ultranacionalistas, para quienes la nación es sagrada y les exime, si es necesario, de tener piedad, porque el país soñado está por encima de los derechos individuales.
Son ultranacionalistas. Los había en Ermua y los sigue habiendo en el País Vasco. Ultranacionalista es la palabra llave para explicar la invasión de Putin en Ucrania, argumentada con misiles.
Quién dio la orden
El final del capítulo de Miguel Ángel Blanco, asesinado por ultranacionalistas vascos, ya lo conocen. El 10 de julio de 1997, el edil del PP fue secuestrado en la estación de Eibar por Txapote -Francisco José García Gaztelu- y Amaia -Irantzu Gallestegui Sodupe-, quien en la ikastola, cuando era niña, dibujaba aviones con la bandera de Euskadi lanzando bombas sobre barcos con la bandera española.
Cuarenta y ocho horas después del secuestro, murió de dos tiros en la cabeza. Durante la cuenta atrás para matarlo, la Mesa Nacional de la Paz de HB, como la llamaba el concejal Cano, no movió un dedo para salvar a Blanco. Los asesinos, apresados pocos años después del crimen, tuvieron dos hijos en la cárcel, nacidos en hospitales de la Seguridad Social en Madrid.
Aún siguen entre rejas –ahora en Estremera (Madrid, en el módulo Ágora)-, pendientes de que el mundo de Sortu/Bildu consiga más beneficios para ellos y otros presos gracias a la tecla de la Moncloa. El chivato de Miguel Ángel Blanco, Ibon Muñoa, ex concejal de HB, regresó a Eibar tras salir de la cárcel y ha rehecho su vida con su novia. Fue recibido como un héroe.
Y Miguel Ángel Blanco duerme el sueño eterno lejos de Ermua, junto a sus padres, en Faramontaos (Orense), de donde procedían los emigrantes. En Ermua permanece vacío el piso de los Blanco Garrido, en la calle Iparraguirre, nombre del poeta autor del poema Gernikako Arbola. En la cochera de la casa, permanece muda de manos que la toquen la batería de Miguel Ángel, miembro del grupo musical Póker.
La orden del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco la dio el jefe del aparato militar de ETA, José Javier Arizcuren Ruiz, alias Kantauri. Esto último no está juzgado, aunque el magistrado Manuel García Castellón, de la Audiencia Nacional, ha reabierto la investigación del asesinato del concejal del PP para esclarecer quién lo decidió. Kantauri pidió insistentemente a Txapote que había que levantar cuando antes a un concejal del PP. Y así sucedió.
El único final feliz de esta historia de víctimas y de ultranacionalistas lo protagoniza Nerea Garrido, la prima pequeña de Miguel Ángel. Nerea ha conseguido llevar a cabo la promesa que hizo al asesinado cuando, en aquellas horas lúgubres entre el 10 y el 14 de julio de 1997, en que fue enterrado, observaba la profesionalidad con la que trabajaba la Ertzaintza, la policía vasca. El pasado 5 de marzo, 25 años después de aquel pleno de Ermua, Nerea hizo su primera patrulla como ertzaina.
*Miguel Ángel Mellado es el autor de 'El hijo de todos', la biografía de Miguel Ángel Blanco.