Todas las víctimas de una guerra estremecen, pero es inevitable que no todas lo hagan por igual. En el imaginario colectivo de la invasión de Rusia a Ucrania han quedado ya algunas para la posteridad, aunque apenas se recuerden sus nombres.
Algunos ejemplos: la enfermera embarazada que bajó ensangrentada las escaleras del hospital materno infantil de Mariupol o la mujer de las uñas pintadas que fue asesinada en la masacre de Bucha. Este fin de semana, una madre de 28 años y su bebé, que había nacido el 4 de enero de este año, se han sumado a esta macabra lista.
La madre se llamaba Valerie. La bebé, Kira. La guerra que ha acabado con su vida empezó cuando ella tenía menos de dos meses. Poco antes, en su primer cumplemés, su madre había colgado un post en su cuenta de Instagram, con una fotografía de ella embarazada.
El texto que acompañaba la imagen no dejaba lugar a dudas. "Estas han sido las mejores 40 semanas. Nuestra niña ya tiene un mes. Papá le dio sus primeras flores. Este es un nuevo nivel de felicidad", rezaba.
Valerie había estudiado Periodismo en la Odessa Mechnikov University, pero se dedicaba a la publicidad y las relaciones públicas. Hace alrededor de seis años, colgó orgullosa su diploma de licenciada, acompañada de este texto: "Quiero decir tantas cosas... Tal vez solo agradeceré a los maestros por su conocimiento. ¡Y gracias a mis compañeros de clase! Tantas risas, alegrías, descubrimientos y nuevos conocidos a lo largo de estos cinco años... ¡Gracias! Y del resto, más emocional, hablaremos en la reunión".
La familia se había mudado a casa de la madre del marido para estar más seguros, ya que vivían cerca del aeropuerto
En la famosa secuencia de las escaleras de El acorazado Potemkin, otra joven madre se convirtió en símbolo de la brutalidad de los rusos en Odesa. Es el personaje que empuja el carrito de su bebé y que, al ser alcanzada por una bala de las fuerzas zaristas, cae sobre el vehículo, que se va deslizando por las escaleras -con el niño dentro- en una escena mítica de la historia del cine.
Como escribía recientemente en EL ESPAÑOL | Porfolio Lorena G. Maldonado, si la zozobra tiene un símbolo, es el de una madre fusilada que al caer al suelo empuja el carrito de su bebé: va derrapando la criatura por los peldaños hacia el final, raudo, trágico e inevitable, sin que nadie pueda detenerlo. Si el terror tiene un símbolo, es el de esa otra madre indefensa pero fiera que clama ante los cosacos armados que la apuntan, dirigiéndose hacia ellos y llevando a su niño malherido en brazos. Pide que se detengan, sin éxito. Disparan de frente.
Los hechos filmados por Eisenstein en 1925 tuvieron lugar en Odesa -aunque no está claro que fuera en las escaleras- en 1905. Quién iba a decir que casi 120 años después, esa misma ciudad sería escenario de otra masacre rusa que tuviera también a niños por protagonistas. Se cumple así la maldición de la ciudad que pasó a la historia del cine por esta escena.
En la película actual, que ojalá sólo estuviera basada en hecho reales y no fuera tan verdad, a Valerie no la ha matado una bala perdida, sino un misil. Y no lo ha hecho huyendo, sino la casa donde residían, una vivienda en el barrio de Tairove, a las afueras de la ciudad a orillas del Mar Negro.
En el momento del ataque se habló de cinco víctimas mortales, pero se cree -y las fotografías así permiten sospecharlo- que más gente falleció. La muerte de Valerie y Kira mereció un comentario específico por parte de los mandatarios ucranianos. "La guerra empezó cuando este bebé sólo tenía un mes. ¿Se imaginan?", dijo el presidente Zelensy en una rueda de prensa pocas horas después del ataque.
Tal y como ha publicado The New York Times, no se trataba de su residencia habitual. Paradójicamente, Valerie, su marido Yuri y su pequeña, habían decidido mudarse a casa de su suegra porque su apartamento -situado cerca del aeropuerto de la ciudad- les empezó a parecer poco seguro. Sin duda, pensaron que vivir en una zona más alejada del centro sería mejor para todos, contó su amiga Oleksandra Iliashenko al periódico estadounidense.
Además de mudarse a casa de su suegra, Valerie compartió planes con Oleksandra. Si a pesar de no vivir en su apartamento, éste era destruido por las fuerzas rusas, la familia abandonaría Odesa. Hablaban desde la distancia, porque su amiga ya se había marchado de la ciudad y lleva varias semanas en Varsovia.
Pero sí vivieron juntas el principio de la invasión. Juntas dudaron de que ésta llegara a Odesa y juntas calcularon lo que el conflicto tardaría en acabar: no más de tres semanas. Entre tanto, las también vecinas cocinaban juntas y soñaban con las vacaciones que compartirían después de la guerra, sin saber que una de las dos familias ya no viviría para entonces.
Cuenta Iliashenko que Valerie era una mujer decidida y con sentido del humor; que amaba su trabajo como relaciones públicas, pero que también disfrutaba de la poesía y la pintura.
Como cualquier joven de su edad, Valerie utilizaba muchos las redes sociales. En su cuenta de Instagram se ven imágenes de sus viajes -a Roma, por ejemplo-, de su gato, de conciertos y hasta de fiestas de disfraces. Pero a partir de febrero sus publicaciones sólo eran sobre la invasión.
Valerie llevaba nueve años con Yuri, su marido desde 2019, quien sobrevivió al ataque ruso
El 1 de marzo, Valerie colgaba la imagen de un coche destrozado por las balas rusas. Y escribía: "El diablo está aquí. Los rusos nos están matando". Probablemente entonces no se imaginaba que ella y su bebé serían víctimas de esas mismas armas.
De las muchas fotografías que pueblan las redes sociales de Valerie, destacan varias con su marido, Yuri, con quien llevaba 9 años -aunque se casaron en agosto de 2019- y que ha sobrevivido al ataque. Yuri es un conocido repostero de Odesa y había pasado todo el viernes y el sábado haciendo tartas decoradas con la bandera de Ucrania, para venderlas con motivo de la Pascua ortodoxa.
En el momento del ataque, Yuri estaba comprando en la tienda de la esquina. Según ha publicado la BBC, cuando volvió a la casa tuvo que enfrentarse a la policía para que le dejaran entrar en el apartamento destrozado por un misil. Allí, encontró los cadáveres de su mujer y su madre, pero no el de su pequeña, que fue localizado más tarde.
"Si dejo las cosas en la casa, se convertirán en basura y la gente las tirará. Quiero conservarlas como recuerdo", contó el viudo de Valerie a la cadena británica. "Ella veía la parte buena en todo. Odesa era su ciudad favorita. Trabajaba en relaciones públicas y se podía comunicar muy bien con mucha gente, les entendía. Admiro lo buena escritora que era. Era una madre estupenda, una amiga, tenía todo lo mejor. Para mí, será imposible encontrar a alguien como Valerie, era perfecta. A alguien así sólo se le conoce una vez en la vida y es un regalo de Dios", añadió.
"Fuimos tan felices cuando Kira nació. Yo estuve en el parto. Para mí es muy duro imaginar que mi mujer y mi hija ya no están. Todo mi mundo ha sido destruido por un misil ruso", concluyó.
Otros niños muertos en la invasión
El presidente Zelensky lo advirtió desde el principio. Por mucho que la invasión a Ucrania se vendiera como una operación casi quirúrgica que apenas iba a durar, sería inevitable que hubiera muertos civiles. Probablemente muchos. Por supuesto, a la hora de atacar objetivos civiles es difícil, sino imposible, salvaguardar a los niños. Y eso que muchos han huido del país. En concreto, más de dos millones, según los últimos datos de UNICEF, aunque la cifra podría haber aumentado.
Respecto a los niños que se han quedado y han fallecido por la invasión, la Fiscalía ucraniana cifró este domingo en 213 las víctimas mortales menores de edad. Y casi en 400 los niños heridos.
Uno de los casos más dramáticos, aunque no se ha confirmado por fuentes independientes, fue el de un pequeño que murió en el sitio de Mariupol por falta de agua. En un video emitido el pasado 8 de marzo, Zelensky dijo: "Escúchenme atentamente. Un niño ha muerto deshidratado. En 2022. Probablemente, esto no pasara desde el fin de la II Guerra Mundial".
Además de los niños que, como Kira, han fallecido por el impacto de proyectiles rusos y del caso del menor muerto por deshidratación, también ha habido menores fallecidos mientras escapaban del Ejército ruso. Es el caso de Elisei, 13 años, que perdió la vida al abandonar Peremoha, un pequeño pueblo ocupado por los rusos. Según su familia, los soldados les dieron permiso para abandonar el lugar, pero empezaron a disparar al poco tiempo de que se montaran en los coches. El niño iba en el segundo coche de los cinco que componían el convoy.
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