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El doctor Volodymyr Grygorovich es otro héroe de Chernóbil. Están los héroes mundialmente conocidos que en 1986 arriesgaron su vida (perdiéndola muchos de ellos) para apagar el catastrófico incendio en la central nuclear a la que da nombre esta ciudad ucraniana. Y ahora, 36 años después del desastre radiactivo, están surgiendo nuevos héroes en la guerra contra la invasión militar rusa. Como él, uniformado solo con su bata blanca de médico. Su arma no es un fusil, sino el teléfono móvil con el que ha grabado e informado en secreto a los defensores ucranianos sobre los movimientos del ejército ruso durante las semanas que ha durado su ocupación de la central atómica y sus alrededores.
Volodymyr Grygorovich es el director del hospital de Chernóbil, denominado oficialmente Unidad Sanitaria y Médica Especializada número 16 del Ministerio de Sanidad de Ucrania. Hace unos meses, le habría sido imposible a este ginecólogo de 58 años imaginar lo que estaba a punto de hacer por su país. Por primera vez cuenta su historia en esta entrevista con EL ESPAÑOL | Porfolio, realizada en la primera semana de junio. Mientras recuerda su experiencia vivida durante la ocupación rusa, uno se da cuenta de que muy pocas personas habrían sido capaces de arriesgar tanto como lo hizo él.
"Los días previos a la invasión podía oír mucho ruido procedente de la frontera con Bielorrusia, debido al movimiento de tropas en torno a Chernóbil", dice el médico en su habitación del hospital. "Cuando un día dejé de oír ese ruido, entendí que habían cogido posiciones y que la guerra iba a comenzar. Sobre las 16:00 horas del 24 de febrero, los rusos empezaron a avanzar hacia Chernóbil para tomarlo. Después, continuaron camino de Ivankiv", 53 kilómetros al sur. Se dirigían a la capital, Kiev.
Al principio de la invasión quedó en shock, admite el director del centro sanitario de Chernóbil. Intentaba controlar sus emociones pero la situación degeneraba. Explica que no había pacientes internados y que la mayoría del personal se marchó.
Pregunta.−¿Cómo lo vivió?
Respuesta.−No podía creer que los rusos estuvieran entrando en Ucrania. Los dos primeros días no podía comer nada, solamente bebía agua caliente.
P.−¿Qué hizo luego?
R.−Fui capitán de la Marina en mi juventud. Debía quedarme a ayudar. Decidí permanecer en el hospital, junto a nueve trabajadores más. No quise ser evacuado. El hospital se convirtió en mi casa. Casi todos los días, oficiales y soldados rusos venían a registrarlo. Entraban y buscaban por todos los lados. Yo no cerraba las puertas con llave, para que no las rompieran.
"Fui capitán de la Marina en mi juventud. Debía quedarme. Casi todos los días, venían a registrar el hospital"
P.−¿Cómo aguantaron?
R.−Al principio teníamos electricidad y calefacción, pero a inicios de marzo los rusos cortaron las instalaciones eléctricas y cancelaron las conexiones telefónicas. Por suerte, nosotros tenemos en el hospital nuestro propio servidor de Internet.
Los rusos desconocían que él seguía teniendo acceso a Internet, destaca el doctor, al que se aprecia en su rostro la angustia vivida en aquellos días. Cuando comprendió cuál era su posición, añade, supo que tenía que hacer algo. Y se adjudicó a sí mismo una misión esencial: espiar a los ocupantes militares. El doctor Volodymyr Grygorovich, escondido, se puso a grabar vídeos con el móvil desde una ventana del hospital, que, a toda prisa, enviaba clandestinamente a la Guardia Nacional de Ucrania.
P.−¿Tenía miedo?
R.−No, no tenía miedo. Pero un día llegaron unos oficiales y nos dijeron que si pasábamos información, nos dispararían. Si nos veían caminando por los bosques o por las calles fuera de los horarios permitidos, nos dispararían también.
P.−¿Cuándo grababa los vídeos?
R.−Sobre todo, cuando se movían las tropas. Enviaba los vídeos inmediatamente. De este modo, la Guardia Nacional de Ucrania podía calcular el tiempo que tardarían en llegar a Kiev y el tipo de vehículos que usaban. Me decían desde Kiev que tenía que enviar los vídeos deprisa para tener ventaja sobre el enemigo. Yo entendí que esto me iba a costar la vida.
Corría peligro de muerte. Ya le habían advertido los militares rusos que le dispararían a matar si lo descubrían, a él o a sus compañeros, informando sobre sus posiciones y recursos a las fuerzas de Ucrania. Los ocupantes eran conscientes de que alguien de la resistencia ucraniana estaba enviando información a Kiev.
"Un día llegaron unos oficiales y nos dijeron que si pasábamos información, nos dispararían"
Los militares rusos en Chernóbil habían requisado los teléfonos al personal sanitario, pero sabían que había aún algunos móviles escondidos y seguían buscándolos. Con sus medios de detección, podían localizar dónde se encontra el aparato cuando se activaba. Si alguien hablaba por teléfono, enseguida se presentaban y se lo requisaban. Pero el doctor Volodymyr mantenía el suyo a salvo y apagado. Cuando los rusos acudían al hospital, él les retaba a buscar donde quisieran, pero les decía que por favor no rompieran nada. Los ocupantes no cometieron destrozos en el centro sanitario.
"Pensé que era el fin"
La estrategia funcionó y seguía enviando vídeos aun a riesgo de que un día pudieran identificar su procedencia si llegaban a manos enemigas. Un día oyó volar en círculos a varios helicópteros, vio también un coche y un tanque parados frente al hospital. "Pensé que era el fin", dice Volodymyr Grygorovich sobre aquel momento de gran tensión. Para hacer más difícil que lo localizaran, empezó a cambiar de posición, realizando vídeos desde diferentes lugares.
Después de un tiempo, decidió dejar el teléfono en uno de los apartamentos cercanos al hospital, a una persona que conocía. El único problema es que esta persona bebía mucho y enseguida la preocupación comenzó a ser mayor que cuando él mismo tenía el móvil. Decidió ir a recuperarlo. Cuando llegó al apartamento, encontró la puerta destrozada y latas de bebidas energéticas tiradas por el suelo.
Enseguida comprendió que los rusos habían entrado a registrarlo. Los nervios se apoderaron de él, no podía creerlo. De repente, vio algo voluminoso debajo de una hoja de papel: era su teléfono. Un simple folio había evitado una tragedia. "El teléfono contenía mucha información comprometedora, fue un milagro que no lo encontraran", comenta ahora Volomydyr con una sonrisa de alivio.
"El teléfono contenía mucha información comprometedora, fue un milagro que no lo encontraran"
Los días pasaban. Las noches de marzo eran muy frías sin calefacción. Él se había quedado a vivir en un pequeño cuarto junto a su despacho. Enseña el sofá donde dormía. Recuerda especialmente tres noches a 10 grados bajo cero. "Psicológicamente fue muy duro", confiesa. El doctor Volomydyr está casado y tiene un hijo y un hija, ambos médicos; el mayor ejerce también en Chernóbil y ella, en Kiev.
En lugar de irse a su casa y reunirse con su familia, el ginecólogo optó voluntariamente por continuar su misión de resistencia en el hospital, espiando los movimientos militares rusos desde las ventanas. Nació en 1963 en Kiev pero dice que Chernóbil es su hogar, y donde ha pasado los años más felices de su vida.
Su segunda casa es el hospital. Como se conoce el edificio como la palma de su mano, dice que, aunque la luz estaba cortada, se desplazaba de noche a oscuras sin problemas por pasillos y habitaciones. Como un fantasma vigilante. "El edificio tiene nueve puertas. A menudo, cuando los rusos entraban por una, yo salía por otra, para no encontrarme con ellos", detalla sobre la delicada cohabitación con los militares ocupantes.
El doctor precisa que su lengua materna es el ucraniano, pero que hablaba en ruso con los militares enviados por el gobierno de Vladímir Putin. Por cierto, el director del hospital de Chernóbil comparte nombre de pila tanto con el presidente de Rusia como con el de Ucrania, Volodymyr Zelenski.
P.−¿Alguno de sus nueve compañeros con los que vivía en el hospital sabía que usted estaba grabando a los rusos y enviando los vídeos a la Guardia Nacional de Ucrania?
R.−Lo sabían los nueve.
P.−¿Y no temía que alguno lo delatara?
R.−No. Confiaba en ellos, y ninguno dijo nada.
Con esta afirmación, quiere resaltar que su valentía formó parte de un trabajo en equipo. El doctor Volodymyr Grygorovich supo mantener la calma y la sangre fría en un momento crucial. Con su inteligencia y coraje, consiguió ayudar a la defensa de su país enviando vídeos e información que las fuerzas armadas ucranianas usaban a su favor.
Las tornas cambiaron y la resistencia de Ucrania forzó que los militares rusos se retiraran de Chernóbil el 1 de abril. Pero él no baja todavía la guardia. En el hospital se prepara para un posible regreso de las tropas invasoras. Enseña en un rincón de las escaleras los bidones de agua potable que acumula para una nueva emergencia y, en el patio, el samovar que sus colegas y él fabricaron para calentar agua con leña y cocinar, después de que les cortaran la luz. No quiere que lo sorprendan otra vez. Pero lo sorprendente es que, pese a revelar su historia y cómo espió a los ocupantes, no tenga intención de esconderse si regresan.
P.−Pero, ¿no se irá si vuelven otra vez los militares rusos?
R.−No, no me iré si vuelven. Me quedaré aquí de nuevo. Chernóbil significa mucho para mí. Aquí he vivido los mejores años de mi vida.
¿No se irá si vuelven los militares rusos? "No. Me quedaré de nuevo. En Chernóbil he vivido los mejores años de mi vida"
Rehenes de la central nuclear
Las tropas rusas penetraron el 24 de febrero por el sur, este y el norte del país. Bombardearon sin cesar la capital, Kiev, y la segunda ciudad del país, Járkov, y se hicieron fácilmente con el control de la central nuclear de Chernóbil. Se iniciaba así la guerra que desde hace más de tres meses enfrenta al David ucraniano contra el Goliat ruso. El 1 de abril, las tropas rusas se retiraron de Chernóbil, dejando atrás destrucción, contaminación y efectos psicológicos en los trabajadores de la zona de exclusión alrededor del reactor número 4 de la central nuclear, el que explotó en 1986. Dos de esos trabajadores, ingenieros vinculados a la planta atómica, cuentan aquí a EL ESPAÑOL | Porfolio cómo han vivido la invasión y ocupación militar de Rusia.
Con un radio de 30 kilómetros y una extensión de 1.600 kilómetros cuadrados, la zona de exclusión de Chernóbil es realmente un paraíso donde la naturaleza es la auténtica dueña. Un lugar aparentemente tranquilo que esconde un enemigo invisible que no entiende de nacionalidades ni fronteras: la alta radiactividad. Un sarcófago metálico, inaugurado en el año 2016, sobresale imponente en la distancia. Su misión es protegernos de los altos niveles radiactivos que aún hoy, 36 años después, emite el reactor nuclear número 4 de Chernóbil.
Los rusos destruyeron la mitad del puente sobre el Uzh; los ucranianos han tirado la otra, para que no vuelvan
En la actualidad, seis controles armados de carretera o checkpoints separan la localidad de Ivankiv de la central nuclear. Militares y policías se aseguran de que todo aquel que entra en este lugar tiene los permisos en regla, como este periodista. El ejército ruso abandonó Chernóbil y pueblos colindantes el primer día de abril y el ejército ucraniano recuperó esta zona norte del país, fronteriza con Bielorrusia.
La vigilancia es máxima, ya que el ejército de Moscú podrían regresar en cualquier momento, aunque esta vez el ejército ucraniano, dicen en la zona, está mejor preparado para defender el lugar. Llama la atención el puente destruido sobre el río Uzh, afluente del río Prípiat: los rusos destruyeron primero un tablero del puente tras su invasión, y luego los ucranianos han derribado el otro que quedaba en pie, para evitar que el enemigo lo use para invadirlos de nuevo.
Fueron muchos los daños materiales que militares invasores causaron en apartamentos de trabajadores, oficinas o laboratorios, pero lo que más sienten los rehenes de aquel periodo −ellos usan esa palabra, "rehenes", porque en la práctica no podían irse− son los efectos psicológicos, el trauma creado por el estrés al creer que podrían morir en cualquier momento. El día 24 de febrero por la mañana comenzó la evacuación de parte del personal.
"Me apuntaron a la cabeza"
Oleksander Oleksandrovich, un ingeniero de 47 años que trabaja en el mantenimiento de edificios de la central nuclear, relata a esta revista: "Llamé a mi madre por teléfono. Ella está en Járkov, mi ciudad natal. Me dijo que estaban bombardeando y era peligroso. Entonces decidí quedarme en Chernóbil. Nos quitaron el pasaporte y entraron en algunos edificios destrozándolo todo. Aquí se pueden ver los daños".
"Nos quitaron el pasaporte y entraron en algunos edificios destrozándolo todo", denuncia el ingeniero Oleksander
Enseña, para demostrarlo, la oficina de administración de la empresa donde trabaja en la ciudad de Chernóbil: los empleados han arreglado ya varias estancias pero un despacho grande lo mantienen revuelto, tal como lo dejaron los invasores al marcharse. En un espejo pintaron con spray rojizo una gran Z, la firma del ejército ruso en su "operación especial en Ucrania", como llama el Kremlin a la invasión.
Oleksandrovich asegura que fue duro y que hasta el más fuerte mentalmente sufrió las consecuencias de la incertidumbre. "Un día caminaba por la calle con un grupo. Éramos quince personas, y fue a mí a quien me apuntaron con una pistola en la cabeza, preguntándome que dónde iba", recuerda el ingeniero. Dice, con expresión triste, que ahora ve la vida de diferente manera: "Tenía planes, sueños, proyectos. Ahora pienso en el presente. No sabes cuándo vas a morir".
Jefe medidor de radiactividad
Otro técnico cualificado, Sergey Ivanovich, director del ECO Centre en Chernóbil, un departamento gubernamental que se dedica a medir las radiaciones en la zona de exclusión del accidente de 1986, fue evacuado y hoy, en su despacho, nos habla sobre las consecuencias medioambientales de la invasión.
P.−¿Cómo miden la radiactividad a distancia?
R.−Hay 39 sistemas de control automáticos repartidos por toda la zona de exclusión que envían información sobre los niveles de radiación a nuestras oficinas. Es un sistema independiente al de la central nuclear. En caso de apagón eléctrico, los detectores pueden funcionar de manera autónoma durante un periodo de entre tres y cinco años.
P.−¿Cómo estaban los niveles de radiación?
R.−Antes de la invasión, los niveles eran estables y podían variar según las condiciones meteorológicas. Pocos días después de su llegada, los invasores cortaron las comunicaciones.
"Nos quedamos sin los datos de radiactividad que debían enviar los detectores automáticos", cuenta el director del ECO Centre. Las alarmas se dispararon ante la posibilidad de un nuevo accidente nuclear en Chernóbil, en manos rusas desde hacía ya días. La caída de la red eléctrica y los problemas para refrigerar los reactores nucleares volvía a amenazar a Europa. La expectación era máxima y a los trabajadores no les llegaban noticias ni desde Moscú, ni desde Kiev.
"Nos quedamos sin los datos de radiactividad de los detectores automáticos", dice el jefe de ECO Centre
Durante más de un mes, los ocupantes causaron muchos destrozos materiales y robaron todo lo que les apetecía. Sergey Ivanovich enseña, como una leve muestra, las pintadas con spray que, dice, soldados rusos hicieron en el salón de actos de la sede de ECO Centre.
Soldados rusos contaminados
Ivanovich se sorprende al ver las imágenes de las trincheras que los militares rusos cavaron en el Bosque Rojo, uno de los lugares más contaminados de la zona de exclusión. El experto en medición de radiactividad señala que inhalar partículas radiactivas mientras movían la tierra contaminada les puede traer consecuencias terribles para la salud. "El estroncio", dice como botón de muestra, "se deposita en los huesos y es imposible eliminarlo".
Se perdió el contacto con los sistemas de medición, pero al ser autónomos y guardar la información, pudieron recuperar los datos en el ECO Centre posteriormente. El paso de cientos de vehículos militares pesados y de tropas, y la construcción de campamentos en distintos puntos, alzó la radiación a niveles muy altos, al remover la tierra. Esto trae consecuencias no solo para esta región, pues el viento transporta las partículas a otros lugares, en ocasiones muy lejanos, alerta Sergey Ivanovich.
"Si se produjera un incendio en estas circunstancias [como el fuego forestal que arrasó parte del Bosque Rojo en 2020], la contaminación podría extenderse por lugares de Europa, Rusia y Bielorrusia fácilmente. Los rusos conocen bien el accidente de Chernóbil. ¿Cómo no iban a saber los problemas de radiación en este lugar y las consecuencias que podría producir?", añade el director del centro de mediciones.
"No entiendo qué hicieron los soldados y oficiales rusos en el Bosque Rojo. Tal vez era un experimento", dice Ivanovich
Muchos creen que los militares rusos usaron mapas anteriores a la explosión de 1986, donde no están marcadas las zonas radiactivas. "No entiendo qué hicieron soldados y oficiales rusos durante dos semanas en el Bosque Rojo. Tal vez era un experimento", dice asombrado Ivanovich, sin tener una respuesta concreta. Destaca que sería muy útil para la medicina que las autoridades rusas evaluaran a lo largo del tiempo el impacto que tendrá la radiación en la salud de los militares rusos que estuvieron acampados en el Bosque Rojo. La zona de exclusión es uno de los lugares más contaminados del planeta, y ahora, debido al paso del ejército de Putin, lo es un poco más.
Las abuelas de la zona de exclusión
Las abuelas Hanna (88 años), María (86) y Sofía (77) son tres samosely, como se llama a los antiguos residentes en las aldeas y ciudades de la zona de exclusión de la central de Chernóbil que decidieron volver a sus hogares a pesar del riesgo de contaminación radiactiva. Es un retorno ilegal pero, en su caso, tolerado por las autoridades.
Las tres ancianas son casi las únicas habitantes de Kupovate, una de las aldeas más remotas de la zona de exclusión. Tan apartado es el sitio, que las tropas invasoras rusas ni siquiera pasaron por aquí. Ellas aseguran a EL ESPAÑOL | Porfolio que no vieron a un solo militar ruso durante el mes largo que duró la ocupación de la zona norte de Ucrania vecina de Chernóbil.
Asistimos, a principios de junio, al reencuentro de las tres mujeres con Vera Kostiuchenko, que es enfermera del hospital de Chernóbil y compañera de trabajo del doctor Volodymyr Grygorovich. La enfermera Vera se encarga de visitar regularmente a las tres abuelas para conocer su estado de salud, pero no se veían desde antes de la invasión rusa de finales de febrero. La alegría de las cuatro es inmensa al fundirse todas juntas en un gran abrazo.