La bióloga marina Rocío Espada Ruiz (1980) es una valiente del Estrecho. Nació y vive en La Línea de la Concepción (Cádiz), en la conflictiva frontera donde el ecosistema humano se funde con la naturaleza salvaje. A veces, lo salvaje se lo encuentra a este lado. Hace un año, Rocío y su equipo de voluntarios se plantaron con sus cámaras con teleobjetivo y sus potentes prismáticos en una azotea de la playa linense de La Atunara, famosa por los desembarcos de hachís.
Al poco tiempo, un coche empezó a rondarlos y de su interior les llegó un grito: "¡Que no miréis mááás!". Los animales se creían que los observadores estaban allí en safari fotográfico para avistar y delatar a unos temibles peces gordos: las lanchas de los narcos. "Estuvimos amenazados", cuenta Rocío Espada a EL ESPAÑOL | Porfolio.
Unos días más tarde, escrutaban el horizonte de Levante apostados con sus cámaras y catalejos en su otro punto de avistamiento, el mirador junto a la caseta del socorrista de la playa de Santa Bárbara, también en La Línea. Dos hombres se dirigieron a ella, la jefa, preguntándole, con tono amenazante, qué estaban haciendo.
"Les dije, venid, mirad vosotros mismos por los prismáticos. En ese momento estábamos viendo unos delfines comunes. Miraron por el visor y se fueron. Después de esas primeras dos semanas, nos dejaron tranquilos", recuerda la bióloga el miércoles de esta semana, en el mismo sitio, durante una tarde de observación.
Los traficantes de hachís entre Marruecos y España no solo se convencieron de que Rocío Espada no era una policía o una periodista disfrazada de bióloga, sino que algunos de ellos y gente de su entorno han colaborado con ella desde entonces como informantes de su extraña misión. Así, le han contado sus avistamientos de la navegante del Estrecho que Rocío busca de verdad: la ballena rorcual común, el animal más grande del Mediterráneo y el segundo mayor del mundo, tras su hermana la ballena azul. "A mí no me importa lo que cada uno haga en el mar, sino los datos que me dan", dice esta investigadora del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad de Sevilla.
El entorno del narcotráfico la amenazó al principio, pero ahora colaboran con ella informándole de avistamientos
Los peatones del mar
Rocío Espada quiere involucrar a toda la ciudadanía −incluidos los vecinos que se mueven al margen de la ley− en la noble causa del Proyecto Ballena Rorcual Común del Estrecho Oriental, un estudio para averiguar al máximo los patrones migratorios de esta mole mamífera que puede llegar a pesar 75 toneladas y medir más de 25 metros. El objetivo es crear un "Semáforo del Estrecho" que, conociendo sus costumbres de paso, evite que estas ballenas y otros mamíferos marinos sufran atropellos mortales o heridas gravísimas al circular por el lugar con mayor tráfico marítimo del mundo.
Los cetáceos son como los peatones más vulnerables de una gran ciudad en esta autopista acuática que es el Estrecho de Gibraltar, con sus 60 kilómetros de longitud y 14,4 kilómetros de anchura en su punto más angosto. Están expuestos por doquier al movimiento de embarcaciones grandes y chicas, desde las zódiacs ultrarrápidas de los narcotraficantes, las patrulleras de la Guardia Civil o las motos de agua, hasta los superpetroleros, los portacontenedores y los barcos de pasajeros lentos y rápidos, pasando por pesqueros y yates de recreo de todos los tamaños.
Las colisiones, los cortes con hélices y los accidentes con redes de pesca y restos de plásticos son de las principales causas de muertes y heridas no naturales para las ballenas y delfines del Estrecho, destaca la experta luchadora a favor de los animales.
La idea, explica Rocío Espada, es que los datos recabados con los ejemplares de rorcual común, la estrella de los cetáceos en España, permitan a los controladores del centro de control de tráfico marítimo de Tarifa regular el tránsito de los barcos, ordenándoles por radio que reduzcan la velocidad, se desvíen o incluso paren un momento, para no dañar a estas ballenas cuando pasan por aquí dos veces al año. El momento cumbre de su migración de verano es ahora, a finales de junio y en el mes de julio.
Quiere que los controladores marítimos ordenen a los barcos reducir la velocidad o pararse para no dañarlas
El tráfico marítimo depende de Tarifa
La Sociedad de Salvamento y Seguridad Marítima (Sasemar, del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana) supervisa el tráfico en el Estrecho de Gibraltar desde su Centro de Coordinación de Salvamento (CCS) de Tarifa (Cádiz). Su Dispositivo de Separación de Tráfico controla e identifica a los más de cien mil barcos que atraviesan el Estrecho cada año, con el fin de garantizar la seguridad y evitar los abordajes. El de Tarifa es el dispositivo con más tráfico de España.
La geoestratégica estación de control de Tarifa, en la punta sur de la península Ibérica y Europa, domina visualmente y con radares la circulación de barcos por todo el Estrecho. La información exhaustiva que la bióloga Rocío Espada y su equipo están reuniendo sobre los movimientos de las ballenas facilitará a los controladores aumentar su protección, pues, al contrario que las embarcaciones, estas nadadoras naturales carecen de un sistema automático de identificación y seguimiento (aunque en un futuro se podría marcarlas con balizas dotadas de GPS).
El plan de colaboración del Proyecto Ballena se encuentra sin embargo con una complicación añadida, porque, según ha denunciado en mayo el sindicato Comisiones Obreras, la dirección de Sasemar tiene la intención de convertir el CCS de Tarifa en un centro remoto y trasladar a la plantilla al centro de coordinación en el puerto de Algeciras. Un "cierre" contra el que los trabajadores se están movilizando.
La ballena rorcual común mide entre 19 y 22 metros de longitud de media pero puede llegar hasta los 27 metros (son algo más grandes las hembras). Pesa entre 50 y 75 toneladas. A los rorcuales comunes (también conocido como ballena de aleta, por la característica aleta de su tercio posterior, cerca de la cola), Balaenoptera physalus de nombre científico, los llaman "los galgos del mar" porque, gracias a su forma alargada o fusiforme, como un torpedo, son muy rápidos y logran velocidades punta de 30 e incluso 40 kilómetros por hora (16 a 22 nudos).
Suelen navegar a entre 7 y 13 kilómetros por hora (4 a 7 nudos aproximadamente) asomando solo el lomo, pero a veces se las ha visto nadando muy rápido y saltando con todo el cuerpo fuera del agua, como se aprecia en el vídeo que la organización Circe grabó en el Estrecho el 22 de mayo de 2014.
La bióloga, que está preparando su tesis doctoral sobre esta especie, detalla que hay una población principal de rorcual común en el sector Noreste del Atlántico Norte (la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza estima que hay unos 100.000 ejemplares en este océano), y una subpoblación de entre 3.500 y 5.000 individuos que reside en el Mediterráneo, en especial en el mar de Liguria, en la costa italiana.
Una parte de los ejemplares del Atlántico (quiere averiguar si son los mismos cada año o van cambiando) son los que migran de ida y vuelta al Mediterráneo: en invierno van al mar de Alborán, cerca del Estrecho, y en verano regresan del Mediterráneo al Atlántico. Los ven pasar desde la segunda parte de mayo hasta la primera de octubre, con el pico de más tránsito ahora, a finales de junio y durante julio.
Hay una diferencia importante de trayecto entre ambas migraciones. En la de invierno, las ballenas nadan lejos de las orillas porque aprovechan la corriente permanente hacia el interior del Mediterráneo que domina en el centro del canal del Estrecho. Por el contrario, en este momento, en el éxodo de verano, prefieren pegarse a la orilla norte.
Cuando, procedentes del mar de Alborán y otras partes del Mediterráneo, llegan a la altura más o menos de Estepona, en la Costa del Sol, se acercan a tierra y navegan en paralelo muy cerca de tierra, a entre 200 metros y 2,5 kilómetros de la playa, buscando quizás otras corrientes secundarias que las empujan de cola hacia el Atlántico. Es la zona con más presencia humana y más tráfico de embarcaciones, y por tanto el lugar donde es más fácil verlas, registrar sus movimientos y, en mucha ocasiones, atropellarlas.
Lo bueno de la ruta de verano es que convierte el paso de las ballenas en un espectáculo al alcance de cualquiera, siempre que sepa mirar, y eso es lo que enseñan Rocío y la también bióloga marina y vecina linense Estefanía Martín Moreno (Granada, 1990), su socia en la empresa medioambiental de "avistamientos responsables" Ecolocaliza. Rocío dirige la investigación y Estefanía se encarga de la formación.
Se las puede ver desde las playas orientales de La Línea: Santa Bárbara, Levante y La Atunara
Aunque es mejor ir a la búsqueda de las ballenas en un barco −ellas ofrecen expediciones en velero este verano desde el puerto de Sotogrande, a 165 euros por persona la salida que dura todo el día, con curso incluido−, no hace falta ni levantarse de la toalla en la arena para descubrirlas en esta época del año: desde las playas orientales de La Línea (las principales son las playas del fuerte de Santa Bárbara, Levante y La Atunara, a lo largo del paseo del Mediterráneo de La Línea) se puede, con un poco de suerte y paciencia, ver pasar los rorcuales a diferentes horas.
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Esta tarde de miércoles, 15 de junio, no han registrado ningún ejemplar, pero la víspera han pasado cuatro, en dos parejas. Dentro de unos días los avistamientos desde la playa serán diarios, anuncian Rocío y Estefanía. Parte del tiempo lo dedican a escudriñar el mar con sus prismáticos y otro buen rato, a informar a la gente que se acerca a preguntar qué están buscando con tanta atención.
Las dos socias de Ecolocaliza enseñan el vídeo que el día anterior grabó el piloto gibraltareño de una moto de agua, de dos ballenas rorcuales que pasaron muy cerca de la pared oriental del Peñón de Gibraltar. Se escucha el penetrante sonido que emiten estos animales, su "vocalización".
¿Cómo distinguir desde tierra o desde una embarcación que estamos ante una ballena rorcual común? Por el chorro del soplido que emite al respirar, que alcanza 9 o 10 metros de altura en vertical (el del cachalote, otro vecino pasajero del Estrecho, es oblicuo); por su aleta dorsal en el tercio posterior del cuerpo; por no sacar la cola al sumergirse (al contrario que el cachalote) y por sus manchas en el dorso derecho, que varían entre cada individuo.
Los rorcuales son de tamaño monstruoso pero resultan inofensivos y vulnerables: tan pacíficos son que no tienen ni dientes para morder. Se alimentan sobre todo de kril, minicrustáceos marinos. Son cetáceos misticetos, lo que quiere decir que tienen barbas en lugar de dentadura ósea, con la que sí cuentan los delfines y otras especies de ballenas como el cachalote.
Los avistadores voluntarios que dirige Rocío Espada, cerca de diez, se colocan en tierra en el paseo del Mediterráneo de La Línea, entre las playas de La Atunara y Santa Bárbara, mirando al Levante. A partir de aquí, las ballenas, en pareja de madre y cría o en grupos pequeños de hasta 8 individuos (lo máximo que han visto), rodean el Peñón de Gibraltar por la punta de Europa, cruzan la bahía de Algeciras de extremo a extremo, hasta punta Carnero, sin internarse en la bahía; pasan frente a Tarifa y se adentran en el Atlántico.
La caza ballenera
En su primera campaña sistemática del Proyecto Ballena, en 2021, registraron el paso de 200 ejemplares, de los alrededor de 250 que calculan que migran cada año a través del Estrecho. Son pocos comparados con los miles que había antes de que la caza ballenera casi los exterminara en 1954. A finales de ese año terminó la última temporada de caza de la Ballenera de Getares, empresa situada en el extremo occidental de la bahía de Algeciras, donde se descargaban en una rampa (aún visible) los enormes ejemplares de rorcual común y cachalote capturados con arpón, para luego trocearlos en la fábrica. Abrió en 1921 a iniciativa de un empresario noruego y durante unos pocos años de actividad intermitente mataron 5.000 ballenas, recuerdan las biólogas.
De 1921 a 1926 cazaron y despiezaron 3.954 ballenas (3.609 rorcuales comunes y 345 cachalotes)
En su primera fase, entre 1921 y finales de 1926, cazaron y despiezaron en apenas seis años 3.954 ejemplares (3.609 rorcuales comunes y 345 cachalotes). En una segunda fase, de 1948 a 1954, mataron y procesaron unas 800 ballenas, como detalla Mariano Vargas (que fue capitán del ballenero Antoñito Vera) en su libro Cazadores de ballenas en el golfo de Cádiz, escrito con la colaboración de Jaime Conde.
Al principio, lo que se buscaba era la grasa de la cabeza para fabricar aceite como combustible de lámparas de luz; luego, en los años 50, la carne se vendía en el mercado de abastos de Algeciras, a seis pesetas el kilo, un precio asequible para las familias pobres, como apuntan en el foro de Facebook Algeciras en imágenes algunos vecinos mayores que la comieron. La ballenera de Getares y otra que funcionaba en la orilla sur del Estrecho, en Benzú, junto a Ceuta, cerraron al diezmar a estas especies, hoy protegidas pero aún en situación vulnerable.
15 especies de cetáceos
Las aguas de Tarifa y Algeciras pertenecen al Parque Natural del Estrecho, mientras que el litoral de La Línea se encuadra en la Zona de Especial Conservación (ZEC) del Estrecho Oriental. La ballena rorcual común es una de las quince especies de cetáceos que habitan o pasan por aquí regular o puntualmente, junto al rorcual boreal, el rorcual aliblanco, la ballena yubarta o jorobada, el cachalote, el calderón negro, el calderón gris, la marsopa común, el delfín listado, el delfín común, el delfín mular, el zifio de Cuvier, el zifio de Blainville, la orca y la orca bastarda.
A todas estas especies las conoce de cerca Rocío Espada, que estuvo trabajando durante 18 años en Gibraltar como guía bióloga en una empresa de avistamiento de cetáceos desde embarcaciones. Entre ese trabajo, en el que aprovechaba para recoger datos, y sus propias investigaciones con el Laboratorio de Biología Marina de la Universidad de Sevilla, ha acabado conociendo a muchos individuos como si fueran de su familia. Los ha identificado en decenas de miles de fotos y ha seguido durante años su evolución, plasmada en artículos científicos publicados junto a sus compañeras Estefanía Martín y Liliana Olaya, y otros colegas.
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Un estudio de ellas se ha centrado en los delfines comunes de la bahía de Algeciras y las heridas que sufren por atropellos y otras causas. En otra investigación descubrieron por primera vez la hibridación de un delfín común con una delfín mular (su querida Billie, que es el logotipo de Ecolocaliza). Otro artículo colectivo reciente detalla las "interacciones" o embestidas de las orcas a yates y veleros registradas los últimos años cerca de Barbate.
Casualmente, mientras hablamos, pasa por el mirador en La Línea Pedro y su hija Mar, que vivieron un intenso encuentro con dos orcas hembras adultas y varias crías en agosto de 2021, frente al litoral oriental de La Línea. Los animales se acercaron a su velero y lo empujaron y cabecearon, como si fuera un juguete, hasta romperle el timón. No olvidarán, cuenta el padre, los ojos de esas orcas, mirándolos, ni, dice la niña, el moco con que el resoplido de una le cubrió la cabeza.
Cómo colaborar
Rocío y Estefanía animan a participar en su proyecto para conocer mejor y proteger a la ballena rorcual común. ¿Cómo hacerlo? Una forma es apuntarse como voluntario regular en su programa de observación, para lo que hay que hacer un curso previo, que vale 38 euros, en el que enseñan cómo registrar la información del avistamiento: posición geográfica, dirección, hora, tiempo entre respiraciones, actividad de embarcaciones en ese momento...
Otra forma es colaborar de manera puntual y espontánea. Hacen un llamamiento para que quien vea una ballena −de esta especie, u otras− les "done los datos" del avistamiento: "Que apunten la hora, el lugar, la dirección hacia la que iba, y, fundamental, que hagan vídeos y fotos, si es posible del flanco derecho, y nos los envíen", al correo info@ecolocaliza.com o por Whatsapp al 653 42 74 99, dice Estefanía Martín, una divulgadora vocacional. Cuando no está observando, está impartiendo talleres informativos y de concienciación a grupos de todas las edades.
También, añade, se puede colaborar con ellas para financiar este proyecto con la compra de sus camisetas y bolsos, o participando en las expediciones en velero que organizan este verano.
Hay días solitarios en que se ve a los delfines persiguiendo peces al borde de la orilla, como enseñan en otro vídeo. Para estas linenses, Rocío de cuna y Estefanía de adopción, las ballenas y delfines del Estrecho que pasan frente a La Línea son un tesoro que la ciudad debe reivindicar, proteger y explotar pacíficamente como noticia positiva tras años en que la han conocido por su depresión económica y el narcotráfico. En ese camino, Rocío Espada propone que se instale en el paseo del Mediterráneo un mirador amplio con carteles explicativos que atraigan e informen a vecinos y visitantes sobre los mamíferos marinos que viven al lado.
Rocío Espada y Estefanía Martín, socias de Ecolocaliza, defienden a ballenas y delfines como un tesoro para La Línea
Tienen pendiente desenterrar una cría de rorcual común, hembra de 7 metros de largo, que hallaron muerta, varada, en noviembre de 2019. La enterraron en la costa, con permiso del Ministerio de Transición Ecológica y la ayuda del Ayuntamiento, para usar el esqueleto con fines didácticos tras su descomposición.
En los próximos meses, planean además incorporar drones para observar e identificar de cerca las ballenas. Rocío Espada tiene el título de patrón de yates y se ha sacado también el de piloto de drones. Le dirige su tesis otro ilustre linense, el catedrático y director del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad de Sevilla José Carlos García Gómez.
Prevenir atropellos
Cesada la persecución de los barcos balleneros, el mayor peligro ahora para el animal más grande del Mediterráneo y el segundo del mundo es el tráfico de los ferries de pasajeros de alta velocidad, como dice que se ha detectado ya en Italia y ha ocurrido con otros cetáceos en las islas Canarias. Con un barco que navega a 35 o 40 nudos, mucho más rápido que este "galgo del mar", aumenta el riesgo de colisión o atropello. Recuerda Rocío Espada el caso de un rorcual común que apareció muerto en el puerto de Algeciras sobre el bulbo de un barco −la protuberancia del casco en la parte sumergida en la proa−, aunque no se averiguó si el animal murió del impacto o ya estaba muerto cuando chocó con el navío.
En su blog, la bióloga y educadora ambiental Estefanía Martín destaca un caso paradigmático, el de un calderón tropical al que la hélice de una embarcación de recreo le seccionó la cola en Los Cristianos (Tenerife) en 2019. Era una hembra juvenil y hubo que sacrificarla después.
La supervivencia de los cetáceos y la salud de sus poblaciones depende de que se estudie su comportamiento y se adapte el tráfico marítimo (el legal e identificado y el clandestino de los traficantes) para protegerlos, defienden las dos expertas tras ver durante años las heridas y cicatrices en el cuerpo de los supervivientes.
Para evitar estos daños, piden a los navegantes humanos que apliquen el protocolo que dictó el Real Decreto 1727 de 2007 para el avistamiento de cetáceos. Está prohibido, recuerdan, acercarse a menos de 60 metros; se puede ir a ver a ballenas y delfines, pero en paralelo, sin ponerse ni por delante ni por detrás de su línea de navegación, ni perseguirlos. Y, en todo caso, hay que reducir la velocidad de la embarcación a menos de 4 nudos, 7,4 kilómetros por hora. "Que todos tengamos nuestro espacio" en el Estrecho, las personas y los mamíferos marinos, defiende Rocío Espada, la promotora de un semáforo para que ferris, motos y narcos no atropellen a los peatones del mar.