El pasado diciembre, la feria Art Basel llevó a Miami decenas de exposiciones, fiestas y una muchedumbre de coleccionistas ansiosos y snobs muertos de ganas de ver y de ser vistos. No como Elon Musk, que trató de pasar desapercibido y ni siquiera asistió a la bienvenida a los Vip organizada por el alcalde, Dan Gelber. De las paredes de 253 galerías colgaban obras de Keith Haring por 8 millones de dólares; una pieza de David Hockney, por 6,5 millones; un barceló de 2,5 millones y un rothko de 50 millones con el que el marchante alemán David Zwirner hacía saltar la banca.
Sólo fortunas como la de Musk podían permitírselo sin mover una ceja. A pesar del obligatorio camuflaje tras las mascarillas, los galeristas conocían que el tipo más rico del mundo estaba en Art Basel. Aunque trató de ocultarlo, todo el mundo lo supo cuando el Wall Street Journal publicó un scoop en primera plana. Según el diario, durante la celebración de Art Basel, el magnate de Tesla tuvo una aventura con la esposa de su gran amigo Sergey Brin, cofundador de Google.
Musk, por supuesto, lo negó todo. "Sergey Brin y yo somos amigos y estuvimos juntos en una fiesta anoche [...] Sólo he visto a Nicole dos veces en tres años, ambas con muchas otras personas alrededor. Nada romántico", dijo.
Sin embargo, el presunto devaneo llevó al magnate de Google a solicitar el divorcio a principios de este año y acabó con la larga amistad de los multimillonarios tecnológicos. Brin y su esposa, Nicole Shanahan, negocian hoy los términos de su divorcio y ella aspira a lograr mil millones de dólares.
Las tensiones entre ambos magnates han aumentado en los últimos meses, hasta el punto que Brin ha ordenado a sus asesores financieros que vendan sus inversiones personales en las empresas de Musk. Y eso que, informa el Wall Street Journal, “en una fiesta a principios de este año, el Sr. Musk se arrodilló frente al Sr. Brin y se disculpó por la transgresión, suplicando perdón. El Sr. Brin aceptó la disculpa, pero ha dejado de hablar con el Sr. Musk”. Total, un terremoto melodramático en una burbuja tecnológica.
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Lo de las disculpas del mal amigo se contradice con el hecho de que en Twitter Musk calificase la información del WSJ como “pura basura”. “Deberían publicar historias que realmente importen a sus lectores y que tengan una base fáctica sólida, no rumores aleatorios de terceros”, escribió, visiblemente enfadado.
Además, envió al New York Post una foto en la que aparece riéndose mientras se codea con Brin en lo que parece una fiesta. “Tomé esta foto hace sólo dos horas”, dijo Musk en un correo electrónico al tabloide estadounidense. “El divorcio de Nicole y Sergey no tiene absolutamente nada que ver conmigo”, añadió, “estoy seguro de que ellos lo confirmarán”. De momento, no lo han hecho.
Lazos enredados
Cuando Musk estaba en PayPal y Brin llevaba a Google a la cima del poder de los algoritmos de búsqueda, ambos eran como hermanos. Durante la crisis de 2008, Brin aportó medio millón de dólares a Tesla, cuando la compañía de vehículos eléctricos de lujo de Musk intentaba mejorar su producción. Musk reconoció que durante años visitó habitualmente a Brin en su casa en Silicon Valley. Una amistad que se extendió a los negocios.
El éxito y estilo personal de Musk han dado lugar a comparaciones con otros magnates visionarios de la historia de Estados Unidos, como Henry Ford, Howard Hughes y Steve Jobs. Por su parte, The Economist describió a Brin como un “hombre ilustrado que cree que el conocimiento siempre es bueno, y sin duda siempre mejor que la ignorancia”, una filosofía que suscribe Musk y que ambos han monetizado a escala colosal.
Musk posee, según Forbes, la primera fortuna del mundo mundial con 270.000 millones de dólares (el 1% del PIB de Estados Unidos). Su amigo y socio Sergey Brin está en el octavo lugar en el ranking con 117 mil millones. Aunque Musk pueda negarlo y desmentirlo, ¿qué llevaría a Brin a cortar una amistad de décadas? ¿Sería que Musk actúa en los negocios de manera cada vez más errática? ¿Insultó a un amigo común? ¿O durmió con su mujer? Dos de los nombres más importantes de la gran tecnología han roto su amistad, y uno de ellos lo niega todo.
La debacle revela la naturaleza del club de algunos de los hombres más ricos y poderosos del mundo, que están detrás de las aplicaciones y los servicios que usamos todos los días, y los lazos a menudo enredados que los unen.
Son directores ejecutivos y capitalistas de riesgo de élite que se ven a sí mismos como hombres mucho más influyentes de lo que jamás serían la mayoría de banqueros, actores y atletas. “Haces una película y la gente la ve durante un fin de semana. Haces una app y toca la vida de las personas durante años”, deben exclamar borrachos de ego.
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Así como los famosos de Hollywood se conectan a través de sus extrañas experiencias dentro de la pecera dorada de la fama, los golden boys de Silicon Valley tienden a hacer amistades dentro de sus propios círculos porque, como confirma el dicho anglosajón, “pájaros del mismo plumaje vuelan juntos”. Se conectan por una combinación de poder, riqueza y afinidades existenciales. A menudo también son vecinos, viven en Woodside o Atherton, urbanizaciones de Silicon Valley sólo aptas para fanáticos de la tecnología.
La relación entre Musk y Brin se estrechó en parte gracias al cofundador de Google Larry Page. En 2014, Page dijo que estaba considerando seriamente dejar su fortuna a Musk, en lugar de a la caridad, porque creía que el trabajo de Musk para enviar humanos a Marte era equivalente a salvar a la humanidad.
Musk, Brin y Page han discutido durante décadas ideas para tecnologías innovadoras: un avión similar a un autobús que da vueltas continuamente alrededor del planeta en el que te subirías y bajarías; otro avión eléctrico de despegue vertical, etcétera. Ese interés por los aerotaxis ha continuado hasta ahora: en las oficinas de Kittyhawk —una empresa independiente de aerotaxis eléctricos de Palo Alto— un motor de un cohete SpaceX ocupa un lugar destacado en el vestíbulo. Es un regalo de Musk a Page, inversor en la empresa.
Todas esas ideas se generaron en un apartamento de Google en Palo Alto en el que el trío pasaba el rato tratando de mejorar el mundo y, de paso, su cuenta de resultados. “Es divertido para los tres hablar sobre cosas locas, encontramos ideas que pueden resultar viables”, dijo Page a la biógrafa Ashlee Vance, autora de Elon Musk, el empresario que anticipa el futuro (Ediciones Península).
Inventar el Amor 2.0
Musk se ha equivocado con Brin. Dice el magnate que una de las razones por las que muchas personas se equivocan en la vida es que no aplican el “método científico”, que implica probar una idea y cambiar de opinión según el resultado. La periodista Helen Rumbelow se preguntaba esta semana en The Times: “¿Es posible que el multimillonario detrás de PayPal, Tesla, SpaceX, SolarCity y Neuralink, que ama ser pionero en nuevas tecnologías, desde coches sin conductor hasta planes para colonizar Marte, esté realizando un nuevo tipo de experimento al aplicar el método científico a las relaciones sentimentales?”.
Musk se dedica a la disrupción, a reinventar el mundo y cambiar la vida, ¿podría estar en el proceso de uno de sus proyectos tecnológicos más esotéricos, pero en última instancia también genial, inventando una suerte de Amor 2.0?
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Esa idea seduce Musk, que no trata el amor como un proyecto práctico para encontrar una pareja “suficientemente buena”. Necesita la mujer perfecta para compensar todo el cariño que le faltó en la infancia. Por eso no para de ligar y desligar como un casanova.
Si estuviera aplicando el método científico a sus relaciones, habría dejado de repetir patrones fallidos. Eso no es el método científico, sino una trampa de sus ilusiones. Aparte de sintetizar a una mujer como los jóvenes geeks que hacen un prototipo femenino en la serie Weird Science, ese tipo de amor permanece tan inaccesible como un planeta lejano.
Mujeres e hijos
Cuando abandonó Sudáfrica a los 18 años, Musk se instaló en Canadá y se matriculó en la Universidad de Queen, en Kingston. Allí conoció a Justine Wilson, una aspirante a escritora. Se casaron en el año 2000 y se divorciaron en 2008. Su primer hijo murió de síndrome de muerte súbita del lactante. Luego tuvo mellizos, después trillizos, se divorció y se volvió a casar con Talulah Riley, una actriz inglesa.
Cuando la pareja se divorció, Musk salió con la actriz Amber Heard. Fue el megamillonario quien le tiró los tejos en 2012, cuando estaba con Johnny Depp en el set de Machete Kills, de Robert Rodríguez.
El magnate le pidió al cineasta que hiciera de mensajero: “¿Puedes decirle que me gustaría comer con ella en Los Ángeles? No busco una cita. Sé que tiene una relación estable, pero parece una persona interesante y quiero conocerla”. Después tuvieron, según cuentan los dos, “una bonita historia” y hoy mantienen una buena relación de amistad. Comparten, según confiesa Amber, “curiosidad intelectual, ideas, conversación y devoción por la ciencia”.
De 2018 a 2021 mantuvo una relación con la cantautora canadiense Claire Elise Boucher, conocida profesionalmente como Grimes. En septiembre Grimes dijo que estaban “medio separados”. El pasado marzo matizó: “Probablemente seguimos siendo novios, pero somos muy fluidos”. Y a finales de mes el fluido se había evaporado y Grimes dijo que, ahora sí, estaban separados. Con Grimes tuvo un niño llamado X Æ A-Xii y una niña por medio de un vientre de alquiler y bautizada Exa Dark Sideræl Musk.
La revista Insider ha publicado documentos judiciales que revelan que en noviembre de 2021 nacieron los gemelos que tuvo con Shivon Zilis, una ejecutiva de 36 años de su empresa Neuralink. Estos gemelos secretos nacieron semanas antes que Exa. “Estoy haciendo todo lo posible para ayudar con la crisis de despoblación. El colapso de la tasa de natalidad es el mayor peligro al que se va a enfrentar la civilización con diferencia”.
Así confirmó Musk la información detallada por Insider en la que revelaba el nacimiento de los gemelos. Con ellos ya son 10 los hijos conocidos del magnate. En una larga entrevista en The New York Times en 2020 mencionó su inquietud sobre la despoblación: “Creo que los bebés son muy guays y si la gente no tiene suficientes, la humanidad desaparecerá”.
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Además del escándalo por la presunta aventura con la mujer de su amigo Brin, sobre Musk también se cierne el oprobio del acoso sexual. Según Insider, su compañía SpaceX pagó a una azafata 250.000 dólares por su silencio sobre el supuesto acoso sexual de su jefe en 2016. Musk calificó las acusaciones de la trabajadora de “totalmente falsas” y dijo que estaban destinadas a interferir en su operación de compra de Twitter, un enredo propio de vodevil que el magnate alimenta sin necesidad de terceros.
El desquite de los nerds
Lo que es seguro es que este sudafricano de 51 años fue en su juventud un cruce de nerd (intelectual, heterodoxo, obsesivo e introvertido) y de geek. Rasgos de la personalidad que en Silicon Valley suelen ir juntos. “Fui educado por libros. Libros y después mis padres”, ha dicho Musk.
Los A-listers del Silicon Valley comparten algunas excentricidades y otras muchas cosas pero, sobre todo, la educación sentimental. Todos fueron frikis superdotados, tímidos, extravagantes, pedantes y carentes de sex appeal; o sea, más mentales que sementales.
Muchos de esos triunfadores tuvieron adolescencias solitarias sin contacto con el sexo opuesto. Fueron años de juegos de ordenador, sin chicas, sin citas, sin guateques ni asientos traseros de coche. Ahora, para su sorpresa, se encuentran en un círculo de amigos tecnológicos confiables y aventureros con el dinero y los recursos para explorar cada uno de sus deseos largo tiempo reprimidos.
Uno de ellos es mantenerse sanos. El día de Año Nuevo de 2016, Mark Zuckerberg —el demiurgo de Meta, antes Facebook— informó al mundo de que su propósito para ese año era correr 365 millas durante doce meses, y desafió a sus legiones de seguidores de Facebook a seguir sus pasos. Alcanzó su objetivo y trabajó duro para su próximo desafío: competir en un triatlón. Aquel verano se cayó de la bicicleta y se rompió el brazo, pero siguió adelante lo mejor que pudo.
Atrás quedaron los días en que los geeks usaban camisetas sin forma para demostrar que no les importaba la apariencia física. Ahora usan blusas ajustadas diseñadas para mostrar sus brazos y torsos. Tim Cook, CEO de Apple, se sube a la cinta de correr a las cinco de la mañana. Jack Dorsey, el exjefe de Twitter, es fanático de las flexiones y el running. Brian Chesky, cofundador de Airbnb, alguna vez fue un culturista competitivo. Jeff Bezos, de Amazon, y Elon Musk tienen pectorales para morirse de envidia.
Casi todos ellos empezaron a desfogarse cuando el auge de las puntocom en Silicon Valley creó hombres muy exitosos y muy solitarios. Mientras tanto, la cercana San Francisco estaba llena de mujeres inteligentes, atractivas y solteras. Entonces, la celestina Amy Andersen lanzó Linx Dating en 2003 para unir a los dos grupos.
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“Estos muchachos —dijo Andersen a ABC News—han sido rockstars absolutas en sus carreras, pero cuando llegan mi oficina, los veo profundamente inseguros al tratar de ligar. Es muy difícil para ellos”. Andersen hizo una prueba en beta de su idea y, una década después, su empresa de contactos se convirtió en un próspero negocio.
Alcohol, drogas y sexo
Han pasado los años y ahora hay un lado oscuro y orgiástico en Silicon Valley. La periodista de Bloomberg TV Emily Chang publicó en 2018 Brotopia: Breaking Up the Boys' Club of Silicon Valley (Editorial Portfolio), en cuyas páginas, a través de más de doscientas entrevistas en la industria tecnológica, documenta que algunos de los hombres más poderosos de Silicon Valley son asiduos a fiestas exclusivas, llenas de drogas y de sexo, reuniones que describen no como escandalosas, ni siquiera secretas, sino como una opción de estilo de vida audaz y poco convencional.
Aproximadamente una vez al mes, los viernes o sábados por la noche, la élite de Silicon Valley se reúne para una fiesta cargada de estimulantes. A veces, el lugar es una mansión en Pacific Heights de San Francisco; otras, una lujosa casa en las colinas de Atherton o Hillsborough. En ocasiones especiales, los invitados viajan a un castillo en Napa Valley, a una mansión frente a la playa en Malibú o a un barco en la costa de Ibiza, y la bacanal durará todo un fin de semana. Los lugares cambian, pero muchos de los jugadores y el propósito siguen siendo los mismos.
En esas desinhibidas sex parties, el alcohol lubrica la conversación hasta que aparecen las drogas. Normalmente alguna forma de MDMA, la anfetamina empatógena usualmente conocida como éxtasis, que transforma a seres relativamente extraños en amigos extremadamente afectuosos… durante tres o cuatro horas. A medida que se dispara la dopamina, las conexiones chisporrotean en la noche, las inhibiciones desaparecen y los asistentes comienzan a magrearse.
Los participantes hablan con orgullo de cómo están derribando tradiciones y paradigmas en su vida privada, tal como lo hacen en el mundo tecnológico que gobiernan. Su comportamiento en estas fiestas de alto nivel es una extensión de un supuesto progresismo y de mentalidad abierta —de audacia, por así decirlo— que hace que los fundadores de imperios piensen que pueden cambiar el mundo, las costumbres y los dioses. Como Elon Musk, creen que su derecho a la disrupción no se limita a la tecnología; se extiende también a la sociedad.
“Estamos en el siglo XXI, no en la Prohibición o la era de McCarthy”, dijo a Emily Chang alguno de los habituales. “Puedes elegir no conectarte con alguien concreto, pero no puedes no conectarte con nadie, porque eso sería voyerismo. Si no participas, no entres”. Si no fuera por los nuevos tipos de drogas, estas fiestas podrían confundirse con las de la Mansión Playboy en los 70. El cofundador de Twitter, Evan Williams, dijo a Chang: “Si vives y piensas como los demás, no puedes inventar el futuro”.
Infancia Traumática
En los orígenes de la carrera de este emprendedor excéntrico está una infancia desgraciada. En Sudáfrica, para escapar de los maltratos de su marido, su madre se divorció cuando Elon tenía ocho años. Se sentía solo en casa y acosado en la escuela. Era un ratón de biblioteca que hizo pocos amigos. Crecer era difícil porque sus compañeros lo perseguían, lo insultaban y lo caneaban. Tuvo que tomar clases de karate, judo y lucha y a los dieciséis años creció hasta el 1,80. Entonces empezó a defenderse.
Cuando volvía a casa, era peor. Musk eligió vivir con su padre, un ingeniero. Fue un error. “Era un ser humano terrible, casi todas las cosas malas que puedas pensar, las hacía”, dijo Musk en 2017 a la revista Rolling Stone. Musk lloró al decirle al entrevistador que su padre, con quien ha roto los lazos, “planeaba el mal”. En la misma entrevista dijo que tuvo un “dolor emocional severo” después de romper con una novia, estaba desesperado por encontrar un reemplazo permanente: “Nunca seré feliz sin tener a alguien. Irme a dormir solo me mata”. Cuando era niño, se prometió a sí mismo: “Nunca estaré solo”.
La tecnología fue su vía de escape. A los diez años, se familiarizó con la programación utilizando un Commodore VIC-20, una de los primeros ordenadores domésticos. En poco tiempo, se volvió tan competente como para crear Blastar, un videojuego al estilo de Space Invaders. Vendió el código BASIC del juego a una revista de PC por 500 dólares y, junto a su hermano planeó abrir una sala de videojuegos. Sus padres no lo permitieron.
La Mafia PayPal
Años después, ya en Estados Unidos, su interés en la filosofía, la ciencia ficción y una idealización del progreso tecnológico lo llevó a trabajar en campos que identificó como cruciales para el futuro de la humanidad: la transición a fuentes de energía renovable, la exploración espacial e Internet. Desde entonces, ha desafiado a los escépticos, ha producido disrupciones en las industrias y ha ganado más dinero que nadie con sus proyectos revolucionarios.
En la Universidad de Pensilvania se graduó con una licenciatura en física y otra en economía. Las dos especialidades presagiaban su carrera, sobre todo la primera. “La física es un buen marco para pensar”, diría más tarde. “Reduzca las cosas a sus verdades fundamentales y razone a partir de ahí”.
Comenzó a mojarse los pies como emprendedor tecnológico en serie con éxitos tempranos como Zip2 (desarrollo, alojamiento y mantenimiento de sitios web para medios de comunicación) y X.com (startup que fue uno de los primeros bancos de Internet). Silicon Valley estaba en auge a finales de los 90 cuando este cerebrito reunió a media docena de amigos y conocidos y fundó PayPal, una empresa fintech antes de que ese término estuviera en circulación. Los amigos de Musk eran como él: hombres, conservadores y superinteligentes en matemáticas y razonamiento lógico.
La que después sería conocida como la Mafia PayPal era una peña que incluía a Peter Thiel, mecenas de Zuckerberg; a Steve Chen, Chad Hurley y Jawed Karim, fundadores de YouTube y Airbnb. Otro de los miembros de la Mafia PayPal era Reid Hoffman, que fundó LinkedIn y se la vendió a Microsoft por 26.200 millones de dólares. Y luego estaban los amigos y adherentes de la Mafia, como Larry Ellison, cofundador de Oracle.
En 1994, Musk compró por 1.400 dólares un viejo BMW de 1978 que arregló él mismo. Cinco años después, compró un McLaren F1 de un millón de dólares. Para impresionar a su amigo Peter Thiel, aceleraba y cambiaba de carril. Como el coche no tenía control de tracción, inició un trompo, invadió los carriles contrarios y salió de la calzada volando. Total, que siniestro total. Musk salió del coche descostillándose de risa. “¿De qué te ríes?, preguntó Thiel. “De que el coche no tiene seguro”, contestó Musk.
Después del accidente se empeñó en crear los coches más seguros del mundo.
No solo por eso Peter Thiel y Musk acabaron tarifando. Eran los socios principales de PayPal, pero eran también como agua y aceite. A Thiel le gustaba invertir como si estuviera jugando al ajedrez. Musk no era inversor y prefería el diseño y la ingeniería. Musk creía que Peter era un sociópata y Peter que Musk era un fraude y un fanfarrón.
Lo cierto es que Musk era un emprendedor y Peter un especulador que despreciaba el idealismo de hacer el mundo mejor, que estuvo en el origen de Silicon Valley. En el camino no sólo se ha roto la amistad de Musk con Thiel y con Brin, sino con el ex CEO de Twitter, Jack Dorsey, por la actitud de Musk de “elefante en una cacharrería” para quedarse con la compañía.
Hoy Musk es el director general de cuatro de sus empresas: Tesla, fabricante de vehículos eléctricos; SpaceX, fabricante de naves espaciales; The Boring Company, empresa de construcción de túneles, y Neuralink, especializada en el desarrollo de implantes, o wearables, para el cerebro.
Amarte en Marte
Hace unos años John Gray publicó Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, un libro de autoayuda que se convirtió en bestseller. Postulaba la teoría reduccionista de que los hombres fallan en el amor porque su cerebro lógico de “rasgos masculinos” no puede comprender a las mujeres, “emocionales y tontas”. Tal vez la mayoría de los hombres no sean de Marte, pero Musk quiere mudarse al planeta rojo. Lo dice como quien dice que va a por tabaco.
“¡La población de Marte sigue siendo cero personas!”, exclama. Seguramente se poblaría rápidamente después de la llegada de Musk y su novia galáctica elegida. Pero, en realidad, hay una contrahipótesis creíble: que Musk sea lo opuesto a un romántico robótico y que su feroz empeño en diseñar un futuro diferente para la humanidad provenga de la única tarea que incluso él consideraría tan imposible como saltar por encima de su propia sombra, es decir, su deseo de diseñar un pasado diferente para sí mismo. Tras su rostro impasible de salvapantallas no se esconde el Spock de Star Trek, sino una tragedia clásica.
Mejor un mundo virtual, un Metaverso, que un niño sin padres y amores efímeros que te condenan a ser un eco metafórico del Enrique VIII que mataba a sus mujeres. La cantante Grimes, que fue su esposa, dio la clave cuando reveló que Musk le preguntó: “¿Eres real? ¿O estamos viviendo en una simulación y eres un ser sintetizado para ser mi compañera virtual?”.
Elon Musk ve crecer la hierba mientras vive la vida como un avatar de Matrix. “Quizás —dice— estemos dentro de un laboratorio y haya alguna civilización extraterrestre que por curiosidad nos está observando, como el moho en una placa de Petri. Quizás estemos dentro de una simulación. La puedes llamar realidad o la puedes llamar multiverso”. Parece uno de esos tipos que no aman la vida tal como es, sino como podría llegar a ser.
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