Las islas Senkaku, conocidas en China como Diaoyu, son el núcleo de tensión internacional más improbable del planeta. Se trata de un archipiélago deshabitado que queda justo en medio del triángulo formado por Japón, la República Popular China y Taiwán. Los tres países se disputan la soberanía desde que, el 17 de junio de 1971, los Estados Unidos cedieron su administración a Japón, dentro del marco del Acuerdo de Reversión de Okinawa. Desde entonces, los desencuentros, como se puede entender, han sido constantes.
¿Qué interés pueden tener estos tres países, hasta el punto de bordear el conflicto militar en varias ocasiones, por un montón de islas donde no vive prácticamente nadie? La excusa suele ser económica: alguien tiene que pescar esos peces. Sin embargo, a nadie se le escapa que el motivo es puramente político: las Senkaku y el reguero de islas, a menudo sin nombre, que se prolongan hasta el Mar del Sur de China establecen una especie de jerarquía en el Pacífico: Japón, por delante de China y China por delante de Taiwán. En caso de escalada bélica, su control podría ser clave.
En julio de 2012, por ejemplo, China y Japón estuvieron a un paso de romper relaciones tras el envío por parte de Pekín de dos barcos patrulla a aguas territoriales japonesas. La respuesta de Tokio fue inmediata: contactó con el multimillonario Mainichi Shimbún y le compró tres islas adyacentes, reforzando así el dominio de su propio Estado sobre la zona. Una compra que, por supuesto, China no reconoció ni reconocerá nunca. Desde entonces, las relaciones entre ambos países se han mantenido en cierta calma.
Al menos hasta el pasado 3 de agosto, cuando, en respuesta a la visita de la presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense, Nancy Pelosi, la República Popular China, comenzó una serie de ejercicios militares con fuego real. Cinco misiles cayeron en la ZEE (Zona de Exclusión Económica) controlada por Japón, lo que, obviamente, ha provocado la inmediata reacción del gobierno nipón en términos contundentes. A lo largo de 2022, denuncia el gobierno del primer ministro Fumio Kishida, han sido veintidós las incursiones ilegales de barcos chinos en aguas territoriales japonesas. En otras palabras, ya está bien de poner la otra mejilla.
Estas continuas provocaciones han reabierto el debate en la sociedad japonesa acerca de la necesidad de aumentar su capacidad militar, algo que lleva años defendiendo el Partido Liberal Democrático, en el poder desde 2012. La cuestión levanta viejas heridas… Pero supone sin duda un alivio para los Estados Unidos, que ven a menudo cómo tienen que defender ellos solos el Pacífico de las amenazas de China y Corea del Norte. Hay incluso quien ha comparado la situación de Japón y China con la de Rusia y Finlandia. Si con el ataque a Ucrania, Putin ha conseguido colocar a un país vecino e históricamente neutral en su contra, China puede haber hecho lo mismo con Japón, que vuelve a plantearse subir su gasto militar del 1% al 2% de su PIB.
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En cifras, eso sería pasar de 50.000 a 100.000 millones de dólares anuales. Para hacerse una idea, en los últimos quince años, China ha pasado de gastar 62.140 millones en 2007 a los 252.300 que tiene presupuestados para 2022. La diferencia sigue siendo enorme y muchos sienten que ha llegado el momento de reformar el capítulo noveno de la Constitución, que solo permite la entrada en guerra en caso de que la soberanía del país se vea amenazada. Hasta el 55% de los japoneses, tradicionalmente pacifistas y con un tremendo sentido de la culpa por las atrocidades cometidas en la primera mitad del siglo XX, apoya la subida del presupuesto militar y, de hecho, la coalición encabezada por el propio PLD acaba de sumar más de dos tercios de los escaños del parlamento en las últimas elecciones legislativas de julio, los necesarios para iniciar cualquier trámite de reforma.
Hasta el 55% de los japoneses, tradicionalmente pacifistas, apoya la subida del presupuesto militar
Antes y después de Abe
Un buen ejemplo de lo que ha cambiado la relación entre China y Japón en estos últimos veinticinco años es la diferencia entre la reacción de Tokio en la llamada "tercera crisis del Estrecho de Taiwán", provocada por China en 1997, y su reacción actual. Si entonces el gobierno de Ryutoro Hashimoto había mostrado una calculada tibieza, pidiendo avances en la diplomacia y negándose a apoyar explícitamente a Taiwán, esta vez el apoyo ha sido absoluto.
Incluso la ministra de Interior, Sanae Takaichi, en la línea expresada por el retirado viceprimer ministro Taro Aso el año pasado, ha insistido en la necesidad de vincular el destino de Taiwán al del propio Japón, siguiendo así los pasos de su mentor político, el recientemente asesinado Shinzo Abe. El político celebraba el pasado 8 de julio un acto electoral en favor del PLD cuando un desequilibrado mental le disparó por la espalda. El atacante lo responsabilizaba de las acciones delictivas de la Iglesia de la Unificación.
Nada de lo sucedido en los últimos años en Japón en materia de defensa se entiende sin la gigantesca figura de Abe. Primer ministro del país de 2006 a 2007 y, posteriormente, de 2012 a 2021, cuando una enfermedad le retiró de la política, Abe está considerado como el gran "halcón" del Japón moderno. Beligerante en su posición respecto a Taiwán, es fácil imaginar a Abe festejando la visita de Pelosi a la isla frente al evidente descontento de otros gobiernos, especialmente el de Corea del Sur.
La presidenta surcoreana, Yoon Suk-yeol, se negó a recibir a la congresista durante su visita y solo habló brevemente con ella por teléfono. Ni la Oficina Presidencial ni el Ministerio de Asuntos Exteriores surcoreanos hicieron comentario público alguno al respecto de la conversación. (Días después, el pasado 13 de agosto, miles de personas se manifestaron en las calles de Seúl, la capital surcoreana, en protesta contra la escalada militar y la cooperación armamentística entre Estados Unidos, Corea del Sur y Japón).
Abe rompió con la imagen de Japón como un país dispuesto a templar ánimos en todo momento. Como apuntó el escritor y periodista David Halberstam, conocido por su cobertura de la guerra de Vietnam, en un artículo de 1984: "Si hay una manera de evitar un enfrentamiento, los japoneses siempre acaban encontrándola".
No así Abe. Bajo su presidencia se intentó doblar por primera vez el presupuesto militar. En sus propias palabras: "Si Japón, que dice necesitar la cooperación de otros países para mantener la estabilidad y la paz en la zona, se niega a gastar más dinero, se convertirá en el hazmerreír de sus aliados". Pese a todo su esfuerzo, esas primeras tentativas acabaron en nada. Cambiar la mentalidad de un país en tan poco tiempo no es sencillo y la posguerra fue suficientemente traumática para Japón como para que los cambios, si llegan, lo hagan con una calma en ocasiones desesperante.
Tras la II Guerra Mundial y su pasado imperialista, Japón no tiene ejército sino "Fuerzas de Autodefensa"
De hecho, en principio, Japón no tiene ejército. No con ese nombre. Lo que tiene son "Fuerzas de Autodefensa", tal y como se estableció en 1954, cuando se añadió, con la complacencia de Estados Unidos, un noveno artículo a la Constitución de 1947. Nunca lo ha necesitado, por otra parte. El shock de las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki junto a la culpa por su pasado imperialista han frenado cualquier tentación belicista. Aparte, no hay que olvidar que la paz ha permitido un progreso económico sin parangón en toda la historia del país.
Después de la debacle de la II Guerra Mundial, el PIB per cápita de Japón era de 1.346 dólares, o lo que es lo mismo, un 11% del de Estados Unidos ese mismo año. En 1991, momento del máximo esplendor financiero y tecnológico del país, miembro ya de pleno derecho del G7 y una de las mayores economías del mundo, su PIB per cápita era el 85% del de EEUU…, y un 120% del de Reino Unido. En la actualidad, según los últimos datos de 2021 y tras varios años de inestabilidad, Japón presenta un PIB per cápita que roza los 35.000 dólares. El 82,54% del de Reino Unido y el 56,72% del de Estados Unidos. Por seguir comparando, en España estamos ligeramente por encima de los 26.000.
Complemento al acuerdo Aukus
Tras la dimisión y posterior fallecimiento de Abe, los gobiernos de Yoshihido Suda y luego de Fumio Kishida han seguido sus pasos en lo esencial, aunque ambos pertenezcan al ala menos belicista del PLD. Occidente y, en concreto, Estados Unidos, ven con buenos ojos el refuerzo de las Fuerzas de Autodefensa y no en vano llevan años vendiendo armas de tecnología punta a Japón, con la idea de que se convierta en un dique de contención fiable al imperialismo chino o cuando menos aumente su capacidad de disuasión.
Esta colaboración complementaría al recientemente firmado acuerdo Aukus entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos, que tanto enfado causó en su momento en Francia, pues truncó una venta ya pactada de submarinos nucleares. La colaboración militar entre los tres países tiene como objetivo claro mandar un aviso a Pekín y aliviar el peso que asume Estados Unidos en la zona. No en vano, las tres crisis anteriores del Estrecho de Taiwán se solventaron gracias a la presencia militar estadounidense.
Hacer algo parecido con Japón parece ahora mismo demasiado arriesgado. Hay que tener en cuenta que el acuerdo Aukus no solo incluye la venta de submarinos nucleares sino de armas hipersónicas. Es muy improbable que los países vecinos quieran que Japón tenga ese tipo de armamento a su disposición. Al fin y al cabo, si la primera mitad del siglo XX dejó un trauma imborrable en buena parte de la sociedad japonesa, más lo hizo en los países vecinos. Las generaciones actuales conocemos un Japón pacífico, completamente occidentalizado y sin ganas de líos. Obviamente, no siempre fue así.
Si a Japón hubo que prohibirle por ley que desarrollara un ejército propio fue por el uso que hizo de él durante cincuenta años, desde la primera guerra chino-japonesa de 1894, que desembocó precisamente en la anexión de Taiwán por parte del legendario emperador Mutsuhito, primero de la dinastía Meiji, a la ocupación de Manchuria, Corea, Singapur, Malasia y prácticamente todo el Pacífico asiático en 1941-42…, pasando por los distintos enfrentamientos con Rusia, y después con la Unión Soviética.
Hay recelo a que lo que empiece como un movimiento táctico de defensa acabe en otro estallido nacionalista
Se calcula que, durante esos años, los japoneses causaron dieciséis millones de muertos y heridos. Solo en la II Guerra Mundial, fueron responsables de seis millones de muertes… Gran parte de ellas, de ciudadanos chinos. El recelo es comprensible ante la posibilidad de que lo que empiece como un movimiento táctico de defensa y colaboración acabe en otro estallido nacionalista. Japón podrá ser un país pacífico, pero siempre ha sido un país orgulloso. Los japoneses están enamorados de Occidente, en una relación simbiótica que hace que durante décadas se hayan influido mutuamente… Pero se niegan a renunciar a una cultura de miles de años y al sentimiento de ser especiales y, a menudo, incomprendidos.
Nacionalismo soterrado, pero existente
Dicho esto, ¿se trata de un recelo justificado? El Partido Liberal Demócratico de Abe y el actual primer ministro, Fumio Kishida, no se definen como nacionalistas, pero ya hemos visto que tampoco se van a cruzar de brazos ante una posible amenaza extranjera. Ahora bien, siempre habrá una parte de Japón que viva bajo lo que podríamos llamar el "efecto Mishima", por el excéntrico escritor Yukio Mishima, quien se suicidó en 1970, a los 45 años, tras formar su propia milicia e intentar tomar una base en Tokio para obligar a las Fuerzas de Autodefensa a rebelarse contra el gobierno, otorgar plenos poderes al emperador Hirohito y abolir la constitución de 1947.
¿Cuántos Mishimas hay ahora mismo en Japón? ¿Qué predicamento tiene un nacionalismo con veleidades imperialistas que podría sentir la tentación de echar por el barro estos setenta y cinco años de ejemplar convivencia con sus vecinos? En Japón han convivido durante todo este tiempo el conformismo, la culpa y un soterrado sentimiento de humillación. Considerado durante años el gran deporte de masas, los propietarios de los clubes japoneses de béisbol contrataban por auténticas millonadas a las viejas estrellas estadounidenses con la condición de que no brillaran, de que dejaran que el público soñara con que sus jugadores eran mejores que los profesionales americanos.
Por ahora, el PLD ha domado a los más nacionalistas. No hay un partido vehicular de extrema derecha
Hasta el momento, el propio PLD ha absorbido esas tendencias más nacionalistas y ha conseguido domarlas. No obstante, ya hemos visto en otros países que eso no es fácil. Cuanto más tiempo pasa desde la II Guerra Mundial, más fácil es olvidar las violaciones de decenas de miles de mujeres en Corea o la masacre de Nankín de 1937-38, cuando las tropas imperiales acabaron con la vida de entre 100.000 y 500.000 personas en la por entonces capital de la República de China. Muchos ponen en cuestión si el sistema educativo pone suficiente énfasis en estas cuestiones. Otros, al contrario, creen que es hora de pasar página y volver a un discurso más elogioso de las virtudes patrias.
De momento, en Japón no hay un partido vehicular de extrema derecha, como lo puede haber en Alemania con la AfD. El riesgo, si lo hay, no parece inmediato. Aceptar de nuevo a Japón como una potencia militar en el Pacífico que pueda defender Taiwán y evitar las tentaciones expansionistas de Xi Jinping requiere de varios pasos: de entrada, de un apoyo interno que se traduzca en el voto afirmativo de dos tercios de la cámara legislativa y el 51% del voto popular en un referéndum posterior. Todo eso, simplemente, para modificar la Constitución y las limitaciones que esta impone, así como las atribuciones de las Fuerzas de Autodefensa fijadas en el famoso capítulo nueve.
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Ahora bien, también requiere de una intensa labor diplomática. Occidente, y en particular Estados Unidos, tiene que convencer a Corea del Sur, a Singapur, a Malasia, a Filipinas…, de que tiene controlado al dragón. Que no va a volver a escaparse. Convertirse en Finlandia, es decir, abandonar cualquier atisbo de neutralidad y abrazar sin ambages la colaboración militar es una cosa. Dejar a una de las mayores potencias económicas desarrollar su proyecto armamentístico con total independencia es otra bien distinta. Al menos para sus vecinos, que ya han estado ahí antes y han sufrido las consecuencias. El asunto, para ellos, no es tener que elegir entre Japón o China, sino mantener el statu quo que tanto ha hecho prosperar a la zona, especialmente, por cierto, a estos dos países. El miedo existe, pero también la necesidad. En algún punto medio, ambas pulsiones tendrán que encontrarse.
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