La geografía española está regada de nombres ligados al agua. Empezando por el de su kilómetro cero, Madrid, derivado del hispanoárabe mayrit, pozo para riego agrícola, y siguiendo, por ejemplo, por Fuentes de Andalucía. En este pueblo de la campiña de secano sevillana también están sufriendo los efectos de la gran sequía que azota a todo el país y al resto de Europa, agravada por la histórica ola de calor de este verano que los científicos relacionan con el calentamiento global.
Los pozos y las fuentes de este municipio de tan apropiado nombre están al nivel más bajo que recuerda en sus 73 años Miguel Fernández León. De agua sabe mucho, porque a su experiencia como electricista, agricultor y antiguo alcalde suma la pasión de su vida: buscar y descubrir agua subterránea para excavar pozos, guiándose por sus conocimientos del terreno y su misteriosa intuición.
Miguel Fernández es el zahorí de Fuentes de Andalucía. Armado con sus dos péndulos, uno en un frasco azul relleno de agua en la mano derecha y otro verde con arena en la izquierda, ha localizado en los cuarenta años que lleva dedicándose a la búsqueda de la fuente de la vida "unos 500 puntos de agua, de los que siguen en uso unos 250 pozos". Lo cuenta a EL ESPAÑOL | Porfolio en la finca donde riega sus jóvenes olivos con el agua del pozo que localizó hace cinco años. A los agricultores de la zona los ayuda de forma altruista. "No he cobrado nunca por encontrar agua".
Hemos acudido al veterano zahorí para conocer cómo busca agua oculta en tiempos de pertinaz sequía y cómo hay que aprovecharla y racionarla para que los pozos no se agoten. Su testimonio nos da pie para viajar desde Fuentes de Andalucía por el mundo para conocer otras ingeniosas técnicas, ancestrales o futuristas, para obtener agua dulce donde y cuando no la hay.
Miguel Fernández nos recibe en la salida 484 de la autovía A-4, que sigue, como recuerda él, el curso de la Vía Augusta, la calzada que atravesaba Hispania en el viaje de Roma a Cádiz. "Los romanos avanzaban enviando los primeros por delante a los zahoríes, para que localizaran los puntos de agua", dice dos mil años después el sucesor de aquellos husmeadores de agua.
Enseña una gravera que se excavó para usar su grava y cantos rodados en la construcción de la autovía y que luego convirtieron en una balsa de regadío agrícola, llamada del Vito, por el dueño antiguo, o del Francés, por el nuevo. Está casi vacía, con apenas una lámina de agua. Este territorio en la cuenca del Guadalquivir era un mar en tiempos remotos y sus sedimentos son buenos para retener agua en la capa freática. Normalmente la encuentra a una profundidad de entre 4 y 7 metros, va explicando camino de su olivar, junto a la casa deshabitada donde creció su mujer.
La cuestión es cómo dar con los manantiales, corrientes y bolsas de agua que discurren bajo tierra. Esa es su especialidad. Su método de zahorí, o de "radiestesista", como también se define a sí mismo en referencia a las corrientes electromagnéticas que asocia a la presencia de líquido, combina sus conocimientos de la geología y geografía de la zona, su oficio de electricista y su experiencia de agricultor, con un ritual que él admite que es esotérico, no avalado por la ciencia.
Con su método no científico busca tres datos: dónde está el agua, a qué profundidad y con cuánto caudal
Hace una demostración y pasea cerca de dos pozos ya existentes para detectar otras corrientes de agua. Sostiene el frasco con agua en la mano derecha y otro con arena "como testigo" en la izquierda; al péndulo del agua lo hace oscilar y le imprime giros cuando se sitúa en el punto donde cree percibir que hay agua. Entonces se queda quieto, en silencio y concentrado, y hace un conteo y un cálculo mental para, según explica, responder a las tres variables que busca: dónde está el agua, a qué profundidad y con cuánto caudal.
Dice que así se comunica, como dos polos, con las corrientes eléctricas y campos electromagnéticos del agua que discurre bajo sus pies. Se puede interpretar que su método, sin ningún instrumento científico ni técnico, sin fotos de satélite, tomografías ni medidores de humedad, es una ceremonia simbólica que le sirve para concentrarse; en ese momento, su cerebro extrae de su memoria los datos de su experiencia acumulada que lo ayudan a elegir el sitio donde excavar.
Sea como fuere, dice que le funciona. "Tengo entre un 25 y un 30 por ciento de porcentaje de acierto", dice. El más reciente es de la víspera, cuando ayudó a localizar agua en una finca colindante, en la que, como enseña en una foto, la máquina perforadora se puso a trabajar enseguida.
Cuenta otro caso, el de los pozos más profundos que ha encontrado, para otro agricultor. "Señalé dos puntos, donde la base de agua estaría a 120 y 156 metros, y la captaron allí a esa profundidad, con un metro de diferencia. Ampliaron el pozo hasta los 200 metros de profundidad, para que el agua se decante de la arena".
Enseña el informe técnico de una empresa de sondeos donde, en un mapa hidrológico de la zona, aparece señalado el pozo de 10 litros de caudal por segundo que él detectó hace años en la finca Harinera. Es una prueba de su legado.
Racionar el riego
Ha conocido varios ciclos naturales de sequías e inundaciones, pero dice que la sequía actual es la que ha dejado los pozos al nivel más bajo que ha visto nunca. Señala que parte del déficit se debe al aumento de la explotación de la capa freática para regar los olivos jóvenes de agricultura intensiva que proliferan en los últimos años. Se plantan muy apretados, con metro y medio de separación, para facilitar la cosecha de las aceitunas con máquinas, y por eso mismo necesitan que los rieguen con goteo para no secarse, a diferencia de los olivares tradicionales, donde los olivos están más separados para que sus raíces capten el agua.
Parte del déficit se debe a la explotación de la capa freática para regar los olivos de agricultura intensiva
Enseña el viejo pozo de la finca de su suegro, de nueve metros de profundidad, al que le queda menos de un metro de agua. "Nunca lo he visto tan bajo". Luego lleva a ver el nuevo pozo que hizo hace cinco años, y que encontró con su método. Tras hallar el sitio, la perforación y la construcción del pozo le costó unos 1.600 euros, que hoy serían unos 1.850 euros, calcula. Una tapadera metálica oculta el pozo a ras del suelo.
En 2,1 hectáreas tiene plantados unos 3.000 olivos jóvenes. El riego ideal para cada uno sería de diez litros al día o más, pero ahora solo puede aportarles la cuarta parte, 2,66 litros. La Confederación Hidrográfica del Guadalquivir le tiene concedida para esta parcela y su pozo legal una asignación de 3,1 millones de litros al año, de los que esta temporada ha consumido apenas un millón. El resto no lo ha usado "no porque no quiera, sino porque el pozo, con la sequía, no da para más".
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Su pozo, en un año pluviométrico normal, aporta un caudal de 4 litros por segundo, pero ahora se ha reducido a unos 0,09 litros por segundo. Está usando 8.000 litros diarios para regar los olivos, lo máximo que le permite la regeneración del pozo con el alto estrés hídrico actual.
Para optimizar el agua disponible, explica, ha optado por racionarla, regando a través de las tuberías de goteo por la noche, para que no se evapore, y al nivel justo para que las aceitunas que van creciendo en las ramas estén hidratadas y no se arruguen. Ha acostumbrado a los olivos al riego mínimo de mantenimiento para sobrevivir.
Estamos en la campiña andaluza de secano, donde llueve de media al año 500 litros; en años excepcionales, sube a mil litros, y con sequía, como ahora, caen a 350 o menos. Ahora solo cabe esperar a que llueva en otoño para llenar pozos y manantiales y, mientras tanto, aprovechar la que hay sin derrochar una gota.
En esta campiña andaluza de secano llueve de media al año 500 litros; con la sequía caen 350 o menos
Un panal de avispas en un olivo, con las celdas dando la espalda al suroeste, por donde entran los temporales desde el Atlántico, depara una pequeña alegría a Miguel Fernández, porque ve en ello la señal de que, como viene escuchando a otra gente del campo estos días, este otoño lloverá más. "Las avispas se protegen del lado de donde vienen las lluvias".
Trucos para ahorrar
Además de buscar y encontrar agua, le gusta experimentar con trucos propios o encontrados en internet para ahorrarla. Enseña cómo, cubriendo con plástico negro una goma de riego por goteo, consigue frenar la evaporación y retener la humedad junto al suelo; levanta el plástico y compara la tierra, húmeda, con la seca de los sitios en que la goma discurre al sol sin cubierta.
También riega sus naranjos y limoneros con botellas llenas de agua y medio enterradas con la boca por fuera junto al tronco, con un agujerito del tamaño de un alfiler en la base para que el agua se filtre muy lentamente. Con el tapón cerrado, se frena la presión atmosférica y se ralentiza aún más el riego. "Es una forma de combatir la sequía", racionando el agua con inteligencia. Además, está reuniendo botellas de plástico para el siguiente truco: cubrir las botellas-regaderas enterradas en el suelo con otras botellas de plástico cortadas por la mitad, para que sirvan de cubiertas y retengan hacia el suelo la evaporación.
El zahorí de Fuentes de Andalucía está curtido en crisis porque fue el alcalde, por el partido Nueva Izquierda Andaluza, de 2007 a 2015, durante todos los años de la recesión económica. Tiene dos hijos ingenieros técnicos que mantienen la empresa de servicios eléctricos que él fundó, y una hija médico de familia que ejerce de pediatra.
Fue alcalde durante toda la crisis. Dos hermanos suyos eran también zahoríes, pero aprendió de un monje
Dos hermanos de Miguel (él es el menor de nueve) "también eran zahoríes", aunque con otros métodos. Uno usaba varillas cruzadas y el otro, varillas formando un círculo con un aro, que indicaba agua al levantarse, dice. Aclara que no se hizo zahorí por sus hermanos, sino por un monje a quien en los años 70 vio en su pueblo usando péndulos para buscar agua.
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Sobre el riego por goteo, que ha permitido intensificar y hacer más rentables los nuevos olivares, recuerda que "lo inventaron los israelíes". Fue en 1959, y hoy la desértica Israel sigue siendo la líder mundial en producción y aprovechamiento del agua, hasta el punto de que exporta los excedentes que obtiene de sus cinco desalinizadoras y destina el 85% de sus aguas residuales a regar los cultivos.
Sembrar agua en Sierra Nevada
Sin salir de España, encontramos otro ejemplo de sabiduría hidrológica en Bérchules, en las Alpujarras de Granada. Los regantes de la vertiente sur de Sierra Nevada siguen usando sus fabulosas acequias de careo, que convierten las entrañas de la montaña en un botijo gigante para almacenar adrede el agua. Ellos lo llaman "sembrar agua".
Este sistema funciona desde la Edad Media y consiste en conducir el agua del deshielo de la nieve a través de acequias para introducirla o "sembrarla" en simas a dos mil metros de altura. El líquido se retendrá en este depósito subterráneo natural como una esponja. El agua se irá filtrando pendiente abajo y manará meses después, durante todo el verano y hasta el principio del otoño, en las fuentes cercanas a los cultivos agrícolas, donde la usarán para regar en el momento en que más falta hace. Este ingenioso método histórico es un ejemplo de gestión del agua que podría aplicarse en otros entornos.
En Bérchules no se quejan de sequía. "Estas aguas las hemos guiado muy bien y ahora seguimos teniendo los resultados", dice en un mensaje esta semana a EL ESPAÑOL | Porfolio el presidente de los regantes de Bérchules, Antonio Ortega, en referencia al trabajo de los acequieros y regantes para conducir las corrientes del deshielo a la vez como pastores y sembradores del agua, y para mantener las acequias y compuertas en buen estado. "Nosotros tenemos un año bueno, me gustaría que vieses las fuentes del pueblo, los caños de agua que tienen aún. Nosotros firmábamos todos los años uno como este", dice el agricultor.
Tuberías, generadores, desaladoras
La tradición, la ciencia y la tecnología se alían en otras iniciativas y experimentos como uno pionero que la ganadera Pía Sánchez, presidenta de la Federación Española de la España (Fedehesa), enseñó a EL ESPAÑOL | Porfolio el pasado invierno en su finca de Mérida: cubrir con láminas de corcho las charcas destinadas a los rebaños (o a regar, en otros casos), como barrera para disminuir la incidencia del sol y la consiguiente evaporación. "Las charcas pierden por evaporación casi el 60 por ciento del agua. Pensé que si cubríamos la superficie con algo que flote, podríamos reducir esa pérdida. Y se me ocurrió cubrirla con bornizo, el primer corcho del alcornoque, por el que no pagan nada. Hemos hecho el experimento y hemos comprobado que se evapora mucho menos", destacó Sánchez.
La ganadera Pía Sánchez ha probado que la evaporación de las charcas se reduce cubriéndolas con corcho
Agua no falta en el mundo, el problema es encontrarla y llevarla a donde carecen de ella, transformándola en dulce y potable si hace falta. Con dinero, no hay obstáculos para obtenerla, como hacen Israel o Arabia Saudí con su red de desalinizadoras del agua que captan del Mediterráneo, el golfo Pérsico o el mar Rojo. O como hizo la Libia de Gadafi cuando, gracias a los ingresos del petróleo, construyó desde los años 80 una de las infraestructuras hídricas más colosales del planeta: el Gran Río Artificial. Esta red de 2.820 kilómetros de tuberías gigantes capta agua del acuífero fósil de Nubia, bajo el desierto del Sáhara, para transportarla hasta las ciudades libias de la seca costa mediterránea. Costó más de 25.000 millones de dólares.
Pero, ¿qué hacer cuando no se puede pagar la factura de estas costosas infraestructuras? Una buena solución, a pequeña escala, la han encontrado las empresas que fabrican condensadores de humedad del aire, o generadores atmosféricos. Como la israelí Watergen, la española Genaq (de Lucena, Córdoba), que produce generadores modelo Cumulus de 50, 500 y 5.000 litros para situaciones de emergencia, o la tunecina Kumulus Water. Esta última ha creado el modelo Kumulus One (de nombre similar al de la empresa cordobesa), un depósito del tamaño y aspecto de una lavadora, capaz de generar de 20 a 30 litros de agua potable al día.
Una solución a pequeña escala son los generadores que condensan agua del aire, como hacen Genaq y Kumulus
El agua en forma invisible de vapor se hace rocío dentro del depósito, que se llena gota a gota hasta una cantidad suficiente como para que una gran familia beba todo un día en medio del desierto. No hay que enchufar el aparato a la corriente eléctrica. La energía que necesita para el proceso lo obtiene de forma autónoma con un panel solar.
El gobierno de China combate la sequía a lo grande, produciendo lluvia mediante el viejo (desde 1947) pero modernizado sistema de sembrar en las nubes yoduro de plata con cañones, chimeneas y drones. El objetivo es que sus cazadores de nubes actúen para 2025 en una superficie de más de 5,5 millones de kilómetros cuadrados.
Más efectivo y sistemático, pues no depende de las condiciones atmosféricas, es aplicar la inteligencia artificial, el análisis de datos y las imágenes por satélite para optimizar el uso del agua disponible, detectar y corregir fugas en conducciones o facilitar el hallazgo de fuentes subterráneas de agua. Como hace la empresa de Cádiz Igeas (Ingeniería Geológica de Aguas Subterráneas), especializada en pozos y sondeos. Su lema es: "Encuentre la riqueza escondida en su finca".
De vuelta a Fuentes de Andalucía y al pozo del zahorí Miguel Fernández, se declara admirador del novelista e inventor Alberto Vázquez-Figueroa y de su antiguo proyecto de desaladora con central hidráulica. No se ha puesto en práctica aún. La idea es que esta fábrica de H2O produjera por sí misma la electricidad necesaria para el proceso de la ósmosis inversa, lo que implicaría tener agua gratis de forma ilimitada. Si funcionase con éxito, sería la solución definitiva a la falta de agua dulce. El único coste sería la infraestructura de la desaladora, apunta el antiguo alcalde del pueblo sevillano, que pide que alguien haga realidad el invento del escritor.
A la espera de que baje el calor y llegue la lluvia, la solución inmediata del zahorí es seguir buscando agua oculta y cuidar la que hay. Hace años, recuerda Fernández, si detectaba un lugar con un caudal de un litro por segundo, descartaban construir un pozo allí por considerar que era poca agua. Hoy, en cambio, a nadie se le ocurrirá despreciarla. Quien tiene un pozo, por escaso que sea, tiene un tesoro.
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