La RAE define al “pijo” como “aquella persona que en su vestuario, modales, lenguaje, etc., manifiesta afectadamente gustos propios de una clase social adinerada”, y recuerda en sus marcas de uso que esta palabra es “coloquial” pero también “despectiva”. Hay mucha tela que cortar frente a este concepto patrio, porque en el imaginario popular no existe un quórum acerca de lo que significa verdaderamente ser pijo: ¿es una chaqueta colocada en equilibrio sobre los hombros, unos zapatos que siempre parecen de estreno -los zapatos jamás mienten-? ¿Es vivir de las rentas y no haber pagado nunca un alquiler, un cinturón trenzado, un trato soberbio al servicio -ahí el rey Carlos III de Inglaterra-? 

¿Es la sensación palpitante de que la vida es una barra libre y uno se lo merece todo, o un pelo con caracolillo, una raya al lado y una frente despejada hasta los 60 años? ¿Quizás un suéter de color pastel, ignorancia acerca de las servilletas ásperas de las tabernas, comer siempre con mantel, incapacidad para reconocer los propios privilegios y referirse constantemente a la “meritocracia”? ¿Es pensar secretamente que los pobres tienen la culpa de serlo, o es pensar secretamente que el “humilde” siempre es “vago”? 

¿Sensibilidad extrema a los olores? ¿No tener nunca prisa? ¿Veranear en Santander? ¿Hacer alusión al “perro” y a la “flauta” cuando alguien es mínimamente progresista? ¿Pulseras acumuladas en las muñecas, afección exagerada por la bandera española, referirse a la empleada del hogar como “la chica que nos ayuda en casa” -para no instigar la baza de la lucha de clases-, optar, ante cualquier disyuntiva vital, por hacer “lo clásico”? ¿Llamar al chófer “el mecánico”? ¿Luchar por bailar sevillanas, tener caseta propia en la Feria de Sevilla? ¿Decir “simpática” para adular, “la bomba”, “me chifla”, “la pera”? 

¿Anglicismos por norma, diminutivos? Hay que dejar claro que aunque el pijo se sienta a menudo agredido por “lo diferente”, tampoco él es homogéneo, pero todas sus particularidades cuestan pasta: ni una afición gratuita aquí -la moda, la hípica, el golf, los relojes, la navegación-, ni una puntada sin hilo. Contaba a este periódico María del Carmen Méndez Santos -profesora del área de Lingüística de la Universidad de Alicante- que en el pijo “hay interpretación, hay pose, hay afectación. Se actúa para imitar aquello a lo que uno quiere parecerse socialmente siguiendo un estereotipo”, alicata. 

Pero ese estereotipo tiene tentáculos, subtipos, y son los que trataremos de desmenuzar en este artículo. Es difícil encontrar al pijo puro, al pijo 100%, como ustedes verán: el buen pijo, el pijo sofisticado, es mutable y se sentirá reconocido en varios de los puntos siguientes, en mayor o menor medida. Dentro diccionario. 

-El pijo noble (Cayetano Martínez de Irujo)

Cayetano Martínez de Irujo. EFE.

Niño de cuna meneá’. De casta le viene al galgo. Títulos nobiliarios, caza, matanzas, enormes salones de techos altos trufados con cabezas de ciervo disecado. Grandes de España, hijos de la tradición, amantes del casticismo. Son los pijos de sangre azul, o, al menos, celestosa o azul marino. Han perdido el eje del bien y del mal, de lo asequible y lo extraordinario. Nacieron ya teniéndolo todo: nunca ahorraron para comprar unas zapas, nunca esperaron con emoción la noche de los Reyes Magos, porque sus deseos siempre se han consumado día a día. Les cuesta diferenciar el laborable del festivo. 

Se molestan si no le llaman de “usted”, si no comprueban la genuflexión, como le pasó a la reportera que esta semana cometió el gran pecado de decirle “gracias, Elena” a la infanta. Ella se volvió y la fulminó: “Doña Elena”. En el matiz siempre está todo. 

Se caracterizan porque su apellido les define más que su nombre, pero, a su vez, amasan anécdotas traumáticas de su infancia privilegiada. A Cayetano Martínez de Irujo, por ejemplo, le afectó sobremanera que su madre “no fuera como las otras madres”. Se recuerda llorando con su hermano porque les obligaban “a ir al tenis”, por la frialdad “de los enormes salones de Liria”. Les gustan más los caballos que las personas. Son jinetes, tienen tierras y se dedican a explotarlas, pero podrían hacer cualquier otra cosa, o, directamente, nada. Son los “pijos-señorito”, herederos modernos de Los Santos Inocentes de Delibes. Si disientes de las viejas jerarquías empolvadas, automáticamente eres “rojo” o “comunista”. No entienden en qué momento se prohibió el vasallaje. 

En plena crisis económica, como el propio Cayetano, aseguran que “los jornaleros andaluces tienen pocas ganas de trabajar”. Y cuando una tremenda manifestación de jornaleros ocupó una de sus numerosas fincas para pedirle trabajo, como le sucedió a él mismo, no satisfizo la petición. Segregan un hedonismo mal llevado, a ratos incontrolable como un carro en llamas, fruto también de una tarjeta de débito infinita. Lo contó Martínez de Irujo en su biografía: “La cocaína me perturbó por completo”. Trata de ser recto, pero se desmadra. Le gusta mucho juntarse con el pijo díscolo, para drenar.

-El pijo díscolo (Pocholo)

Pocholo. EFE.

Es probable que haya pasado la infancia en internados porque sus padres no sabían cómo atarle a la silla. Mal estudiante, pero divertido -y eso se valora-. Dice que está formándose en el extranjero, pero vive en un Erasmus eterno, y lo que acaba conociendo mejor son las discotecas de todo el mundo. Sus tutores legales procuraron encarrilarle hacia el mundo de las finanzas y la banca, pero a él le cegaron las luces de los clubs de Ibiza y dio carpetazo al plan: es el pijo DJ. 

Lo encantador del pijo díscolo es que le aburren sus homólogos y busca jarana con el pueblo. Es el pijo farandulero, el pijo de reality. Para diferenciarse de los carcas, viste relajado y es posible que lleve coleta. El indomable pijo fiestero rechaza también la vida monógama y se resiste a tener descendencia. No quiere sentar la cabeza. Nunca lo hará. Dijo que había dejado el alcohol “ahora, a los 42 años, que ya tenemos una edad”, pero en ese momento tenía 53. En el fondo, es un sentimental: se siente honrado por ser la oveja negra de una familia a la que adora, desde su distancia cínica con ellos, e insiste en que no sabe “de dónde salió” su historia en un puticlub. 

-El pijiprogre (de Makaroff a Jaime Soto)

Miranda Makaroff.

Son travellers, un poco bohemios e iluminados y gustan de la filosofía de baratillo y los colores psicotrópicos: en ellos su espiritualidad lucha a muerte contra su materialismo. Es el pijo que quiere salvarse, el pijo paciente que nos da ejemplo, el pijo que quiere ir al cielo. Se dedican al arte, a la moda, al bloggerismo, a sobrealimentar su Instagram. Cuando dan limosna procuran que se entere hasta el apuntador. Son buenos y eso tiene que saberse. 

Jaime, a la derecha, con su hermano Marcos.

Lo encontramos en la pija ‘summer vibes’ de Miranda Makaroff, sin ir más lejos, la pija esotérica y naturalista que cuelga post sobre el Amazonas y se unta de barro el cuerpo en playas imposibles mientras piensa cómo salir adelante entre tanta abundancia. A veces llevan un cuarzo colgado al cuello y tienen “maestros” del espíritu, “coachs”, profesores de yoga. Suelen salvar Kenia en julio y luego se tapan la nariz al pasar junto al mendigo de su calle.

Otro gran ejemplo del pijiprogre sería Jaime, el hijo de José Manuel Soto, del grupo musical 'Mi hermano y yo': te lo encuentras en un párking y no sabes si es el gorrilla. Viaja de mochilero, toca la guitarra, va despeinado, lleva tatuajes, le gusta el callejeo. Es el pijo trovador. Sus padres andan preocupados: creen que los niños les han salío’ de Podemos. 

-El pijo canalla (Willy Bárcenas) 

Willy Bárcenas.

Su paisaje mental está poblado de juergas hasta el amanecer con amigos, de anécdotas desternillantes de sus compadres. Es un pijo leal a los suyos, un pijo que pone la fraternidad y el apego por encima de la moralidad y hasta de la ley, un pijo al que le dices que has matado a alguien y te pregunta que dónde escondéis el cadáver.

Es el pijo del que fiarse a la hora de tramar tropelías, pero a la vez se siente perseguido por el mismo sistema que le aupó, como le sucede a Willy. Le excitan las teorías conspiranoicas. Sabe de mujeres y de belleza. Ama el mediterráneo. Consume poesía súperventas. Escribe para expresar su desaliento mundial. Con el pijo canalla siempre sabes dónde empieza la noche, pero nunca dónde acaba. 

-El pijo capillita (Tamara Falcó)

Tamara Falcó.

Fascinación por los sacramentos y por las canciones católicas, que hace pasar por divertidas, enérgicas y juveniles. Se siente contracultural, insurgente a su manera. La vida es lo que pasa entre comunión y comunión. Comulga a pesar de los pecados pequeños. Tiene muchos amigos curas, pero el Papa no le acaba de convencer, porque se ha metido con el Opus y “esas personas han hecho mucho bien”. No se ha leído la Biblia pero se la ha mirado por encima. Algunas noches se despierta con un poco de ansiedad: tiene colegas gays pero con ellos no habla del matrimonio, porque las peras con las peras y las manzanas con las manzanas, que diría Ana Botella, le duela a quien le duela. 

Todo lo que sucede, aunque sea tétrico, es “porque Dios quiere”: el pijo capillita confía en los planes del altísimo, a él se encomienda. No es muy folclórico -eso es vulgar-, pero alguna caminata se mete por El Rocío. Su ocio está salpicado de citas inexcusables con los chicos de la parroquia y las juventudes cristianas. En 2011 cantó a fuego en el centro de Madrid “Benedicto, equis, uve, palito”. Custodia su virginidad como oro en paño. Su sueño es pasar por la vicaría con un flamante vestido blanco y tener mucha descendencia. 

-El pijo campestre (Froilán, Bertín)

Bertín.

Una vez le dio la mano a Morante de la Puebla y su secreta pulsión homosexual se dirige sólo al tiarrón de José Tomás: ahí su canon de belleza. Por lo demás, se quedó emocionalmente en la época en la que los toreros salían con folclóricas. Si le gustas, te invita a su finca. Le gustan para casarse las chicas de estética rural, con las que salir de montería, que se pasen los fines de semana con él viendo crecer los árboles y que no frecuenten demasiado los garitos del centro, pero, eso sí, ¡ay, cuando él se las pilla…! 

Recalca siempre el placer del “olor de la tierra”. Hace años que no ve una oveja. 

-El pijo Big Four (Íñigo Onieva)

Onieva.

En su vocabulario figuran palabras como “renta” (equivalente a “apetece”), “mazo” (“mucho”), “cátate” (el viejo “al loro”, “atento”) o “tú”. Se les cuela algún deje misógino. Cuando estudiaban en el CEU, un día los veías en una manifestación antiabortista y al día siguiente comprando con la chica de la noche anterior una pastilla del día después en la farmacia. No hacen “botellón”, hacen “copas en casa”, o, como mucho, salen a tomar la primera del sábado en Ponzano. Acuden en legión al antiguo Fortuny, a Gunilla o a Bandido, que ahora se ha puesto de moda. Su cuartel general es la calle Jorge Juan. 

Victoria Federica.

Las Cayetanas acostumbran a golpearte con sus largas melenas lisas y rubias y a triturarte con su dentadura enorme, blanquísima, perfecta. Destilan un no sé qué glamouroso y especial, una textura concreta en la piel. Las retrató el grupo Costa Brava en Adoro a las pijas de mi ciudad: “No es solo la ropa que pueden comprar / brillan por sí mismas / y cuando el buen tiempo las viste de estreno / cortan el aliento. / No conozco a quien se resista / a su sonrisa de dentista”. 

Y hay más: “Adoro a las pijas de mi ciudad, / su aroma es tan distinto / que uno se esfuerza en averiguar / el secreto de sus besos. / Su estilo de vida tan convencional / me produce tanta envidia / incluso el más cínico puede apreciar / la belleza de las cosas simples. / Van rompiendo los corazones / en sus coches de tres millones”. Visten de Scalpers y caminan armónicamente sobre cuñas Castañer, meneando su bolso Lonbali agenciado en Lagasca y sus joyitas de Apodemia. 

-El pijo indepe ('First Class') 

Participantes del reality First Class, sobre los pijos catalanes.

Les cunde el reality ‘First Class’, de Netflix: salen sus amigos o quizás ellos mismos. Amantes del ocio ‘infinity’. Llevan gafas de pasta y lucen un poco ‘nerd’ para reforzar su intelectualidad wannabe. Lo suyo es lo bueno, lo tuyo no. Él decide lo que mola, lo que está a la última. Casi todo es “facha”. Él no. 

-La pija choni (Georgina)

Georgina.

Los amigos que conserva de su época precaria la miran de forma aspiracional y la reverencian: ya no son realmente amigos porque no le dicen las verdades a la cara. En algún momento mutaron a aduladores. Es la gallina de los huevos de oro y siempre la acompaña un pequeño séquito para asesorarla en cada decisión. Es insegura, llora con facilidad. Padece el síndrome de la impostora. Su belleza es latina, pasional, se desgañita por subrayarse como auténtica. Le inspira Kim Kardashian. No tiene mucho criterio estético: está aprendiendo a ser guay. Viste de Philip Plein, de Roberto Cavalli y de Balenciaga. A veces abraza a niños negros y se siente Lady Di. 

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