La frontera de Melilla, donde empieza la rica Unión Europea en el pobre norte de África, vivió el 24 de junio de 2022 su mayor tragedia migratoria de las incontables que acumula. El asalto en bloque al puesto fronterizo de Barrio Chino de dos mil desesperados migrantes africanos, muchos armados con palos, mazos, piedras y armas blancas para forzar candados y vallas y enfrentarse a las fuerzas de seguridad, acabó ese día con la muerte de al menos 23 de ellos, tras la intervención de los antidisturbios marroquíes para detenerlos en el patio aduanero en el que quedaron atrapados.
Cuatro meses y medio después, el horror vivido en este embudo entre dos mundos ha vuelto a la actualidad. La revelación de la BBC de que agentes españoles arrastraron cuerpos inertes hacia el lado marroquí en lugar de llevarlos al hospital en Melilla ha elevado la presión sobre el Gobierno y su ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, para que responda sobre la actuación de la Guardia Civil en la aduana de Barrio Chino y sobre el estado previo de esta instalación.
A través de las fotos y explicaciones del fotógrafo y activista de derechos humanos melillense José Palazón y de los vídeos de la Guardia Civil, EL ESPAÑOL | Porfolio describe en este reportaje cómo es el paso de la tragedia y cómo ha evolucionado la frontera de Melilla. Palazón es seguramente quien mejor la conoce después de recorrerla durante más de medio siglo.
Melilla trazó su frontera a cañonazos. El 14 de junio 1862, después de la guerra de 1859-1860, España y Marruecos delimitaron el área exterior del enclave a partir de los impactos de dos balas disparadas por el cañón Caminante desde el fuerte Victoria Grande de la ciudad. La primera alcanzó 2.900 metros de longitud, y la segunda, 3.060. Unos monolitos más altos que una persona señalaron luego la línea imaginaria de los 11,5 kilómetros de perímetro terrestre que tiene en la actualidad la Ciudad Autónoma de Melilla, con 12,33 kilómetros cuadrados de superficie y 86.000 habitantes.
Hoy es una frontera a la que, con el objetivo de frenar la inmigración irregular, han fortificado como si se tratara de repeler la invasión de un ejército, con resultados a menudo letales para los que intentan atravesarla -pacífica o violentamente- en busca de una vida mejor. Durante décadas, sin embargo, el único obstáculo que hubo fue una alambrada bajita y rota que se traspasaba "de un saltito" en ambos sentidos sin que ningún vigilante lo impidiera. Cuando uno, español o marroquí, quería cruzar enfrente y no quería perder el tiempo yendo a los pasos fronterizos habilitados, simplemente andaba campo a través. "Si había un guardia civil o un merhani, decías 'buenos días'; 'buenos días', te respondían, pasabas por encima de la alambrada rota y seguías", recuerda José Palazón.
Cañones como el que sirvió en el siglo XIX para marcar las lindes de Melilla los conoce bien Palazón desde niño, porque su padre era comandante de Artillería del Ejército español (se retiró como coronel) cuando lo trasladaron a esta plaza militar y se llevó consigo a la familia al nuevo destino. "Nací en Cartagena en 1955. Llegué a Melilla con 14 años. Luego fui a Granada y a Málaga a estudiar Ciencias Empresariales y Graduado Social, hice la mili en Motril en un radar de Aviación y volví a Melilla. Me he dedicado toda la vida a la enseñanza", cuenta.
Paso de cargadores
Melilla dispone de cuatro pasos fronterizos. El principal de ellos y el único que está abierto en la actualidad es el de Beni Enzar, al sur. El desastre humano de junio sucedió en el del marroquí Barrio Chino, en la esquina suroeste, que era el paso tradicional de los cargadores marroquíes que accedían a la ciudad española para el tolerado comercio de contrabando. Señales con el perfil de cargadores hombre y mujer así lo indican sobre la puerta de entrada desde Melilla.
Se trata de un corredor encajonado y con tornos que, por su estrechez y las aglomeraciones que sufría, era -al igual que su equivalente en Ceuta- un peligroso foco de avalanchas y aplastamientos antes de la pandemia, cuando funcionaba aún este tránsito comercial. El gobierno español prevé remodelar todo este anticuado puesto, con fondos propios y europeos.
El 12 de febrero de 2021, Palazón fotografió a escondidas el perímetro de la frontera desde el lado marroquí, y con estas imágenes demuestra que todas las vallas y obstáculos se erigen en territorio de España, aunque en la práctica cada país se reparta su vigilancia a un lado y a otro.
Marruecos construyó una carretera de circunvalación en torno a Melilla siguiendo la línea marcada por los antiguos monolitos de la frontera. La acera discurre pegada a esos hitos. Cuando España, por sus obligaciones con la Unión Europea, decidió frenar la inmigración clandestina con grandes vallas desde 1996, no había sitio para levantarlas justo en la línea recogida en los mapas, porque se habría invadido la carretera marroquí, por lo que se plantaron unos metros -a veces decenas de metros- hacia el interior del territorio español.
De modo que, indica José Palazón, los uniformados fronterizos marroquíes, sus casetas, sus alambradas, sus tiendas de campaña están montadas en suelo oficialmente de España, aunque manejado y controlado de facto por Marruecos. Incluso parte de las edificaciones aduaneras marroquíes de Barrio Chino tienen sus cimientos en el lado español.
Con estas fotos y otras que tomó desde un avión en 2018 señala el espacio aduanero de Barrio Chino donde murieron y sufrieron heridas la mayoría de las víctimas del salto reprimido de junio. En un lado, reconocible por el techado blanco, el lado marroquí; al otro, donde se ve el tejado verdoso, el español, y en medio una valla transversal que separa los dos patios y que muchos intentaban abrir o saltar.
El 24 de junio, la parte principal de la represión del intento violento de entrar en Melilla, es decir en suelo español y de la Unión Europea, le correspondió a las fuerzas fronterizas marroquíes, que arrojaron gases lacrimógenos, dispararon pelotas de goma y aporrearon a estos migrantes y posibles refugiados. Estos, a su vez, les habían lanzado piedras. Pero España no fue ajena a lo ocurrido. Diputados de la Comisión de Interior del Congreso han visitado esta semana el paso de Barrio Chino por el lado español para investigar cómo sucedió.
Las imágenes de los hombres aplastados y asfixiados como en una avalancha, muchos inconscientes o muertos, son de este sitio, convertido en un corral sin apenas escapatoria. "El lado gestionado por Marruecos sigue siendo España, está construido en territorio español", subraya Palazón. Se ha sabido que los escasos guardias civiles en el lado español de la aduana se vieron desbordados y se fueron, pero facilitando el paso a los gendarmes y militares marroquíes que reprimieron el masivo asalto migratorio. Parte de los hechos se observan en cinco fragmentos de vídeo que la Guardia Civil grabó ese día desde posiciones cenitales y que ha obtenido este periódico.
En esa secuencia, se ve a la columna de hombres que llegan por la calle esgrimiendo palos y que se dirigen a la aduana, desbordando a los agentes. Luego, cuando están dentro del patio de la aduana marroquí, salen corriendo ante la carga de los antidisturbios marroquíes y se agolpan contra la valla interior que los separa del lado controlado por España, mientras algunos intentan abrirla a golpes de mazo. Por último, guardias civiles contienen en el lado español de la valla a un grupo que ha conseguido pasar; algunos de estos jóvenes les tiran piedras.
"Responsabilidad compartida"
José Palazón incide sin embargo en la evidencia de que las víctimas al final fueron los emigrantes -23 muertos según la cifra oficial, que ONGs elevan a 70-, y sostiene que España tenía incluso más obligación que Marruecos de prestar asistencia sanitaria a los heridos. "Y más si hay cadáveres", dice en alusión a los cuerpos que guardias españoles entregaron a Marruecos desde el lado de control español en lugar de llevarlos al hospital en Melilla, según el reportaje de la BBC que ha reactivado la atención sobre la tragedia de Melilla.
"Arrastraron los cadáveres al lado marroquí para evitar una investigación. Es inhumano. No estamos en una guerra para que pase lo que pasó; los policías españoles y marroquíes no están para una guerra, están para controlar flujos. Muchos murieron no solo en territorio español, sino en el espacio gestionado por España", critica el activista y fotógrafo señalando el entorno del tejado verde.
Los agentes marroquíes arrojaron gases lacrimógenos, pelotas de goma y bombas de ruido, dice Palazón, que fotografió luego en el lugar restos de esa munición. Recuerda que el ministro Grande-Marlaska ha admitido, tras callar inicialmente, que la Guardia Civil también disparó material antidisturbios.
Para este veterano defensor de los derechos de los extranjeros, España, y por extensión la UE, debe asumir su responsabilidad en el suceso de junio en lugar de achacar el mortal desenlace solo a la actuación policial marroquí, que es producto de los acuerdos de control fronterizo con el Gobierno español y la Unión Europea. "Es una acción concertada española y marroquí, la responsabilidad es compartida y clara; tan responsable es uno como otro", sostiene.
Lamenta que las sobrecogecoras imágenes del 24 de junio de 2022 no son nuevas sino una repetición de la sangría intermitente pero continua de la que él ha sido testigo y denunciante desde finales del siglo XX y principios del XXI. Muestra para recordarlo fotos de la crisis migratoria de Melilla de 2005, y otros saltos a la valla, con heridos y muertos, en 2014, 2015, 2016...
De abierta a cerrada
En su ciudad de acogida, que a sus 67 años conoce a fondo desde hace más de medio siglo, Palazón dirigió su academia de estudios hasta jubilarse de su carrera de educador. De lo que no se ha retirado es del trabajo de voluntario al que ha consagrado su vida en ambos lados de la frontera. Al frente de la Asociación Pro Derechos de la Infancia de Melilla (Prodein), defiende la escolarización de los niños extranjeros asentados en la ciudad, sobre todo de origen marroquí, y la protección humanitaria a los emigrantes que intentan llegar a Melilla en su camino hacia el continente europeo, con hincapié en los menores no acompañados, los chavales polizones del puerto.
Sus fotos de documentación y denuncia han contribuido a lo largo de los años a exponer la violenta situación de estos viajeros, exiliados y refugiados de todo tipo. A muchos los conoce por su nombre.
Consciente de que la pequeña Melilla es escenario de un fenómeno mundial, ha viajado a varios países africanos para conocer la realidad de la que parten, y también ha documentado otras crisis migratorias en diferentes fronteras de Europa, como en Macedonia y en Grecia, puerta de entrada para sirios o afganos.
Desde finales de los años 60, cuando llegó a Melilla de adolescente, la frontera se ha transformado: el puesto principal de Beni Enzar era "un camino de tierra con dos garitas" por el que la gente transitaba sin enseñar documentos y el resto del límite lo marcaba "una alambrada bajita y rota", recuerda. "Dabas un saltito y 'estoy en Marruecos'. Era una frontera abierta, normal, permeable totalmente, con la ventaja de que luego todo el mundo volvía a su sitio; tú ibas al Gurugú a darte una vuelta y volvías, y el marroquí que había ido con su burrito a vender a Melilla, hacía lo mismo; nadie se escondía, no se formaban guetos", explica.
La frontera empezó a fortificarse cada vez más después de la entrada de España en la Unión Europea en 1986, que obligó a las autoridades españolas a restringir el paso y pedir documentación y visados.
A partir de entonces, dice, paradójicamente al romperse la libertad de movimiento se favoreció la inmigración clandestina y la marginalidad asociada a ella: "La gente que entra dice, uy, si salgo, no me dejan volver, y se queda. Se crean guetos. Se rompe esa dinámica de entrar y salir sin problemas. Y se queda gente a vivir, con problemas, con represión cada vez mayor. Se estropea todo".
Después, en paralelo al crecimiento económico español, se incrementó el flujo de los migrantes africanos sin visado venidos de países del Sahel, al sur del Sáhara o subsaharianos, y de más allá. Para impedir el paso específicamente a estos migrantes negros se elevó la altura. "La valla es cada vez más infranqueable", dice Palazón. Asegura que España y la Unión Europea "pagan como sicarios a Marruecos y otros países fronterizos para que hagan el trabajo sucio que tú no puedes hacer" y repriman a los inmigrantes con la dureza que se vio en los vídeos del 24 de junio difundidos por activistas de derechos humanos de Nador, la ciudad marroquí vecina.
Cuenta José Palazón que en torno a 1990 los guardias civiles y soldados españoles desplegados en un primer refuerzo de la frontera tenían que guarecerse dentro de "antiguas cabinas de teléfono de Telefónica" colocadas en el campo para refugiarse de la intemperie. "¡Era alucinante!", dice sobre esa surrealista estampa de precariedad. Hoy, en cambio, como enseña con sus fotos, la frontera es una compleja y variopinta construcción que incluye torretas de vigilancia, dos vallas principales de seis metros de altura, coronada en el lado español con una especie de peine curvado hacia afuera, más varias alambradas de espinos o concertinas, un foso y un terraplén a modo de muralla en el lado controlado por Marruecos, entre otros elementos físicos.
Todo podría concentrarse en su foto más conocida, que publicó la agencia Reuters y fue premiada con el Ortega y Gasset de Periodismo de El País. En ella se ve a un grupo de emigrantes subidos a la valla de Melilla para eludir a los guardias. Esperan su momento mientras, al lado, unos vecinos juegan sobre el verde brillante de un campo de golf.
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