El día 16 del mes pasado, el animalista indio Rahul Sehgal recibió una sorprendente llamada de teléfono de las autoridades vietnamitas. Los agentes de la policía ambiental del distrito de Lai Vung querían saber si la fundación con la que colabora —Soi Dog — podía hacerse cargo de los 197 gatos que habían hallado hacinados en un cuartucho de un matadero de felinos de la provincia de Dong Thap, en el delta del río Mekong. En la cámara frigorífica de las instalaciones allanadas por la policía, encontraron, además, 1.100 kilos de animales desollados, congelados, apilados y listos para ser distribuidos en los mercadillos y la red de pequeños asadores callejeros de Hanói.
No era la primera vez que estos funcionarios irrumpían en el sórdido negocio de Nguyen Huy Quyen, un conocido traficante de carne de gato de la aldea de Hoa Thanh. Cuatro semanas antes, el 16 de febrero, otro equipo de inspección halló en ese mismo matadero 480 gatos vivos y 4.000 kilos de animales sacrificados. Gracias a la investigación realizada por Soi Dog, se sabe que en el chiringuito de Dong Thap se mataban cada noche dos centenares de criaturas, lo que convertía a ese lugar en una especie de Treblinka de los gatos.
Asesinar felinos para su consumo humano no está prohibido en Vietnam, de manera que la policía sólo pudo sancionar al traficante porque carecía de los permisos necesarios para almacenar en frío carne fresca de animales. Los 10 millones de dong que le impusieron como multa hace dos meses son apenas 385 euros, una cantidad ridícula cuando se la compara con los cuantiosos beneficios que obtiene con el trapicheo. Buena parte de esos animales disfrutaban de una vida feliz y saludable antes de ser robados por los empleados de ese pequeño capo local de la carne de mascota.
“En Vietnam, los perros y los gatos se dejan a menudo libres por la calle para que vagabundeen todo el día y sólo vuelven a la casa por la noche a comer y descansar”, dice Rahul Seghal a EL ESPAÑOL | Porfolio. “Hay una gran red de ladrones al servicio de los mataderos que secuestran a los animales, los roban en los patios traseros o los cazan con trampas. El trato que reciben a partir de ese momento es salvaje y brutal. Créanme, no es divertido. Los hacinan en jaulas durante semanas antes de ser transportados miles de kilómetros —hambrientos, sedientos y aterrorizados— hasta los mataderos, donde son estrangulados, apaleados, degollados, escaldados vivos o electrocutados despiadadamente para ser luego puestos a la venta sobre el mostrador de un restaurante callejero o colgando de un palo como una res”. En ocasiones, les chamuscan la piel con un soplete para carbonizarlos, de acuerdo al gusto de los clientes. El sufrimiento y la ansiedad que deben soportar son indecibles.
Tras adquirir los perros, les amarran el hocico con una cuerda de nailon y los hacinan en diminutas cajas de alambre o de bambú donde son literalmente incapaces de moverse y apenas consiguen aspirar un soplo de aire fresco. Muchos mueren de un golpe de calor debido a la ausencia de oxígeno y a las temperaturas que soportan mientras aguardan a ser sacrificados en un pestilente matadero o en el transcurso del viaje en furgoneta a un campo de exterminio. Las miradas de los animales acurrucados en las jaulas proyectan un terror cerval. La presión que soportan en las jaulas es tan grande que a menudo se fracturan las extremidades y aúllan de dolor.
Sin ley, una costumbre bárbara
En ausencia de una ley que prohíba el consumo de carne de perro y gato, las autoridades vietnamitas carecen de la autoridad precisa para cerrar estos negocios. “En el mejor de los casos, imponen una sanción y ya están funcionando nuevamente al día siguiente, que es exactamente lo que sucedió en el matadero de Dong Thap que hemos monitorizado”, prosigue Rahul. “Ahora estamos trabajando con el Departamento de Ayuda Animal de Hanói porque entendemos que si somos capaces de producir cambios en la capital, el resto del país le seguirá. Nuestra estrategia consiste en demostrar que el principal reservorio de la rabia que hay en el Vietnam es la carne de perro y de gato que se comercializa en sus mercados. Ni entendemos la geografía del país ni tenemos aliados sobre el terreno, pero aun así hemos conseguido rescatar cientos de animales del final horrible que les aguardaba”.
La Organización Mundial de la Salud ha advertido de forma reiterada de los riesgos que entraña para la salud humana el comercio, sacrificio y consumo de perros. Además de la rabia, transmiten la triquinelosis y el cólera, lo que en última instancia, ha dado pie a la prohibición de su consumo en Hong Kong, Filipinas, Taiwán, Tailandia, Singapur e Indonesia. No obstante, las restricciones legales no han logrado detener esta costumbre bárbara que desafía un tabú de alcance casi universal.
Rahul Sehgal, de 47 años, proviene de una familia de militares indios. Es hindú de nacimiento aunque no profesa ninguna religión. Vive con su esposa y una hija, cuatro gatos y otros tantos perros en la ciudad de Goa. Desde 1999, se dedica a proteger los animales a jornada completa. “Son como mi familia y, a menudo, significan para mí mucho más que los humanos. Ya de niño me afectaba la suerte y el sufrimiento de todas y cada una de las criaturas con las que interactuaba”, dice mientras juguetea con uno de los gatos rescatados del matadero vietnamita. “Pero luego comprendí que podía utilizar mis emociones, mi energía y mi tiempo para hacer algo por ellos”.
“Verás, lo sé absolutamente todo acerca de los perros y los gatos con los que vivo”, confiesa este activista de la fundación tailandesa Soi Dog. “Sé que les gusta comer y qué les hace felices; dónde prefieren recostarse o qué clase de juegos disfrutan particularmente. Así que se me rompe el corazón cuando pienso que podrían ser robados y acabar en una de esas jaulas, confusos, preguntándose qué hicieron mal para ser tratados de esa forma a pesar de la confianza que depositaron en la gente. A veces siento que tal vez no sea aceptable que comamos ninguna clase de animales, pero situar a los perros y los gatos en el mismo eslabón de la cadena alimentaria que los pollos me parece que es como cruzar una línea roja cultural inaceptable. Ni los perros ni los gatos han sido tradicionalmente comida. No puedes imaginar lo que llegan a sufrir cuando se ven de pronto privados de su libertad e intuyendo de algún modo que van a ser asesinados de la forma más brutal”.
Mientras aguardan en las jaulas, pueden contemplar perfectamente cómo sus compañeros son sacrificados. Los gatos dejan de comer y de beber debido al estrés que experimentan. “Es simplemente horrible”, dice Sehgal. “No hay ninguna clase de argumento, superstición, magia negra o hechicería que pueda justificar esa brutalidad. El consumo de su carne no está regulado por ninguna autoridad del mundo y sólo cinco países permiten todavía su consumo: Corea del Sur, Corea del Norte, Vietnam, China y, quizá, Camboya. Esto tiene que parar”. Existen otros lugares como ciertos estados del norte de la India donde el tráfico de carne se encuentra prohibido pero la práctica persiste. En Filipinas, por ejemplo, la fundación de Rahul ha efectuado hasta la fecha 15 redadas para rescatar a perros de los traficantes.
Creencias de comer perro o gato
En Corea del Sur comer carne de perro es un signo de estatus. Se sabe, por ejemplo, que algunos anfitriones surcoreanos ofrecían sus mascotas a sus invitados como un signo de hospitalidad. Las condiciones en que los perros se crían en los aledaños de Seúl y otras zonas rurales del país son absolutamente espeluznante. Aunque algunos traficantes los sacrifican por electrocución. No es tampoco inusual que los hiervan vivos.
La carne de perro es preferentemente consumida por varones de mediana edad confundidos por la idea supersticiosa de que obtendrán, de esa forma, beneficios para su salud. En realidad, es una costumbre minoritaria en esas sociedades del sureste asiático, fuera de ciertos nodos, puntos calientes o ciertas celebraciones como el infame festival de carne de perro de Yulin (China).
En Vietnam, la popularidad de la carne de mascota creció en parejo a la economía del país. En 1999, sólo un pocos chiringuitos de Hanói incluían abiertamente en su menú ese animal, y su designación se maquillaba con el nombre de Thit Cay. Hoy, el perro se vende en cientos de puestos callejeros.
En ciertos mataderos, los perros son engordados por la fuerza bombeándoles arroz cocido y agua con tubos estomacales. “Algunos se beben sus fermentos como una especie de delicatesen”, aclara Rahul. “Por un kilo de carne de perro acostumbra a pagarse entre tres y cuatro dólares. El de gato es más caro: entre cinco y siete dólares. Y si es de gato negro, pagan hasta doce. Los gatitos son también más cotizados por la ternura de la carne. Con los negros, fabrican una especie de polvo y los usan para la medicina china. También el procedimiento utilizado para matarlos es más brutal. Los ahogan y les sajan el cuello. Algunas carnes como el pollo son mucho más baratas, lo que significa que esto no es comida para pobres. Suelen consumirlo a finales de mes o en combinación con algo de alcohol. Suponen que aleja la mala suerte. Pululan por ahí toda clase de creencias”.
¿Cómo se abastecen del “producto”? “Eventualmente, son criados ya para ser vendidos como carne, aunque la mayoría son robados”, afirma Rahul. “La mayoría de los traficantes que se dedican al sector son pequeños empresarios. No hay grandes compañías implicadas pese a la envergadura del negocio. Normalmente, los perros son capturados y almacenados hasta que se reúnen suficientes ejemplares como para trasladarlos al matadero de destino. Es un ciclo que puede tomar de unos pocos días a semanas. Y entre tanto, llegan a meter hasta 15 criaturas en espacios de poco más de un metro y medio cúbico y todos, absolutamente todos, son sacrificados a la vista del resto. Imagínate el trauma, el estrés y el sufrimiento que experimentan. Pero deja que te diga algo: 'A pesar de ello, todos mueven la cola alegremente frente a las personas que los asesinan'. Así son nuestros perros. Es desgarrador ver cómo les tratan mientras el resto del mundo, especialmente en Occidente, gasta dinero en cuidar de sus amigos o incluso dejan de ir de vacaciones para que sus animales puedan seguir disfrutando de sus rutinas y de sus paseos en casa”.