Decía Giulio Andreotti, el gran contramaestre de la Democracia Cristiana, que “la fe es un don y quien no la ha recibido no tiene la culpa”. A Luis Argüello (Meneses de Campos, Palencia, 1963) la fe nunca le faltó, pero encontró la vocación tarde, algo poco habitual para esos chiquitos de pueblo a quienes sus familias mandaban a estudiar a un colegio religioso de la ciudad, con la intención de que salieran de allí como hombres de provecho.
Los arrebatos de juventud le arrimaron a la política, pero cuando estuvo cerca de convertirse en un democristiano como Andreotti a la española, un sexto sentido le dijo que aquel no era el camino. Comenzó así una nueva vida como hombre de Iglesia, que ahora le ha llevado a ser elegido nuevo presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE).
Por la ciudad entendemos Valladolid, el lugar en el que se formó, vivió todo ese marasmo juvenil y donde ha pasado la mayor parte de su vida. Pero la historia comienza en Meneses de Campos, un pequeño pueblo de la llanura palentina que hoy tiene censados a 93 habitantes y que contó con unos pocos cientos más cuando un niño llamado Luis Javier Argüello García fue bautizado allí. Su padre, también Luis, era agricultor; y su madre, Juanita, se dedicó, como lo hacían aquellas mujeres entonces, a cuidar de sus cuatro hijos varones y de una única niña.
Uno de esos pocos vecinos que continúan allí es Miguel Camina, el alcalde, del PP, que entró cuando las primeras elecciones democráticas y salvo algunos años en los que se apartó del cargo, ahí sigue en el consistorio. “Estudiamos juntos en la escuela unitaria del pueblo y éramos amigos de la infancia”, sostiene. Las escuelas unitarias de entonces eran colegios rurales en los que niños y niñas de entre seis y 14 años compartían clase tutelados por un mismo maestro. Tiempos en los que sólo algunos pequeños, como Luis, tenían tele en casa e invitaban a los amigos a verla en compañía.
“Su familia, que era gente de campo aunque no estaban mal situados, mandó a los niños a estudiar a Valladolid. Los hijos se fueron y el padre fue concejal aquí conmigo. Luis ha estado siempre muy ligado al pueblo y ha seguido viniendo por las fiestas o a veranear”, asegura el alcalde. Y aunque aquí parezca que terminan sus vínculos con la España rural, después veremos que no, que la tierra siempre le pone a uno en su sitio.
De ese ambiente pasó a estudiar secundaria y el Bachillerato de Letras en el colegio Nuestra Señora de Lourdes de los Hermanos de la Salle. Un centro privado religioso al que acudía la gente bien de la conservadora Valladolid y los hijos de esos primeros españoles que soñaban desde el campo con el ascensor social. Luisín, como le llamaban en el pueblo, debió pensar que se lo debía a sus padres. Y no sólo fue un alumno aplicado, sino que recibió el “premio nacional extraordinario como uno de los mejores expedientes de toda España”. Lo recuerda Javier Burrieza, presidente de la Asociación de antiguos alumnos del Colegio de Lourdes.
Se abrían entonces dos caminos: continuar la formación religiosa, como hicieron muchos; o seguir una educación laica. Y Luis Argüello, que aún no había recibido 'la llamada', apostó por lo segundo. Se matriculó en 1971 en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid, un centro público en el que entonces bullía el espíritu democrático reinante durante los estertores del franquismo. Y tanto fue así que poco antes de que muriera Franco, el entonces ministro de Educación, Cruz Martínez Esterueles, decidió cerrar la Universidad.
Luis Argüello había sido ese curso delegado de la Facultad de Derecho. Y ya era habitual en las reuniones de la Junta Democrática, un conglomerado político en el que cabían desde el Partido Comunista de España (PCE) hasta los círculos del Opus Dei que fue muy activo durante esos últimos resuellos del dictador.
“En ese momento había una oposición de derechas y de izquierdas con un único fin, que era la democracia. Luis acudió a actos del PCE, participó en otras formaciones y adquirió un compromiso político que lo marcó muchísimo y que fue fundamental en su vida. Sin esa etapa no se podría explicar su actual figura pública”, opina Javier Burrieza.
El presidente de los antiguos alumnos del colegio y actual profesor de Historia Moderna por la Universidad de Valladolid conoce a la perfección el recorrido vital del nuevo líder de la Conferencia Episcopal. De hecho, colabora con él como miembro del secretariado de Cultura de la diócesis de Valladolid, de la que es titular Argüello como arzobispo de la ciudad. Pero, en este punto, mejor recurrir al protagonista para no caer en equívocos.
El activismo político
Decimos esto porque durante años identificaron a Luis Argüello con alguien que aparece en una foto detrás de Santiago Carrillo en el primer mitin legal que el PCE celebró en España tras la Guerra Civil. La imagen fue tomada en Valladolid el 23 de abril de 1977, fecha que rememoraba la histórica derrota de los comuneros de Castilla en el municipio de Villalar. Argüello estaba allí, pero el entusiasta joven de gafas y camisa de cuadros no era él sino un hijo de Carrillo.
Lo cierto es que “en la Junta Democrática el grupo más activo era el Partido Comunista de España y tenía compañeros que pertenecían de forma clandestina al PCE”, reconoce a PORFOLIO | El Español el propio Argüello. “Yo era delegado de la Facultad de Derecho y cuando nos cierran la Universidad había que movilizarse. Me subí a un coche que nos puso el PCE para iniciar un recorrido por otras universidades solicitando la solidaridad de otros alumnos”, prosigue.
Argüello mantuvo la actividad universitaria en la clandestinidad gracias a los comunistas, al tiempo que impartía clases de Economía en el bar Corinto de Valladolid. Franco, finalmente, murió y el brillante alumno de Derecho se licenció en 1976 con otro premio extraordinario al fin de carrera.
Tan estimulante fue la experiencia que inmediatamente después de terminar sus estudios, continuó como profesor de Derecho Administrativo en la misma facultad. Y fue entonces cuando se presentó la oportunidad de emular a los democristianos de Italia que gobernaban el país desde el final de la Segunda Guerra Mundial. “Tuve relación con el equipo de la Democracia Cristiana que se presentó a las primeras elecciones generales, aunque fue un fracaso. Había varios grupos y sólo el PNV ha conseguido sobrevivir hasta ahora”, confiesa el actual presidente de la Conferencia Episcopal.
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Sin haber militado nunca ni haber formado parte de la estructura de ningún partido político, su última experiencia fue de la mano de los socialistas. “Había una mujer en la Universidad, que era delegada de Filosofía, vinculada al Partido Socialista Obrero Español. Ella iba como candidata a la concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid por el PSOE y nos pidió a algunos si queríamos colaborar en las primeras elecciones municipales que se celebraron en democracia”. Era 1979 y esos comicios los ganó el socialista Tomás Rodríguez Bolaños.
Alejandro Menéndez, profesor de Derecho Financiero y Tributario de la Universidad de Valladolid, coincidió entonces con Luis Argüello en las aulas, primero como compañeros de facultad y más tarde como enseñante de éste. “Lo recuerdo como una persona muy inteligente, con un bagaje cultural muy vasto y las ideas muy claras. Era, sin duda, uno de los estudiantes más destacados de su curso”.
“Era evidente que había células comunistas en nuestra facultad y que todos estábamos coordinados porque en ese momento España no tenía otra salida que la democracia. Pero yo siempre lo vi como una persona muy sensata, con una línea moderada y un pensamiento de centro”, detalla el antiguo colega.
Pero en esos devaneos con los partidos políticos hubo algo que se rompió. “Desencanto es una palabra muy fuerte, aunque sí que intuí algo que me hizo dudar”, recuerda Luis Argüello. Su crisis de fe se produjo con lo mundano, no con lo divino. Nunca perdió, eso sí, su pasión por el Real Madrid y Franco Battiato. En ese momento lo volvieron a llamar los hermanos de La Salle para impartir clases en su antiguo colegio sobre la Constitución y ahí apareció de nuevo ese nexo con los orígenes, el pueblo, la familia y la tradición.
Una vocación tardía
Luis Argüello nunca ha ocultado que procede de una familia de derechas de toda la vida. Su padre sobrepasa los 100 años y, aunque se encuentra enfermo, aún vive. Mientras, su madre, de fuertes convicciones religiosas, le sirvió de inspiración para adentrarse en la vida de la Iglesia: “yo no sería creyente sin mi madre”. La vuelta a la educación religiosa le marcó un nuevo camino y en 1983, cumplidos los 30, le comunicó a sus compañeros que quería ser cura.
Ingresó en el Seminario Diocesano de Valladolid a la edad a la que otros lo abandonan. Se formó durante tres años, fue ordenado sacerdote y fiel a esa vocación académica se mantuvo allí como formador durante más de una década. Allí conoció a José Colinas, que hoy trabaja como delegado en Cáritas Diocesana de Valladolid. “Me dio clases de Religión en el seminario y ya entonces era un hombre muy preocupado por las cuestiones sociales. Estaba muy volcado en la ayuda a las personas dependientes, los toxicómanos, las personas de etnia gitana y, más tarde, a los migrantes”.
Luis había perdido a un hermano por la epidemia de aquellos años, la de la heroína, y eso también lo marcó para siempre. “Es una persona con una capacidad intelectual asombrosa, pero no es un hombre de despacho. Nunca ha sido párroco y, aún así, era el primero que cogía el coche para ir a dar misa a los pueblos cuando faltaba algún sacerdote. En esa dicotomía entre pensadores y curas de la calle, él combina ambas cosas”, asevera José Colinas.
La carrera eclesiástica le llevó, sin embargo, más por oficinas que por carreteras. Fue vicario episcopal en Valladolid, delegado pastoral, rector del seminario, obispo auxiliar de la ciudad, secretario general y portavoz de la Conferencia Episcopal, arzobispo y ahora presidente de la CEE. Y en todo este tiempo se ha caracterizado por ser una “persona dialogante y que busca los consensos”, apunta José María Conde, ecónomo de la archidiócesis de Valladolid. En su anterior etapa en la Conferencia Episcopal, Argüello tuvo tiempo de fajarse con el resto de los obispos y con los periodistas en su faceta de portavoz.
“Colaboración crítica” con el Gobierno
Cuando esta semana Luis Argüello fue nombrado líder de la Iglesia en España para los próximos cuatro años, muchas crónicas enfatizaron el giro a la derecha de los obispos. En los últimos años el nuevo presidente ha colabado con el Instituto de Ciencias Sociales, Económicas y Políticas, dirigido por personas del entorno de Vox y apoyado por la ultra francesa Marion Maréchal Le Pen, y no ha rehúsado entrar en algunos de los temas fetiche de los defensores de las guerras culturales, como la Agenda 2030 o el "invierno demográfico" en Europa.
Argüello se enmarca dentro del sector conservador, sí, y existe una distancia considerable con el arzobispo de Madrid, José Cobo, la figura emergente de la Iglesia española más cercana al papa Francisco. Pero el perfil del recién nombrado líder de la CEE tampoco se ajusta al de esa vieja jerarquía eclesiástica extremadamente reaccionaria que fue predominante durante años y se enfrentó abiertamente al Gobierno socialista de Zapatero en un momento de apertura social.
Fueron los años de Antonio María Rouco Varela al frente de la Conferencia Episcopal. Después, con Ricardo Blázquez y, sobre todo, en la última etapa de Juan José Omella los líderes del clero han optado por no interferir en asuntos políticos.
Argüello declaró hace unos meses en una entrevista con EL ESPAÑOL que a él le gustaría ver una Iglesia “más movilizada” en cuestiones “políticas” y “a favor de la dignidad humana, la defensa de la vida y el bien común”. El nuevo rostro visible de la Iglesia se ha manifestado también de forma pública en contra de leyes del Gobierno como la amnistía y, aunque no plantea ninguna guerra en las calles, ahora insiste a este medio en que su actitud será de una “colaboración crítica” con el Ejecutivo socialista.
Al margen de las leyes aprobadas por el Gobierno, uno de los temas más delicados con los que tendrá que lidiar el nuevo jefe de los obispos es el de la pederastia. El día de su nombramiento se dirigió a varias víctimas de abusos que protestaban frente a la sede de la Conferencia Episcopal, aunque su actitud hasta ahora ha sido más esquiva que la de otros colegas. No cree en los datos recogidos en el informe que presentó el Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, y prefiere hablar de “reparación integral” antes que de indemnizaciones.
Quizás la expectativa de los sectores más progresistas por ver a José Cobo como presidente de la Conferencia Episcopal ha acrecentado la imagen pública de Luis Argüello como un conservador de la vieja escuela. Aunque realmente Cobo, que fue elegido vicepresidente, nunca fue rival en la carrera, ya que los tiempos lo han atropellado. En junio del año pasado lo nombraron arzobispo de Madrid y pocos meses después ya era cardenal. Demasiadas ocupaciones para un hombre que tendrá su oportunidad dentro de cuatro años, pues Argüello no se podrá volver a presentar debido a su edad.
El arzobispo de Valladolid cumplirá entonces 75 años, la edad a la que los obispos deben jubilarse. Y el Vaticano ya ha avisado de que no quiere candidatos a quienes les llegue la hora del retiro durante el ejercicio. En este tiempo deberá entenderse con los más conservadores, que le han prestado su apoyo, y con los sectores aperturistas, quienes verían una ruptura en la línea marcada por el Papa en caso de escorarse demasiado hacia los primeros.
A Javier León de la Riva, que estudió en el mismo colegio que Luis Argüello y fue alcalde de Valladolid durante 20 años, no le cabe duda de que sabrá hacerlo. “Se llevaba bien conmigo, pero también con [el socialista] Óscar Puente, que llegó después de mí a la Alcaldía”, considera. “No es el típico niño bonito que llega al obispado, sino un hombre de pueblo, de una familia relativamente humilde, sensato y preparado, que toda su vida se ha dedicado a hablar con unos y con otros”. Un democristiano, en definitiva, que eligió la Iglesia antes que la política.