Dijo el matador de toros Juan Belmonte que se torea como se es: lo sabe Kiko Matamoros, que es torero de otra forma, porque se la pasa capeando con elegancia a las bestias -que a menudo son los hombres, o los miedos, o los vicios- hasta que vienen a tocarle en exceso las narices y no le queda otra que echar mano de su estocada artística. Limpia, finísima. Letal.
Matamoros es diestro y poeta secreto -quizá por eso habla tan bajito que parece que murmura, que comenta para sí mismo-: uno de esos hombres auténticos que piensan que sólo se puede vivir solo y descreído y loco, avanzando con las fauces abiertas, oteando a los enemigos y recordando, como los boxeadores de su vida, que golpea más fuerte quien golpea primero.
Hay algo enigmático en él: maneja hechuras de personaje literario. Incluso de escritor sin libros. Atraviesa las verjas de Recoletos 22 y ya no hay rastro del animal televisivo. Posa a las puertas de la Biblioteca Nacional de España hecho un dandy. Es una estatua imponente más junto a la del rey Alfonso X El Sabio, y la de San Isidoro, y la de Antonio de Nebrija. Se recoloca los puños de la camisa y le echa el brazo por encima a la piedra sobre la que reposa Cervantes, como quien vigila que no flaquee la silla a la que se ha subido un amigo algo ebrio a cantar en la noche loca. Le rodean más compadres mientras se sienta en la escalinata a darle un calo al pitillo: Carbonell, Lope de Vega, Luis Vives.
A Kiko le llueven las ofertas editoriales, pero si no se atreve -si no se atreve aún a irrumpir en el oficio de las letras de este grupo de viejos colegas inmóviles- es porque respeta demasiado la literatura como para convertirse en un intruso. No quiere vender libros facilones sólo porque salga en la tele, como -desliza- les pasa a otros de sus compañeros. "Hay libros que son bazofias y se venden como churros. Ves las góndolas en las grandes superficies y dices: me cago en su puta madre, de verdad, ¿cómo es posible…? Entiendo que los verdaderos autores se rebelen contra este circo".
Kiko con su espíritu largo y adusto, temible y urgente. Kiko con el gesto áspero del tipo que no está para tonterías. Hastío, sarcasmo, toneladas de inteligencia. Y algo conmovedor de fondo, casi imperceptible: un hilo prometedor de ternura. Lleva 64 años desenvolviéndose como una criatura anfíbica entre la televisión y la biblioteca, entre el cine y el ring, entre la plaza de toros y la discoteca, entre el club de jazz y el barrio bravo. Le va bonito, eso sí: dice que gana más que un ministro aunque le tengan embargado el sueldo.
Lo suyo es el espectáculo canallesco que desemboca en ceremonia bohemia, o quizás al revés. Desde el primer libro que leyó con trece años robándolo de la biblioteca de su padre -Torotumbo, de Miguel Ángel Asturias- a la primera raya al cumplir los quince, con la boca pastosa y aburrida de la marihuana. Desde su obsesión por El Sur de Erice -la figura del padre, marginal, represaliada en su propia casa, y con una fragilidad que no traslada al resto, le recuerda a sí mismo- al pánico a dios, al pecado mortal. De niño le desolaba pensar que estaba condenado al infierno. Sólo tardó un poco más en entender que ese infierno estaba aquí en la tierra.
La heroína la probó y no le convenció, pero fuma mucho. Demasiado -¿cuánto es demasiado?-. Fumo para frotar el tiempo y a veces oigo la radio, y oigo pasar la vida como quien pone la radio. Fumo mucho. En el cenicero hay ideas y poemas y voces de amigos que no tengo, que escribiría Panero. Ya en su casa, descorchando la charla, me cuenta que allí vivió y murió Manuel Becerra. Que a veces le invoca. Qué pensaría de este circo Manuel, tan masón como era, tan liberal. Alberto Aguilera fue vecino del mismo edificio.
Ahora Matamoros les toma el relevo, con su arsenal de pensamiento y también con sus noches lúbricas, riquísimas de aventura. Siente que ha tenido más momentos intensos de los que por derecho le corresponderían, como el protagonista de Blow. Le gustaba la Playboy de Raquel Wells. Y Antoñete, y Paco Camino, y las verónicas de Rafael de Paula. Le gustan los habanos. Le gusta África. Le gusta leer a Soto Ivars y a Alberto Olmos. Su madre decía que nació de pie. Lo cierto es que aún no se ha caído.
Pregunta.- Vino al mundo con su hermano gemelo aplastándole, intentando matarle.
Respuesta.- Eso cuenta él, pero no sé si es verdad. Sí sé que fui el segundo en salir y que en aquellos tiempos, que no había ecografía ni hostias, mi madre se enteró de que tenía gemelos en el mismo momento del parto. Se sorprendió la propia empresa, o yo qué sé, el caso es que tardé en salir y salí casi con una hipoxia. Pero no me dio para quedarme tonto.
P.- ¿Cómo se llega a ser un ganador si uno nace perdiendo?
R.- No entiendo que naciera perdiendo. Tampoco me considero un ganador. Es cuestión de azar y de habilidades. Tal vez una especie de destino... Me he equivocado, claro, pero he sabido llevar las riendas de mi vida para no desbocarme. He sido conservador en ese sentido. He tenido amigos que no lo han sido tanto y lo han pagado muy caro.
P.- ¿Qué tiene Kiko Matamoros de su padre y qué de su madre?
R.- De mi madre, de entrada, tengo la piel. Soy tataranieto de una esclava cubana y bisnieto de una mulata con muchos ovarios que sacó a cinco hijos adelante siendo criada, y se nota. Creo que he heredado la fortaleza de esa raza. Yo creo en la física cuántica, bueno, ¡creo! Dice que todo el universo está conectado y que aunque somos incapaces de procesar determinados mensajes, sí los recibimos. De mi padre tengo el carácter volcánico.
P.- Ha dicho alguna vez que se ha arrepentido de haber hablado con dureza de su padre. ¿Cuándo perdona el hijo al padre, es acaso cuando se empieza a parecer un poco a él?
R.- No exactamente. Es el efecto espejo ese. Te rebelas, no contra tu padre, sino contra ti mismo. Yo a mi padre no le guardo ningún rencor. Todos somos hijos de nuestro tiempo y de un momento político, social, formativo… que no tiene nada que ver con lo de ahora, pero que es exactamente igual de ridículo que el de antes. O peor. Antes la censura, ahora la autocensura. Se demoniza a Picasso, a Sabina o a quien coño sea. Se descuelgan museos, se vetan obras. Es trágico.
Lee usted mucho a Daniel Bernabé y a Ana Iris. ¿Vio que sus autores favoritos son tachados de “rojipardos”?
R.- Sí, qué cosa tan absurda. ¿Quién puede llamar “rojipardo” a Bernabé, si es un tío de izquierdas? Lo que pasa es que no es gilipollas.
P.- ¿Esa es la confusión que está habiendo últimamente, que parece que para ser de izquierdas hay que ser gilipollas?
R.- Yo creo que sí. Hay una frase de Savater que es maravillosa, de cuando se presentó Podemos a sus primeras elecciones y tenían no sé cuántos millones de votos. Dijo Savater: “No sabía que había tantos tontos en este país”. ¡Y ahora Savater es un hombre absolutamente demonizado por la izquierda…! El eje lo ha colocado en la derecha: ¿qué coño? Para mí es un auténtico fenómeno. A la izquierda le resulta molesto que le cuenten cómo son. En vez de pararse, en vez de decir “¿a quién hemos votado, quién ha sido nuestro líder?”. ¿Un tipo que decía que iba a vivir toda la vida en Vallecas y se pilla un chaletazo, el que ha colocado a su pareja de ministra? Eso lo hace otro de otro partido y bueno, las hostias se oyen en Constantinopla. Una tipa, la Montero, que además es una indigente cultural. Una total analfabeta jurídica. Se han enterrado ellos solos, eso creo. Pero el tiempo dirá, como dice Savater, cuántos tontos hay en este país.
P.- ¿A qué personaje de ficción le recuerda Irene Montero?
Sería una invitada perfecta a La cena de los idiotas.
P.- ¿Y Ayuso?
R.- A Bienvenido, Mr. Chance. ¿Te acuerdas de aquella película? Es un jardinero que llega a asesorar a presidente de los EEUU, y era un perfecto ignorante.
P.- ¿Y Sánchez, a quién le recuerda?
R.- Sánchez es Sancho Panza. Para él sólo existe la isla Barataria. Espero que lo pague.
P.- ¿Abascal?
R.- Yo qué coño sé. A la portera de Una jornada particular. La cotilla aquella con bigote, fascistona y chivata.
P.- ¿Es usted un anarquista, un rojo, o sólo un socialista?
R.- No, yo soy un liberal. Y eso que desde que pude, votaba socialista. Pero Sánchez me da una vergüenza enorme. ¿Cómo puedes pactar con Bildu, gente que sigue aplaudiendo homenajes a unos putos asesinos? ¿Las víctimas se tienen que comer eso? ¿Pero qué cojones es esto? Qué poca dignidad y qué manera de faltarle al honor a las víctimas del terrorismo. Eso no se puede permitir. ¿Esa es la democracia? Váyase a la mierda. Pero de verdad: váyanse a las putas mierdas. Eso debe estar fuera del ideario político de cualquier persona medianamente honesta.
Yo soy un liberal, y eso que desde que pude, votaba socialista. Pero Sánchez me da una vergüenza enorme
P.- ¿Se considera usted un radical?
R.- No.
P.- ¿Un revolucionario en algún sentido?
R.- Bueno, hoy es revolucionario cualquiera que no comulgue con ruedas de molino. Si es en ese sentido, sí, soy revolucionario. Quiero que acabe este aquelarre. Eso también.
P.- ¿Tiene usted algún talento?
R.- Creo que tengo alguna sensibilidad para el arte y para querer, también. Son las dos cosas que me interesan.
P.- ¿El amor y el arte?
R.- El amor y la belleza, en realidad. Ahí entra todo. El amor por tu gente, por el universo-mundo, que decían los clásicos.
P.- ¿Cuándo perdió la inocencia?
R.- Creo que no la he perdido, porque me sigo dando hostias (ríe). El que nace inocente, muere inocente. Pero en algún sentido, a los 19 o 18 años, cuando me fui de casa y me intenté buscar la vida por mi cuenta. Ahí empecé a ver el mundo de otra forma.
P.- ¿Usted cree que da miedo?
R.- Pues no lo sé. Yo creo que tengo una imagen que impone cierto respeto en determinados ámbitos. Miedo se les tiene a los locos, y a lo mejor alguien se piensa que estoy loco y que soy capaz de cualquier cosa. Les entiendo, ¿eh? Señales he dado en ese sentido.
P.- ¿Y a usted, quién le da miedo?
R.- ¿A mí? Los cobardes. Los oportunistas y los tontos.
P.- Que son legión.
R.- Sí, son muchos y ejercen en puestos de responsabilidad. Sí, sí.
P.- ¿Cuál es la debilidad de los tipos duros?
R.- Pues mira, hay una canción de Serrat maravillosa, que es la de Una de piratas...
P.- “En el fondo, son unos sentimentales”, canta.
R.- Eso es. La debilidad de los tipos duros, posiblemente, sea su mujer, su pareja. O de las tipas duras. Pienso en toda la gente que conozco del lumpen y casi todos llevan tatuajes relativos al honor, la familia y la lealtad.
P.- Es una mafia legítima.
R.- Es una forma de legitimar la mafia, que no es lo mismo.
P.- ¿Qué cree que se dice de Kiko Matamoros cuando se levanta de la mesa, cuando no está delante?
R.- ¡Ah! Pues habrá de todo. Habrá quien piense “este tío es cojonudo” y habrá quien piense lo que quiera, pero vamos, me importa poco.
P.- Cuando hablan mal, ¿qué dicen?
R.- De todo. Lo primero que usan es lo de cocainómano. Y ahora, fascista. Me lo llaman mucho.
P.- ¡Cómo estamos!
R.- Neofascista, por la gracia de dios. Hay insultos que son halagos, depende de quién te los diga. O machista. Bien. Muchas cosas. “Creíamos que eras de izquierda, al final se ve que eres un facha…”. Me la trae sin cuidado.
Me llaman neofascista, por la gracia de dios. Hay insultos que son halagos, depende de quién te los diga
P.- ¿Quiénes son los fascistas?
R.- Los que llaman a todo el mundo fascista, curiosamente. Ser antifascista es todo lo contrario de lo que ellos predican y de lo que ellos hacen. Un fascista es el que niega a los demás sus derechos, el que niega la opinión libre, el que niega a la persona. Ellos, en verdad.
Le pregunto a Kiko qué ha aprendido de las mujeres en los últimos cincuenta años y resopla. Tantas cosas. Cita Feria, de Ana Iris Simón. Ese capítulo con nombre heredado de frase de Sylvia Plath: “Toda mujer ama a un fascista”. Lo que quiere decir, matiza con cachondeo, es que comulga un poco con El Fary y su crítica al hombre blandengue. Él amasa un sentido profundo del amor: de la protección, de la entrega. “Los cerebros del hombre y de la mujer son distintos, ya pueden ponerse las feministas como se pongan, ya pueden chillar lo que quieran. Tenemos habilidades y sensibilidades diferentes, lo indica la neurociencia”, comenta.
“La mujer sí necesita sentir al lado a alguien que sea capaz de responder por ella en determinadas circunstancias. Si tu pareja es agredida por la calle, lo que tu mujer espera de ti es que la defiendas, no que le digas ‘querida, vamos a poner una denuncia’”. El macho ibérico, dice, no agoniza ni en España ni en ningún lado.
P.- ¿Ha tenido usted alguna experiencia homosexual?
R.- No, pero sí he tenido muchas propuestas y muchas gilipolleces, y he coqueteado con alguno porque le veía, tal, y le daba cuartelillo, pues yo qué sé, no sé si por morbo…
P.- O por sentirse deseado. Por el juego.
R.- Sí.
P.- La seducción es una promesa que no tiene por qué canjearse.
R.- No, no hay por qué pagar. Sí. Yo tuve un amigo que estuvo muy enamorado de mí muchos años y tengo aquí un cuadro que me regaló antes de morirse de sida. Ese que ves ahí.
Tuve un amigo muy enamorado de mí y tengo colgado en mi salón un cuadro que me regaló antes de morir de sida
P.- Qué bello.
R.- Además se llama Los amigos.
P.- Están muy abrazados, ¿no?
R.- Claro. Me lo regalaría con alguna intención.
P.- Era como “que tengas en cuenta siempre que cuando quieras este abrazo tan hondo puede efectuarse”.
R.- Sí (sonríe). Bueno, me lo regaló poco antes de irse. He tenido mucha relación con homosexuales. Les he querido mucho, me han querido. Es más, de chaval, con 16 años, iba con una panda de los que eran mis mejores amigos, que éramos cinco o seis, y nos íbamos de copas y a cenar con homosexuales mayores que nosotros que nos invitaban… (ríe).
P.- ¡Guau! ¿Y se dejaban ustedes querer?
R.-Jugábamos a dejarnos querer. Éramos muy golfos. Alguno acabó queriendo. Sí. Sí.
P.- ¿A qué gran mujer le hubiera gustado rechazar?
R.- No, a mí me ha pasado, pero el momento emocional mío no daba para eso. ¿No he tenido vida y no he tenido noche? Claro. Me ha pasado de todo.
P.- Deme nombres.
R.- No, no.
P.- Un nombrecito, Kiko.
R.- No (rotundo). Es que de verdad que no (ríe). A mí me piden mucho que escriba mis memorias, y yo digo: para qué, ¿para guardarme la mitad?
P.- Dicen que caballero no tiene memoria.
R.- Eso es una gilipollez. Poco acorde con las políticas igualitarias, ¿no?
P.- O “Caballero no tiene memorias”.
R.- (Ríe).
P.- ¿Qué se aprende del hogar viviendo en un hotel por ocho mil euros al mes?
R.- Pues que a veces es más confortable vivir en un hotel que en un hogar.
P.- Oh.
R.- Claro, depende de las sensaciones que estés teniendo en ese hogar. Cuando entiendes, como entendía yo en un momento dado de mi vida, que ese hogar no me pertenecía, que pintaba allí menos que la Tomasa en los títeres… pues sientes cierto rechazo. Los últimos años en lo que era mi casa, o en lo que yo creía que era mi casa, me sentí incómodo. Cuando veía algo que no me gustaba y decía “oye, esto no lo voy a permitir”, recibía un “pues sí lo vas a permitir porque te vas a ir por la puerta”. Eso no es un hogar. Ante ese nivel de agresividad verbal y de incomprensión y de falta de respeto, verdaderamente se está mucho mejor en un hotel. La separación fue una liberación para mí, lo que no sé es hasta qué punto perdí algunos años de mi vida en mi última relación larga. Viví en un estado de amargura.
P.- Cortázar decía que todo dura siempre un poco más de lo que debería.
R.- Ya, es que la nostalgia de lo vivido te impide verdaderamente tomar decisiones de forma rápida y abrupta. Sientes que las cosas pueden ser recuperables. Pero no. Tenía mucha razón Cortázar.
P.- ¿Ha metido alguna vez un puñetazo a un hombre?
R.- Sí. Muchas veces.
P.- Por buenas razones, supongo.
R.- Por todo. Formaba parte de nuestra cultura. Nosotros nos divertíamos pegándonos entre pandillas. Yo vivía en la prolongación de lo que era entonces general Mola, hoy Príncipe de Vergara, en la plaza del Perú, y ponían en descampados que había por ahí unos coches de choque… y venían los de Manoteras. El extrarradio. Nos divertíamos pegándonos con los de Manoteras. Debajo de mi casa estaba el cine Americano, que luego fue el Juan de Austria. Y aparcaban los coches en las aceras, como si fuera Corea. Hacían lo que les salía de los huevos. Unos Cadillac de estos de la hostia (ríe). Unos Chevrolet de estos enormes… “el más grande que haiga”, decían.
Y les rayábamos los coches o les pinchábamos las ruedas, porque les teníamos una envidia de cojones. Y encima salía del cine un olor a nubes de estas, a palomitas… cosas que nosotros no probábamos. Nos era impensable. Chavales de barrio. Nací con esa cultura. Y luego en la sierra igual. Acabábamos a hostias un día sí y otro también. ¿En las discotecas? Exactamente igual. Esa violencia física no estaba condenada, de hecho estaba asumida hasta dentro del hogar. Que tu padre te pegara era lo normal, lo anormal era que no te pegara. O en el colegio. Si naces y te crías recibiendo hostias lo normal es que tú en la calle sigas.
Si naces y te crías recibiendo hostias lo normal es que tú en la calle vayas devolviéndolas
P.- Que las devuelvas.
R.- Claro. Me acuerdo de un cabrón en el colegio que nos daba con un silbato de acero. Te daba capones. O con una pedazo de regla. Era la hostia. Recuerdo a un hijo de puta que subí, me llamó, tal, “venga para acá”, y el cabrón se arremangaba, se quitaba el reloj… y era tan hijo de puta que te amagaba con la derecha y te sacudía con la izquierda.
P.- Muy mamonazo, efectivamente.
R.- Eso es. La torta era más fuerte porque tenía la violencia de la hostia que te daba más el giro tuyo de cabeza. Recuerdo hace muchos años a uno que le pegué una hostia en Alcalá. En la plaza de la Independencia. Tenía yo un Mercedes muy bajo, descapotable, pero llevaba el coche cerrado y se veía a la chica que iba a mi lado. El tío toca en el cristal y le dice “oye, rubia, me gustaría mucho comerte el coño”.
P.- Venga ya.
R.- Y le dije yo: “Has tenido suerte”. Le crucé el coche delante, tenía la ventanilla bajada y le enchufé una hostia por donde me cabía el puño. Son reacciones que verdaderamente no son plausibles, pero al final son entendibles, yo creo. Ante esa agresión.
P.- ¿Cuál es el toro más bravo que ha toreado Kiko Matamoros?
R.- El toro más bravo que he toreado ha sido la droga. Y creo que lo he sabido torear. Yo he contado que llevo 50 años consumiendo cocaína, pero la cocaína no me ha consumido a mí. Esa faena no es fácil de ejecutar, hay que tener la cabeza muy fría. Saber cuáles son tus límites. Yo la he utilizado de una forma lúdica y no ha condicionado mi vida. A lo mejor te puede condicionar en un momento dado sexualmente, o de otra forma, no lo sé. Yo ha habido libros que me he leído enteros en una noche porque consumía cocaína para seguir leyendo. Me he quitado horas de sueño, pero…
P.- Las ganó de lectura.
R.- (Ríe). Pues sí, joder. O se me han devuelto de otra forma. Yo entiendo que ese mensaje puede ser pernicioso, depende de quién lo reciba. Yo no estoy a favor del consumo de droga pero tampoco estoy a favor de la prohibición.
P.- Responsabilidad individual.
R.- Claro, como con todo.
P.- ¿Por qué hemos destapado el tabú del sexo en la conversación pública pero el de la droga no?
R.- Porque seguimos los mandatos de los americanos.
P.- ¿Habrá algo de culpa, herencia de la educación judeocristiana? Esto de “qué caro es este vicio, y encima mata”.
R.- “Todo lo que me gusta es ilegal, inmoral o engorda” (ríe). Pues sí. Pero vamos, lo que nadie quiere sentirse es señalado. Y te afecta profesionalmente, sobre todo es eso. Estás en una empresa, eres ejecutivo de tal, y como no te metas las rayas con tu jefe… con el de abajo no te las vas a meter. Nadie quiere estar cogido por los huevos.
P.- ¿Es cierto lo que dijo su hermano Coto, eso de que en Sálvame todo el mundo va drogado?
R.- Para empezar, me parece una gilipollez, porque es mentira. Y si quería decir algo de eso, haberlo dicho, por lo menos, en el caso de Mila, en vida de Mila. Me parece de una cobardía y de una suciedad… Mila dijo en su libro biográfico que había sido cocainómana. Pero, ¿era necesario contar esas cosas, que no sé ni si son verdad ni si son mentira, o si nacen de su frustración por no tener un espacio que ha perdido él solito? Pues no lo sé. Pero vamos, me ha parecido muy desagradable. Ese señalamiento público de la gente, a cuento de qué. A ti qué te han hecho. Pero vamos, de mi hermano no quiero hablar mucho.
P.- ¿Se ha sentido perseguido por Hacienda?
R.- Sí, legítimamente perseguido.
P.- Lo cantaba Sabina en una de sus últimas canciones: “El tiburón de Hacienda, confiscador de bienes, me ha cerrado la tienda, me ha robado el mes de abril…”.
Exacto. Me hace mucha gracia. Es un puto genio. Me he sentido perseguido, en parte con razón. Por no haber atendido parte de mis obligaciones fiscales, y por otra parte, perseguido por ser quien soy. Ahora me han denunciado por insolvencia punible, ¿de dónde cojones, insolvencia punible, si yo declaro absolutamente todo lo que gano y además lo perciben ellos porque me lo retiene la productora…? Es un descojone. ¿Y la publicación de morosos: esa estigmatización social es democrática, de verdad? ¿De qué estamos hablando? No sé, a mí me parece fascismo puro y duro. ¿Cómo te van a reparar el daño, si no tienen razón? ¿Eso es reparable? ¡En la puta vida!
P.- Cuando Jorge Javier dice que Sálvame es un programa de rojos y maricones, ¿quién es usted, el rojo o el maricón?
R.- (Ríe). Yo creo que es una boutade. Fue una frase brillante.
P.- Sin duda.
R.- Yo soy un poco rojo y un poco maricón. Maricón en el sentido de la integración y de la solidaridad con un grupo de gente que lo ha pasado muy mal, y eso es la puta verdad. Yo lo he vivido en la calle: he visto las mofas, los insultos… agresiones, afortunadamente, no he vivido, pero muchas faltas de respeto sí. Si me dicen en qué equipo tengo que jugar, juego en el de los maricones sin duda.
P.- Qué hermoso eso.
R.- Es así.
P.- ¿Cuándo se siente guapo Kiko Matamoros?
R.- Buah, guapo nunca, pero…
P.- ¡Venga, venga…! No se haga el humilde.
R.- De humilde nada. Si me sintiera guapo no me operaría, ni cosas de esas. Guapo no, pero atractivo sí me siento muchas veces delante del espejo.
Uno sabe que se ha hecho viejo cuando pierde la ilusión por las cosas. Yo me encuentro más joven que hace años
P.- Se sonríe. Se guiña.
R.- Ni me peso ni nada, pero me miro en el espejo y a veces estoy de acuerdo con mi físico. Me siento de puta madre. Tengo sexo todos los días. Considero que estoy mejor que el 99% de los tíos de treinta años, y a lo mejor tú dices “pero, ¿y este gilipollas insoportable?”. Bueno, yo me lo curro para eso. También te digo que lo del amor y la seducción, al final, es un problema de inteligencia. De inteligencia emocional.
P.-¿Cuándo distingue uno que se ha hecho viejo?
R.- Cuando pierde la ilusión por las cosas. Es decir… yo creo que eso es un sentimiento que tiene que ver con cómo tú encares la vida. En ese sentido me encuentro posiblemente mucho más activo y más joven que hace unos años.
P.- Incluso se plantea tener otro hijo, que eso es un gran síntoma de vitalidad y juventud.
R.- Sí, sí, me gustaría tener gemelos.
P.- ¿Para cumplir la profecía?
R.- O la tradición (ríe). Sí, porque la relación que tuve con mi hermano hasta que se rompió fue preciosa. Y le quería muchísimo. Y tenía un gran confidente. Un cómplice, un compañero de todo. Es distinta la relación que se siente con otros hermanos. Es más, yo avalo esos estudios que hay acerca de la conexión…
P.- Casi telepática.
R.- Casi no, telepática. Se produce, yo la he vivido.
P.- ¿Qué le gustaría que pusiera en su epitafio?
R.- (Ríe). El mejor que conozco es del Groucho Marx. Perdonen que no me levante. No, no quiero nada especial, de hecho no quiero ni epitafio. Lo que quiero es dejar en la gente que he querido un buen recuerdo. En ese sentido tengo muy presente a mi madre todos los días, y a gente que he querido mucho y se ha ido. Quiero dejar en los demás un sentimiento de ausencia y que, por lo menos, mentalmente me reclamen y me recuerden.
P.- Podría poner, entonces: “Fue un hombre bueno”.
R.- No. No lo fui en muchas cosas. No lo he sido.
P.- “¿Fue un hombre razonablemente malo?”.
R.- Fue un hombre. Es lo que he sido. No existe el hombre perfecto, ni la mujer perfecta, ni absolutamente nada. Es más: ¡la perfección es tan hortera! El deseo de ser perfecto es muy vulgar. Es un verdadero coñazo.