Ocurrió en el programa de José María Íñigo -cuando lucía aún su imponente bigote negro-, en una velada de finales de abril que se parecía mucho a ésta misma, sólo que en aquella ocasión corría el año 1977. Las mesas barrocas -con mantel y pacharán y mujeres colmadas de brillos y coloretes- se agolpaban en el plató de ‘Esta noche... fiesta’, en uno de esos ambientes ligeramente histriónicos en los que el público se deshace en aplausos por cualquier cosa, por cualquier chanza. Era la presentación en sociedad del joven artista Miguel Bosé: iba a nacer un santo.
Su exigente padre, Luis Miguel Dominguín, acudía a acompañarle y se encontraba entre los espectadores. Aseguró al presentador que estaba tan nervioso "como si tuviera los tres mil miuras que he toreado en mi vida aquí, juntos". "Nuestra profesión da un sentido de la responsabilidad, y esto tiene para él una gran responsabilidad", apostilló, severo y grave, como acostumbraba con su crío -que se desquitó hace poco en su biografía El hijo del Capitán Trueno-. Lucía Bosé saludaba a la afición desde otra mesa -ya saben ustedes de la pasión enfermiza e intermitente del torero y la actriz-: "He perdido diez kilos, como los corredores", sonreía ella.
Entonces Bosé cantó tres coplillas que amenazaron míticas, Libertad, Eres todo para mí y Linda -¡tan bella y delicada!-. Y, sencillamente, funcionó. Deslumbró. Marcó una época con sus bailes descarados y su esqueleto bello y su parecer andrógino, como sucedería más tarde con su sobrina Bimba Bosé, que con 19 años -en 1994- debutó en el mundo de la música de la mano de Rafa Sánchez, de La Unión, con su sencillo Confía en mí.
Luego todo rodó: aquellos rasgos duros contaban historias salvajes y ocuparon las portadas de las principales revistas de moda del mundo. También los desfiles de París, Nueva York y Milán: allá en todos ellos las piernas interminables de la colosal Bimba Bosé, musa genuina y ojito derecho de David Delfín, que falleció sólo cinco meses después de ella. Pero su arte no murió con ella. La saga Bosé continúa, trenzada a talento, y siempre guarda un nuevo as bajo la manga. En este caso el relevo lo toma Dora Postigo, la hija de Bimba, que sólo tiene dieciocho años y ya es mucho más que una promesa.
Hace unos años decidió cambiarse el primer apellido y ponerse 'Salvatore', en honor a su madre. Con su tío abuelo Miguel no tiene mucha relación. "Él está allí, en México...", desliza. Incluso ha llegado a seguirle la broma a Broncano en La Resistencia acerca de su incipiente locura. Dora es independiente y no se arrima a ese sol: no va con ella.
Un 'desastre', una 'rebelde'
Sigue demostrando esa autonomía ahora que ha dado el gran salto a los medios con el lanzamiento de su primer EP, Sin prisa no quiero morir, toda una declaración de intenciones y una demostración de fuerza, niña hecha de piano -su pasión-, de voz conmovedora y de oído prodigioso: tiene ese no sé qué, Dora, tiene personalidad propia, eso que le falta a la mayoría de los artistas modernos. En su cara lleva impresa la cara de su madre; se tiñe el pelo de cien colores diferentes con las raíces negras o se lo llena de trenzas, no le teme a nada, desafía a cualquier cambio, compone en la cama, se rompe las medias, se rapa la mitad del cráneo.
Habla con sabiduría de vieja. Dice estar "extasiada", con "la cabeza en todas partes, no sé ni dónde meterla, con los sentimientos girando, con muchas emociones y sin saber cuál escoger". ¿Cómo es Dora? "Un desastre", sonríe. "Siempre fui una niña trasto, una niña bastante bicha, siempre molestando y hablando en clase, siempre queriendo salirme con la mía". Una rebelde. "Sí, supongo", concede. "Pero ese la típica palabra que me da pudor usar sobre mí misma".
Escuchar a Aretha Franklin, cuenta, le cambió la vida. Nina Simone y ella le marcaron el camino. Le vuelve loca el soul. Y ponerse por enésima vez Cry Baby, de John Waters, donde un jovencísimo y chulo Johnny Depp se sirve de la música para camelar a una rubia de alta sociedad. Todo en Dora es un poco así, un poco díscolo y hermoso y extravagante. Parece que se sienta más cómoda en los márgenes.
"En mi casa siempre escuché mucha música y tenía el arte interiorizado desde pequeña, pero mis inquietudes de montar un show vinieron mucho más adelante, hace unos años. Me dije ‘oye, quiero dedicarme a esto, quiero girar, quiero que la gente me escuche’. Y me metí en la Creativa Junior Big Band, pero me moría de pánico escénico". ¿Cómo va a ser eso?
"Es extraño, me vino ya como en la primera adolescencia, porque luego siempre me recuerdo danzando por ahí. Tengo un vídeo de un cumple de mi padre en el que yo era súper pequeña y salgo repasando una canción de Nicki Minaj", sonríe, con dulzura. "Luego crecí un poco más y entré en esa edad rara, los diez, los once… en los que te da vergüenza todo. Te da miedo todo. Y pensé que no servía para cantar". Afortunadamente, esa crisis se evaporó al más puro estilo psicoanalítico: con terapia de exposición. ¿Que algo te da miedo? Hazlo. ¿Que sientes pánico a los perros? Enciérrate en una habitación con docenas de ellos.
Suena crudo, pero crudo es también el arte. Por eso Dora se lanzó. "Improvisé. Me puse a cantar jazz. Siempre traté de hacerlo mío. En mi opinión hay que imitar primero a tus referentes pero luego ir creando por tu cuenta, ir haciéndolo tuyo". Mientras charlamos mira el reloj, porque tiene un examen a las doce. Sigue en el instituto. Está agotada. "Menos mal que acabo en dos semanas, porque llevo compaginando colegio y música demasiado tiempo y estoy deseando que se acabe este infierno. Tener la cabeza en dos sitios es desquiciante".
"No voy a hacer Selectividad; estoy en el limbo y quiero ver por dónde me lleva la vida"
Estudia el bachillerado de Artes Escénicas, "que es interesante y divertido dentro de lo que cabe", pero ha decidido que no hará Selectividad, "porque caduca en dos años y me tendría que meter en una carrera un cierto tiempo y no estoy segura de querer hacer carrera". Está un poco harta de la presión social. "Parece que si no vas a la universidad no vales nada, parece que no tienes formación, pero hay muchas otras formas de formarte. No digo que no sea importante, a mí me encanta estudiar, pero me considero una persona inquieta y quiero estudiar muchas cosas diferentes. Ahora estoy en en limbo y quiero ver a dónde me lleva la vida". Le importa, lo primero, su música. "Mi armonía. Darle tiempo a mi piano. El instituto me ha quitado mucho para eso".
La generación acelerada
El nombre de su obra, Sin prisa no quiero morir, también resulta un bofetón caliente en la cara. De alguna manera es una pincelada a un retrato generacional, expresa. "Hemos nacido en una época en la que todo va muy rápido: la tecnología, las redes… parece que hay que hacerlo todo corriendo, hasta morirse, y también parece que si no vamos acelerados es que no hemos hecho nada en la vida. Es triste", resopla.
"Tengo una visión un poco pesimista del mundo: ya tenía oscuridad dentro antes de que falleciese mi madre"
"Tengo una visión un poco pesimista del mundo. Creo que no sólo yo, sino casi toda la gente joven: hemos crecido entre la mierda, entre las crisis, en un mundo podrido por el cambio climático que aún no tiene los mismos derechos para toda la humanidad… somos una generación desesperada. Pero nos lo tomamos con humor, con humor amargo, con cierto toque de risa. Aunque ya te lo digo: jajá, pero si se acaba mañana el mundo me da igual", cuenta.
Dice que el nombre del disco no tiene nada que ver con su madre ni con su fallecimiento. "Yo lo llevo bien, ¿qué puedo hacer? Es una cosa que tienes que aceptar, y cuanto antes lo aceptes, mejor. Soy una mezcla de mi padre y de mi madre, y luego tengo esta cara tan de ella… y su musicalidad y su fuerza. Pero mi arte no tiene nada que ver con mi madre, son dos cosas completamente diferentes", esboza.
"No escribo constantemente sobre mi madre ni es mi principal tema de conversación". Aunque en este disco, por cierto, le haya dedicado una coplita fabulosa llamada Nana para mamá. El videoclip, que aún no ha salido, está compuesto por imágenes de ella, de Bimba, grabadas por su padre en forma de homenaje. "Yo te esperaré hasta que vuelvas, quiero no sentir. Nadie va a quitarme la luz que tanto tú me diste a mí", canta Dora. "Mírame como te veo: en mis ojos eres santa".
Reconoce la joven artista que lleva mucha oscuridad dentro, que tiende un poco a los pájaros negros. "Me interesa la oscuridad para ir avanzando en mi crecimiento personal. Es necesaria para cambiar de ciclo. Ya era oscura antes de que me pasaran cosas tan terribles", asume. Se obliga a no hablar demasiado de amor en sus canciones "porque ya está muy usado y creo que hay sentimientos más complejos y graves que tenemos que transmitir en la música".
Contra el capitalismo
Las dos luchas sociales que más le preocupan ahora mismo son el cambio climático y el feminismo. De la primera señala que "no es una cosa hippielonga, es realmente lo más fundamental que tenemos y además abarca muchas otras luchas, como el desafío al capitalismo, a las empresas de mierda y a los peces gordos de mierda también", relata.
"En la manifestación del 8M quería pegar a alguien… bueno, no a alguien en general, sino a alguien de Vox"
"Y el feminismo, sin duda. En la manifestación grité como una descosida, no podía parar de gritar, lloré, quería pegar a alguien… bueno, no a alguien en general, sino a alguien de Vox. Luego en el día a día soy crítica con los que usan el feminismo para vendernos cosas y autopromocionarse, pero la verdad es que estar allí rodeada de mujeres y de hombres me removió mucho, me sentí acompañada por todos ellos".
¿A quién haría ministro o ministra de Cultura? "Hace poco conocí a la filósofa Elizabeth Duval y me encantó charlar con ella, me quedé fascinada. De hecho, el nombre del EP salió después de una larga conversación con ella, me dio un empujón de inspiración. Es brillante, ¡y es tan joven representando algo que a muchos les parece ‘de viejos’, como la literatura…! Ojalá fuera ella".
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