Juan Luis Arsuaga (Madrid, 1954) es un tipo entrañable, vitalista, carismático, ¡hasta descarado, alegremente!: entiéndanme, no parece científico porque habla demasiado claro. Demasiado llano. Demasiado optimista. ¿Qué celebramos, si a estas alturas ya entendimos que la vida es un laberinto, que la naturaleza no maneja un propósito, que andamos huérfanos de plan divino?
Pues miren: celebramos a Mozart, al final. A los griegos. El pulso por el conocimiento: esa pequeña emoción al descubrir un verso, una idea, un concepto. El bailar sin que una cadera pachucha nos condene a una silla de ruedas, como sucedía hace no más de veinte años. El ver a los hijos felices. El ser amables y un poquito nepotistas con los nuestros -perdón, fue la biología, nos hizo protectores-. La belleza, que es gratis. A Unamuno y a Baroja. A Kipling. Algunos poemas. Eso dice Arsuaga, paleontólogo, profesor, codirector de Atapuerca: que la vida es extraordinaria, que no lo hemos hecho tan mal, que lo fácil es ser bueno y lo deseable es ser coqueto. Que abramos los ojos, venga ya.
Sale una reconfortada de la conversación tan enérgica con Arsuaga, un hombre cano y fervoroso de la ciencia que dice por igual "Dios mediante" y "con dos cojones" -¡el lenguaje es otra cosa!-, un caballero que cree que somos "la gran especie cotilla" y que para explayarnos inventamos la literatura y el arte: para saber quién se lió con quién, quién se peleó con su hermano y lo plasmó en un cuadro. Todo eso le resulta simpático. El mundo está bien hecho, ¿qué carajo?
Su último libro, a pachas con Juan José Millás, se llama La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), y es una delicia delirante que acaba convenciéndonos de que lo importante no es la vida eterna, sino la eterna juventud. Arsuaga está hecho un chaval y goza de caminar las excavaciones: nos coge el teléfono desde Burgos, que de allí no le sacan ni con agua caliente, de la Atapuerca de sus amores. Es un chico ocupado.
Le gusta vivir rodeado de cráneos -el suyo, que diría Valle Inclán, es bien privilegiado-. También sabe que lo bello está "permanentemente amenazado" y que nuestra misión es acunarlo. Lo bello también es bello porque ha resistido.
[Juan Luis Arsuaga: "Todo lo bello está permanentemente amenazado"]
Pregunta.- Dices que en la naturaleza no hay propósitos, por tanto, nada tiene sentido. ¿Es éste un nihilismo optimista? Si nada tiene sentido, ¿seremos más libres?
Respuesta.- Sí que lo es. Veamos: en la naturaleza no hay sentido, pero hay leyes, porque sin leyes no tendríamos nada. Si la ciencia existe es porque podemos conocer las leyes que operan, que actúan, que regulan los procesos. Esto no es un caos. Basta saber que las leyes de la materia rigen el mundo material, y a partir de ahí podemos hacernos preguntas trascendentes: "Si la materia tiene leyes, ¿esas leyes constitutivas tienen un autor…?".
P.- Buscando el plan cósmico.
R.- Yo prefiero no buscarlo, a mí me gusta entender los procesos. Estudio lo sanguíneo como si fuera hidráulico, pero no me interesa su sentido, sino cómo funciona. Piso unas rocas y sé que a ellas les tiene sin cuidado. A los animales también les da lo mismo, porque no se hacen preguntas. Pero nosotros sí. La naturaleza no tiene sentido, pero nosotros, como seres humanos, tenemos derecho a buscarle un sentido a nuestra vida, o a dotarlo de él.
P.- ¿Cuál es el sentido de la vida para Juan Luis Arsuaga, entonces?
R.- Yo me las apaño muy bien (ríe). Los que tenemos hijos lo vemos de una manera…, porque los hemos criado, ¿sabes?, y la crianza ha dado a nuestras vidas un propósito. Un propósito para hacer filosofía, al menos. Tener hijos le ha dado suficiente contenido a mi vida. Tengo más cosas. Soy docente y me preocupo por transmitir conocimiento. He estado involucrado en temas conservacionistas, y eso le da también cierto sentido a mi vida: quizá el de estar lo inevitable. Es curioso ir viendo cómo uno se las va apañando para tener un sentido, o para seguir soñando, para seguir teniendo esperanzas.
P.- ¿Se agotan? ¿Hay un placer que dure realmente toda la vida, o hay que ir sustituyéndolos por otros nuevos?
R.- En mi caso particular, tengo un afluente inagotable de satisfacción, de sueño y de ganas de vivir, y es que yo disfruto aprendiendo. Cada día aprendo y eso me funciona. Me meto en la cama diciendo: "¡Coño! Hoy he aprendido una planta, un concepto, una cosa. Y me ha gustado". Mi amor por la naturaleza es muy grande. Vivo en documental infinito.
P.- Dices que no lo hemos hecho tan mal como seres humanos, que tenemos a Mozart y eso sirve para ir tirando.
R.- ¡Sí! ¡Y tenemos a los griegos! Ellos hicieron todo lo importante: crearon la cultura, la belleza, la proporción. Hay tantos motivos para ser feliz en este mundo maravilloso… Yo me pregunto, a mí me angustia, si es que no podemos navegar por muchas más décadas en este placer donde todo lo importante es gratis. Todo depende de la educación y la cultura, que se entrenan. Podemos mirar el mundo con sensibilidad, podemos disfrutar de la música.
"La naturaleza no tiene propósitos: a mi vida le han dado sentido mis hijos, ser profesor y aprender de los griegos"
P.- ¿Para qué sirve ser bueno, científicamente? El bueno es héroe y fallece. ¡No se premian sus genes!
R.- (Ríe). ¿Y para qué sirve ser malo? Yo creo en lo que decía Mandela, en que no nos hace falta que nos enseñen a amar, porque eso se sabe. Sólo se aprende a odiar. Ser bueno es lo natural. Te tienen que enseñar a ser malo.
P.- Así que eres de Rousseau.
R.- Sí. Mira los niños. Se ve muy claro en ellos. Tienen maldades pequeñas, claro, algunas gamberradas, pero ¡son buenos! No entienden del odio racial, por ejemplo. Ni de las diferentes religiones. Quieren compañeros de juego. Ser buena persona debería ser lo fácil. Recuerdo un libro de Kipling, llamado Kim, donde hay un momento en el que le preguntan a Lama: "¿Tú no mientes nunca?". Y dice: "¿Mentir, para qué? ¿Qué se saca con eso?".
No creo que se trate de buscar el heroísmo, esa es una palabra muy grande, pero sí de desempeñar el rol que nos enseñaron nuestras madres. No sé de nadie a quien su madre le dijera: "Sé mentiroso, sé egoísta, roba, copia en el examen". Las madres nos dijeron que fuéramos buenos, que respetásemos a los otros, que no nos riésemos de los otros niños. Y yo creo en ellas.
P.- ¿Hay que elegir, como dicen algunos, entre ser feliz y un poco estúpido, digamos, desnortado, o entre ser infeliz pero consciente? Es decir, ¿estamos aquí para el hedonismo o para el conocimiento?
R.- ¡Oh! Bueno, a mí el existencialismo no me lleva a la desesperación. ¡Hay tanto que aprender! No creo que vayan de la mano. El conocimiento puede hacer feliz a todo el mundo, lo que pasa es que hay quien no ha civilizado, y no nos han formado en eso… Pero, ¿por qué viajamos? Eso es curiosidad, eso es pulsión de aprendizaje. Ahora tenemos a un grupo de británicos en Atapuerca que vienen haciendo un tour y están gozando. Esa es la satisfacción que te da ser viajero, no turista. Esa diferenciación es importante.
P.- El viajero era Ulises, que es el que se mueve dejándose atravesar por su exploración. El turista pasa de puntillas...
R.- Eso es. El viajero abre los ojos. El viajero se involucra en lo que vive. El turista es superficial.
P.- ¿Cuántos años podemos vivir sin morirnos del asco?
R.- La vida no se hace pesada, técnicamente no es posible. Prolongar la vida en años es muy difícil. Son 4.000 billones de años de evolución como seres y nos han hecho como somos, ya no vamos a cambiar de un día para otro. No entro en si es deseable o no, porque no es posible.
P.- Hay estudios que dicen que en unas décadas llegaremos a los 120… ¿Nos ves?
R.- ¡Ah! No creo (ríe). Podemos hacer ciencia ficción, pero no es el caso. Yo creo que 100 años es lo máximo que vamos a alcanzar, y me parece un objetivo razonable. Llegaremos en pocas generaciones. Es un poco el límite absoluto de la biología. Pero la cuestión no es esa, sino llegar a las edades con buena calidad de vida. Hay progreso, mejora, y es muy apreciable, tan apreciable que a veces no nos damos cuenta. Mira cuántas personas hay con prótesis de cadera o de rodilla. Esas personas estarían en silla de ruedas hace 20 años.
¿Y cuántas personas hay operadas de cataratas? Esos ahora serían ciegos. Ahora están estupendos. El objetivo de vivir para siempre es una sandez, siempre digo que si te prometen la vida eterna, pregúntale por las condiciones. Mi madre tiene 92 y está ¡como yo!
"Es difícil engañar al ojo con la cirugía estética: la edad se nota en muchas más cosas"
P.- Hablas de cirugías médicas, pero, ¿qué hay de las estéticas? ¿Tiene sentido jugar contra el tiempo?
R.- Está ahí esa pulsión, esa tentación de rejuvenecerse y detener los efectos del paso del tiempo -porque el tiempo no lo detiene nadie-, y es puramente superficial y epidérmico. Lo estamos viendo: es más fácil a día de hoy que pierdas la vista y te la devuelvan que impedir que se te arrugue la piel. Todo lo de la estética y sus colágenos…, es complicado, no es duradero, no actúa de verdad.
P.- Un amigo científico dice que al ojo humano no se le engaña en el fondo, que la cirugía estética actúa como una ráfaga agradable en la primera impresión, pero que a los segundos el espectador recibe los verdaderos mensajes de la edad del de enfrente…
R.- Es cierto que es muy difícil engañar al ojo, porque la edad se nota en muchas cosas, por ejemplo, en los movimientos. El aparato locomotor se ve afectado y es difícil ocultar que te cuesta más levantarte o agacharte, que tienes menos agilidad. Bueno, no creo que haya que ser radical, en cualquier caso. A mí me parece bien que la gente se haga sus retoquitos y tal, que disfruten, que se lo pasen bien. Yo no me los hago, pero creo en la coquetería.
La coquetería tiene que ver con la autoestima y el estado de ánimo. Cuando se está deprimido, uno abandona su imagen. Yo, más que por la cirugía estética, estoy por la moda, por la ropa, ¡me interesa el estilo, es más gracioso! Lo que no se puede es ser un aguafiestas. Hay que hacer vida activa, andar, moverse, viajar, ser optimista, hacer ejercicio, enamorarse, y comprarse unos trapitos, pues mira qué bien.
"En la vida no se puede ser un aguafiestas: hay que andar, ser optimista, enamorarse, escuchar música y comprarse unos trapitos"
P.- Has dicho que nos interesa la juventud eterna, no la vida eterna, y que la juventud significa vigor sexual. ¿Por qué sigue siendo tan importante tener sexo, qué dice de nosotros mismos, si ya hace tiempo que ni siquiera significa procrear porque hemos inventado anticonceptivos?
R.- Bueno, es que eso tus genes no lo saben. Claro que se premia el sexo, ¡es que somos biología! Es curioso que tenga que venir un paleontólogo a recordar que somos una especie biológica, somos mamíferos, primates. No es follar, no es que todo sea eso… Es que, como decía el Eclesiastés, hay un tiempo para cada cosa. Un tiempo para ser bebé, para ser niño (con preocupaciones de niño), para ser adolescente (¡ah, turbulento tiempo!), para ser padre, para ser abuelo.
[El regreso del sapiens Arsuaga y el neandertal Millás: "La muerte no existe"]
Lo interesante es que muchas de nuestras enfermedades crónicas se producen en una época que es post-reproductiva. Intentamos explicar que si una enfermedad, un cáncer, por ejemplo, se manifiesta a una edad en la que ya no tienes hijos, esa enfermedad no la va a detectar la selección natural. Si tú tienes una enfermedad que se manifiesta a los 30 años o a los 20, el gen responsable de esa enfermedad no pasa a la siguiente generación, porque te mueres.
¿Qué genes se transmiten? Aquellos que aunque tengan efectos perjudiciales, se expresan a edades muy avanzadas. Esa es la lógica de la evolución. Nuestro caso es particular, porque las mujeres tienen menopausia, pero su vida se prolonga más allá de la etapa fértil porque su erotismo continúa. Somos una especie muy especial.
P.- ¿Cómo puede imponerse el feminismo en un mundo donde biológicamente las hembras compiten sexualmente por la atención del macho, por su inseminación para ser madres? Tengo entendido que en biología se llama female intrasexual competition, pero choca con la lógica cultural de la "sororidad".
R.- Es que los humanos no somos así. Esto es una cosa que convendría entender: esto no va de que a las hembras de nuestra especie las insemine ningún macho, la perspectiva es justo al revés. Lo importante es de quién descendemos, de quién hemos heredado nuestros genes, y los hemos heredado de las personas que han tenido hijos y que los han cuidado. Descendemos de familias, sin excepción; no de aquellos que no han tenido hijos o que los han tenido sin cuidarlos -porque han muerto-. Nosotros, por nuestra naturaleza, tendemos a vincularnos a otra persona y a formar una sociedad, que es económica y reproductiva.
Esa es nuestra naturaleza, el relacionarnos con otra persona, de diferente sexo o del mismo. Vivir con ellos. El feminismo no encaja ahí, igual que no encajaría un masculinismo. No hay perspectiva masculina o femenina en lo que respecta a la biología: la unidad es la pareja y en la pareja hay dos. En la biología no hay desigualdad entre hombres y mujeres, la cosa es cómo la sociedad ha podido crear esas desigualdades que no están en la biología, sino en la cultura. En la biología somos iguales: la sociedad no ha venido a mejorar a la biología porque la biología está bien, lo que está mal es la sociedad.
P.- En su libro, Millás habla del prestigio del "follador", que es muy ufano pero no sabe ni para quién folla.
R.- Esas son cosas de Millás, son palabras suyas.
P.- Pero, ¿qué te parece a ti?
R.- Que la gente lo ha entendido mal, que ser un alfa no va de tener mucho sexo, porque en biología evolutiva no importa el número de hijos, sino el de nietos. Si tienes hijos y no los cuidas, y se mueren, adiós a tu estirpe, adiós a tus genes. Lo ideal, digamos, es llegar a ser abuelo o abuela.
P.- Dijiste en una ocasión que la gente necesita más una pareja que 'el' comer.
R.- Es así, al menos en los años del deseo. ¡Son largos, la verdad...! Es más importante encontrar pareja que comer porque es lo que hemos heredado de nuestros antepasados, es un instinto ancestral. Ve a una discoteca y lo ves.
P.- ¿Cuando se desea se pierde hasta el hambre?
R.- (Ríe). Sí.
P.- ¿Es eso el amor?
R.- Bueno, es nuestra biología, pero tampoco es sólo nuestra. Hay muchas especies monógamas, ¡montones! La mayor parte de las aves son monógamas. No es ninguna novedad en la especie humana. Hay monogamia muy extendida en según qué grupos de animales con sus diferentes estrategias reproductivas: las aves, por ejemplo, tienen que empollar huevos y al mismo tiempo alimentarse, porque mientras estás protegiendo a tus crías no estás buscando alimento, por eso se programan y necesitan ser dos. Alguien incuba, alguien busca alimento. Ese es un proceso de relativamente larga duración, por eso existe la monogamia.
"En la biología, hombres y mujeres somos iguales: la sociedad ha venido a cargarse eso"
P.- ¿El modelo aún sirve para nosotros, los seres humanos, o se está quedando obsoleto? ¿Lo subvertirá la modernidad?
R.- No, no. Nosotros somos monógamos básicamente, la modernidad no cambiará eso. Tenemos que cuidar prolongadamente a nuestros hijos. Hay un periodo muy largo de dependencia de ellos hacia nosotros y eso nos convierte en monógamos… Al menos, un tiempo largo, no quiere decir que de forma eterna. En la foto fija de la humanidad hay una familia: un padre, una madre e hijos comunes. Eso no quiere decir que no se puedan tener otras parejas a lo largo de la vida, o incluso otros modelos de pareja, pero la foto fija es esa porque la estructura es esa.
Vete a la playa y observa lo que hay a tu alrededor: ¡familias! ¿La monogamia es permanente durante toda la vida? No. ¿Y la estructura social de las familias? Sí. Estamos formados así: por el grupo, por la tribu, por la familia extendida… ¿Van a desaparecer las parejas monógamas? No, da igual que nos creamos muy modernos. Además, somos nepotistas: primero va nuestra familia, eso es así. Queremos colocar a nuestros hijos. Luego viene todo lo demás.
[Corine Pelluchon y Juan Luis Arsuaga, un diálogo para reparar el mundo]
P.- ¿Cómo resuelve la ciencia la cuestión de la transexualidad, ahora que tenemos la ley sobre la mesa?
R.- Todo es posible en biología. Yo cuando hablo, hablo de generalidades, pero las leyes de la biología no son deterministas como las de la física, en las que necesariamente un cuerpo cae a 9,8 metros por segundo y punto, se ha acabao. La biología es probabilística. Lo que mejor la expresa es la campana de Gauss: sabes que tiene una franja central del 70% y luego hay un 30% que se divide entre sus dos colas de campana, uno arriba y otro abajo. La mayoría de la gente está en el centro, pero hay características que nos colocan arriba o abajo, como tener un excelente oído o un pésimo oído, por ponerte un ejemplo.
Esta campana te vale para cualquier rasgo. Hay componentes que no conocemos bien: la genética son predisposiciones, pero tienen que ver con determinados ambientes. Me refiero a ambientes moleculares que van cambiando: por la gestación, por el embarazo, por la alimentación, por las experiencias de la vida…, y dan lugar a diferentes opciones sexuales y sociales. Eso es normal en biología porque los genes no prescriben, no determinan lo que somos. Esto quiere decir que si la mayor parte de nosotros nos creamos en un ambiente familiar, seremos similares; mientras que en ambientes distintos, seremos distintos hasta cierto punto.
P.- ¿Qué pesa más: la genética o el ambiente?
R.- No es fácil de saber, porque son inseparables el uno del otro. La mayor parte de nosotros, si lo piensas, somos muy parecidos…, somos familiares, por ejemplo, hasta un cierto grado. Luego los hay súperfamiliares y nada-familiares. ¿Cómo saber…? Es tan difícil separar el ambiente de los genes. Date cuenta que tenemos unos 200.000 genes que interactúan unos con otros, es muy complejo. Por tanto, lo mejor es tratarlo como un todo. Te dicen "¿yo soy raro?". No, hombre, no es que tú seas raro, es que estás en un extremo de la campana de Gauss. Pero tranquilo, en la mayoría de cosas estarás en el centro, como todos. Porque no somos tan especiales.