De niño quiso ser rey del mundo, de mayor Winston Churchill para guiar al Reino Unido a través de crisis. Tuvo la oportunidad de hacerlo, ya que vivió dos en el número 10 de Downing Street: el Covid y el Brexit, que él mismo había provocado. Su balance tiene en ambos casos claros y oscuros. Pero lo que ha precipitado su caída son sus mentiras, su falta de escrúpulos y su desprecio por las normas.
Boris Johnson tuvo una educación de élite pero se comportó como un hooligan, borracho y pendenciero, fue un periodista de éxito y falsedades, un político trepa que se sirvió de todo para llegar al poder pero dio al partido conservador la mayor victoria desde los tiempos de Margaret Thatcher y luego la tiró por la borda a base de mentiras. Se le recordará por su apoyo a Ucrania aunque era un asiduo a las fiestas de un exagente del KGB convertido en millonario, Alexander Lebedev. Al final, se convirtió en su caricatura, BoJo el bufón.
El historiador Max Hastings, que había sido su jefe en The Telegraph, lo resumió así: “Un hombre de notables cualidades estropeadas por su falta de consciencia, principios o escrúpulos”.
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Alexander Boris de Pfeffel Johnson nació en junio de 1964 en Nueva York donde su padre, Stanley, estudiaba economía en la universidad de Columbia. La familia regresó al final de ese verano al Reino Unido para que su madre, Charlotte Fawcett, estudiara en Oxford. Al hilo de los trabajos de su padre, volvieron a EEUU, cuando Stanley trabajó para el Banco Mundial, volvieron a casa y acabaron en Bruselas donde su padre fue uno de los primeros funcionarios británicos de la entonces Comisión Europea. De estas idas y venidas, Boris conservó el francés que estudió en la capital belga y la ciudadanía norteamericana hasta 2016.
Las biografías hablan de un niño silencioso, con problemas graves de sordera, muy allegado a sus dos hermanos, estudioso y que decía que quería ser el “rey del mundo”. En Bruselas el matrimonio de sus padres se deshizo, con su madre hospitalizada con depresión tras repetidas infidelidades de su padre. Los niños fueron enviados de vuelta a Inglaterra y escolarizados en un internado de alcurnia. Boris se apuntó al equipo de rugby, destacó en latín y griego y detestó los castigos corporales.
Sus cualidades fueron perfeccionadas en Eton College, donde destacó en lengua inglesa y latín, aunque los informes escolares señalan también su vagancia e impuntualidad. En Eton dejó de usar Alexandre y de ser católico, la religión de su madre. Se hizo anglicano y pasó a ser Boris. Popular, fue elegido secretario de la sociedad de debates y prefecto, algo que no logró David Cameron.
En Eton dejó de usar Alexandre y de ser católico, la religión de su madre. Se hizo anglicano y pasó a ser Boris
Tras un año sabático en Australia, fue admitido en Oxford en 1983. Allí coincidió con los hombres que luego dominarían el partido conservador: David Cameron, William Hague, Michael Gove y Jeremy Hunt. Unos años donde los logros y lo más selecto se mezcla con lo chabacano y conflictivo: los estudios de lenguas clásicas y filosofía antigua, su elección como presidente del sindicato de estudiantes y su pertenencia al Bullingdon Club, donde los retoños de la alta sociedad se emborrachaban a lo bestia vestidos de smoking y terminaban arrasando el local.
Justo al salir de la universidad, Boris Johnson se casó con Allegra Mostyn-Owen, hija de un historiador del arte que también estudiaba en Oxford. Poco después y gracias a sus relaciones entró a los 23 años en The Times. Una historia suya sobre el descubrimiento de las ruinas del antiguo castillo de Eduardo II en la orilla del Támesis mereció ir en portada. El novato cometió el error de adornarla: “Eduardo II vivió aquí un reinado de desenfreno con su amante Piers Gaveston”.
Lo malo es que al mantenido del rey le cortaron la cabeza 13 años antes de la inauguración del Rose Palace, en 1325. Lo peor es que el reportero atribuyó la cita a Colin Lucas, amigo de su padre y padrino suyo. E historiador. Enfadado, le desmintió. Y le echaron del The Times. “Fue el peor error de mi vida”, reconoció tiempo después.
Tras un breve paso por un vespertino de Wolverhampton, fue enviado a Bruselas como corresponsal de The Daily Telegraph. Un ramillete de sus ‘noticias’ tan falsas como divertidas. “La industria italiana incumple la normativa europea al fabricar condones demasiado pequeños”. “Los pescadores deberán llevar redecilla en el pelo”. “Prohíben las patatas fritas con sabor a gamba”. Un festín entre 1989 y 1994 contra los que nada podían los desmentidos: “Eran menos divertidos”, admitió un funcionario.
Lo peor es que el euroescepticismo que destilaban los textos de Boris Johnson no tenía su base en una reflexión o en una elección política. Escogió ese ángulo para distinguirse de los otros corresponsales ingleses, eurofilos en su mayoría.
“Tiraba piedras al otro lado de la verja y oía romperse los cristales en el Reino Unido, como si todo lo que escribía desde Bruselas explotara en el partido Conservador. Y eso me daba una extraña sensación de poder”, dirá a la BBC4 en 2005.
En el 93, Johnson se divorcia de Owen y se casa con una amiga de la infancia, Marina Wheeler. El matrimonio resistirá hasta 2018, 25 años repletos de infidelidades. La más escandalosa de todas fue su relación con Petronela Wyatt una redactora del Spectator, revista que él dirigía a la vez que era diputado del partido conservador desde 2001. Johnson negó rotundamente el affaire ante todo el mundo, incluido el líder de los tories, Michael Howard. Poco después, la madre de Petronella, contó en un tabloide que su hija, embarazada de Boris, había abortado. Y le echaron de la dirección del partido. Su reacción: “Hoy es el día lamentable en el que las vidas privadas se han convertido en algo útil para maquinaciones políticas“.
Como diputado, escandalizó con frases como ésta, pronunciada durante la campaña de 2005: “Votar por los tories hará que a tu mujer le crezcan los pechos y que aumenten tus posibilidades de tener un BMW M3”.
Como articulista del Spectator, dejó esta perla racista en 2008: “Los orientales tienen el cerebro más grande y un coeficiente de inteligencia superior; los negros están en el polo opuesto”.
BoJo también tiene virtudes evidentes: su desparpajo y simpatía contribuyen a hacer de él un político imbatible en campaña electoral
No hay que caer en la caricatura para enumerar los defectos del personaje: su cinismo y su desprecio están acreditados. Pero también BoJo tiene virtudes evidentes: su desparpajo y simpatía contribuyen a hacer de él un político imbatible en campaña electoral.
Su primer gran éxito político llegó en 2008 cuando arrebató a los laboristas la alcaldía de Londres. Sus dos mandatos de alcalde le dieron relevancia internacional, sobre todo gracias a los Juegos Olímpicos de 2012. A decir de muchos analistas, es el puesto más acorde con sus cualidades. Cierto que nunca se hizo el puente ajardinado sobre el Támesis que propuso, cierto que desaparecieron los empleados de las taquillas del metro y que disminuyó el número de policías en la calle, justo lo contrario a sus promesas electorales. Pero, en general, Londres mejoró durante los ocho años de su gestión.
Así llegamos al año clave de 2016. Cameron, su viejo compañero de universidad, ha logrado un segundo mandato por mayoría absoluta tras una legislatura de coalición con los liberales y un arriesgado aunque victorioso referéndum sobre la independencia de Escocia. Pero en las elecciones al Parlamento Europeo, los euroescépticos del UKIP han superado a conservadores y laboristas. Cameron echa un órdago, negocia unas concesiones abstrusas de la UE y convoca un referéndum para que los británicos voten si quieren seguir en las instituciones comunitarias o abandonar la Unión.
En febrero, BoJo anuncia que hará campaña a favor del Brexit. Un poco por convicción y un mucho por cálculo: cree que eso le dará más oportunidades de medrar al distinguirse de la mayoría del gabinete. Como cuando era corresponsal en Bruselas. Para el Telegraph escribe dos columnas, una a favor de la salida de la UE y la otra en pro de la permanencia. “Tras dar vueltas en todos los sentidos como un carrito del súper” envía la de la salida de la UE.
Y así el que había sido un alcalde de Londres libertario y cosmopolita se trasformó en un nacionalista inglés con toques xenófobos partidario de la intervención del Estado.
El que había sido un alcalde de Londres libertario y cosmopolita se trasformó en un nacionalista inglés con toques xenófobos
Johnson escoge como estratega a Dominic Cummings que será luego su ‘cerebro’ en Downing Street (hasta que le despida en noviembre de 2020). Un tipo genial para unos, un “psicópata”, según Cameron. Dom inventa el lema “Take back control” (Recuperar el control) y tiene la idea de pintar en autobuses rojos la frase “Enviamos a la UE 350 millones de libras a la semana, démoslas a la Seguridad Social”. Era una exageración, pues la transferencia neta del Reino Unido a la UE era de 135 millones. Pero funcionó.
Los partidarios de la permanencia hicieron una campaña pésima. Ni Cameron ni el líder de los laboristas, Jeremy Corbyn (que en 1975 votó contra la adhesión a la CEE) se emplearon a fondo. Se limitaron a agitar el fantasma del “gran salto al vacío”. Boris, aconsejado por Cummings, jugó con el argumento del pueblo contra las elites. Y ganó (51,9%). Y así fue como un alumno de Oxford acabó con otro alumno de Oxford. Cameron salió a las 8 de la mañana a la puerta de Downing Street y anunció que se iba a casa.
Petrificados por las consecuencias de lo que ellos mismos habían provocado y con Johnson indeciso, el partido decidió encomendar el gobierno a Theresa May, ministra de Interior de perfil bajo, partidaria casi inaudible de la permanencia.
Fue un fracaso total. Invocó el artículo 50 de los Tratados, fijando la fecha de salida para el 29 de marzo de 2019. No logró definir una estrategia de negociación realista y asumible por todo el partido y confió en una división de los otros 27 países de la UE que nunca se produjo. Y para colmo de males, convocó unas elecciones anticipadas en 2017 buscando legitimidad y perdió la mayoría absoluta. Eso la hizo rehén de los Unionistas de Irlanda del Norte, duros entre los duros.
Entre tanto, BoJo habría recibido como lote de consolación, el Foreign Office. Si el puesto de alcalde le sentaba como un guante, pronto quedó claro que la diplomacia no era lo suyo: “Sirte puede llegar a ser el nuevo Dubái. Lo único que tienen que hacer es limpiar los cadáveres”, dijo en referencia a esta ciudad de Libia. También fue criticado por comparar a las mujeres musulmanas que llevan velo con “buzones de correos” y “atracadores de bancos”.
Fue criticado por comparar a las mujeres musulmanas que llevan velo con “buzones de correos” y “atracadores de bancos”
Salvaje fue su reacción a los intentos de su primera ministra de lograr un Brexit blando. Johnson habló de “vasallaje”, criticó todos los proyectos de May y, finalmente, dimitió en julio de 2018 tras dos años convulsos como ministro de Exteriores.
Llegó la hora de Johnson, el momento de ocupar la residencia de su admirado Churchill en el 10 de Downing Street. BoJo es primer ministro desde el 24 de julio de 2019. Tres años de montaña rusa en los que concluyó un acuerdo de salida del Reino Unido con la UE tras amenazas con romper sin acuerdo, de jurar que prefería “morir en una zanja” antes que pedir un aplazamiento para luego pedirlo, de cerrar el Parlamento por mera táctica lo que el Tribunal Supremo sentenció luego como ilegal. En fin, ha tenido tiempo de amenazar con legislar contra los controles aduaneros entre el Úlster y Gran Bretaña diseñados en el acuerdo con la UE para salvar la libre circulación entre el Norte y la República de Irlanda, clave de los acuerdos de paz del Viernes Santo que pusieron fin a décadas de violencia.
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Mucho mejor estratega que May disolvió el Parlamento a finales de 2019. Con un lema simplón (Get the Brexit Done) y frente a una oposición sin ideas ni liderazgo, obtuvo la mayor victoria para los conservadores desde los años de Margaret Thatcher.
Para muchos ese partido conservador ya no es el de la Dama de Hierro ni mucho menos el de Churchill. Sino una fuerza populista. “Los conservadores son el partido con más éxito de la era moderna: han gobernado el Reino Unido durante más de 50 años de los últimos 90. Sin embargo, esta semana hemos visto el principio del fin del partido conservador que hemos conocido”, escribió entonces Fareed Zakaria, prestigioso analista de CNN y The Washington Post.
En enero de 2020 Westminster aprobó el Brexit. Y entonces llegó la epidemia de covid. Otro ejemplo de la gestión errática de Johnson. Reticente en principio a imponer restricciones cuando pensaba que la pandemia se superaría en unas semanas, luego impuso uno de los confinamientos más largos de Europa.
Él mismo contrajo el virus y hubo de ser internado en un hospital. Tras pasar por la UCI, declaró que esos días le habían enseñado que “hay que buscar el héroe que llevamos dentro”. Los buenos propósitos duraron unos semanas. Las que van de ese abril en el que vio la muerte cerca a mayo de 2020 cuando en su residencia oficial empezaron a celebrarse fiestas. Según el demoledor informe que elaboró Sue Gray hubo 16 en un año. El conservador The Times y el progresista The Guardian coincidieron en sus arranques de portada: “Alcohol, peleas y vomitonas”.
BoJo negó al principio, se resistió a la investigación, minusvaloró su participación hasta que se publicaron fotos de él mismo levantando un vaso en un brindis
BoJo, como siempre, negó al principio, se resistió a la investigación, minusvaloró su participación hasta que se publicaron fotos de él mismo levantando un vaso en un brindis. Lo peor del caso es que el primer ministro había mentido al Parlamento. Cuando la reuniones entre personas que no convivían estaban estrictamente prohibidas en el Reino Unido, en las oficinas e incluso en la residencia del primer ministro se bebía en grupo hasta las tantas de la madrugada.
A Johnson le llovieron descalificaciones de la oposición y de sus propias filas. Quizá la más demoledora fuera de su predecesora, Theresa May: “O no ha leído la reglas o ni él ni nadie de su entorno las ha entendido o pensaban que no se aplicaban a ellos”.
Si no fuera por este Partygate, Johnson podría haber defendido su gestión de la pandemia: el Reino Unido ha tenido una tasa de mortalidad de las más alta en Europa y uno de los confinamientos más largos. Pero su gobierno invirtió de los primeros en el desarrollo de la vacuna y tuvo dosis antes que nadie en cantidad suficiente para vacunar al grueso de la población.
La crisis de Ucrania fue su última oportunidad de demostrar su liderazgo. Fue el primer estadista de Europa Occidental en anticipar que Putin iba a invadir Ucrania, viajó dos veces a Kiev para encontrarse con el presidente Voldymyr Zelensky y aportó ayuda militar, económica y moral.
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Cabe dudar de si lo hacía por convencimiento o por oportunismo. La duda es legítima porque esta semana convulsa, Boris Johnson, a preguntas de un diputado laborista, ha admitido que “probablemente” se reunió con el exagente del KGB, Alexander Lebedev, un allegado de Putin. Fue en 2018, siendo ministro de Exteriores y acudió sin escolta, pese a que la norma británica así lo impone.
Según informó en su día, Johnson era asiduo a los extravagantes festejos del exespía, hoy millonario, ruso. En Inglaterra y en el castillo que éste tiene en Italia adonde fue seis veces. Conviene saber que Lebedev es el dueño del Evening Standard y que el vespertino le apoyó en sus campañas a la alcaldía. BoJo intervino en favor del hijo del magnate logrando que los servicios de seguridad cambiaran su informe en el que le señalaba como “una amenaza para la seguridad del Estado”. Gracias a lo que Eugeny Lebedev fue ennoblecido en 2020 por la Reina como Lord de Hampton y de Siberia.
Con todo, si los conservadores no hubieran sufrido un revés electoral en varias elecciones parciales en junio de este año, entre ellas en una circunscripción que votaba conservador desde hace un siglo, quizá no hubiera caído. Hartos de sus desplantes y sus mentiras, esta vez los diputados han conseguido echarle. El bufón había dejado de hacer gracia.
Dejemos el epitafio a Max Hastings: “Era un artista brillante pero no servía para desempeñar un cargo nacional porque sólo se preocupaba de su destino y su satisfacción personal”.