A un hombre le definen sus obsesiones, y el que tenemos hoy enfrente es uno atravesado por su vocación desde que fuese niño precoz y brillante. Nos vemos en el Café Varela de Madrid, entre el cocido suculento que promete el menú del día y una cañita de cerveza para abrir boca. Bueno, y un poquito de queso y jamón. Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) es un escritor acompañado por Dios día y noche, un creador creyente que nunca cierra el puesto de la mirada. Es compasivo -como el Nuevo Testamento- sin dejar de ser iracundo si la injusticia lo merece -como el temible Yahvé del Antiguo-.
También resulta un caballero entrañable y generoso, clásico y hondo, encantadoramente fuera de su tiempo: un ser comprometido con la palabra, un sabio de las hechuras del espíritu. Sabe de amor, de dignidad y de memoria. Se muestra incómodo con las lógicas voraces, matemáticas y fútiles del mundo moderno, como un joven de alma vetusta que elige conservar su cordón umbilical hacia lo eterno, que es lo sagrado. Qué fue de las verdades viejas. Por aquí se las invoca porque se las extraña.
Hace ya veinte años que convive con una historia dentro del pecho, urgente y hermosa, roedora de sus días: la de Ana María Martínez Sagi, poeta, sindicalista, articulista, corresponsal de guerra, feminista y atleta, pionera del deporte femenino español y también la primera mujer que formó parte de la junta directiva del Fútbol Club Barcelona. Por fin la vuelca en una obra hercúlea, titulada El derecho a soñar (Espasa), de 1700 páginas, donde hilvana las mareas internas de una hembra excepcional y olvidada. "La he estudiado tanto y aún me guarda secretos. El alma humana es un misterio para siempre".
La conoció siendo ya anciana, cuando a De Prada le dio por pescar escritores malditos, y entre ellos nació un extraño y cómplice vínculo: se escucharon, compartieron confidencias, rieron juntos, lloraron, la vio mermarse por la vejez y abandonarse, se conmovió, se apretaron los lazos mágicos de la vida. Ella le legó su obra inédita y le pidió que la diese a conocer cuando pasasen dos décadas. A un hombre -también- le definen sus lealtades.
P.- Así que encadenado a una promesa, Juan Manuel.
R.- Sí, pero la vida es esto, ¿sabes? Decía Chesterton que el mayor acto de libertad es comprometerse.
Cuando Ana María falleció, De Prada se sumergió en el legado de aquella mujer contradictoria, sagaz y fascinante, aquella mujer de ausencia imponente y grave, espesísima, como la de la Rebeca de Hitchcock. Y fue entonces, cargado de documentación y entregado a los viajes de reconstrucción de su historia -ha visitado más de 80 archivos por todo el mundo, allá por EEUU, Francia, Suiza, España…- cuando descubrió las omisiones voluntarias y las mentirijillas que ella le había colado a la hora de emular su biografía. Tenían que ver, sobre todo, con intimidad, con las tragedias de su vida afectiva, con el desamor de su madre -con quien tuvo una relación muy áspera- y con su pasión lésbica no correspondida.
También con los acontecimientos oscuros que protagonizó en la Guerra Civil y en su exilio: los milicianos que murieron en sus brazos, la represión feroz de Aragón protagonizada por los anarquistas, los años de la ocupación de Francia, los juicios no siempre legales, no siempre bien vistos… o su amistad con César González Ruano, con quien se dedicó a la falsificación de obras de arte. Vio la barbarie. Se zambulló en su época, se fanatizó y retrocedió. Le quedó para siempre el reguero de la culpa.
P.- ¿La miras con indulgencia?
R.- La miro como se miran a las personas valiosas, reconociendo sus grandezas y contemplando con misericordia sus debilidades. Más o menos como Dios nos mira a los hombres.
P.- ¿Te decepcionó saber que no te había contado toda la verdad?
R.- No, es comprensible. Todos los seres humanos, para poder vivir, necesitamos olvidar.
P.- E intervenir nuestra propia memoria.
R.- Sí. Todos transformamos nuestro pasado. La memoria es falsa: nadie cuenta su vida tal y como es, sino como le conviene: intentamos obviar nuestros fracasos amorosos, nuestros traumas familiares, los golpes recibidos… ¿por qué? Porque nombrarlos es revivirlos. Es una cuestión de supervivencia.
P.- Es una mujer que nunca encuentra su sitio. Un pez a contracorriente.
R.- Sí, una mujer en tierra de nadie. Ella recibió formación en francés y en castellano, sus padres no habían querido que aprendiera catalán. Luego rompió con su familia, y, aunque más tarde escribiese en catalán, su poesía y su obra más personal eran en castellano, cosa que resultaba incómoda… ella defendía las ideas de Esquerra Republicana a la vez que escribía en castellano. Una mujer rara, ¿no? Difícil. Tuvo también muchas trifulcas con mujeres de su generación, porque era una generación de mujeres muy rotundas.
Y cuando llega la Guerra Civil se pasa al anarquismo, justo cuando los anarquistas y los de Esquerra se llevaban a matar, en sentido literal. ¡Siempre desubicada…! Ideológicamente, tiene muchas fluctuaciones. En el exilio llega a trabajar en una revista católica. Tiene muchos paisajes vitales. Tras 40 años de exilio, cuando vuelve a España no encuentra hueco ni quien la reivindique. Tropieza con el machismo del momento. Los jóvenes antifranquistas pasan de ella como de comer mierda, se burlan de ella.
P.- ¿Por qué?
R.- Primero, porque es mujer. Y también porque en ese momento se ha producido una mistificación sobre el exilio, sí, pero sólo a través de los grandes “personajones”, como Alberti, como Bergamín. Los que llegan del exilio con aclamación. Pero ella resultaba antipática por su inconcreción en cuanto a pensamiento político, porque no sabemos si es catalanista o no, españolista o no, y porque ella pensaba que los jóvenes revolucionarios de entonces eran una panda de vagos que sólo andaban preocupados por emborracharse con gintonics. Escribe poemas tremendos contra la generación de Barral, y contra los novísimos. Una mujer contra todos. Así que se recluye en un pueblecito de Barcelona donde no conocía a nadie y pasa el resto de su vida allí hasta que muere sola, completamente sola.
P.- Es una mujer muy activa en los debates feministas, y también chirriante.
R.- Sí. Aunque fue directiva del Fútbol Club Barcelona, escribe muchas veces contra el fútbol femenino, porque lo consideraba un deporte muy violento y lo comparaba con el rugby o el boxeo, deportes que ella consideraba que las mujeres no debían practicar porque causaban lesiones fuertes en sus cuerpos. Rechazaba la idea de que la mujer se emancipase imitando o reproduciendo los roles masculinos, y no le faltaba razón. Estaba metida en todos los debates de la época: al principio estuvo de acuerdo con Victoria Kent pero evolucionó hacia la defensa del sufragio femenino, aunque matizado. Se burlaba del feminismo beligerante, quería que los hombres siguiesen siendo caballerosos con ella. Quería derechos sin renunciar a las cortesías.
P.- ¿Cómo miras tú el feminismo de hoy?
R.- Yo creo que ser mujer es una realidad biológica, es decir, soy lo que ahora llaman un “terfo”. Eso de entrada. Y creo que ha habido reivindicaciones equivocadas en el feminismo clásico. El tema del aborto, por ejemplo, creo que es un grave error. Creo que a la mujer le fortalecen los vínculos y rechazo la idea de considerar que la maternidad no forma parte de la feminidad. Creo que ahí la mujer se ha dejado comer, se ha dejado engañar por el capitalismo global, que lo que quiere son mujeres infecundas. El capitalismo sueña con gente desarraigada, sin compromisos duraderos.
"El feminismo ha cometido un error apoyando el aborto, se ha dejado engañar por el capitalismo, que quiere mujeres infecundas"
P.- ¿Estás en contra del aborto en todos los casos?
R.- Bueno, creo que en todos los crímenes pueden concurrir circunstancias atenuantes, eximentes, puede haber un amplísimo catálogo casuístico. Pero sí, yo creo que el aborto es un crimen, y ese crimen normalizado tiene que ver con el individualismo, que es la filosofía de vida que ha introducido el liberalismo en las sociedades, destruyéndolas. Antepones tu gozo, tu interés y tu comodidad a tu compromiso. Y como normalmente son hijos que no nacen del compromiso, sino del puro azar venéreo… (chasquea). En fin, también es fruto de una situación económico-social injusta. Ana María tuvo un anhelo de maternidad impresionante. Siempre colaboró con orfanatos, con colonias infantiles… era una enamorada de la infancia.
P.- Sagi era crítica con la aristocracia y la monarquía. ¿Qué vicios encuentras tú en ellas?
R.- No creo en la aristocracia de la sangre. No creo más que en la aristocracia del espíritu.
“Los nobles fueron borrados del mapa y al rey le va a pasar lo mismo”
P.- Puedes creer o no, pero existen títulos nobiliarios y élites.
R.- ¡Ah!, pero los ponen, los quitan… ahora han quitado todos los que nombró Franco. En cualquier caso, creo que los nobles no cumplieron sus obligaciones, y entonces tienden a ser borrados del mapa. Con los reyes, con el rey, va a pasar lo mismo. Ana María escribió en un artículo sobre los nobles que dejaron de hacer actividades benéficas porque ya no iban los reyes a esos actos. Yo creo que hoy la monarquía, tal y como está configurada, es una pantomima.
P.- ¿Serías capaz de hacer una genuflexión ante el rey de España?
R.- Yo una genuflexión sólo la hago ante Dios. Ante el rey, como mucho, haré una reverencia.
P.- ¿Sientes que tiene autoridad moral sobre ti por ser rey?
R.- No. Vamos a ver: yo soy monárquico, pero no siento fascinación por él. Esta monarquía liberal y parlamentaria de los países occidentales es una pantomima. El rey ha renegado de sus obligaciones y también de sus prerrogativas, se ha convertido en un órgano administrativo. La jefatura del Estado es como el Tribunal de Cuentas o como el catastro. Ana María era republicana. Yo no, pero…
P.- ¿Crees que al rey lo puso ahí Dios? El origen de la monarquía es divino.
R.- A unos reyes los pone Dios y a otros no, evidentemente. Al Papa sí lo ha puesto Dios, y él también es rey.
P.- Eres un mal vasallo… te veo de lejos la rebeldía.
R.- Creo que no hay que ser vasallo de ninguna causa innoble, pero estaría dispuesto a serlo de las que merecieran la pena.
"Yo sólo hago una genuflexión ante Dios, ante el rey, como mucho, haré una reverencia"
P.- ¿Como cuáles?
R.- Pues cualquier causa política que decida instaurar una sociedad justa, si es que los mortales podemos hacer tal cosa. No soy un utopista que piense que aquí en la tierra se puede crear el paraíso, ¿sabes? Desgraciadamente el hombre está marcado por el pecado original. No es perfecto, no es un ángel. Y la política moderna parte de la premisa falsa de que los hombres podemos llegar a ser ángeles.
P.- ¿Tú tienes pecados, Juan Manuel?
R.- Casi todos.
P.- Venga ya.
R.- Menos la pereza, yo te diría que todos.
P.- ¿También la lujuria?
R.- Es un pecado que amaina con los años y llega a causarte realmente poca preocupación.
"El hombre es inferior a las mujeres por culpa de su apetito sexual"
P.- Hay un poema de Ana María, llamado Luz y barro, donde desprecia al hombre carnalmente y escribe: "No te acerques pues, hombre. Tú estás hecho / de carne y de deseo... El aliento que sale de tu boca / abrasa. / Me asquean tus caricias. Cuando besas, / me dejas en los labios una mancha”. ¿Crees, como ella, que los hombres están obsesionados con el sexo?
R.- Creo que hay hombres que, efectivamente, no tienen control sobre sus instintos y como saben que hay mujeres que satisfacen esos instintos, se dedican a imponer sus bestiales apetitos. Pero no es la norma. Del mismo modo que me niego al tópico de que el hombre es un violador, me niego también al tópico de que el hombre en general no gobierne su apetito sexual. No lo creo. No creo que sea cierto.
P.- No digo que se deje gobernar por ese apetito, sino que lo convierte en una prioridad en su vida.
R.- Sí. El apetito sexual del hombre… esa es una de las razones por las que las mujeres sois superiores. El del hombre es un apetito sin filtro, y, sobre todo, puede estar desligado más fácilmente de los afectos. Eso hace al hombre más vulgar, porque lo que distingue al ser humano de las bestias es esa hermosa ligazón entre el deseo, el apetito sexual y el afecto. El amor es lo que hace plena la experiencia sexual.
P.- ¿Tú has desligado alguna vez amor y sexo?
R.- Muy raramente.
P.- ¿Cuánto de raramente?
R.- Por ser un hombre famoso, recuerdo épocas en las que no he estado comprometido y en las que ligaba mucho.
P.- ¿Sí?
R.- Sí. Modestamente. Escribí un artículo glosando el célebre soneto de Francisco de Aldana, ¡precioso! “¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando en la lucha de amor juntos, trabados, con lenguas, brazos, pies y encadenados cual vid que entre el jazmín se va enredando, y que el vital aliento ambos tomando en nuestros labios, de chupar cansados, en medio a tanto bien somos forzados llorar y sospirar de cuando en cuando?”…
Ese soneto lo que defiende es que la comunión entre dos personas no se puede lograr sólo a través del cuerpo. La unión viene de las almas. Yo en esas épocas de soltería era profundamente infeliz. Las relaciones que mantenía con mujeres no me satisfacían, porque para mí el sexo es otra cosa, es una expresión de amor profunda, y necesito compartir…
P.- Así que eres de los hombres que se quedan a dormir.
R.- (Ríe). Sí, sí. Sobre todo, me gusta hablar. Eso sólo lo puedes hacer con una mujer: no puedes mantener ese tipo de relación tan profunda con muchas mujeres, es imposible.
P.- Mira que ahora nos han dicho que sí, que si el amor libre, que si el poliamor…
R.- Nos han engañado: eso sólo conduce a la infelicidad.
P.- ¿No somos promiscuos?
R.- No. Somos tejedores de vínculos. Lo único que queremos es arraigarnos. Pero nos venden la moto de que la manera de realizarnos es ser individualistas, independientes, ¡y eso son mamarrachadas!
P.- ¿Cómo distingues tú que te has enamorado?
R.- Porque cuando amas a alguien, quieres saberlo todo de esa persona. Quieres ser un erudito de esa persona. Quieres ser su enciclopedia.
P.- ¿Has sufrido por amor?
R.- No demasiado. Todos hemos sufrido… pero yo... no demasiado.
P.- Pensaba que eras un sentimental.
R.- Bueno, he padecido, pero no hay que exagerar. Sufrir, sufrió Ana María Martínez cuando se enamoró de Elisabeth Muller, también escritora como ella, muy valiosa, de su misma generación. Pero Muller buscaba más bien una aventura. En cualquier caso, aun suponiendo que ambas buscaran lo mismo, era algo que socialmente no estaba permitido. Y Ana María era una persona muy difícil… una mujer de convivencia difícil.
P.- ¿Tú eres un hombre difícil?
R.- Sí.
P.- ¿De qué manera?
R.- Vivo mi vocación de forma muy intensa.
P.- ¿Eres neurótico?
R.- No, soy mentalmente estable, aun con mis tremendos cambios de humor. No por trastornos psicológicos, sino por mi dedicación enfermiza a mi vocación. Puedo estar tranquilamente desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche trabajando en lo mío, sin levantar la mirada. Soy un hombre de letras, de esos que han nacido para criar próstata, digamos. Siento despreocupación hacia los problemas prácticos: hasta que el grifo deja de echar agua, no me preocupo por el grifo.
P.- ¿Cuáles son tus manías?
R.- Quiero silencio. No me gusta el ruido. Detesto las televisiones encendidas. Rechazo cualquier invasión en mi vida cotidiana. No me gusta que me molesten, que me llamen, que suene el teléfono. No tengo Whatsapp y mi teléfono lo tiene muy poca gente.
"Me gustan mucho los hombres guapos, como Kevin Costner"
P.- Un poquito misántropo.
R.- No sé si es exactamente la palabra, pero me repugnan las redes sociales, el cotilleo, la pérdida de la capacidad de la gente, hasta de mis propios amigos, para fijarse en las cosas pequeñas y hermosas de la vida.
P.- Como hablábamos de la pulsión homosexual de Ana María, no puedo evitar querer preguntarte si alguna vez tú has experimentado algo así.
R.- A mí me pasa como al Marqués de Bradomín, que decía que había dos cosas que no entendía, no porque le parecieran horrendas, sino porque simplemente no estaba capacitado para comprenderlas: “El amor de los efebos y la música de ese teutón llamado Wagner”. A mí me pasa lo mismo. Son cosas que me quedan muy lejanas. Pero aprecio la belleza masculina, aunque es más infrecuente que la belleza femenina. Sé distinguir a un hombre guapo. Y me gustan mucho los hombres guapos.
P.- ¿Como quién?
R.- Kevin Costner. Es un hombre muy guapo, ¿o no?
P.- (Risas). Qué gracioso.
R.- Es que es así.
P.- Hay un poema tremendo de Ana María donde desprecia a España: Desagradecida tierra. / Intolerante. Iletrada. / La que desterró a Unamuno. / La que asesinó a mansalva / a aquel poeta inocente / que a los gitanos amaba”.
R.- Sí. A ella España le parece zafia, grosera y desalmada. Sobre todo esa España que la recibe después del exilio. No odia a España, le duele.
P.- ¿Y a ti, de qué manera te duele España?
R.- Mucho, la verdad. Me duele España como te duele una madre que de repente ves que se ha convertido en prostituta.
P.- Guau. ¿Eso sientes?
R.- Sí. España es madre, porque reconoces en ella tus orígenes, tu genealogía cultural y espiritual… pero la ves desfigurada y convertida en un personaje esperpéntico.
P.- ¿De quién es la culpa de esa deformación, de ese envilencimiento?
R.- Hay quien dice que tenemos los gobernantes que merecemos. Yo creo que es falso. Son los gobernantes los que modelan al pueblo, y cuando los gobernantes son personas elevadas, inevitablemente modelan a un pueblo virtuoso. Hay un cronista de Isabel la Católica que comparando a la reina Isabel con su hermano Enrique IV, escribió: “Jugaba el rey, todos tahúres, estudia la reina, todos estudiantes”. Es decir, los gobernantes influyen en su pueblo y pueden encaminarlo a la virtud o a la decadencia, el vicio y la degradación. Y yo creo que llevamos ya sufriendo mucho tiempo a gobernantes que nos han conducido a la degradación.
"Las ideologías cretinizan a la gente, la verdad está en el mundo espiritual"
P.- ¿Por qué la derecha cree que eres de los suyos y la izquierda te quiere tanto, pero en secreto?
R.- Quizá tienen nostalgia de lo que no son: ambas. Quizá tienen nostalgia de aquello que han abandonado: ambas. Yo pienso que las ideologías han destruido al hombre, le han hecho perder los lazos con la verdad profunda de las cosas, con su mundo espiritual. Le han ofrecido la verdad hecha añicos. Y creo que muchas personas de izquierdas y de derechas sienten nostalgia originaria de un mundo en el que todo tuviera sentido. Es un mundo preideológico, y es un mundo fundamentalmente religioso. Es la espiritualidad la que te da una visión plena del ser humano y del mundo. En cualquier caso, la mayor parte de la izquierda y la mayor parte de la derecha me considera un personaje odioso, ¿no?
P.- No lo creo. Pero quizá temen tus opiniones, porque alguna vez te has burlado de la derecha rancia.
R.- Ah, no, yo no me río de la derecha rancia, me río de la derecha majadera.
P.- ¿Cuál es esa?
R.- Pues casi toda la derecha. O sea, es que las ideologías cretinizan a la gente. Te dan un manual de instrucciones absurdo para moverte por el mundo.
P.- ¿Cuál es el mayor error de la izquierda actual?
R.- El mayor error de la izquierda actual es no aceptar que el capitalismo y el antinatalismo van de la mano. La izquierda se ha convertido en el perro caniche del capitalismo y de su plutocracia, porque defiende el antinatalismo, porque defiende la ruptura de los vínculos, la disgregación de la comunidad humana y su esterilidad.
P.- Juan Manuel, ¿tú eres antisistema?
R.- Totalmente. Soy radicalmente antisistema. Cómo no serlo, si el sistema es demoníaco. Es una amalgama de poder monstruoso, diabólico. Lo que pasa es que los que hoy se consideran o se declaran antisistema son realmente elementos funcionales al sistema, como los de Podemos, que son un apanda de esbirros al servicio de su amo, que es la plutocracia. ¿Comemos ya?
P.- Vamos.
R.- Hoy hay cocido. ¿Te atreverías con un cocido?
P.- Desde luego.
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