Cuando uno mira a Khadro La, tal vez la dakini –una especie de espíritu sagrado femenino similar a una musa– más brillante y reconocida actualmente, surge con claridad la sensación de que no es una persona más. Su rostro brilla, como lo hacen sus mejillas sonrosadas y sus ojos. Ella dice que sólo es un ser más entre los 7.000 millones que habitan el planeta, pero en su mirada hay algo que no parece de este mundo; o que, si lo es, se ajusta más a una dimensión diferente.
Khadro La es considerada una bodhisattva viva, un calificativo que hace referencia a que su proceso evolutivo es muy elevado. A pesar de todo, ella ha decidido permanecer aquí para contribuir a la iluminación de otros. De hecho, para muchos esta lama es una emanación femenina de la figura del Buda. También es una de las personas más cercanas al XIV Dalai Lama de quien, de hecho, ejerce como uno de sus oráculos personales.
Para ella, Tenzin Gyatso es el Buda en carne y hueso. Cuando habla de él se le entrecorta un discurso claro y contundente en cualquier otra materia y se le humedecen los ojos; cuando profundiza recordando al líder tibetano, le saltan unas lágrimas elegantes y hermosas que recorren su piel. No son tristes, tampoco felices. Tal vez sean, solamente, la imagen del reconocimiento y la devoción hacia su maestro.
Khadro La asegura que el Dalai Lama brinda compasión y amor infinitos, pero también que cualquiera de nosotros tiene dentro de sí mismo ese mismo potencial. Sólo hay que desarrollarlo. Esta lama tibetana, probablemente la más influyente actualmente en el mundo budista, considera que la capacidad de generar felicidad es ilimitada. Su carcajada frecuente y contagiosa, unida a la casi desaparición de los ojos en el rostro cuando ríe, ilustra a una persona que parece, y se confiesa, muy feliz. Quizá mucho más que cualquiera de nosotros. La felicidad potencial, afirma, es infinita.
Khadro La ha circunvalado quince veces el Monte Kailas, que es sagrado para cuatro religiones y alberga pasos a 5.600 metros de altura. Ha estado a punto de morir y le ha sido revelada una enseñanza, al parecer de forma directa y relacionada con el linaje del V Dalai Lama, a la que muy pocos pueden acceder. Dicen que puede anticipar una calamidad natural y que, con sus oraciones, puede cambiar el curso de una gran tormenta. Ella niega que tenga cualquier tipo de súper poder especial. Sólo habla de que, si conoces la naturaleza de tu mente, muchas cosas increíbles pueden ocurrir.
No, definitivamente Khadro La no es una persona más con la que coincidimos en este tiempo y en este lugar.
Pregunta.– ¿Es consciente de que no parece una persona corriente para los demás?
Respuesta.– Yo creo que soy una persona normal, como cualquiera. Puede que haya una diferencia al respecto de cómo opero mentalmente, porque entiendo el surgir dependiente (uno de los conceptos básicos del budismo, que alude a los doce pasos que llevan de una a otra reencarnación). Intento mantener mi actitud mental muy abierta y asumir mi responsabilidad universal de acoger a todo el mundo. Hago todo lo posible por vivir así.
P.– El mundo ha avanzado mucho tecnológica y científicamente en los últimos años. Pero los conflictos, incluidos la guerra y la miseria, permanecen. ¿Ha fracasado la humanidad?
R.– Es cierto: hay un gran avance en el mundo pero continúan los mismos problemas y surgen otros nuevos. Los humanos, y todos los seres sintientes, compartimos un deseo natural de ser felices y de estar libres de cualquier tipo de sufrimiento. El progreso sí puede servir para traer felicidad, pero esta puede ser física o mental. Y, hasta ahora, en el mundo, solo nos ha preocupado la parte física. Solo atendemos a los fenómenos externos que puedan generar felicidad. Eso no es suficiente.
P.– ¿Qué cree que hace más falta?
R.– Se precisa una educación para la mente en nuestro sistema educativo. Y que este se preocupe de desarrollar individuos de buen corazón, y que vaya desde la infancia a la universidad; pero que no lo haga desde un punto de vista religioso, sino desde la perspectiva de la realidad. Hay que entender que nuestra naturaleza, y la naturaleza de los demás, es la misma. Pensar que sólo el progreso exterior puede traer bienestar al mundo no es correcto. Si ampliamos y usamos nuestra inteligencia para abrazar y acoger la realidad de todo el mundo, no solo la nuestra, entonces sería imposible que surgiera el conflicto, porque somos miembros de la misma familia. Esta es la sabiduría que construiría un mundo mejor.
P.– Como sabe, el medio ambiente del planeta está en peligro. En breve alcanzaremos, se especula, el punto de no retorno. ¿Qué le sugiere semejante situación?
R.– Ha llegado el momento de hacer algo. Necesitamos hacer algo. Una parte de los grandes cambios en el mundo son naturales. Pero otros no. Y no son culpa de todos los seres, sino solamente de los humanos. Nosotros hemos dañado el medio ambiente. Si actuamos ahora, y lo hacemos todos juntos pensando que, en realidad, somos una sola familia, una única familia que habita el planeta, entonces podríamos revertir los desbarajustes que hemos causado nosotros mismos.
P.– Y a pesar de todo el mundo nunca ha estado tan cerca de un desastre nuclear desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962.
R.– La posibilidad de una guerra nuclear, igual que el desastre medioambiental, aparece porque la gente no tiene idea de su propia naturaleza, y de la naturaleza de los demás; de la naturaleza de su mente. Por eso está tan perturbada: desean ser felices, y no sufrir, pero se apegan a sí mismos y dicen: “esta es mi familia, este es mi país, esta es mi gente”, y establecen diferencias entre su gente y los demás. Así que deciden: “necesito ganar para mi gente, y los demás deben perder”. Esta actitud mental es extremadamente claustrofóbica y estrecha.
P.– ¿Cómo se podría luchar contra semejante actitud?
R.– Es un problema de apego y de no conocer la naturaleza de la mente. Si esto se pudiera revertir, estas calamidades nunca sucederían. Pero si continuamos con este concepto de que hay un conflicto y de que yo necesito ganar, y ellos deben perder, entonces solo habrá desastres.
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P.– Usted parece una persona muy feliz. ¿Es la paz interior y la felicidad posibles para todo el mundo?
R.– Todos queremos ser felices. Pero a veces desconocemos las causas de la felicidad y las del sufrimiento; así que no sabemos cómo producir lo que nos hace felices y eliminar lo que nos hace sufrir. Pero la felicidad no viene porque sí. Como todos los demás fenómenos, tiene causas y tiene condiciones. A menudo no usamos nuestra inteligencia de manera correcta en esa dirección. Simplemente, cuando nos sentimos bien nos apegamos a eso tan fuertemente que no analizamos quién se está sintiendo bien; de dónde viene ese sentimiento, qué lo ha provocado, qué lo ha hecho desaparecer. Básicamente, todos los problemas vienen porque no utilizamos adecuadamente esta cosa tan increíble que tenemos como seres humanos que es la inteligencia.
P.– ¿Cree que no usamos la mente para ser felices?
R.– Utilizamos la sabiduría de un modo inadecuado que produce apego hacia nosotros mismos y aversión hacia otros. Y la sabiduría es como el espacio: ilimitado. Así que incluso la felicidad se puede desarrollar hasta un nivel infinito, y el sufrimiento puede ser totalmente erradicado si se utiliza la sabiduría de manera correcta.
P.– El coronavirus que apareció en 2020 modificó el mundo. Desde una perspectiva espiritual, ¿qué mensaje cree que debería interpretarse como consecuencia de la aparición de la Covid?
R.– La pandemia que aún estamos sufriendo también aparece por una causa, y la hemos generado nosotros, los humanos. Esa es una de las reflexiones más importantes al respecto. Y nos hace entender que todos somos iguales: no importa el dinero, la tecnología, el desarrollo material o científico, al final todos podemos enfermar y morir de igual modo. Nos hace entender la importancia de desarrollar un buen corazón. También nos invita a considerar completamente equivocada la idea de que el bienestar económico o material sea el gran proveedor de la felicidad para los humanos. La muerte, el nacimiento, la enfermedad… son naturales. Lo trascendental es desarrollar una gran paz interior. Eso es exactamente lo contrario del egoísmo, del apego, del ego. Todos somos lo mismo. Ese es el mensaje de la pandemia.
P.– En algunos contextos se ha hablado de que usted puede, con sus rezos, anticipar qué va a ocurrir un desastre natural. O que puede modificar el curso de una tormenta. Eso es difícil de entender para los occidentales.
R.– Creo que solamente soy una de los siete billones de personas en el mundo. No tengo una educación particularmente alta, ni nada similar. Pero sí intento mantener mi mente tan abierta como pueda, asumiendo mi responsabilidad universal. Así que allá donde vaya creo que ese es mi país. Y todos aquellos que encuentro los considero mi familia: mi madre, mi padre, mis hermanos. Esto siempre lo llevo conmigo. Con respecto a la mente, es cierto que con el uso correcto del conocimiento puedes expandir tu sabiduría y ampliar tus perspectivas. Y a medida que desarrollas buenas cualidades para tu mente esta es más capaz de ver la realidad, y de entenderla. En ese contexto, no tengo ningún poder sobrenatural, pero es un hecho que cualquiera que eduque su mente y sus emociones en el modo correcto podrá entender más profundamente la realidad hasta un punto infinito. Eso sí es posible.
P.– Estuvo cerca de morir hace años, en su viaje a Dharamsala (lugar de residencia de la mayoría de exiliados tibetanos, en India).
R.– Sí, cuando salí de Tíbet tuve una enfermedad importante y muchos problemas físicos. Siempre intenté entender mi naturaleza, así que en ese proceso surgieron diferentes apariciones que me llevaron a conocer la mente profunda. Igual que el sol no está en la misma naturaleza de las nubes que lo cubren, igual que él siempre está brillando, la más profunda naturaleza de la mente siempre está brillando. La enfermedad, la aflicción, el dolor… son como nubes. Pero cuando conectas con la naturaleza profunda de la mente todas las nubes desaparecen.
P.– ¿Recuerda cómo se sentía entonces, cuando creían que tenía una enfermedad contagiosa y parecía que tal vez no podría sobrevivir?
R.– Recibí tantas enseñanzas en esos momentos que, aunque externamente estaba muy enferma, me sentía por dentro totalmente feliz y en paz gracias a la generosidad de mis maestros que me enseñaron tanto sobre la naturaleza de la mente, en especial el Dalai Lama, que es el verdadero Buda en carne y huesos de este siglo.
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P.– Usted es uno de los oráculos del XIV Dalai Lama. ¿Cuál es su papel en ese sentido?
R.– Esto es difícil de responder. Tiene que ver, de nuevo, con los aspectos más profundos y escondidos de la naturaleza de la mente. Cuando has podido enlazar con ella muchas cosas increíbles suceden.
P.– Usted se encuentra muy cercana al Dalai Lama. ¿Cuál cree que será su legado más importante?
R.– Es mi propio maestro. Al Dalai Lama no lo veo como a otro ser humano. Lo veo como al verdadero Buda. Lo veo absolutamente evolucionado. Es la encarnación de la sabiduría y la compasión infinitas. En este contexto es el verdadero guía del universo. Y es así porque ha desarrollado sus cualidades interiores hasta ese punto. Es también un mensaje: nosotros como seres humanos tenemos el potencial de lograr esas cualidades. No es un asunto religioso. Si usamos nuestra sabiduría adecuadamente podríamos ser exactamente como él.
P.– El Dalai Lama es una de las personas más admiradas en el mundo.
R.– Es que no hay fronteras para él en su capacidad de hacer el bien. Como está completamente desarrollado no se dedica a concebir y proyectar bienestar sólo para su gente sin importarle los demás. En su responsabilidad universal, tiene amor infinito y compasión. Su legado es ese: que todos podemos convertirnos en excelentes seres humanos, independientemente de la religión que profesemos, si es que seguimos alguna. Todos tenemos ese potencial, y debemos usarlo.
P.– ¿Qué le diría a la gente que vive una vida llena de dificultades evidentes?
R.– Es cierto: hay gente que vive en condiciones muy duras. Lo primero que les diría es que no se desanimen: siempre hay esperanza, porque tenemos al alcance nuestro conocimiento. Pero somos los demás individuos quienes debemos intervenir. A veces comemos tanto que parece que nuestro estómago ha de hacerse más y más grande para darle cabida a todo lo que tomamos. Y sin embargo ni aun así estamos satisfechos. Y nunca pensamos en otros. Esta es una manera muy equivocada de conducir nuestra vida.
P.– ¿Qué sugiere que procede hacer al respecto?
R.– Necesitamos ser prácticos cada día: no se lo dejemos ni a las organizaciones humanitarias ni a las oraciones: “oh, siento mucho que estén tan mal, espero que les vaya bien”; no: seamos prácticos y ayudemos lo que podamos en nuestro entorno. Actuemos. No nos mantengamos enclaustrados en nuestras propias vidas.
P.– Usted ha pasado varias semanas en España durante esta visita privada. ¿Qué impresión le ha causado?
R.– Me gusta mucho España, en especial su gente. Me parece que los españoles tienen un buen corazón y una actitud muy feliz y positiva, lo cual es muy bueno. Pero debemos recordar que no hay límite a la hora mejorar nuestra actitud interior. La bondad se puede desarrollar hasta el infinito. Lo más importante es desarrollar la sabiduría de un modo altruista. Eso es extremadamente beneficioso para el mundo entero.