Manuel Carrasco (Isla Cristina, 1981) es tan guapo que marea y eso quizás sea porque no se da mucha cuenta. Después de 20 años de carrera, más de un millón de discos vendidos y un récord de asistencia a un concierto en España, su presencia en este hotel en la Plaza de Santa Ana sigue siendo tímida pero latente, de cierta fragilidad poética: recuerda a un pájaro pequeño respirando en un puño. Recuerda a talentos transparentes y de sensibilidad dolorosa como los de Antonio Vega. Diera la sensación de que las cosas duelen para que él las cante.
Los ojillos claros, interrogantes; el don de quitarse importancia; la certeza de no estar de moda y, sin embargo, llenar estadios y campos de fútbol con urgencia amorosa. La vertiginosa sensación de estar un poco atravesado por la vida, qué putada, en su escandalosa belleza y en su horror, entre el bar preferido y el psiquiatra, entre el beso de los hijos y las traiciones de los que parecían amigos, entre los premios y la ansiedad. Todo eso lo escribe Manuel, porque fatiguitas le cuesta sentirlo, como un escritor iluminado o un médium de estos que no pueden ir al supermercado porque están viéndole el alma a la gente en la sección de congelados. Y eso agobia.
Fue niño salvaje de padre pescaor, ahí José El Gitanito, y hogarcito humilde donde se escuchaba a todas horas Camarón. Fue el único de cinco hermanos que terminó la EGB. Fue un destroyer desde los 16 a los 20: fumar, beber, robar en huerta ajena. Fue pintor de brocha gorda. Fue guapito televisivo en Operación Triunfo. Y fue luego, en largas décadas que aún duran, un artista descomunal que conecta con la peña en masa y agota las entradas de cada concierto en cuatro horas. Fue el hombre que escribió Fue, una coplilla hermosa del disco que acaba de presentar, Corazón y flecha: "Fue la risa plena de aquella foto / fue que al repetirla ya éramos otros (...) / Fue "ya no te importo lo suficiente" / fue "me estoy muriendo, ¿a mí quién me entiende?" / fue el silencio a gritos del dormitorio / fue la vida idílica de los otros".
En Anoche le canta al pasado, ese lugar extraño que está siempre en transformación en nuestra memoria, allá donde adulteramos recuerdos para sobrevivir:
El amigo que perdí
esas ganas de vivir
mis pulseras con pintura
inventando un porvenir
mi nombre desde el balcón
el beso en el escalón
allí en las redes del tiempo
(...)
En la calle donde fui
un ladrón, un aprendiz
y aquel viejo que en su banco a su modo era feliz
mi acuarela, mi disfraz
mi canción de carnaval
que me enseñaba a ser libre.
Hay que destacar también su canción de amor Coquito, donde le habla a sus hijos Chloé y Manuel, de 5 y 2 años, fruto de su amor con la periodista Almudena Navalón, de quien se enamoró haciendo una entrevista y con quien se casó sólo dos años después del primer deslumbramiento: "Y deja que me suba a tu vagón / que no quiero que crezcas / no quiero que crezcas, no. / Eres un coquito mío / malabares con un trocito de pan / el columpio que perdimos / el vaivén que nos devuelve a la verdad. / Y es que este amor infinito / es el gallo en la mañana / cosquillitas en la cama / entre un gato y un ratón". Ya lo ven ustedes, ¿con quién vamos a hablar mejor de la vida que con Manuel Carrasco?
P.- Así que Corazón y flecha. ¿Qué sabes de tu propio corazón?
R.- Sé que se ha ido llenando de cosas con el paso de los años. De vida y de cosas bonitas pero de sinsabores también. Lo que es la vida, ¿no? Digamos que mi corazón ha ido cogiendo color en muchos momentos y sobre todo se ha ido ampliando a diario. Cuanto más grande, más flechas le caben también. Muchas, muchas flechas me siguen dando.
P.- ¿Nombre de esas fechas? Por no perdernos en la metáfora.
R.- La flecha del paso del tiempo, la de los miedos, la de la duda, la de la familia, la de los niños, la de los hijos, la de las canciones, la de los amores fallidos… la de tu hermano, la de todo.
P.- Dime una cosa, ¿tú eres un exgamberro?
R.- (Ríe). Yo me recuerdo como un niño alegre, bastante alegre, con un mundo interior grande, como que sentía mucho, y eso tiene que ver con mi sensibilidad. Sí que era muy bicho, estaba metido en 20.000 fregados. Estábamos el Pitu y yo.
P.- “El Pitu” suena a perla profesional.
R.- Sí (ríe). Mi amigo Jesulito. Era el más peligroso, yo el segundo más peligroso. En aquellos primeros años, el maestro me sacaba de mi silla y me ponía en su mesa para tenerme controlado, vigilad, porque era muy revoltoso. Esa es una fotografía que resume bien esos años.
P.- ¿Cómo te has llevado desde entonces con la autoridad?
R.- ¡He tenido mis momentos!
P.- Tú eres un poquito ingobernable.
R.- Yo creo que he intentado ser bastante respetuoso, pero más con los años (risas). Me acuerdo de dos trastadas que hice de chico…
"He corrido delante de la Policía"
P.- Ya han prescrito, ya se pueden contar.
R.- Estaba en una piscina municipal, era invierno y salté allí, y la policía corriendo detrás de mí. Se puede decir que la Policía ha corrido detrás de mí, o que yo he corrido de la Policía (ríe). Me acuerdo de esa y de una vez que pinté en el colegio… ¡mira que me estoy descubriendo ahora! Grafitero y de todo. Hice una pintada en el colegio un poco chunga.
P.- ¿Palabras… o un dibujito?
R.- No me acuerdo exactamente, pero no era nada bueno. Y fueron a interrogarme. Y yo: “¿Yo? No, no, no”. Lo negué todo. Un trasto.
P.- Era una época de dibujar penes en los pupitres. ¿Te suena algo de eso?
R.- Yo creo que eso no, pero puse algo de un profesor, un mote o algo, pero vamos, de muy poca vergüenza (ríe). A partir de ahí creo qu eme empezaron a poner en la mesa del maestro.
P.- Tu ADN está compuesto por recuerdos de tus hermanos con las manos manchadas de pintura. ¿Tú dirías que tienes conciencia de clase obrera?
R.- Totalmente, por fuera soy un cantante pero yo me sigo sintiendo un obrero por dentro, todo el rato. Eso no se pierde. Para empezar, ese espíritu de superación, de lucha, ese punto que yo tengo de agradecerle a la vida, ese flipar con todo lo excepcional que me pasa, me viene de ahí. Y mira si tengo ese concepto grabado a fuego que yo realmente en lo otro vivo adaptado.
P.- ¿En lo otro?
R.- En subirme al escenario, en recibir premios, en tener esta vida de éxito: yo ahí vivo adaptado. La sensación obrera es la que tengo afianzada. Y eso lo tengo muy presente por todo, porque mis mejores amigos, mi mayor núcleo… sigue siendo obrero, ¡si el único que ha salido de eso soy yo, en ese aspecto! Eso me ha hecho conseguir todo esto.
"Me sigo sintiendo obrero por dentro todo el rato"
P.- La mentalidad de sacrificio que se mama de chico.
R.- Eso no se quita nunca. Y hay algo… cuando tú eres así y piensas así… tú sabes cómo piensan los que son también así. ¡Y somos una gran mayoría! No me gusta acomodarme en la excepcionalidad, me gusta lo auténtico de las cosas.
P.- ¿Crees que ese ‘venir de la calle’ ha hecho que el gran público te sienta parecido a él y por eso te quiera más? ¿Sienten que eres de los suyos?
R.- No me cabe la menor duda. Es así.
P.- ¿Qué se aprende de la calle, cuáles son los secretos del golferío?
R.- Hay cierta sensibilidad para la supervivencia que se te activa cuando vives en la calle. Yo tuve una infancia muy especial porque todo lo hacíamos en la calle. Todo el mundo se buscaba la vida allí, familia numerosa jugando en la calle, y teníamos muy poco pero a la vez nos sentíamos muy libres y muy felices. Y desde muy pequeños ya íbamos a mariscar para tener dos perrillas para ir a comprarnos un Bollycao, simplemente, ¿sabes? Nos hemos buscado siempre la vida. La trae cosas malas y buenas. Lo malo es el golferío (ríe).
P.- Oye, que no me voy a asustar ahora de nada.
R.- Eso lo sé yo. A ver, la mayoría de la gente que yo conocía y la mayoría de referentes que yo tenía… era gente que no estudiaba. Por lo tanto estaba más tiempo en la calle y se hacían mayores antes. Se hacían hombres y mujeres antes. Se adelantaban los tiempos. Yo hice la EGB hasta octavo, y a partir de ahí todo un desastre, fíjate tú, ¡y fui el único que llegué a octavo! La gran mayoría de gente que yo conocía no pasaba de sexto.
P.- También se aprenderá a mirar, ¿no? A quién querer cerca, a quién mejor lejos.
R.- Totalmente, yo me metí en esta profesión de un día para otro y vi el tira y afloja de los intereses, de la industria… es que es así y te pilla joven. Esa pillería me vino bien para reconocer eso, el que venía más así o más asá.
P.- ¿Te la han tramado? ¿Has vivido alguna gran traición?
R.- Sí, ha habido desengaños… sí que he tenido traiciones, sí que he tenido. Pero no deja de ser un aprendizaje en la vida. Quizás yo tampoco fui mi mejor versión en todas las etapas. No todos estamos en el mismo ritmo, no siempre crecemos y maduramos a la misma velocidad: te fallan, tú fallas. Es la calle, es la vida.
P.- Ahora hay una romantización de la calle, ¡la aman hasta los pijos! Ser de barrio se ha puesto de moda, pero muchos no saben lo que duele, el frío que se pasa, los disgustos, la cosa agria.
R.- Tú lo llamas romantización, pero bueno, a mí me gusta que ahora no haya complejos para todo eso, eso me encanta, porque en mi época sí que había más complejos, yo mismo los sentía. Te daba más cosa decir que no sabías algo, aunque yo siempre intenté decirlo. Y creo que ahora mismo pasa en la música, en los géneros musicales, que hay menos complejos, que todo es más libre, y eso me gusta porque el que es de calle es de calle y eso se ve, y el que no, el que lo posa, nos damos cuenta los que sí somos de calle. Lo cogemos rápido. Y me gusta que haya gente de los que venimos de ahí que estén comandando ciertos movimientos y tal, porque hacen que mucha otra gente quiera aspirar a eso.
P.- En un mundo tan estrellado y esponjoso, ¿cómo se doma el ego? ¿El halago debilita?
R.- Bueno, es que tienes que tener a tu alrededor gente que te quiera mucho y que te diga la verdad, y además, un punto autocrítico bien desarrollado para no quedarte en el halago continuamente. Y no es fácil, te lo digo, lo fácil es confundirte. De hecho, pasa.
P.- No te gusta mucho el rollo de la farándula.
R.- No, pero lo vivo como puedo. Pasados los años, me lo paso hasta bien. Pero hasta que llega el momento, ¡buf! Siempre me ha pasado. Me gusta hacer canciones, me gusta cantar y lo hago todo por eso. He aprendido a pasarlo medio bien, no es una cosa que yo me lo flipe, pero es una parte del camino.
"En la primera etapa de mi vida me costaba expresar mis sentimientos, como a la mayoría de los hombres"
P.- Hablemos de sensibilidad. ¿Por qué parece, con honrosas excepciones, que a los hombres les ha costado mucho más hablar de sentimientos? ¿Por qué al hombre sensible se le ha mirado como al raro?
R.- Mira, a mí esta profesión me ayudó a aflorar esa sensibilidad mucho más. En la primera etapa de mi vida me costaba, como a la mayoría de los hombres, expresar mis sentimientos. Era otra época, también, y era difícil enseñarlo. Y fue una liberación poder sacar esa sensibilidad fuera, y ya no te hablo sólo de canciones, sino en la vida. Está muy guay destaponar eso con los tuyos.
P.- Habrá muchos hombres que se declaren con canciones tuyas, ¿no crees? Cogerán prestadas tus palabras.
R.- Total. Yo el primero: yo aprendí a hacer canciones para poder declararme. Y lo sigo haciendo. Declaro todo. Quizás hablando me costaría más, fíjate lo que te digo, con esto tiro del hilo y me descubro, son una buena terapia para descifrarme a mí mismo. Siempre me sorprendo y digo “coño, lo que tenía dentro”.
P.- ¿Qué sabes tú del amor que nosotros no sabemos?
R.- El amor es siempre visceral y con los años se aprende mucho más a entender ciertos códigos y ciertas cosas. Uno empieza a dejar de lado el ego y le empieza a abrir las puertas al amor verdadero. Para eso hay que tener paciencia y ensanchar el corazón bien y dejar de ser un poco “tú” para ser “los demás” también. Eso es lo que viene a ser la empatía. Pero yo no soy ningún ejemplo de nada, ¿eh?
P.- Pero también es verdad que las grandes obras de cualquier disciplina artística se han creado desde un lugar visceral. No estábamos tranquilitos y en paz mientras sucedían las grandes cosas.
R.- Soy muy consciente de eso y es un debate que tengo presente continuamente. Yo le llamo “la frescura” a la hora de escribir o de pintar o de cantar… esa frescura que existe en esos primeros años de la juventud es imbatible. Es imposible competir con las primeras veces que sientes algo, es maravilloso. Cuando cumples años y pasa el tiempo tienes que estar muy pendiente de las cosas bellas, porque la lista a nivel creativo se va acortando. Es poca la gente artista que mantiene su fuerza creativa en su etapa madura.
P.- Hace poco se estrenó el documental de Sabina filmado por Fernando León de Aranoa. Decía que ahora estaba en paz pero que no podía escribir ni un puto verso, que todos se le quedaron en los años de las noches largas, las drogas y las grandes pasiones. Qué miedo, ¿no? Tener que poner tanta carne en el asador para escribir. Poner tu vida y tu cuerpo y tu salud al servicio de la canción.
R.- Sólo te puedo decir que él, especialmente él, es el que más sabe de esto. Corroboro todo lo que dice.
"No hay que ser el gurú de nada. Tienes tus malos días y sientes tus pequeñas cargas y te afliges y te sientes pequeñito. Es la vida"
P.- Sé que conoces la felicidad, pero también conoces el dejar de ser feliz y no saber por qué. Has acudido a psicólogos. Te han ayudado mucho. ¿Nos curan los médicos o el tiempo?
R.- (Sonríe). En general, en la vida nadie es feliz las 24 horas del día. Y está claro que la infelicidad es algo con lo que batallamos día a día. Tampoco tenemos la obligación de estar bien siempre. Cuando eres sensible, te llega todo, lo bueno y lo malo. Te lo digo con mucha naturalidad, aprendo muchísimo y reflexiono sobre esto: parece que voy a sacar el libro de autoayuda, pero escucha (ríe). Está el que te sale y está el que reflexiona. Tú eres los dos.
Se puede pensar de mí que yo tengo una vida maravillosa y realmente es así, tengo un trabajo muy duro pero precioso, tengo éxito, me van bien las cosas, no tengo grandes problemas, y sin embargo me he sentido muy infeliz en muchos momentos. Hay una sensibilidad en ti que a veces no entiendes. Y hay muchas cosas que se te quedan instaladas y que van aflorando según le parezca a la vida, y a veces no hay que entenderlo todo ni ser el gurú de nada. Tienes tus malos días y sientes tus pequeñas cargas y te afliges y te sientes pequeñito. Pero eso es parte de la vida.
P.- ¿Qué es mejor, un psicólogo, un cura o una cerveza con un amigo?
R.- Una cerveza con un amigo, de aquí a Pekín. Es mucho mejor. Por favor. La duda ofende.
P.- ¡Te lo he puesto muy fácil!
R.- Es que has puesto el combo imbatible, el amigo y la cerveza. Que por separado ya son increíbles, pues imagínate… los dos ya… qué borrachera más grande. Ahí todo se torna bonito o interesante: o acabas llorando o acabas riendo, pero salen las verdades.
P.- ¿Tú hablas con dios?
R.- Te explico, yo tuve una educación muy cercana a la Iglesia, no a nivel familiar, pero como se me daba bien cantar de pequeñito estuve en el coro de la iglesia en diferentes etapas de mi vida y luego he vivido las tradiciones de mi tierra andaluza: las Vírgenes, la Semana Santa… todas esas cosas las tengo en el cuerpo, en el ADN. No es una relación con dios exactamente, es una relación con cosas que me emocionan que no sé si tienen que ver con la religión en su máxima expresión o con la espiritualidad. Tengo una base espiritual.
P.- ¿Manuel Carrasco pone a Manuel Carrasco en su casa, aunque sea para que lo escuchen sus niños?
R.- El Manuel Carrasco que he estado poniendo ahora son las canciones nuevas del disco, porque lo había acabado y no le había enseñado las canciones a mucha gente, así que a algún amigo que ha venido a casa se las he puesto, y sí, me he estado escuchando, y sí, ya he estado viendo cosas que lo mismo podía haber cambiado (ríe). “Ay, esto lo tenía que haber quitado, ay”.
"Somos un reflejo de cómo nos han educado y yo con mis hijos soy muy rectito"
P.- ¿Tú eres el padre guay del cole? Tus niños dirán: “Tío, mi padre es Manuel Carrasco”.
R.- (Ríe). Ay, pues no lo sé, son muy chicos y no están en eso. Todavía no he llegado a ese nivel, creo. Yo la verdad es que los llevo todos los días al cole y todo es muy normalito. La gente no dice nada, no he notado nada. Y los niños no son conscientes de si el papá sale en la tele o lo ven en algún lío.
P.- ¿Qué tipo de padre eres? ¿Quieres darle todo lo que tengas en la mano o prefieres decirles que “no” para no tenerlos consentidos?
R.- Lo gestiono como soy yo y como lo veo yo: no quiero trasladarles a ellos las cosas que yo no haya hecho o las cosas que yo no haya podido tener. No. Las cosas en su justa medida, eso siempre me ha preocupado: no quiero que mis hijos normalicen todo lo bueno que tienen, no, no.
P.- ¿Les has dicho muchas veces que para los reyes magos se pide sólo una cosa?
R.- Todo el rato. Y les confisco los juguetes. Al final somos un reflejo de cómo nos han educado y yo en esto soy muy rectito.