Søren Kierkegaard entendía el instante como esa 'cosa' en la que entraban en contacto el tiempo y la eternidad. Si atendemos al significado del padre del existencialismo, el doctor José Miguel Gaona Cartolano sería entonces un cazador de instantes que trascienden lo físico y conectan con lo inefable. Especialmente cuando estos ocurren después de la muerte. Como psiquiatra forense, es un estudioso del comportamiento del cerebro; como investigador de fenómenos espirituales desde el polémico área de la neuroteología, es un rastreador de momentos trascendentes. Durante casi una década ha dedicado gran parte de sus esfuerzos a investigar las conocidas como Experiencias Cercanas a la Muerte o ECM, sobre las cuales ha publicado dos libros superventas –Al otro lado del túnel y Al límite– y ya prepara un tercero que, confiesa, no sabe cuándo verá la luz.
En su investigación ha colaborado con algunos de los mayores expertos del mundo en el estudio de las ECM: el médico psiquiatra Raymond Moody, autor de Vida después de la vida (Edaf); el cardiólogo holandés Pim Van Lommel, artífice de Consciencia más allá de la vida (Atalanta); o el neurocirujano Eben Alexander, quien contó su propia experiencia cercana a la muerte en La conciencia infinita (Sirio). Los testimonios que recoge Gaona suelen coincidir: quienes entran en paro cardíaco y mueren por unos segundos describen túneles que emiten destellos de luz, revisiones vitales, contactos con entidades de familiares muertos, una placentera sensación de tranquilidad e incluso experiencias extracorpóreas o autoscópicas en las que el paciente se observa a sí mismo muerto sobre la camilla. ¿Demuestra toda esta bibliografía médica que hay algo más allá de la vida o se trata tan sólo de un brebaje de endorfinas desatadas por un cerebro moribundo que pretende paliar el envite de la muerte?
En su afán por tratar de explicar qué ocurre en el cerebro humano cuando morimos, el doctor Gaona se ha topado con una frontera imposible de sortear: la consciencia. Término que atormenta a científicos, médicos, teólogos y filósofos desde que el primer ser humano señaló a las estrellas y se preguntó: '¿por qué?'. Milenios después, el homo sapiens ha pisado la Luna pero aún desconoce por qué 'piensa, luego existe'. La ciencia aún no puede aportar soluciones al problema de cómo se origina la consciencia. Aunque cada vez hay más teorías que parecen acercarse, algunas de las cuales suenan a ciencia-ficción. La última de ellas, propuesta hace sólo un mes por el Instituto de Neurociencias del Trinity College de Dublín, es que emerge gracias a un cerebro cuántico que opera mediante las leyes de la física subatómica.
Desentrañar el misterio de las experiencias cercanas a la muerte es una de las pasiones del doctor Gaona. Él es psiquiatra forense, doctor en Medicina y se ha formado en técnicas no invasivas de estimulación cerebral en Harvard. También es profesor honorario de la URJC, ha sido miembro de la Academia de Ciencias de Nueva York y dirige Neurosalus, un centro dedicado al tratamiento de depresiones y adicciones. También ha sido responsable del área de salud mental en la guerra de Bosnia para la ONG Médicos del Mundo y psiquiatra forense en algunos de los mayores casos criminales de España, como el de José Bretón y el de Patrick Nogueira, el conocido como descuartizador de Pioz. Él está acostumbrado a tratar con el más allá. Aunque, de momento, lo de disputarle partidas de ajedrez se lo deja a Bergman, uno de sus cineastas de cabecera.
Además de su profuso currículum, el doctor Gaona participa como tertuliano en platós de televisión –El programa de Ana Rosa, Horizonte, Cuarto Milenio–, escribe novelas –Furor Domini (Secret Books)– y es cofundador del pódcast y programa de YouTube La reunión secreta, que cosecha ya casi medio millón de suscriptores. También ha sido director de IANDS España, la asociación internacional de las 'Near-Death Studies', término que describe en inglés las ECM, en la que participó junto al neuropsiquiatra Bruce Greyson.
El doctor Gaona recibe a EL ESPAÑOL | Porfolio en Madrid. Como si fuese una premonición del tema escogido para la entrevista, poco después de encender la grabadora los copos de nieve, eternos anunciadores de lo fúnebre en cine y literatura, comienzan a fundirse contra los cristales de las ventanas. Vamos a hablar de la muerte.
P.– Más allá de su posible explicación científica, las experiencias cercanas a la muerte interesan a la sociedad por sus implicaciones filosóficas. ¿Le ha sorprendido que algunos de sus libros lleven decenas de ediciones?
R.– Yo estoy sorprendido, y lo digo con cierto orgullo, por haber sido número uno en España y en algunos países de Sudamérica. Me llevó bastantes años escribir estos libros, así que puedo decir que no están hechos a la ligera. No es una recopilación bibliográfica, sino que me preocupé de ir a las fuentes originales, conocer a los popes de esta historia, como Raymond Moody, Pim van Lommel o [Robert] Lanza.
P.– ¿Curiosidad personal o pasión por el misterio?
R.– Lo hago, realmente, por conocer. Cuando uno escribe pone en orden sus conocimientos. Es como ir al psiquiatra: hace que te sientas mejor, pero muchas veces el psiquiatra no hace nada, sino que obliga a la persona a relatar su problema. Relatar una historia implica que tienes que ponerla en orden. Cuando obligas a tu cerebro a ordenar recuerdos obtienes un beneficio. Por eso escribir es como despejar un enjambre de abejas y tiene capacidades curativas, además de beneficios intelectuales.
P.– ¿Ha muerto usted alguna vez?
R.– No (risas). Tuve una arritmia cardíaca brutal y en urgencias viví las primeras fases de una ECM, pero lo achaco a un pelotazo de endorfinas.
[Las experiencias cercanas a la muerte no son alucinaciones: esto es lo que ocurre en tu cuerpo]
P.– ¿Qué sintió?
R.– Me llamó mucho la atención mi respuesta: en vez de estar hiperpreocupado me sentía muy tranquilo. Pero no llegué a ver el famoso túnel ni tuve un paro cardíaco. Aunque experiencias extracorpóreas he tenido, pero provocándolas con respiración holotrópica, que es una respiración profunda, rápida, en la que tú mismo te produces un desbalance metabólico, lo que se conoce como 'alcalosis metabólica', y eso produce a nivel neurológico una serie de cambios y puedes tener experiencias... curiosas.
P.– Hablando de experiencias curiosas: recuerdo que se encerró en un teatro a oscuras durante varias horas para ver si sentía... algo.
R.– Eso fue una cuestión televisiva (risas). Me quedé aislado en el Teatro Cervantes, completamente solo. Era una gracieta y pensaba que no iba a ocurrir nada, pero de repente dije: estoy teniendo una sensación extraña. De hecho, eso es lo que me llevó después a viajar a Canadá para estudiar las experiencias extrasensoriales. Durante mi prueba en la oscuridad, en el silencio absoluto, percibí algún tipo de entidad. Lo recuerdo perfectamente: estaba fijada detrás de mí, a la izquierda. La explicación es que probablemente mi lóbulo temporal derecho comenzara a hacerme alguna jugarreta y lograse que la percepción de mi propio esquema corporal se pudiera desestructurar y tener así la sensación de que algo, o alguien, en otro lado, me estaba observando, pero era yo mismo percibiéndome. Al menos esa fue la respuesta que me sugirió [Michael] Persinger.
P.– ¿Cuánto tiempo puede estar muerta una persona?
R.– Muy pocos minutos, porque las células del cerebro son las que más oxígeno y glucosa consumen. Por tanto, a partir de los 3 o 4 minutos, con suerte, se suelen tener lesiones a nivel cerebral. Hay excepciones, como con la hipotermia, durante la que el cerebro deja de gastar y se queda en suspensión.
P.– Usted es uno de los artífices del Proyecto Túnel, un lugar de encuentro para personas que han experimentado ECM. ¿En qué consiste exactamente?
R.– El Proyecto Túnel es una página que tiene miles de seguidores. El 90% de los participantes no han experimentado nunca una ECM pero están interesados en ello. También participan muchos investigadores. Es una fuente inagotable de conocimiento. Además, tiene un aspecto terapéutico, porque personas que han tenido ECM intercambian sus experiencias. A veces ni siquiera sus parejas lo saben: tienen miedo a ser tomados por locos o desequilibrados. En Proyecto Túnel la gente relata lo que ha vivido, los demás contestan, los investigadores dan su opinión, y entre todos el proyecto se enriquece y se refuerza de forma dinámica.
P.– Imagino que usted se habrá topado con un muro de escepticismo.
R.– Parte de la culpa la tiene el tiempo materialista en el que vivimos. El ser humano de hoy tiene poca espiritualidad, porque esta no se cultiva. Pero eso no quiere decir que quienes viviesen en la Edad Media fuesen unos retrasados en cuanto a evolución. En absoluto: tenían una riqueza de sensaciones y de pensamientos importante. Las personas, en el presente, tienden a negar las experiencias espirituales. Todo lo que no pueden ver o tocar les resulta incómodo. Otras veces no está aceptado socialmente. Pero la realidad es otra: hay personas con ECM. Mira, ni siquiera la muerte a nivel hospitalario está bien recogida como tal. Mi abuelo, por ejemplo, murió hace no muchos años en un box de urgencias de un gran hospital de Madrid mientras las limpiadoras hablaban de un programa de televisión. Conversaciones banales en un momento de gran profundidad espiritual. Por eso en mi web tengo una guía para ayudar a la gente a tratar a los moribundos.
P.– ¿Entonces cree que la gente reniega de este tipo de experiencias por miedo a la muerte?
R.– Nuestra sociedad vive de espaldas a la muerte, pero a todos, en el fondo, nos interesa. Yo creo que no hablamos de ello por miedo y superstición. En noviembre estuve en Times Square y me encontré con un tipo con una pancarta que decía: '¿Estás preparado para morir?'. Es una pregunta chocante que me hizo pensar. La cuestión es importante: '¿Estás viviendo como si todo esto fuese infinito?'. Entonces, a lo mejor, tienes un problema. No creo que la cuestión sea estar en colisión diaria con la muerte, pero sí tener una pequeña parcela para que nos preocupe y desde la que otorgarle algo de importancia.
Túneles, películas y experiencias autoscópicas
En torno a un 20% de las personas que entran en parada cardiorrespiratoria y mueren durante unos minutos dicen haber sufrido una ECM. ¿Qué sienten? Lo más común, según la bibliografía, es que se sumergen en una sensación de tranquilidad absoluta que muchos describen como "celestial", aunque esto podría explicarse por la liberación de endorfinas en el cerebro. Ni que decir tiene que una ECM no se parece en nada a un sueño: descrito por los propios moribundos, se trataría más de una suerte de experiencia trascendental en la que la consciencia humana viaja al más allá. Lo que está claro es que no son alucinaciones generadas por el paciente al volver a la vida, ya que a pesar de que el corazón deja de funcionar, el cerebro puede permanecer en un estado consciente y generar vivencias.
Según un estudio publicado en la revista Annals of the New York Academy of Sciences bajo el nombre Pautas y estándares para el estudio de la muerte y experiencias recordadas sobre la muerte, la actividad gamma, las ondas cerebrales que se asocian con actividades cognitivas y estados de felicidad, se desata durante los primeros segundos de la muerte, lo que podría explicar gran parte de las revelaciones.
Los pacientes que han tenido una ECM confiesan sentirse abrigados por una sensación de paz extrema. Es común ver descrita también la típica película en la que se suceden imágenes de toda una vida. Aunque el leit motiv más recurrente es el famoso túnel blanco del que emana un poderoso haz de luz hacia el que la consciencia se ve arrastrada. Durante ese tránsito, muchas personas dicen encontrarse con almas de seres queridos fallecidos que se comunican con ellos mediante telepatía. No hay palabras ni sonidos. Todo opera a una escala profunda, metafísica, fuera de toda lógica científica. Otros dicen toparse con ángeles que les ayudan en el tránsito hacia el más allá. Hay incluso relatos en los que una deidad, como Jesús o Buda, se aparecen en el camino de los viajeros, lo que ha llevado a multitud de personas a desarrollar una intensa espiritualidad y abrazar la fe al despertar.
P.– ¿Podemos hablar de 'alma' en neurociencia o implica saltarse el rigor científico?
R.– (Risas) Yo estudié teología porque tenía interés en saber qué diablos, con perdón, pasa con todos estos temas, y porque contesta a muchísimas inquietudes humanas de tipo espiritual y religioso. Neurociencias y espiritualidad no están reñidas. Quien no lo vea es porque no entiende mucho ni de espiritualidad ni de neurociencia. Con esto no quiero ser pretencioso, pero creo que es obvio: cualquier construcción de la realidad se da en el cerebro, incluso el hecho de ser espiritual. Igual que hay ramas como la antropología que estudian a los yanomamis en el Amazonas o los rituales con ayahuasca en Cuzco, la ciencia puede estudiar las experiencias cercanas a la muerte.
P.– Pero para hablar sobre experiencias cercanas a la muerte con rigor científico primero tenemos que despejar una incógnita, que es la consciencia. Aún desconocemos cómo y dónde se origina.
R.– Ese es el gran nudo de la cuestión. Hace muy poco un investigador español, David López Pérez, explicó que la conciencia podría tener un trasfondo cuántico. En la misma línea, yo trabajé con Persinger en Canadá, que es el mejor sitio para estudiar estos temas sin limitaciones. En los asuntos sobre la consciencia siempre hallas un problema: no sabes muy bien qué es ni cómo se genera. Es un problema complejo, más aún cuando algunas hipótesis abrazan teorías de índole cuántica en las que el cerebro sería el sustento pero, paradójicamente, los fenómenos se darían en una realidad cuántica y no en la fisicoquímica habitual, que está totalmente adherida a las neuronas. Algunos científicos postulan que si bien el cerebro es el sitio donde vivimos, ciertos fenómenos relacionados con la consciencia se darían en torno al mismo.
P.– 'Cerebros cuánticos'. Suena a ciencia-ficción. ¿Es todo especulación o hay algún tipo de prueba?
R.– Hay autores, como el anestesista Stuart Hameroff, que especulan con que la conciencia se da en ciertas estructuras dentro de la célula, y que estas tienen un origen de tipo cuántico. Los anestesistas son pilares fundamentales para estudiar la conciencia porque se dedican, precisamente, a hacerla perder a las personas para poderlas operar. Es una hipótesis no comprobada. No sabemos exactamente dónde y cómo opera. Y yo ni siquiera me adhiero a esa hipótesis, sólo digo que es una de las más aventuradas. Toda especulación es arriesgada. Yo mismo participé en un experimento con campos magnéticos en el que se probó un enlazamiento entre cerebros. El último de estos experimentos se realizó en la Laurentian University de Sudbury, en Canadá, hace 4 años.
P.– Espere, ¿campos magnéticos que entrelazan cerebros a distancia? ¿Cómo es eso posible?
R.– Hicimos oscilar cerebros mediante una serie de bobinas que se encontraban exactamente en la misma frecuencia, de forma que tuviesen un entrelazamiento unos con otros. Para entenderlo: el precedente es un experimento con una colonia de células cancerosas sometidas a fotoemisión. ¿Qué significa? Coges una serie de células de un lugar determinado, las cultivas en un medio concreto y las mantienes totalmente a oscuras. A 30 kilómetros tienes un grupo de células de la misma línea celular. En ambos tienes esas bobinas que oscilan a la misma frecuencia. Lo llamativo del estudio es lo siguiente: cuando, estando a oscuras, le aplicas a una de las colonias una intensidad lumínica de unos 15.000 lux, prácticamente la del Sol, se produce un pelotazo de luz. Las células gemelas, que están a 30 kilómetros enlazadas mediante campos magnéticos, tienen un fotomultiplicador, que es un aparato con muchísima sensibilidad que percibe hasta un fotón. Todo está oscuro y cubierto de papeles de aluminio pintados de negro mate. Bueno, pues aunque parezca ciencia-ficción, cuando le aplicas luz a la colonia que está a 30 kilómetros, esta otra colonia [la que está a oscuras] empieza a emitir fotones.
P.– ¿Cómo podría explicarse?
R.– Parece que hay un enlazamiento entre unos y otros. Esto podría explicar otro tipo de fenómenos que hoy entran dentro del terreno de la parapsicología pero que quizás deberían entrar en el de la neurología, como la telepatía y la sensación de enlace emocional con otra persona, como una madre con su hijo. Por ejemplo, una amiga mía, neurocirujana, notó cómo su padre estaba muriendo en Buenos Aires y se despertó de golpe en medio de la noche. Seguro que todos hemos escuchado algún caso similar. El problema es cómo suele funcionar la ciencia: cuando hablas de estas cosas, hay un 99% que se opone. Ha ocurrido siempre. Cuando el inventor del electroencefalógrafo creó el susodicho aparato, los mejores especialistas a nivel mundial lo tildaron de loco. ¿Cómo iba a haber electricidad en el cerebro si todo era física y química? Luego se comprobó que tenía razón.
P.– Entonces, cuando hablamos de las ECM, podemos confirmar que son reales, pero no necesariamente pertenecen al terreno de lo paranormal.
R.– Sin meterse en si son verdaderas en cuanto a su trascendencia fuera de la conciencia o fuera del cerebro, tenemos que afirmar que existen las ECM. La gente las vive como tal. Pero ¿realmente trascienden a la propia muerte? ¿O de qué manera trascienden? Ahí es donde comienza la complejidad. ¿Pueden ser corroboradas por parte de terceros? Nosotros estamos viendo que hay una serie de personas, muchas de ellas profesionales, que corroboran esas experiencias cercanas a la muerte, como cuando un paciente se encontraba en paro cardíaco, los enfermeros avisaron a un médico de urgencias, este vino en moto y el paciente, después de ser reanimado, pudo describir el tipo de moto, el color de la cazadora y hasta por dónde subió. Si eres muy escéptico, y esto hay que tomarlo en consideración, puedes decir que lo escuchó en alguna conversación y que habrá algún tipo de explicación, pero hay relatos de ECM que son realmente llamativos y que escapan a toda lógica.
P.– ¿Cuáles son las características principales de una ECM?
R.– No todas cumplen los requisitos ni sus fases tienen que ver necesariamente con la ECM sobrenatural. Algunas fases, de hecho, pueden tener una explicación fisiológica 'vulgarcita', como la sensación de bienestar. Tú produces endorfinas cuando hay dolores. Los ratones, cuando están muriendo, tienen pelotazos de endorfinas. Quizás es una forma que tiene la naturaleza de ayudarte a morir. Te hace 'flotar', como cuando practicas mucho deporte. El dolor produce una secreción endorfínica, y ese bienestar puede ser por eso. Otras características típicas de las ECM son la sensación de flotación, la disociación y las experiencias extracorpóreas.
P.– ¿Son siempre positivas?
R.– No, las hay negativas, y en estas se ve lo peor. Literalmente, el infierno: almas dolientes, personas que lo pasan fatal, miedo, temor. Uno mismo está sufriendo. Ve el equivalente a entes que pudieran clasificarse como demonios, seres con carga energética negativa. He tenido el caso de un periodista del ABC que relató una ECM así. Falleció hace poco. Siempre me queda la duda de si este tipo de experiencias son las que han configurado la idea del infierno en algunas culturas. Imagina que en una tribu alguien tiene una ECM. Si es positiva lo cuenta, y todos los demás lo toman como modelo. Pero la experiencia infernal es probable que también se tomara como modelo. Afortunadamente, son pocas, pero quienes la sufren tienen miedo de contarlo y terror por lo que pudiera pasar.
P.– ¿Dónde están las endorfinas en este caso?
R.– Todo está lleno de cabos sueltos. Hay cosas que no sabemos por qué ocurren. Por eso es un tema tan interesante.
P.– Si hubiese una 'verdad última', ¿no veríamos todos lo mismo?
R.– Aquí topamos con un tema importante, y es que quienes atraviesan esas barreras ya no vuelven para contarlo. Pero si te fijas casi todas son muy similares; la interpretación cultural es lo que difiere. Encontrarse con antepasados es bastante frecuente, y suelen ser personas con un aspecto idealizado. Si tu padre murió en un accidente, no lo ves en el hospital lleno de yesos o ensangrentado: lo ves como tú lo recordabas. Nuestra neurología es semejante, por lo que es lógico pensar que todos tenemos sensaciones parecidas.
[La vida puede pasar ante nosotros antes de morir: el 'accidente' científico que lo confirma]
P.– ¿Todo el mundo tiene una ECM al morir?
R.– Hay gente que no tiene ninguna. Depende mucho de dónde vayas. En los servicios de cardiología hay casi un 20%. Pero no siempre es completa. Y luego está la prima hermana de las ECM, y perdona que me vaya por un lateral, que son los encuentros con fallecidos en personas mayores. Es decir, gente que tiempo antes de fallecer se encuentra con ancestros, como su padre o madre fallecidos hace décadas. ¡Muchos están en estado cognitivo perfecto! Sin ir más lejos, a mi abuelita y a mi abuelito les pasó. La abuela de mi mujer le dijo hace unos días que le había venido a ver su hermana, que había fallecido hace años. ¡Y está perfectamente del coco! Casi todos suelen decirles: 'Te esperamos'. 'No tengas miedo'. ¿Pueden ser mecanismos psicológicos adaptativos? Puede ser.
P.– Es lo que sugiere la lógica científica, pero ¿hace falta desarrollar una sensibilidad especial para sentir este tipo de experiencias?
R.– La espiritualidad tiene un aspecto neurológico y otro cultural. La neurología carga la pistola y la cultura la dispara, aunque eso suele ser en los psicópatas, no en este tipo de situaciones (risas). Es habitual en personas cuyos padres han tenido una gran espiritualidad. Yo, por ejemplo, me crié en Sudamérica, concretamente en Chile, y recuerdo conocer a señoras araucanas y mapuches que contaban historias de gran calado espiritual. Y luego está el aspecto genético. Es posible que haya un factor hereditario. El lóbulo temporal derecho es el que maneja este tipo de sensaciones, y como tantas cosas en el organismo debe tener una tendencia genética. Luego también influye la cultura.
P.– Se nos cultiva en el escepticismo y en el materialismo.
R.– Aunque tengas algo delante muchas veces es difícil verlo. No estamos educados para ello. Es como la sensibilidad, que la puedes tener para la música o la belleza. Las cosas más importantes de nuestra vida no son materiales. La manera en la que quieres a tus hijos o a tu pareja o conceptos como el de 'cultura': si te fijas no tienen una traducción totalmente tangible. Aunque seas muy escéptico, ateo o antiespiritual, si miras dentro de ti mismo gran parte de las cosas que te mueven no son materiales. Incluso la ambición. Vivimos encerrados en un cerebro, así que debemos interpretar lo que sucede, integrarlo y comprenderlo. Nuestra construcción de la realidad depende de factores muy delicados, y de cómo sea esa construcción varía la interpretación que le damos a las ECM. Sólo hace falta un pequeño empujón metabólico para que todo comience a tambalearse. Un brote psicótico, consumir una droga, padecer un trauma, sufrir una pérdida: el mundo no depende sólo del cristal con el que se mire, sino del neurotransmisor con el que se interprete.
P.– ¿Qué partes de una ECM puede explicar la ciencia y qué partes cree que no?
R.– Algunas partes las puede explicar la neurología. Las endorfinas son importantes. La ciencia puede explicar aquellos fenómenos que tienen que ver con las fases iniciales: bienestar, el túnel e incluso el encuentro con personas que han fallecido que son fruto de tu memoria y de tu imaginación; el encuentro con entidades divinas. El túnel podría explicarse por un estrechamiento de la visión, porque la retina deja de recibir sangre y la zona central adquiere mayor importancia, por lo que da la impresión óptica de que está estrechándose. Hay cosas que sí podrían tener explicación científica. Por eso ahora investigo las experiencias de terceros: testigos. Un tercero no te dice si la ECM ha sido real, pero sí corrobora hechos que, de manera objetiva, te dan una idea de que quien sí la ha vivido cuenta las cosas tal y como fueron. Con que sólo llegásemos a descubrir un caso rotundo y contundente... ¡Esa sería la gran prueba! Uno que rompa las creencias. El caso 'eureka'.
P.– ¿Cuál es la ECM que más le ha impresionado?
R.– Las de los niños. Por la frescura, la naturalidad y la poca corrupción del relato. Y en segundo lugar aquellas en las que hay una capacidad de verificación. En Salt Lake City hablé de un acontecimiento en Hartford, Connecticut, que hizo historia: durante su ECM, una paciente supuestamente tuvo una experiencia extracorpórea y vio una zapatilla de deporte roja en el alféizar de una ventana del edificio, cuando es imposible que la viera por la estructura de la construcción. Al final de la charla se me acercó una señora y me dijo: yo soy Kimberly Clarke [la enfermera que la trató] y la zapatilla no era roja, era verde (risas). Hay personas que exageran o idealizan este tipo de cosas, y la memoria es sumamente traicionera, pero aunquea seas súper escéptico, desde el punto de vista antropológico es muy interesante. La ciencia puede estudiar lo que sea. No debería darnos vergüenza. ¿Cuántos prejuicios tenemos? Nos creemos libres y no es así. Todos los fenómenos, hasta rezar el rosario o meditar, pueden ser estudiados por la ciencia.
P.– ¿Deberíamos enseñar más sobre la muerte a los niños?
R.– Sí, porque la única manera de disfrutar de la vida es conociendo que existe la muerte. De lo contrario, envejeces en vez de madurar. Te lo tomas todo sin darte cuenta de que al final querrás haberle dado sentido a tu vida. Lo que distingue al ser humano, al fin y al cabo, son tanto la trascendencia como la conciencia del sí mismo. Es lo que marca la diferencia.
P.– He de preguntárselo directamente: ¿qué piensa de todo esto? ¿Hay algo más allá de la vida?
R.– Tengo un pie en el escepticismo para que nadie me la cuele y otro pie en ese terreno en el que, honestamente, me siento mentalmente abierto a cualquier cosa que pudiera suceder.
[Carl Jung, la noche cósmica del alma]
Llegados a este punto, cabe volver a hacerse la misma pregunta que al comienzo: ¿existe algún tipo de realidad trascendente tras las ECM o son sólo fruto de un cerebro moribundo? La respuesta, muchas veces, se diluye en un tóxico debate que enfrenta cientificismo y metafísica. Para quienes se abrazan desesperadamente al empirismo, hablar de trascendencia implica despreciar el rigor científico, por lo que niegan la dimensión espiritual del ser humano; quienes aportan soluciones mágicas a problemas cotidianos y desprecian la evidencia científica corren el riesgo de convertirse en charlatanes. Al final todo se resume en dos visiones enfrentadas de la realidad. De ahí el escepticismo de Gaona, que tanto recelo causa entre unos y otros.
Lo que es una evidencia es que las personas que tienen una experiencia cercana a la muerte existen y sus vidas quedan transformadas para siempre. Muchos rompen su relación con sus parejas porque es tal el cambio que dejan de interesarse por lo material y se vuelcan en lo espiritual. Otros tienen miedo de contarlo por si son objeto de burla y por eso se refugian en Proyecto Túnel. Aunque la lógica empírica de la neurociencia parece indicar que todo lo que ocurre durante las ECM es fruto de la actividad cerebral, lo cierto es que quienes pasan por ese trance confiesan haber sentido algo real que trasciende lo terrenal. La respuesta al debate puede ser decepcionante para todos: no sabemos qué hay más allá del túnel, ni siquiera si hay algo. Y es posible que nunca lo sepamos. Al menos, no hasta que la muerte gane la partida de ajedrez. Por lo pronto, ha dejado de nevar.