Macarena Olona (Alicante, 1974) nos cita en Sevilla a tres días de las elecciones. Ninguno de los carteles que cuelgan de las farolas y marquesinas de la capital andaluza lucen su rostro, aflamencado histriónicamente sobre las mismas bridas hace ahora un año. Su vida ha dado un vuelco desde entonces. Anda en plena búsqueda, a la caza de la X en el mapa del espacio político. ¿Qué hacer tras un divorcio público, sentimental, ¿ideológico?, a todas luces traumático, si te preguntan todos los días si vas a montar un partido? La idea le seduce, pero es un mar de dudas, un bucle en su cabeza. Para nadie suena más fuerte el segundero del reloj de la estación de Santa Justa. El tiempo apremia. Tiene pocos meses para decidirse. Faltan apoyos de postín. Es ahora o nunca.
"No lloré delante de ellos", se consuela esta mujer telegénica, con las características físicas de un diamante, frágil y dura, obsesionada con reconstruir los puentes dinamitados cuando era la zapadora de Vox en el Congreso. "No lloré delante de ellos", repite en el primer coche que tomamos. De Santiago Abascal, de Javier Ortega Smith, de Iván Espinosa de los Monteros, de Jorge Buxadé, de Kiko Méndez-Monasterio, del consejo de ministros de Vox; presentes en aquel maldito hotel la noche de las elecciones andaluza, el pasado 26 de junio, cuando dejaron a su familia en la puerta. Menuda metáfora soviética para mostrar el camino. La bronca sería tremenda. "No te lo imaginas", confiesa. También las lágrimas al llegar a la misma suite con vistas a la Catedral donde durmió aquel día. Palomitas, pitillos Marlboro y "gente que me quiere de verdad" la acompañarán mañana.
Besó la lona Olona, recogió el acta, acechó la enfermedad, entregó el acta, se agazapó y resurgió en septiembre en el Camino de Santiago con el mismo ánimo que Forrest Gump corrió de costa a costa los Estados Unidos. Para superar el duelo. "Un auténtico descenso a los infiernos lo que estoy recorriendo", reconoce, revitalizada, nada pusilánime, cosida a base de frases motivadoras, a veces de galletita de la suerte, otras con cierto punch.
Ha venido a Sevilla a conocer la realidad de las Tres Mil Viviendas, el barrio más pobre de España. Una visita anunciada y seguida por Twitter con la que asegura saldar una antigua deuda personal. "Cuando estaba en Vox no me dejaron venir", cuenta cruzando el primer paso de cebra. Argumenta que dentro del partido son muchos los prejuiciosos con los gitanos. Los racistas, vaya. También los antivacunas o los homófobos. "Gente para los que hay un espacio", desliza la posibilidad de una isla, el mar de dudas, el bucle en la cabeza.
En noviembre del año pasado presentó la Fundación Igualdad Iberoamericana como germen de esa potencial organización. ¿Su primer propósito? "Apoyar una Iniciativa Legislativa Popular, una ley del pueblo y para el pueblo, que pretende irrumpir en el Congreso de los Diputados con sentido común para que, por primera vez en el ordenamiento jurídico español, se reconozca como una forma específica de violencia sobre los hijos menores las denuncias falsas en el ámbito de la violencia doméstica", explicará luego en el hotel.
Nos montamos en el Mercedes de Emilio, un tipo afabilísimo, grande, dadivoso, con tres carreras en la Universidad de la Calle y criado en las Tres Mil. Fue chófer de Francisco Correa en 1995, cuando decía ser "asesor de imagen" de José María Aznar. Tiene otro reportaje. Aún capaz de hacer saltar las latas a 50 metros, Olona coge el revólver de la mesita de noche y comienza a disparar. Le preguntamos por aquella bronca en el hotel y por el ex secretario general de Vox, ahora uno de los tres vicepresidentes del partido y candidato de nuevo al Ayuntamiento de Madrid.
—Javier Ortega Smith [pone en las notas del móvil].
—Nunca fue competencia mía. Además, en contra de lo que se dice, yo no influí en que lo echaran de la Secretaría General del partido. Según me contaron fuentes de mi total confianza, fue la información publicada por EL ESPAÑOL sobre un ex agente que se infiltraba en la bases de datos para espiar militantes en Badajoz. Javier Ortega iba ese día, a las nueve de la mañana, a una entrevista con Federico Jiménez Losantos. No sabía absolutamente nada de lo que iba a pasar después. Por primera vez el Comité Ejecutivo Nacional se reunió de urgencia en el Congreso de los Diputados, se celebraba un pleno esa mañana, y se acuerda el cese de Javier Ortega Smith como secretario general y que lo sustituya Ignacio Garriga. También se destituyó a Víctor González, un ataque al sector más falangista del partido
—Iván Espinosa de los Monteros.
—Fue mi binomio en el Congreso. Mi relación era con él fundamentalmente, aunque también con Santiago porque también estaba allí. [Espinosa de los Monteros contactó con Olona por LinkedIn para enrolarla en las filas del partido, allá por 2018].
El paseo por Sevilla en coche aventa las reminiscencias de aquellos días, independientemente de que sea Olona una enamorada de la capital andaluza. Repite, sin embargo, que encabezaría la candidatura desde Granada y no desde Madrid de montar un partido. Cuando salió del último, asegura que comenzó a sufrir la bilis de "violencia política". En una entrevista en El Mundo esta misma semana, Ortega Smith habló de "traición" y "decepción" al preguntarle por ella. "Cuando Vox me despellejaba, las mujeres de izquierdas me defendieron como leonas", se congratula ya en el vestíbulo del hotel.
La habitación tiene las vistas de Sevilla que Sorrentino querría para una grande bellezza sevillana. Si Jerez es Hollywood, Sevilla es Malibú sin playa. Nos sentamos a charlar.
—Ha pasado de ser cabeza de cartel de Vox, una figura no mesiánica pero sí referente para muchos votantes del partido, a antagonista máxima de algunas de esas personas. ¿Cómo se vive eso?
—Yo nunca he pretendido ser heroína. Ni lo he sido ni lo he pretendido. Lo que tengo muy claro es que tampoco soy la villana que algunos se están esforzando en disfrazar. Te puedo asegurar que lo que más siento cuando estoy en la calle es el inmenso cariño de personas de muy distinta ideología que agradecen el trabajo realizado durante estos tres años en el Congreso de los Diputados. Me animan a continuar en este camino que he emprendido de permanecer a su lado. A mí sólo un golpe a traición podía hacerme besar la lona, es algo que tengo muy claro, y fue precisamente el cariño de los españoles, una vez que los problemas de salud quedaron atrás, lo que me puso en pie. Me hizo recordar quién soy, de dónde vengo, por qué di un paso al frente desde mi ámbito profesional para servir en la política, hacia dónde quería ir. Aquí seguimos, de pie, de frente y por derecho.
—Mantienes en Twitter, desde donde ahora se te puede seguir, una actividad frenética. Se han invertido las tornas: te insultan los que antes te alababan y viceversa. Te hemos visto incluso quedar con gente que te insultaba. ¿A qué se debe eso?
—Fue necesario que mi salida de la política se produjese con un golpe traumático para que yo percibiera, al menos con tanta rapidez, que había estado metida en una auténtica trinchera de odio. Quien me quiera escuchar, me estará oyendo. Nadie va a volver a meterme en una trinchera: no sé qué nos deparará el futuro más inmediato en el ámbito político, pero salí de una trinchera y no voy a volver a meterme en otra. De repente, descubrí que tenía con quienes antes eran mis adversarios políticos, por encima de las diferencias, muchas más cosas en común que nos unían. Y tuve muy clara una premisa fundamental: no se puede gobernar nuestra nación desde una esquina, no se puede decir que amas España dejando fuera a más de la mitad de los españoles.
Estoy escuchando manifestaciones en esta campaña electoral señalando a los que vienen de fuera al más puro estilo nazi de marcar con una esvástica. España es muy amplia, no es una España en blanco y negro, y cuando te sientas con personas que antes veías como adversarios y conversas es tremedamente enriquecedor. Te das cuenta de que las necesidades de los españoles, por encima de las ideologías, son las mismas. Advierto ahora, desde fuera, cómo realmente nos han llevado a una absoluta radicalización en el ámbito político. Hooligans. Tenemos auténticos hinchas, no de equipos de fútbol, sino de partidos políticos. El sistema nos quiere radicalizados, porque es de ahí donde se mantiene el estado del bienestar de la partitocracia. Yo estoy en otro punto. He salido de la trinchera, he reventado por completo los corsés ideológicos. Claro que he cambiado. Si hubiese querido que todo siguiese igual, seguiría en Vox.
—¿Es usted más tolerante ahora que hace un año?
—Lo que tengo es una visión mucho más amplia a todos los niveles. Me estoy enriqueciendo con testimonios de personas de muy diferentes ámbitos e ideologías con los que me une la capacidad del diálogo. ¿No se supone que esto es la política? ¿En qué momento hemos permitido que sea sustituida esa capacidad de hacer posible lo imposible, el entendimiento entre diferentes, por un puro sectarismo? Me da igual que me hables de extremos, de derecha o de izquierda. Lo reitero: un país no se puede gobernar desde una esquina del tablero político, porque dejas fuera a muchísimas personas. No creo que la palabra sea tolerante. Sí que, desde luego, tengo muy claro que, a quienes antes en esa trinchera de odio ni habría mirado, ahora -en algunos casos- veo como personas que son fundamentales en mi vida y que me están enriqueciendo enormemente en algo a lo que me estoy dedicando: a reconstruir puentes dinamitados. Tanto por mi anterior formación como por mí misma. Unos puentes que tengo la férrea voluntad de reconstruir y de tender la mano.
—Decías antes una cosa, y aunque no sea lo más ortodoxo, si me permites, xenofobia latente en Vox y esa radicalidad en ciertos sectores. Me decías que ahí hay un nicho, un hueco político. ¿Se ve encabezando una alternativa a Vox?
—Tengo clarísimas varias cosas, dentro de las enormes incertidumbres con las que cualquiera de nosotros tiene que convivir cada día. Para mí lo más importante es poder reconocerme en el espejo, algo que a fecha de hoy puedo decir que lo hago, y además me siento orgullosa. El camino no está siendo sencillo. Los obstáculos que estoy teniendo que sortear son muy grandes. Hay una férrea voluntad de mandarme a casa, dicho por activa y por pasiva por parte de algunos. Entiendo por qué me quieran mandar a casa: me ven como una auténtica amenaza. Yo nunca formaría un Vox 2.0. Critico a otras formaciones políticas, a derecha e izquierda, que han nacido con esta voluntad.
—No vas a ser el Errejón de Vox, entonces.
Te pongo este ejemplo para decirte, acto seguido, que cuando yo pronuncié -y actualmente lo pronuncia Vox en solitario- un discurso que se hizo muy viral en el Congreso afirmando que la violencia no tiene género es algo que reitero en la actualidad. A pesar de que algunos están muy empeñados en distorsionar mi imagen. El hombre no viola, viola un violador. Y me niego, y lucharé hasta donde pueda llegar, para que el 50% de la población española no sea criminalizada por razón de su sexo. Pero, cuidado, que nadie se equivoque: a mí no me pueden meter en un discurso de brocha gorda ni incluirme en el grupo de los negacionistas de la violencia machista. Porque la violencia machista existe, y es algo distinto a la violencia de género.
—Usted defiende que la violencia no tiene género.
—La violencia no tiene género, pero hay ocasiones en que el hombre mata a la mujer porque en un concepto patológico de propiedad, motivado por el machismo, la considera suya. "La maté porque era mía". Hay negacionistas de la violencia machista que lo que hacen es dejar a solas a las mujeres maltratadas y asesinadas con sus maltratadores y potenciales asesinos. Se trata de llevar el sentido común a las instituciones públicas sin discursos de brocha gorda, con sentido común, con ciencia forense y policial, dejando al margen el sectarismo ideológico de un extremo o de otro.
—¿Es usted antisistema?
—No te quepa la menor duda. Pero, ¿sabes qué ocurre? Muy antisistema como mujer que soy de ley y orden. A mí no me verás rodeando el Congreso, me verás luchando contra el sistema que sólo beneficia al régimen de partidos para estar al lado del pueblo. Por eso, por más que moleste a determinados sectores, no dejaré de poner en valor que uno de mis grandes referentes políticos es Julio Anguita. A pesar de tener discrepancias en las soluciones, coincido por completo en la mayor parte de los diagnósticos que él hacía. Él lo preguntaba: ¿qué vais a hacer españoles? ¿O ellos o nosotros? Es la misma pregunta que yo formulo. Y entiendo que la gente se quede en su casa en las elecciones. Lo entiendo perfectamente.
—Llama la atención que sea más fácil encontrar en su timeline a Julio Anguita que a Margaret Thatcher.
—Fíjate, desde que se produce mi salida de Vox me han equiparado con Giorgia Meloni...
—Pero a usted le gusta.
—Sí, por supuesto. Es una mujer que, objetivamente, ha roto todos los techos de cristal que a la fecha se siguen sin romper en España. Primero, determinados artículos e influyentes de opinión me asimilaron a Meloni en un posible proyecto político. Vieron que soy una persona, frente a las manipulaciones, firmemente defensora de la diversidad y que alzo la voz para defender a quienes se sienten y padecen una discriminación por razón de su orientación sexual. Como vieron que yo escoraba hacia esa defensa del colectivo, entonces me equipararon con Le Pen.
Como vieron que las diferencias son abismales y que he denunciado públicamente que hay discursos como el que mantiene el Frente Obrero o el propio Vox que se asimilan a Le Pen, a diferencia de Giorgia Meloni, en materia de inmigración, porque lo que hacen es luchar contra la inmigración, a diferencia de Giorgia Meloni que lo que hace es defender una inmigración ordenada y luchar contra la inmigración ilegal, se les cayó esa asimilación con Le Pen. Entonces, después, Margaret Thatcher. Tiraban de hemeroteca, y lo veían en la actualidad, yo soy una firme defensora del escudo social. Se nos iba esa vena liberal en lo económico de Margaret Thatcher. En política dicen que te etiquetas o te etiquetan. Yo entiendo que es muy difícil el estar delante de algo que no es un producto de marketing político. Pero es lo que hay. Para lo bueno y para lo malo.
—Usted es consciente del caudal político que tiene y de que ese caudal político, de no materializarlo en algo, acabaría disipándose. Si no presenta a las elecciones generales este año, no se presentará a las 2027.
—Soy consciente de que, en política, 24 horas es una vida. Ahora va a hacer casi un año que abandoné la política activa. A fecha de hoy, sigo latiendo, porque un tuit genera titulares mediáticos. Mi ex formación, a través de sus satélites mediáticos, difundió el bulo de que esto era una consigna de Moncloa que había dado a los medios de comunicación -lo han hecho, por ejemplo, refiriéndose a EL ESPAÑOL- y la verdad es que cuando os tengo delante, igual que hice con Jordi Évole, no puedo dejar de preguntároslo: ¿os han pagado para tenerme aquí? Porque si os han pagado yo quiero mi parte de la comisión [risas]. No tiene ningún tipo de fundamento, pero es cierto que, por razones que desconozco y que agradezco a los españoles, quieren seguir sabiendo de mí. Yo lo digo con mucho orgullo, sé que a Jordi Évole no le hará ninguna gracia, pero ahora que ha concluido la última temporada de su programa, de Lo de Évole, mi entrevista ha sido la más vista. Y lo digo con mucho orgullo.
—¿Es ahora o nunca?
—Tengo voluntad de servir, no de servirme a mí misma. No tengo una vocación política. La política entró a mi vida de manera accidental, reitero, porque se cruzó en mi camino. Me contactaron a través de LinkedIn, por las noticias que conocían de mí, por mi lucha contra la corrupción y, sobre todo, por mi defensa de España en el País Vasco. Si decidí dar un paso al frente en 2019 es porque España me dolía demasiado y Vox me parecía la antítesis del partido, a diferencia de fecha de hoy, que ya no lo es. Mi vocación es servir a los españoles, por eso oposité durante cinco años y alcancé mi sueño de ser abogada del Estado. En la actualidad sigo sirviendo a los españoles desde la Audiencia Nacional. Tengo un trabajo que es extraordinario, que me permite defender al Estado.
Cuando entré en Vox en 2019, me prometieron que entraba en una familia. Lo que yo he creado en el Congreso de los Diputados, una auténtica familia. Lo que nadie me dijo es que, si me atrevía a disentir y decidía marcharme, lo que me iba a encontrar es con una secta. Es sorprendente, porque si tiramos de antecedente, Vox sí que se forma como un PP 2.0., a pesar de que no aglutina exclusivamente votantes de derechas, pero en origen, los fundadores, eran en exclusiva ex PP que tenían una voluntad de formar una formación política propia al no haber encontrado un encaje adecuado en su partido originario, en el que habían militado 20 o 30 años. Se marchan, forman su propio partido y lo levantan a base de insultar a su antigua formación: la derechita cobarde. Hay que ver cómo se comportó el PP con esos ex para encontrar las grandes diferencias a como se están comportando conmigo que ni he montado un partido, aunque tengo todo el derecho del mundo a hacerlo; ni he insultado. Simplemente, me he negado a irme a casa con la cabeza agachada.
"Yo no sé si tengo caudal político, pero si sé que tengo foco mediático", remata con dandismo.
Las gitanas, la Modelo, las Tres Mil
Las Tres Mil Viviendas es una jaula de grillos. Una sabana donde mandan leones territoriales. Hay más gallos que perros por las calles. Las cadenas de oro de algunos niños son más gruesas que las de Kanye West. El compás en las venas de los gitanitos alegran de las tardes. Hablan de Emilio Caracafé y de los hermanos Rafael y Raimundo Amador como ídolos localísimos, capaces de prosperar desde una inmundicia de la que son conscientes. Todo se mueve a base de códigos. El respeto es ley. Y la religión evangélica la tabla de salvación para muchos: una vuelta de tuerca a la espiritualidad para que las misas sepan a Super Bowl.
La cámara de Cristina por la ventanilla del coche incomoda desde el primer momento. Le digo a Emilio que es la primera vez que veo a alguien pincharse. Olona asume por ósmosis todos los males que acechan al barrio y, como John Coffey, aquel preso negro y enorme de La Milla Verde a quien afectaban todos los pecados de su alrededor, parece afligida. Fernando 'El Chino' es el pastor evangélico de la Iglesia de Filadelfia que nos enseña un barrio donde, hasta no hace mucho, los pisos costaban 6.000 euros. Tiene un 13 tatuado en la muñeca. "Es que no soy supesticioso", alega, con la chulería que no tienen los curas católicos.
Recuerda Olona los problemas de adicción de su padre conversando con El Chino. Aunque tiene herida, como sustantivo metafórico, "como también tiene Abascal", asegura que esa no es una de ellas. Antes, en el hotel, comenta sus filias con las gitanitas que la ayudaban cuando, opositando, acudía a la cárcel Modelo de Barcelona para visitar a su padre. "Tuvo una condena de conformidad por su drogadicción y lo que hizo fue conformarse por una pena inferior a dos años para que se le suspendiera la pena de prisión a cambio de ingresar en un centro de tratamiento. ¿Qué sucede? Que recayó, y como recayó, tuvo que ingresar en prisión esos dos años", nos contó en el vestíbulo del hotel. En una de esas visitas, aglomeradas las visitantes en la puerta, se llevó un gomazo de los Mossos y las gitanas la protegieron.
Quizás de ahí venga esa filia.
—¿Tú sabes cómo me cuidaban a mí las gitanas? Porque no me cabe la menor que, aunque no me conociesen de nada, sabían que estaba más perdida que un pez fuera del agua. Lo de la Modelo es muy heavy. Yo iba recitando los temas en la calle. Hacías cola en la calle, en una de las principales arterias de Barcelona, y era como una pescadería: cogías número. Los Mossos, como la competencia está transferida, cortaban cuando el aforo se había completado. ¿Cuál era mi problema? Cuando era vis a vis no había problema porque tenía la cita reservada. Pero cuando era cita de cristal, que eso es conforme tenías número y aforo disponible, te podías quedar en la calle. En más de una ocasión, las gitanas me cogían y, cuando veían que me había quedado fuera porque se había cortado el aforo, en la cola, me cambiaban el número y me dejaban pasar. Fue una manera de cuidarme. Había de todo, pero me ayudaban las gitanas.
Nos despedimos. Olona se queda y El Chino ha decidido que esa tarde, para que ella lo vea, predicará en la Iglesia Evangélica de Filadelfia. La ex figura de Vox sube luego a Twitter un vídeo del espectáculo musical que acompaña al culto. Parece buscarse, lo del partido es un mar de dudas, un bucle en su cabeza. Un mural de Camarón junto a la iglesia, un bajo con pinta de almacén, recuerda a los vecinos que todavía hay esperanza.