Luz Casal es un icono. Una chica todoterreno. Una rockera de cepa que puede hacer lo que quiera: una canción eterna, feminista y desafiante como No me importa nada; o un bolero si se le antoja en medio de un nuevo disco con canciones inéditas (después de cinco años) que ha bautizado como Las ventanas de mi alma; o más de dos mil llamadas telefónicas durante la pandemia para hablar con personas que se sintieran solas. Tiene una filosofía muy particular de la vida, Luz. No es que en los ochenta sacase los pies del tiesto: es que nunca pisó la tierra impuesta y siempre voló a su rollo. Tan dulce, hermosa y distinta.
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Una vez fue una niña que creció en un hogar con tres amores (dos padres, uno biológico y otro no, y una madre): una familia anómala y vanguardista en la que todos se llevaban mágicamente, ¡hasta sus dos padres eran buenos amigos!, con aún más valor en medio de esa España carca, misógina y rara. Eso le marcó la vida y le enseñó dignidad, libertad y empatía. Hoy lo segrega por los cuatro costados. Hay algo en los párpados de Luz: un telón que abraza y no juzga, que entiende la complejidad del mundo.
Desde entonces hasta ahora sucedió de todo: la juventud, el éxito, los jeans rotos, el llamar a mil puertas, el echarle cara (y ovarios) a los carcamales de la calle y de una industria testosterónica, el esquivar sobones y algunos ramos de novia, el rechazar que la llamaran "nena", el enamorarse, el aprender, el superar dos episodios de cáncer y aprovechar esos momentos tan difíciles para parir dos discos, el seguir en pie, seguir en pie, seguir en pie, porque Luz es el rock y el rock no sabe hacer otra cosa que resistir.
Tampoco sabe parar: acaba de recibir la mayor distinción artística de Francia. El país galo se rinde de nuevo ante ella y el próximo 30 de mayo será reconocida como comendadora de las Artes y las Letras en un acto presidido por la ministra de Cultura, Rima Abdul Malak.
Dice que este es su disco más personal y nos deja asomarnos a los balconcitos de su espíritu: desde aquí avistamos un paisaje daliniano, con una playa y un teléfono rojo y un corazón con vísceras y un reloj y una luna llena de día y una niña que corre y una cometa que nunca se suelta, mucho más grande que ella, como su pasión, como sus ganas de aventura.
P.- ¿A dónde llevan las ventanas de tu alma? ¿Es así tu alma por dentro: como la vemos en la foto de portada?
R.- El título con la ilustración de la portada yo creo que dan bastantes pistas de lo que hay, de lo que va a encontrarse la gente. La palabra “alma” es mi manera evidente de querer profundizar más allá de lo obvio. A mí misma me estoy descubriendo todavía, cada día. Tengo cosas malas, ¿eh? Y procuro paliarlas. Algunas de mis reacciones… (ríe). Pero creo que la inocencia es algo que he descubierto de mí: quiero permanecer pura, inocente. No quiero convertirme en una mujer retraída o deshonesta, aunque haya podido vivir experiencias duras.
P.- ¿Cuándo se te agrietó la inocencia?
R.- No ha habido un episodio concreto que me haya tambaleado y me haya hecho decir “a partir de ahora, seré de otra manera”. No. Pero la vida cotidiana te va colocando pátinas de autocontrol, ¿no? Me he rebelado contra eso, contra el camino que la mayoría lleva. Y tengo la sensación de que he avanzado, de que he mejorado. Una constante en mi vida ha sido ser mejor hoy, en todos los sentidos, que el día de ayer. Es un propósito que me resulta ilusionante y no me produce ansiedad.
P.- ¿Qué es la rebelión para Luz Casal?
R.- En mi caso tiene que ver clarísimamente con mi incompatibilidad con las injusticias. No sólo las que afectan al colectivo, sino al individuo. Odio a los que subestiman a la persona de la manera que sea. Me produce rebeldía. En mi caso he tenido que rebelarme cuando no me han dejado ser lo libre que yo quiero.
"No voy a permitir que me limiten"
P.- ¿Quién ha intentado marcar tu camino?
R.- Si hubiese sido una sola persona, sería fácil de arreglar (ríe). Mucha, mucha. Incluso estilísticamente, ¿no? Siempre está esa cosa de “pero, ¿cómo es posible que compongas un bolero y luego un rock and roll, por la cara?”. Muy sencillo: haciéndolo. No voy a permitir que me limiten. Nadie me va a decir que no puedo escribir una canción de una pareja que conocí una noche y de la que luego me imaginé su discurrir, sus diferentes etapas amorosas… escribiré lo que quiera, cantaré lo que quiera.
P.- He leído que te hiciste mujer antes de tiempo. ¿Por qué? ¿Qué cosas se te quedaron por hacer en la última niñez o en la primera juventud?
R.- Pues al dedicarme tan pronto a la música creo que la mayoría de cosas que la gente tiene y hace entre los diez años y los veinte, quizá, me las perdí un poco, porque estaba centrada en la música. Los demás iban al cine y yo a cantar. Los demás se enamoraban y a mí no me daba tiempo, porque estaba en otra cosa. Son pérdidas que verdaderamente valoras más tarde, cuando comparas, pero yo no miro al pasado nunca, casi nunca, y menos a mi propio pasado, y doy por bien empleadas las cosas que he hecho.
Siempre he sido analítica a la hora de tomar decisiones importantes. Siempre las he meditado. Quise convencer a mis padres para venirme a Madrid a estudiar Música (ese era el planteamiento entendible para que mi madre pudiera decir “no, es que la niña está matriculada en el conservatorio”) (ríe). Todo lo que he hecho ha sido meditado, calibrado, y porque no me quedaba otra alternativa. Esto es lo que quiero y debo hacerlo.
P.- Además has crecido en una familia muy particular, con dos padres (uno biológico, otro el amante de tu madre) y una madre. ¿Cómo te ha marcado a la hora de entender el amor, las relaciones?
R.- Absolutamente. Claro. Me ha hecho más libre. Gracias a crecer en la misma casa con dos padres, con José y Maximino, y con una madre... entendí que se podía amar de maneras diferentes, y me ha ayudado a ser una persona comprensiva, y he entendido que cada persona, en una misma situación, responde de manera diferente, y que incluso tres opiniones distintas pueden llevar razón (ríe). Es complejo, pero así lo viví.
P.- Era un ejercicio de mucho civismo, ¿no? Tu padre biológico se llevaba muy bien con tu otro padre, ¡qué bueno en un país tan pasional, de tantas posesiones…! Eran muy amigos. Qué hermoso y extraño.
R.- Sí (ríe). Yo creo que tuve cierta precaución en decirlo… no por mí, ¿no? Sino por el mundo, un poco. Lo mencioné la primera vez en un programa en el que se hablaba de mí desde prismas tan distintos que me parecía un poco grave no mencionar esa parte, que me construyó emocionalmente y como mujer y como individuo. Por eso quise aportar esa información. Eso me marcó. Marcó mi vida, mi desarrollo. Y me enseñó la lección de que se puede vivir de múltiples maneras.
Cada persona es única, cada concierto es único, cada momento es único. Este momento es único. Nos volveremos a encontrar, tú y yo, y hablaremos de otro disco, de otras cosas, pero no será lo mismo. Habrá nuevos elementos que distorsionen nuestro encuentro. Por eso en vez de luchar contra ello, lo he abrazado. Esto lo puedo mencionar, pero siempre he procurado no ser frívola con el tema.
"A mí lo que me interesa es que la gente se sienta sola cuando quiere sentirse sola y se sienta querida cuando quiera sentirse querida. Es lo que todos buscamos"
P.- ¿Qué has aprendido del amor desde niña hasta ahora? ¿Qué opinión te merece el poliamor? ¿Y la monogamia como institución, según algunos, caduca?
R.- A mí lo que me interesa es que la gente se sienta sola cuando quiere sentirse sola y se sienta querida cuando quiera sentirse querida. Es lo que buscamos. Sentirte escuchada, apreciada, amada por tu amiga, por tu padre, por tu vecina… la vida no es el amor de pareja, ya está bien con eso.
P.- Has reivindicado mucho la amistad.
R.- Claro, porque a diferencia de la familia, es casi una casualidad. Es un valor importantísimo. Suave es la noche… mira, yo nunca había hecho un bolero. Lo he hecho por amistad. Una vez estuve enfermita y me dediqué a entretenerme y a tener conocimiento de la música popular, y, en este caso, de la música latinoamericana clásica, y de repente, yo qué sé: me surge un pensamiento de un amigo que es muy enamoradizo… me imagino que él está dándole el rollo a la tía de la que se ha enamorado (¡esta vez!), y lo mezclo con su amor por Cuba…
P.- Es una canción muy sensual.
R.- Sí. Sin ninguna duda. Es la canción sensual del álbum.
P.- ¿Qué importancia tiene el sexo en tu vida?
R.- No es el protagonista, te lo digo sin lugar a dudas. No.
P.- ¿Por qué?
R.- Porque nunca me ha parecido para tanto, nunca me ha parecido lo más importante. Me interesa la atracción, que es una cosa distinta, pero el sexo, tampoco tanto. Me ha importado más ser lista, o crecer intelectualmente, crecer en sabiduría, en conocimiento (para que no suene tan ampuloso) que si tengo esto más desarrollado o esto menos… cuando me decían “eres muy sexy”… cuando me lo podían decir, claro, pues me quedaba sorprendida, porque nunca he potenciado ese posible aspecto mío.
Primero, soy alguien que se dedica a la música. Escribo, compongo, interpreto historias. Ya luego está lo de si eres más alta, o si le caes bien a no sé quién, o si tu nariz es más o menos armónica, o si los labios te los has pintado en rojo… eso se me escapa, verdaderamente. Yo me miro al espejo y me veo como a mí me gustaría verme, pero no sigo parámetros de moda ni de cánones de lo que se lleva o no se lleva.
Yo visto a veces con ropa que tengo de hace tropecientos años y no tengo ningún tipo de pudor ni de incomodidad en que alguien pueda pensar “¿y ese pantalón?”. Estos zapatos deben tener 15 años. Yo nunca he potenciado el hecho de ser mujer o ser madura o fresca o alta o desarrollada o caída.
P.- ¿Recuerdas obstáculos machistas en tu carrera?
R.- Imagínate. Ha habido de todo. Estamos en el 2023. Me recuerdo a mí con 16 años, buscándome la vida, llamando a todas las puertas posibles, con unos pantalones jeans rotos acampanados y un jersey voluminoso… esa era mi estética. Y la melena hasta el culo.
P.- ¿Qué pasó ahí?
R.- Ahí… tuve que tener precauciones. Sabía que una invitación podía tener fines ¿sexuales?, bueno, consecuencias que no tenían nada que ver con el propósito mío, que era el de trabajar. Pero ya te decía: procuro no echar la mirada atrás. Piensa en todos los años que han pasado. Imagínate a una tía… tal… que llega a la puerta y dice “yo soy cantante”. “Vale, ¿y qué más?”. No, no hay más. O empezar en el año 83 haciendo la gira de Miguel Ríos y sabiendo que eras una tía que apenas nadie conocía de todo el público, porque yo acababa de sacar mi primer disco. Un público muy numeroso, y de día, y ofreciendo lo que sabía hacer.
"Nunca he potenciado el hecho de ser mujer ni he querido ser sexy: mi prioridad ha sido ser lista"
P.- ¿Esquivaste proposiciones sexuales con elegancia?
R.- No sé si con elegancia, pero las esquivé. He tenido siempre mucha fortaleza y las ideas muy claras. Hay tentaciones que es mejor evitar y hay gente a la que le tienes que decir hola y adiós al mismo tiempo.
P.- Cantas en ‘Hola, ¿qué tal?’: “Yo también he sido muchas veces rehén de mis flaquezas”. Hiciste más de dos mil llamadas en pandemia para hablar con personas que se encontrasen mal o solas, de ahí esta canción. ¿Qué contabas tú?
R.- Yo contaba poco. Salvo que me dijeran… bueno, la gente que sabe que he padecido cáncer y a lo mejor estaba en tratamiento, me preguntaba por eso y yo le decía “efectivamente”, le contaba un poco mi caso. Le decía que no hay que dejarse apabullar por la enfermedad ni por las consecuencias ni por todos los capítulos que hay que pasar en el tratamiento. Verdaderamente, yo lo que hice fue poner mis oídos. Me gustó ayudar. Yo estaba en Málaga. Fue una experiencia brutal. Igual hablaba con una anciana de noventa y muchos años que con un niño que apenas sabía hablar y me pasaba su madre, porque ella siempre le ponía mi música (ríe). Todo ese abanico.
P.- Siempre has dicho que el cáncer no te hizo mejor ni peor. ¿Qué piensas del discurso de autoayuda que abunda ahora mismo: “si sonríes, lo lograrás”, o conceptos como “batalla” o “lucha” para hablar de una enfermedad?
R.- Verdad que la actitud ante las dificultades o las enfermedades yo creo que ayuda, pero lo más importante son los tratamientos. Antes del tratamiento, también tener información, saber que a partir de determinada edad puedes tener determinados problemas, por ejemplo. En mi caso fue una cuestión genética. Saberlo me dejó más tranquila, saber que no fue por malos hábitos.
La primera vez que me invitaron a hacer una intervención en el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas lo que dije, desde mi punto de vista, es que lo más importante era la información. Cuanto más informada estás, menos miedos tienes. El miedo paraliza a la gente. Es una enfermedad muy común, tenemos muy buenos profesionales y tú tienes que poner mucho de tu parte. Tienes que tener fortaleza.
P.- Fortaleza pero sin romantización. Esto de “tengamos alegría”…
R.- Alegría, alegría… (ríe, cabeceando). No, es difícil tener de eso… No hay que infantilizar ni frivolizar sobre el cáncer. Es que tiene que ver con la vida, con la salud. Cuando pierdes la salud, todo lo demás queda aparcado. El único objetivo es sobrevivir, y, además, tus fuerzas son menores. Hay que tener una gran confianza en nuestro sistema médico, pero la responsabilidad no está en el otro lado, está también en ti, tienes que poner de tu parte: “Yo quiero sanarme”.
Tú le das esa información al cerebro, pero, desde luego, necesita más ayuda que esa. Yo tuve dos episodios de cáncer e hice dos discos. No hubo un corte radical en mi vida. Dejé de hacer conciertos por razones obvias pero no dejé de trabajar y eso fue importante para mi manera de hacer las cosas, de recuperarme, de ir pasito a paso hasta acabar con los tratamientos. Son episodios de la vida.
P.- Tú siempre has sido un poco verso suelto de la Movida. ¿Qué opinas de eso que dicen algunos ahora de que el punk o la subversión se han vuelto patrimonio de la derecha?
R.- Pues nada. Que no. Que la música no es patrimonio de nadie. Me parece una tontada que digan que el punk ahora es patrimonio de la derecha. He huido de las etiquetas toda mi vida. La música es intangible y produce en cada individuo reacciones distintas, ya puede ser de derechas o de izquierdas o de centro o de arriba o de abajo.