Juan José Millás es un maestro. Uno de nuestros mejores escritores vivos. Uno, también, de los más misteriosos, a pesar de que llevamos décadas leyéndole las columnas y los libros, escuchándole en las radios, escrutándole la mirada sin abarcarla del todo, sin poder aún definirla.
Millás es el autor de los armarios, de los recovecos, de los dobles fondos; el amigo de los símbolos, del desconcierto, de la extrañeza. La vida deja miguitas de pan, nosotros seguimos el camino hacia el bosque y un día descubrimos que ese bosque en el que estábamos perdidos éramos nosotros mismos.
Millás escribe porque rasca lo inquietante. Su lupa nos desviste el mundo, nos hace cuestionar la realidad y sus consensos, nos advierte de la gran farsa. Su sensibilidad, digamos, es hacia lo pequeño, hacia lo fantasmal, hacia el desdoblamiento de nuestra propia personalidad. Su escritura es la escritura de lo secreto. De lo sospechoso. De lo perturbador, y hace bien, porque estamos inevitablemente perturbados.
Es de una fragilidad apasionante, sofisticada. Está pensando, pensando, pensando. Está pensándose a sí mismo. Hurga en la infancia, en el psicoanálisis, en los padres, en las bibliotecas de nuestra vida, en los sueños, en los cuentos, en los arquetipos, porque, como explicaba maravillosamente Ernesto Sábato, la vida no es, ¡no puede ser!, sólo razón pura: el hombre es mito, es símbolo, es sueño.
En Sólo humo (Alfaguara), su última novela, regresa a estas obsesiones que hilvanan toda su literatura: muy especialmente, a la idea (fascinante) de que lo imaginario también es real. Aquí su protagonista, Carlos, al borde de los 18 años, recibe para celebrarlos un regalo bien extravagante: la noticia de que su padre, al que nunca trató, ha fallecido y le ha dejado en herencia una casa llena de libros y pistas sobre sí mismo, historias manuscritas, ¿ficciones o confesiones?, todo un imaginario por explorar al que el chico se acerca como quien se asoma a un abismo.
Así llega a la lectura de los cuentos de los hermanos Grimm, que nunca son cuentos, sino trampolines: te dejarán donde tú quieras. A Carlos lo dejan, al cabo, en los brazos de su padre.
P.- ¿Qué le marca más a uno, los padres que ha tenido o los libros que ha leído?
R.- ¡Uy! Pues yo pienso que quizá nos marcan más los libros que hemos leído, sobre todo cuando han suplido carencias maternas o paternas. El lector se hace en la preadolescencia o en la adolescencia, y con mucha frecuencia se hace lector porque la lectura suple ausencias de carácter especial… el protagonista de mi novela, por ejemplo, ha tenido una ausencia de padre que intenta recuperar con efecto retroactivo mediante sus lecturas.
P.- ¿A ti te contaron cuentos de pequeño?
R.- Los cuentos de la tradición oral me llegaron cuando empecé a leerlos en textos escritos, y los empecé a valorar al leer las versiones que más se acercaban a las originales, ¿no?, que son las que he utilizado para mi libro. Las versiones de los hermanos Grimm, las más fieles. Hasta entonces, hasta que los hermanos Grimm hicieron en Europa la gran labor de fijar los cuentos de la tradición oral, evolucionaban pero de una manera orgánica, adaptándose a los tiempos, y no se les daba hachazos, como hace Disney cuando quita aspectos que considera siniestros. Hoy son fantásticos y muy buenos, siguen funcionando perfectamente…
P.- ¿Qué hay de la censura posmoderna, woke, de los cuentos y los libros infantiles para ser dulcificados o adaptados a un presunto lenguaje no dañino? Mira lo que ha sucedido hace poco con Roald Dahl, que fue felizmente perverso para muchos de nosotros siendo niños.
R.- Sí. Es que esas versiones dulcificadas lo que hacen no sólo es mutilar el cuento, sino mutilar al lector, porque el cuento es un espejo en el que el lector ve sus lados buenos y sus lados malos, sus lados perversos y bondadosos, egoístas y solidarios, y si eliminas los lados oscuros… es como mirarte al espejo y que no te devolviera entera, como si te quitara el brazo derecho. Así, tú acabarías creyendo que no tienes brazo derecho. Pues esto es lo mismo: sin el lado perverso, el lector no se ve reflejado en su totalidad y puede acabar creyendo que es todo bondad, y eso es lo realmente peligroso.
P.- Resulta aterrador que la ficción ahora busque ser siempre ejemplarizante, ¿no? Darnos su moralina, hacernos puros…
R.- Lejos de ser ejemplarizante, se está volviendo mutiladora de aspectos esenciales de la vida. Han intentado que nada inquietante aparezca en un cuento y acabaremos creyendo que no hay nada inquietante en la vida, pero lo inquietante, aunque lo ocultes, existe, y sale por un lado o por otro. De hecho, si no eres capaz de reconocerlo, sale por los peores sitios y crea las peores patologías sociales.
"Las versiones dulcificadas de los cuentos no mutilan sólo al cuento, mutilan al lector"
P.- ¿Y tú, les has contado cuentos a tus hijos?
R.- Sí, todos los cuentos de la tradición oral. Es increíble, porque proceden del fondo, de lo más profundo de los tiempos remotos, de cuando no existía siquiera la escritura, y son de una eficacia tremenda. ¡Hasta el propio Hollywood sigue haciendo películas de esos cuentos!
P.- Hay algo misterioso en los cuentos, algo que remite a todo el ser humano, algo válido sin importar tiempo o raza o condición geográfica.
R.- Justo eso. Son arquetipos del inconsciente colectivo, y por eso son tan eficaces, porque hablan de nuestros asuntos esenciales. El mito aguanta o resiste porque traduce una generalidad que concierne a la sociedad. Hubo un formalista ruso de principios del siglo XX, Vladimir Prop, que analizó la tradición oral de distintas culturas y descubrió que había diez arquetipos que aparecían siempre, como el villano, o el héroe, etc. ¡Incluso en aquellas culturas que no han tenido contacto alguno entre sí! Y se repiten siempre. Es interesante, ¿no te parece? Esto alude a necesidades propias de la naturaleza humana y demuestra que existen, independientemente de dónde se haya desarrollado y de su propia cultura.
P.- Leí un libro de Erich Fromm llamado El lenguaje olvidado: Introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas que hablaba sobre la relación entre nuestro mundo onírico y esos grandes símbolos universales. ¿Por qué se ignora tanto el estudio de nuestros sueños o se les considera mensajes arbitrarios o irrelevantes? ¿Cómo te llevas tú con los tuyos?
R.- Yo me llevo muy bien con mis sueños. A mí me gusta soñar. Las temporadas que no recuerdo lo que he soñado me levanto frustrado, porque me encanta darle vueltas a mis sueños. Las culturas primitivas no distinguen entre el sueño y la vigilia, para ellos todo es realidad, y llevan razón, porque los sueños son realidad también, aunque una realidad de naturaleza distinta a la de la vigilia. Es un error negarlos, es un error negar el mundo subconsciente. Si fuéramos capaces de reconocer impulsos subconscientes viviríamos en sociedades menos patológicas.
Pero los negamos porque negamos todo aquello que nos cuesta entender. Lo rechazamos. El necio desprecia lo que ignora. Vivimos en esa cultura del rechazo a lo incomprendido o incomprensible, y preferimos poner una frontera… es también lo que hacemos con la locura. Cuando a alguien le colocamos la etiqueta de “loco”, eso significa que todo lo que diga esa persona ya no interesa. Y sin embargo, los locos dicen mucho de la sociedad en la que viven, porque son producto directo de esa sociedad, y dicen cosas peligrosas…
"Es un error negar los sueños y el mundo subconsciente, si fuésemos capaces de reconocer esos impulsos viviríamos en sociedades menos patológicas"
P.- ¿Qué es lo “peligroso” que se puede decir en el mundo de hoy?
R.- Es peligroso todo lo que ponga en cuestión la realidad y el consenso que existe sobre ella. Suelo decir que la realidad es un delirio consensuado.
P.- ¿Eres tú, entonces, un hombre peligroso?
R.- Todos los escritores interesantes son peligrosos, toda cultura es peligrosa porque está para poner en cuestión lo establecido, nunca para asentarlo, sino para dudar de ello.
P.- ¿A quién lees hoy?
R.- Yo leo de un modo muy desordenado, pero te podría decir que hace poco un libro me trastornó mucho y lo he recomendado vivamente. Es de una autora catalana llamada Mar García Puig y se titula La historia de los vertebrados. Creo que es el libro del año. Es un libro que tiene que ver con la locura, precisamente. Y es su primera novela. Empieza contando que tal día de enero tuvo hijos gemelos y se volvió loca, y aborda la relación con su locura y su maternidad… una maternidad muy difícil porque eran gemelos prematuros. Luego sigue hablando de la relación entre locura y mujer a lo largo de la historia.
P.- Parece interesante. ¿Cómo te llevas tú con tu locura?
R.- Negocio con ella a diario. Vamos llegando a acuerdos. Es un trabajo de toda la vida. Tengo 77 años y llevo negociando con ella desde pequeño.
P.- ¿Ha habido épocas en las que ha sido más fuerte que tú?
R.- Oh, sí. A veces. Sobre todo en algunas etapas de la juventud.
"Negocio con mi locura a diario, vamos llegando a acuerdos. A veces ha sido más fuerte que yo"
P.- ¿Algún consejo para que no nos posea?
R.- Cada uno busca su propio camino. El mío fue la reflexión, el autoanálisis y el psicoanálisis. He aprendido a conocerme y a saber de dónde vienen determinadas pulsiones, porque los seres humanos le damos mucha importancia al “yo”, creemos que es el que dirige nuestra vida, pero nuestra vida está dirigida por el subconsciente, por pulmones de cuya existencia ni siquiera teníamos noticia…
P.- ¿Confías en la medicación?
R.- Sin duda, hay casos clínicos en los que la medicación ayuda.
P.- Creo que le cogiste cariño un tiempo a la codeína, ¿no?
R.- Ah, sí. Yo, como buen hipocondríaco, he sido muy aficionado a los fármacos, especialmente a los fármacos con codeína. ¡Y al psicoanálisis, no menos! En fin, soy una persona que sufre de ansiedad, y cualquier fármaco que funcione como ansiolítico me viene bien, me relaja, me tranquiliza… aunque procuro aprender a relajarme por otros medios, porque el problema de los fármacos es que generan dos cosas muy malas: tolerancia y adicción. Cada vez los soportas mejor y cada vez necesitas dosis más altas, así que conviene usarlos con prudencia.
P.- ¿Te han servido alguna vez las drogas ilegales para escribir?
R.- He escrito mucho con fármacos legales.
P.- ¿Qué tiene Juan José Millás de su padre y quede su madre?
R.- Esta es complicada. A ver: yo creo que de mi padre la creatividad y de mi madre la tozudez.
P.- Son dos buenos atributos.
R.- Son complementarios.
"Para crear una identidad propia nos tenemos que alejar del padre, pero no podemos completar nuestra identidad si no volvemos a él"
P.- ¿Por qué nos influye tanto a todos nuestra figura paterna, por qué suele ser problemática? Quiero decir: la madre también es fundamental, pero es una figura más clara, más presente. El padre ha sido más opaco y ausente… a veces autoritario y violento… distante…
R.- Eso es cierto. Mira, para crear una identidad propia nos tenemos que alejar del padre, pero no podemos completar esa identidad si no volvemos a él. Es la típica de “matar al padre”: tú no puedes construirte una individualidad autónoma si no te despegas de tus padres, pero no completas tu identidad si no regresas a ellos, esa es la paradoja. Y es verdad que en mi generación el padre era una figura ausente, lejana y misteriosa en algunos casos, pero eso lo hemos arreglado.
P.- ¿Cómo?
R.- Hemos creado padres protésicos. Cuando hablamos de prótesis siempre pensamos en prótesis físicas, en una pierna o en un brazo, pero no hablamos de prótesis mentales. Es decir, sustituimos todas las carencias emocionales con prótesis de carácter emocional también.
P.- ¿Te refieres a que asimilamos como figura paterna a alguien que no lo es? ¿A alguien real, qué sé yo, un tío, un profesor o un amigo?
R.- No, no sólo eso, sino que tú te creas un padre que te has inventado tú, generado a base de trozos de personas que has elegido y que no identificas masivamente con nadie. Coges de aquí y de allá y te lo montas en tu cabecita. Es como un brazo de titanio. Es práctico.
P.- Me contabas antes que tú sí le has contado cuentos a tus hijos, y ya es un poco sorprendente que un padre lo haga, cuando han acostumbrado a escabullirse de esa labor, ¿no? ¿Qué tipo de padre has llegado a ser tú? ¿Has intentado compensar con tu propia paternidad las faltas de la que recibiste?
R.- Bueno, yo he sido un padre muy próximo y creo que excesivamente protector, un poco para suplir, seguro, la carencia que yo tuve, porque mi padre era un padre ausente y estaba en sus cosas. Estaba… pero no estaba.
"He sido un padre excesivamente protector"
P.- ¿Tu vida ha sido literaria? No digo aventurera, digo… literaria. ¿Has mantenido un gran monólogo interior, lo conservas? Entiéndeme: ¿tú te narras?
R.- Mi vida no ha sido literaria en el sentido de lo que se entiende por literario… ha sido una vida muy normal… y la he contado, en todo caso, en una novela titulada El mundo. Con ese libro gané el Planeta y el Premio Nacional de Narrativa, y ahí está contada mi vida, sobre todo mi infancia, hasta los 15 años o así, y yo no la calificaría de “literaria” en el sentido retórico de lo que entendemos por “literario”.
Se suele entender que lo “literario" es algo muy retórico, muy rebuscado, muy alambicado. Se usa en sentido peyorativo. Si digo que tuve una niñez complicada y por eso la calificara de “literaria” sería horrible, ¿no? De ser así, la pobreza sería muy literaria. O los malos tratos serían muy literarios… pero no, no lo son. Por “literario” entendemos algo atormentado, porque se ha sido pobre, o infeliz, o porque te han maltratado los profesores y tus padres. Y si eso es literario, es un desastre, es nuestro desastre.
P.- ¿Cómo ves el cuento de la política actual española? ¿Cómo encaras las elecciones del 23-J?
R.- Bueno, no soy analista político, escribo artículos sobre la vida cotidiana, pero vivo en una sociedad que no me gusta, eso está claro. Está mal organizada, las desigualdades son brutales, la riqueza está mal repartida. Con eso está todo dicho. Lo que veo es que cada vez hay más gente desenganchada del sistema, y a mí me sorprende siempre… que al día siguiente de las elecciones… en todos los análisis que oyes, ninguno habla de la abstención, que es cada día más alta. Cada día hay más gente que cree que el sistema no hará nada por ellos, y a mí eso me parece grave.
"No he dejado de votar nunca, aunque esté enfadado con el sistema: quiero que la izquierda gane las elecciones"
P.- ¿Has dejado tú mismo de votar alguna vez por hastío?
R.- No he dejado de votar nunca, aunque esté enfadado con el sistema, al final tengo un ataque de responsabilidad y voy.
P.- ¿Tienen razón los que lo hacen?
R.- Se les entiende. Estoy preocupado, no sé. Me preocupa el mundo en el que vivo. El sistema no funciona. Vivimos organizados en grupos y esos grupos deben estar articulados de otra manera para que la convivencia no sea un caos, porque cuando esos grupos se desarticulan… aparece el caos… lo lamentaremos.
P.- ¿Votarás con la nariz tapada, entonces?
R.- No es una expresión que me guste mucho, yo no voto con la nariz tapada, pero comprendo a las personas que se abstienen. Ni siquiera es una abstención activa, no es una abstención militante del que dice “yo no voto porque no formo parte del sistema”, es alguien que está tan fuera del sistema que ni se plantea votar.
P.- Si tuvieras que contar un cuento sobre España, ¿dirías que es un país de izquierdas o de derechas?
R.- No lo sé. A ratos es de derechas y a ratos es de izquierdas, es una sociedad donde hay dos bloques que están más o menos igualados y en el centro hay un grupo de gente que inclina las elecciones hacia un lado o hacia el otro en función de lo más inmediato.
P.- De la cultura no se ha escuchado ni media palabra en campaña electoral.
R.- Ah, es que no da réditos. Lo digo con disgusto.
P.- ¿Hay un hada buena en la política española, hay una bruja?
R.- Eso sería simplificador, prefiero no jugar.
P.- ¿Qué espera que suceda el 23-J?
R.- Yo quiero que gane las elecciones la izquierda. Y quiero pensar que todavía hay partido.