Pablo Chiapella Cámara (1976) es pura energía. Irrumpe en la sala con fuerza y se lanza a estrechar la mano con simpatía. Ni las prisas de los ensayos ni el escaso tiempo del que dispone para comer le quitan el buen humor. Al mirarle a los ojos y hablar con él distendidamente en su camerino, recostados en un sofá de cuero negro, uno empieza a comprender por qué le molesta tanto que sus fans y los productores de la industria del cine español lo hayan encasillado en su personaje en La que se avecina. Qué poco tienen que ver a veces los artistas con los clichés que encarnan en la ficción. Quizás esa serenidad y educación que destila en su discurso es herencia de sus humildes raíces turinesas, de esa mixtura de culturas que le otorga al hijo y nieto de inmigrantes una dimensión más profunda de la vida y doma el comportamiento.
Su abuelo era un currante italiano que emigró de Piamonte a España para trabajar en las oficinas de Fiat en los años 20, antes de la Guerra Civil, y quedó arraigado en la Península por culpa de las pasiones que despertó en su estómago el amor de una cordobesa. De ese linaje andaluz proviene el segundo apellido del actor, Cámara, que nada tiene que ver con el de otro de nuestros ilustres intérpretes, Javier Cámara. Cuando nació Chiapella, su familia había emigrado a Albacete, la que estaría destinada a ser su tierra natal. El joven aspirante a actor se vio forzado a ponerse el caparazón de la comedia para evitar las burlas por su apellido. "Se pronuncia 'chapela', pero claro, tú di eso en el Albacete de los años 80", evoca el actor. "Te pegan un cabezazo. Por eso, al final, me quedé con lo de Chape. Hay que decirlo bien. Poco a poco voy reeducando a la gente", bromea.
Cuando ya estaba en la adolescencia tardía, el sueño de Chiapella era convertirse en profesor de deportes. De hecho, estudió Magisterio y se diplomó en Educación Física para ejercer el oficio. Sin embargo, con 23 años, su amigo Ernesto Sevilla, otro albaceteño dotado de un buen sentido del humor, lo engatusó para acabar en Madrid en un casting de La hora chanante. Todo cambió. Llegó Muchachada Nui, un pequeño papel en Aquí no hay quien viva y, finalmente, la culminación de su carrera, La que se avecina y, con ella, el amor de su vida, Natalia Puente, su esposa desde hace 15 años, madre de su hija Valentina, a la que conoció durante el rodaje de la ficción de Mediaset.
Chape, Chiapella o 'Chapela', como se quiera pronunciar, lleva años surfeando la cresta de la ola. Hace escasas semanas estrenó la catorceava temporada de LQSA, un formato televisivo que ya parece inextinguible, y presentó los premios Forqué junto a Macarena Gómez. Además, tiene en las salas de cine una comedia navideña, La Navidad en sus manos, donde comparte cartel con Santiago Segura y su amigo Sevilla, y prepara con el director Carlos Therón y Dani Rovira una comedia de Netflix, El campeón. Es un momento dulce, pero con claroscuros.
El actor confiesa a EL ESPAÑOL | Porfolio que el único 'pero' que pone a su éxito es la falta de reconocimiento que tanto él como otros artistas padecen cuando acaban encasillados en un personaje. En su caso particular, el castizo Amador Rivas. Al principio, la fama la saboreaba con dulzura, pero, una vez conquistada, cualquiera busca ser admirado por lo que de verdad importa: el talento. Qué más da ser un actor reconocido si no se puede demostrar que, además, uno es verdaderamente bueno y trasciende el gag. Esa es la espina que tiene clavada. Pablo Chiapella adora la comedia, pero querría ser la estrella de una película de Almodóvar, o de Garci, o de Bayona; tener la posibilidad de lograr un papel al que hoy sólo podría acceder un selecto club de artistas con una reputación dramática a sus espaldas.
PREGUNTA.– Vive en la cresta de la ola. ¿No le da miedo que un día todo se venga abajo?
RESPUESTA.– Al estar en una serie de éxito como La que se avecina durante 15 años consecutivos tienes esa sensación de estar en la 'cresta' porque alcanzas notoriedad y te conoce la gente. Pero es un sueño que no existe. Para mí la cresta de la ola, más que el hecho de que me conozcan mucho y tener series de éxito, sería hacer una película con un director que me encantase. Un proyecto donde pudiera dar un giro a lo que la gente espera de mí. Me gustaría hacerlo, independientemente de si funciona o no. Aunque nunca querría abandonar la comedia, porque es mi ola y me hace feliz, sí que lo compaginaría con cosas más serias.
P.– Imagino que se refiere al encasillamiento de Amador Rivas. ¿Le pesa el personaje?
R.– No, no, yo ya lo llevo bien. Es imposible y absurdo tratar de luchar contra ello. La única forma de combatir el encasillamiento sería erigiendo otros proyectos, pero para ello te los tienen que ofrecer. Y yo, personalmente, no estoy siguiendo ninguna estrategia para lograrlo. Podría recabar cinco millones de euros y hacerme una película de protagonista, pero creo que eso no tiene sentido. En esta profesión siempre hay que vivir entrenado como si te fueran a llamar mañana. Esperar y soñar que ese choque de sistemas y planetas se dé para que aparezca una oportunidad. Y aprovecharla.
P.– 'Dejar que las cosas pasen' suena un poco derrotista.
R.– Yo ya he pasado por todo. Cuando era joven quería demostrar más de mí. Pero hace dos días cumplí 47 palos. Quiero ser feliz y trabajar en mi profesión. Poder educar a mi hija y alimentarla. Todo lo demás, la verdad, ni lo pienso. Además, imagínate que yo, cuando llegué la temporada 10 de La que se avecina, hubiese decidido querer dejar de ser Amador para no encasillarme. Me voy a casa, enciendo la FDF y veo seis capítulos de la serie. Estoy en mi salón. No cobro. No trabajo. Pero salgo a la calle y para todos sigo siendo Amador. No hay escape posible. Hay que asumirlo y disfrutarlo.
P.– Su personaje, además, es bastante representativo del espíritu español, ¿no cree? Eso tiene algo de valor.
R.– Hay mucho de verdad en él porque ha sido creado desde el intérprete y desde el guion. No es impostado. La gente ha visto cómo ha ido evolucionado a lo largo de la serie. Empezó siendo un banquero estirado que miraba por encima del hombro, un quiero y no puedo, y hoy es un tipo que no sabe comunicarse, que no tiene talentos sociales y, por eso, gruñe. El público ha visto esa involución. Representa mucho al español del querer alcanzar cosas que ni siquiera está preparado para lograr, de creer que puede, pero también tiene otra cosa muy española, y es el espíritu de querer hacer las cosas a pesar de todo, de levantarte cuantas veces hagan falta, de salir adelante cuando todo va mal, de no quedarse en casa llorando a pesar de la ruina.
P.– ¿Qué es, para usted, ser español?
R.– ¿Aparte de haber nacido en España? (risas). Ser atrevido. Valiente. Ser una persona a la que le gusta divertirse. Ser amigo de tus amigos. Estar en la calle. Tener un espíritu de fiesta que en otros sitios no existe. El clima, que hace que nuestro carácter sea especial. Ser español es ser una persona conectada con la calle, con la sociedad. No somos de encerrarnos en casa y ver la vida pasar por una ventana.
P.– Justo hace unos días se comentaba que este año, a pesar de que hubo grandes estrenos en salas, como Avatar 2, había sido bastante duro para las salas de cine. ¿Cuál es su diagnóstico como actor?
R.– A nivel laboral está bien, porque las plataformas se han instalado definitivamente y dan trabajo a muchas familias. Pero en salas, es cierto, nos queda mucho por recorrer. Los cines se merecen estar en todo lo alto. Pero yo no creo que la cosa vaya mal. A nivel de sala y público que acude en comunidad a ver una película, parece que el sector empieza a levantar cabeza.
P.– Pero eso es un hándicap para montar buenos proyectos, porque al final triunfa el mainstream.
R.– Claro, hay gente que se juega sus perras y quiere hacer cosas donde no se pierda dinero. ¿Qué implica eso? Perjudicar la historia real que quiere contar el director o el guionista, que debe adaptarse a esa necesidad. Hoy, para que la recuperación de las salas se consolide, hay que hacer cosas concretas, como el cine familiar. Debemos acostumbrar a los pequeños a ir a las salas. Cuando los tengas disfrutando de ir, entonces podemos empezar a hacer las películas que verdaderamente corresponden.
P.– ¿Qué es lo que más le frustra de la profesión?
R.– Que compañeros enormes, grandes talentos, trabajadores, actores y actrices buenísimos, estén en casa. Siempre se opta por las mismas caras. Se hacen ciento cincuenta mil cosas con los mismos rostros pero luego hay artistas tremendos por descubrir que no tienen ni siquiera una oportunidad.
[Karra Elejalde: "Si Fuese Político Trataría de Ser Imaginativo. Faltan Políticos Que Hagan Reír"]
P.– ¿Le da miedo ser humorista? Ahora hay que ir con pies de plomo con las bromas.
R.– Yo nunca he sido un monologuista al uso, así que no tengo miedo de tener que escribir un texto para hacer reír. Llevo de serie la comedia desde que nací. En ese sentido, nunca he participado en una comedia ofensiva. No tengo que medirme. Me tengo que cuidar lo que digo cuando hay que comentar algo en según qué sitios. Por ejemplo, en Twitter, en redes; ahí sí que me tengo que medir.
P.– ¿Podría nacer hoy una serie como La que se avecina?
R.– Pensando bien en Alberto y Laura Caballero, creo que sí. En su momento también había problemas y miedos por eso de 'a ver qué dices y cómo lo dices' o el 'no te rías de' o 'no hagas no sé qué'. Pero ellos tienen tanto talento escribiendo la serie que ni en Mediaset les revisan los guiones. Se han ganado una libertad tremenda. Yo creo que sí podrían volver a hacer algo igual desde cero, siempre que sean ellos.
P.– Pero estamos empeñados en poner límites al humor, recuperar la 'censura' o la 'autocensura'.
R.– Sí, pero el límite está en que se humille a alguien sin un objetivo real, que es la comedia, o cuando aquello de lo que te estás riendo no se disfruta. No es que no se pueda bromear de nada, sino que hay que ver cómo se hace. Yo, personalmente, creo que tenemos que reírnos de todo porque es una forma de librarnos de muchas cargas. Si algo tiene la comedia es que es un analgésico increíble. Joder, ¿por qué no vas a poder bromear de algo si lo haces bien y la gente se divierte?
P.– Quizás por ese complejo de piel fina...
R.– Me molesta la piel fina y que la gente se la coja con papel de fumar. Pero son olas que pasan. Prefiero ni pensarlo. Para qué. Que cada uno haga lo que quiera. Si no te gusta algo, gírate, apaga la tele. Nadie te obliga a ir a un show o a ver o que no le gusta. Déjalo, es público, deja de verlo, tío. ¡Insulta al aire!
P.– A lo mejor los políticos deberían poner un poco de humor en sus discursos.
R.– Yo a los políticos más bien les diría que interpreten mejor. Nos mienten constantemente, y eso a los actores, por ejemplo, no se nos tolera. ¿Por qué a ellos sí?
P.– Hay algo que también es muy español: no saber valorar lo nuestro. Por ejemplo, nuestro cine. 'El cine español es malo', escuchamos siempre.
R.– Creo que fue Lola Flores quien dijo que nos valoraban más fuera que dentro. Héroes del Silencio barría en Alemania mientras aquí no se les hacía tanto caso. No sé si es cuestión de ser catetos o más bien que es más fácil señalar que disfrutar. Me cuesta entender de dónde viene todo esto, pero es de lejos, y hay que luchar contra ello.
P.– Pero los más patriotas suelen señalar siempre a la cultura como mal endémico.
R.– Bueno, pero se critica por ambas partes, ¿eh? Entre unos y otros no se ponen de acuerdo en generar líneas rojas que nunca habría que pisar por el bien común. No debemos pensar en ideologías, sino en historias. Debemos olvidarnos de tratar de poner el sello. Esto pasa en los dos bandos. Si eres más de un lado, te enteras más del otro, y al revés. Pero los palos llegan por todos lados. Por eso los Forqué no fueron nada políticos. No era el lugar, así que cero reivindicación. Ya basta. Queríamos hablar de cine y de comedia.
P.– ¿Se infravalora hacernos reír?
R.– Debemos destacar lo que es el cine de comedia a nivel nacional y lo mucho que el humor ha hecho por la industria. Porque en España, la comedia, efectivamente, está muy infravalorada. Debemos hacer más homenaje a los grandes cómicos de nuestro país.
[Jordi Mollà, el Actor Que Pintaba para Johnny Depp: "A Veces Siento el Aroma de la Violencia"]
P.– Precisamente el nuevo ministro de Cultura, Ernest Urtasun, hablaba de establecer una nueva Ley del Cine. ¿Cree que es necesaria?
R.– Salvo que hablemos de derechos y deberes, como el de los trabajadores, que ya están regulados, y bien se pueden mejorar, sí. Pero legislar los contenidos, por ejemplo, me parecería muy peligroso, me da igual de qué lado venga. A mí, que se ponga dinero si tu producción se rueda en Cataluña y tiene parte del guion en catalán, me parece genial. Hice una peli en Valencia y el dinero lo ponía la Comundiad Valenciana. El requisito que sea en valenciano. ¿Qué problema hay? Pero todo lo que sea legislar en el arte, en otras áreas, yo lo llevo bastante mal.