Carmen Machi Arroyo (1963) es una actriz todoterreno, una malabarista que salta de la comedia al drama o al terror y el thriller con la habilidad de quien ha domado su oficio y forjado a fuego su carácter. Es una robadora de momentos, una intérprete con una personalidad única. Su nombre, su imagen, funcionan como un troquel: imprime el sello de calidad a todas las producciones en las que participa. 'Carmen Machi, sinónimo de calidad'. La madrileña, con 61 años recién cumplidos, bien encarna a una monja que decide tomar los hábitos para liberarse de los hombres, a una trabajadora de la limpieza divorciada y exalcohólica, a una militar franquista, a una madre tiránica, a una abusadora fanática de la religión, a una almodovariana concejala antropófaga.
Podría decirse que cada año es su año, porque Machi no para de trabajar. Cuatro, cinco, seis y hasta siete estrenos cada doce meses en cine y plataformas que combina con su trabajo sobre las tablas. Su agenda es un galimatías, un dédalo de citas, rodajes y reuniones. "Soy una privilegiada y una afortunada, porque nunca me he visto en la situación de tener que decir 'no tengo idea de lo que hacer' o 'me voy a quedar sin trabajo'", reconoce en conversación con EL ESPAÑOL. "En ese aspecto, quizás estoy mal acostumbrada".
La actriz recibe a este diario entre entre ensayo y ensayo de su nueva obra de teatro, Nuestros actos ocultos, que el 16 de enero estrenará en Las Naves del Español del madrileño Matadero.. Un día después, el 17, recibirá el premio Cygnus a mejor actriz de serie de televisión por La Mesías, un galardón que, ya por sexto año consecutivo, entregan la Universidad de Alcalá y la Asociación de Productores y Distribuidores de Cine de Valores y Solidarios.
Este último reconocimiento, el Cygnus, lo comparte ex aequo con sus dos compañeras de reparto en la originalísima y perturbadora nueva serie de los Javis, Lola Dueñas y Ana Rujas. Tres mujeres que encarnan al mismo personaje: la intransigente, desequilibrada y fanática Montserrat, personaje goyesco y lorquiano donde los haya, matriarca de una familia de víctimas de los dogmas religiosos y de los fantasmas heredados de generación en generación. "Me emociona tremendamente que estemos las tres. Es una de las cosas más bonitas que me han podido pasar al recibir un premio. En los Feroz [26 de enero] va a pasar algo igual: no importe quién se lleve qué, porque va a caer algo para la serie. ¡Si está nominada a casi todo!".
Montserrat y La Mesías. Han corrido ríos de tinta desde que Javier Ambrossi y Javier Calvo estrenaran en Movistar+ su ficción. La más seria, la más autoral de su carrera; una miniserie que entremezcla drama y terror psicológico para ahondar en los traumas de la infancia. Los demonios de los abusos sexuales, la intolerancia, los dogmas religiosos, la superstición; los Javis exorcizan el dolor a través del arte. Un nuevo puñetazo de realidad en el estómago.
"Montserrat es un regalo como actriz", aduce Carmen Machi. "Todos los que estamos metidos en La Mesías nos sentimos unos auténticos privilegiados. Aunque no supone un cambio en mi trayectoria profesional, sí es un punto de inflexión en cuanto al privilegio que ha supuesto rodar con los Javis. Tienen una capacidad de trabajo abrumadora, son muy minuciosos, brillantes y lúcidos. Ha sido increíble la aceptación de nivel de crítica y de público que ha tenido la serie".
PREGUNTA.– ¿En qué se traduce esa magia que describe del rodaje de La Mesías?
RESPUESTA.– En que los Javis son muy especiales. Tienen una manera de trabajar única. Son muy currantes, saben lo que hacen, son maduros, controlan hasta el último detalle y, lo más importante, trabajan desde el amor.
P.– ¿Desde el amor?
R.– Me refiero al disfrute hacia todo lo que hacen. El trato que tienen con el equipo, cómo te hacen partícipe de su locura. Hay muy poca gente que haga algo así. Crean un ambiente de trabajo en el que hacen que te sientas bien, orgulloso, a gusto. Son generosos y te llevan con la mano firme por el camino que ellos quieren. Es una manera de trabajar absolutamente preciosa y eficaz. ¿No te has fijado que hasta los niños pequeños están brillantes? Es difícil decir qué es lo que tienen...
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P.– Hay cosas inexplicables, personas que desprenden un aura.
R.– Exactamente. Pero luego también tienen ese entusiasmo, que es contagioso. Te levantas con ganas de ir a trabajar.
P.– En La Mesías dejan atrás la comedia y proponen una mirada más autoral, más seria. Y aunque tiene un componente muy perturbador, siempre se trata todo, incluido el acercamiento a la religión, desde el respeto o la neutralidad. ¿Había miedo de no ofender los sentimientos religiosos?
R.– En toda la trayectoria de los Javis está la religión de por medio. Es un tema que a ellos les interesa mucho. Ya en Veneno... todo era brutal. Yo no considero que su cine haya sido nunca estridente ni exagerado. Lo que hacen es dar bofetadas de realidad inmensas. La diferencía con La Mesías es que es perturbadora. Lo que cuentan es algo que existe, pero todo está conformado de forma maravillosa a nivel visual y musical. Lo que cuenta la serie es que debemos identificarnos con nosotros mismos. Debemos dejar a uno ser como es, no censurarlo, no prohibirle nada, no obligarle a estar en un sitio, sino dejarle volar.
P.– Cuando uno ve la serie es inevitable pensar en Flos Mariae, el grupo de música cristiana en el que supuestamente se inspira la historia. Una de sus integrantes ha criticado el retrato que se hace de su vida. Dice que, literalmente, "mancilla su honor y el de sus hermanos".
R.– No tengo ni idea de cómo lo han sentido. Si se sienten reflejados, imagino que tendrán algo que decir, que sentirán la necesidad de expresarse, pero te aseguro que nunca ha habido una intención, al menos hasta donde yo sé, de retratar la vida de nadie, porque eso sería tremendamente osado. Existen muchos grupos católicos, religiosos y muchas sectas al margen. Lo que se cuenta es algo tan universal que pasa en otros lugares del mundo. ¿Que alguien se siente reflejado y tiene la necesidad de decir que está ofendido? Está en su derecho. Pero no ha habido intención. Y, sinceramente, tampoco creo que sienta que hablen de ese grupo. Sería reconocer algo muy extraño.
P.– Entre otras cosas, que los abusos psicológicos de la infancia nos condicionan como personas.
R.– A mí me está sorprendiendo que personas de diferentes edades, hasta gente muy joven, se esté haciendo fan de esta serie. Es muy sanador tanto para el que la hace como para el que la ve ver reflejada su propia vida, aunque los casos sean diferentes. En La Mesías hablamos de una madre que ha sido víctima de abusos sexuales. A eso se le debe dar importancia, porque el poso que deja haber sido abusado de niño te puede llevar a ser un abusador, te puede convertir en un monstruo. Hay algo de la religión y la fe mal entendidas, del fanatismo, del miedo atroz a que no nos quieran, que nos hace daño. Decirle a un niño que no te van a querer, o que Dios no te va a querer, es horrible, es presionarlo, es condenarlo, machacarlo. Ese retrato de cómo nos condiciona el ambiente en el que crecemos es uno de los grandes enganches de la serie.
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P.– ¿Es el arte es una vía de escape a una vida insoportable?
R.– Por supuesto, porque es universal y atemporal. El arte, sea cual sea su manifestación, es sanador, tanto para el que lo recibe como para el que lo hace. Hay muchos ejemplos. La fantasía es salirte de la realidad, poder imaginar, todo eso es curativo. Por eso escuchamos música, vamos al cine o al teatro y nos metemos en una exposición de pintura. Lo que hace que tu mente vuele, como espectador o como creador, es ese afán de sanar. El artista suele ser una persona torturada desde el punto de vista psicológico no resuelto. El arte le libera.
P.– ¿Cómo es su relación personal con la fe?
R.– Bueno, el hábito hace al monje, y yo he hecho varias veces de monja... (risas). Los personajes que yo he hecho al respecto son de personas religiosas, sí pero son humanos que tienen fe, que conviven con ella hasta el punto de que quieren lanzarse a otro tipo de vida. En Llenos de gracia, por ejemplo, yo hacía de una señora estupenda que, para ser libre y no estar atada a ningún hombre, se metía a monja. Todo lo contrario de lo que uno puede pensar. Y se inspira en el caso de una señora real. Yo, por ejemplo, nunca he tenido que hacer un personaje como Santa Teresa de Jesús, ni a una mártir. Eso sería bien distinto. ¿Que cómo es mi relación con la fe? Supongo que según me convenga. No lo pienso demasiado. No soy creyente ni dejo de serlo, no le dedico demasiado tiempo a pensar en ello.
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P.– Es inevitable ver en La Mesías ciertas similitudes con La casa de Bernarda Alba. Y, hablando de Lorca, ahora mismo usted presenta una obra que se inspira en Yerma.
R.– Sí, se llama Nuestros actos ocultos y el autor y director es Lautaro Perotti. Él siente una fascinación enorme por la Yerma de Lorca y por el conflicto que supone la necesidad de ser madre, y hasta dónde llegas y cuáles son las consecuencias de sentirte frustrado cuando tú puedes serlo pero necesitas de un hombre que resulta que no puede ser padre. La obra habla de las relaciones de tres seres humanos con un parentesco familiar que han estado distanciados durante mucho tiempo, que se reúnen, que se dan cuenta de que se conocen poco y que no se quieren tanto, o que de que se quieren mucho pero no lo saben. Es una obra de suspense, un ejercicio para el espectador, porque le hace trabajar y pensar. Estrenamos el martes.
P.– Suele interpretar, como ha dicho varias veces, a 'gente corriente'. ¿Qué tiene de corriente la vida de Carmen Machi?
R.– ¡Espero que mucho! (risas). Prefiero decir 'gente corriente' que no 'normal', porque parece lo contrario a anormal, aunque quizás sea más apropiado decir 'de carne y hueso'. Interpreto a muchos de estos personajes, y son difíciles de hacer, porque no tienen nada de sobresaliente. Uno puede tener cosas muy destacables, pero en tu día a día a lo mejor nadie las ve, y entonces debes mostrar a un ser que vive, sin más. No hacer de nadie relevante es difícil. Interpretar a un gran personaje histórico o a un asesino te da armas para trabajar, pero cuando encarnas a seres humanos que simplemente pasan por la vida, se convierten en un reto extremadamente valiosospara el actor por la dificultad que implican. Interpretar la cotidianidad es placentero, aunque muy difícil.
P.– ¿Cómo se le da magia a lo anodino? Es casi una actitud frente a la vida.
R.– Bueno, es que siempre tienes que encontrarle los colores a la normalidad. Y, claro, luego la gente se identifica, porque todos, en el fondo, somos corrientes y ordinarios. Mira a Aída, un personaje con una vida sin ningún atractivo, con una existencia terrible. El vehículo era la comedia, y eso que era una mujer maltratada, separada, a cargo de un hijo delincuente, un hermano yonqui, una hija que es lo peor. Los antihéroes, por fortuna, han marcado mi carrera.
P.– Siempre cuenta que nunca pensó en dedicarse realmente al cine. Que todo esto llegó gracias a la suerte, por pura casualidad. ¿Qué saca en claro haciendo retrospectiva?
R.– A mí no me ha costado llegar donde estoy porque no he tenido nunca una ambición de hacer más que lo que hacía desde la pubertad: teatro. Jamás se me había pasado por la cabeza hacer una película, así que no he tenido que pelearme por conseguir nada. Justo lo contrario. Vivía de mi trabajo, aunque ahora esto ha cambiado y las nuevas generaciones quieren tener más proyección en el audiovisual. En mi caso, yo quería estudiar teatro en Londres, pero como trabajaba y trabajaba y trabajaba no me pude ir. Luego llegó un director de casting y me llamó para una serie de televisión. De ahí salieron 7 Vidas y Aída.
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P.– Pero es a partir de los 40 el momento en el que empiezan a llegarle esas historias que trascienden, cuando suele ser a la inversa. Muchas actrices, al cruzar los 50, se quejan de tener peores papeles, porque se hacen mayores y ya no se las contrata. ¿Qué le hace a usted especial para que le quieran más ahora que al principio?
R.– Sí, hubo un tiempo donde no se profundizaba en los personajes de mujeres de mediana edad, pero yo creo que eso ha quedado ya un poco demodé. Ahora las actrices maduras ya no suelen tener este problema. ¿Se podría escribir más? Sí. ¿Se escribe para este tipo de mujeres? También. Doy fe, porque de lo contrario no tendría trabajo.
P.– ¿Podemos decir que la industria se ha vuelto más inclusiva que nunca?
R.– La palabra inclusiva me pone nerviosa, porque parece que algo que está fuera hay que meterlo dentro. Se está llegando a normalizar, que es lo lógico, pero nunca me he parado a pensar en todo esto. Las mujeres dirigen igual que dirige un hombre. Cada vez prolifera más, y eso es buena señal para todos. Quiere decir que somos una sociedad que se abre de forma sensata, lógica y justa, que algo cambia y evoluciona. Habría que dejar de hablar de porcentajes, de los puntos que suma un proyecto si eres mujer, porque eso implica señalarla como diferente. A mí me choca. Nunca me ha llamado la atención que me dirigiera una mujer porque lo tengo normalizado. Por fortuna, cada vez lo está más, y por ello debemos estar contentos y orgullosos.
P.– ¿Cree que los españoles valoramos nuestro talento?
R.– Yo creo que hay mucha gente muy fan del cine español, dentro y fuera de España. Personalmente, estoy muy orgullosa del cine de nuestro país, porque el talento que hay es mayúsculo y traspasa fronteras, con todas las dificultades que se tienen.
P.– Se lo pregunto porque hay cierto sector de la derecha que les tiene manía. 'Los subvencionados', 'los del cine'... Vox incluso ha amagado con censurar algunas obras en los ayuntamientos donde gobierna.
R.– Mira, yo no tengo redes sociales precisamente para no aguantar estas tonterías. Quien dice eso, no sabe ni lo de lo que está hablando. Lo habrá escuchado decir y lo repetirá. Pero eso lo dicen aquí y en otros países. Yo, personalmente, no me he sentido atacada nunca. La censura sólo habla del nivel de ignorancia supina de quien la impone, porque realmente lo que atacas es la cultura de tu país. Es ridículo. Y yo misma he sufrido la censura.
P.– ¿Habla de Juicio a una zorra?
R.– Eso es. Estuvo vetada en Pozuelo, aquí, en Madrid. Fue por el título. Una función que fue un acontecimiento social en España y fuera de España. Las funciones se multiplicaron por mil, fue un evento increíble, pero aquí la censuraron porque estaba la palabra zorra en el título de la obra.
P.– Bueno, en Barcelona también se la trataron de censurar. El actor Toni Albà le montó una campaña en contra por haber firmado un manifiesto contra la independencia de Cataluña.
R.– Bueno, a eso no le voy a dar ni medio segundo de comentario, porque no merece la pena. Ocurrió, sí, pero no tuvo que ver la obra, sino el manifiesto. La obra era un monólogo sobre Helena de Troya, y eso ocurrió, efectivamente, en el estreno en Barcelona.
P.– Hablando de manifiestos, usted firmó también en 2023 un manifiesto en el que pedía el voto para la izquierda.
R.– Yo es que en las entrevistas preferiría no hablar de política.
P.– Pero usted misma está políticamente comprometida...
R.– De verdad, no quiero hablar de política.
P.– ¿Alguna vez se ha sentido encasillada?
R.– No, la verdad, porque siempre he hecho personajes muy diferentes. El encasillamiento significa que sólo trabajas en una línea de personaje, y tampoco pasaría nada. Tú te encasillas cuando los personajes son todos del mismo patrón, pero no cuando haces sólo uno por muy largo que sea, como el de Aída. Yo nunca he tenido esa sensación, pero tampoco sería nada malo. Lo que sí que hago conscientemente es buscar personajes muy distintos a los que ya he hecho.
P.– ¿Qué le enamora de un papel?
R.– ¡Ah, cuántas veces, cuando lees un guion, te dices: 'esto es una maravilla'! No es fácil leer guiones, eh, porque están estructurados para rodar. Pero cuando el director o directora lo dirige, es claramete más improtante eso que el propio guion, porque es la mirada de la persona. El mismo guion, dependiendo de quién lo dirija, puede ser un desastre o una obra maestra. Lo más importante es la dirección.
P.– ¿Cómo ve su proyección a futuro en la industria?
R.– ¿Sinceramente? Espero que sea la misma de ahora y de siempre. No tengo planes. Sí que quiero tener más tiempo para descansar, que así se puede trabajar con más alegría, pero no me planteo nada concreto. Supongo que seguiré exactamente igual si siguen contactando conmigo para trabajar. Si no, no pasa nada, ya me buscaré la vida. Me dejo llevar. Es algo que me ha pasado toda la vida. Me cuesta agendar las cosas con tiempo. A veces es inevitable, pero no me gusta saber qué va a ser de mí dentro de dos años.
P.– Es usted, desde luego, una privilegiada.
R.– Igual queda un poco raro, dicho así, sí (risas). Perdona. Es que estoy mal acostumbrada. No me he visto en la situación de decir 'no tengo ni idea de qué hacer' o 'me voy a quedar sin trabajo'. Yo eso no lo he vivido. Debe ser angustioso. Un actor o una actriz necesita trabajar, crear, como cualquier artista. ¿Si no lo tuviese? Puede que me angustiara mucho. Pero sí, en ese aspecto... como no lo he sentido, lo desconozco.