El doctor Ramón Cacabelos tiene la apariencia de un viejo sabio de la Antigua Grecia, un Hipócrates o un Anaxágoras, solo que en vez de la clámide griega porta una bata de médico con un bolsillo cargado de seis bolígrafos de colores y dos teléfonos móviles, uno un armatoste con teclas, el de casa, y otro un iPhone de última generación, el del trabajo. Es un hombre de contrastes. Luce un lacio pelo blanco a juego con su barba. Fuma, eso sí, a pesar de que su oficio lo contraindique. No le preocupa: su mapa genómico le ha revelado que no es un hombre propenso a desarrollar enfermedades cancerígenas. Se da el gusto antes de comenzar la entrevista. ¿Acaso los médicos no tienen derecho a sus pequeños vicios?
Cacabelos es una de las máximas autoridades mundiales en neurociencia, medicina genómica y farmacogenética. Fue el primer catedrático en esta especialidad de Europa y desde hace tres décadas dirige el Centro de Investigación Biomédica EuroEspes, sede actual del Centro Internacional de Neurociencias y Medicina Genómica, un atípico edificio situado en Bergondo, a las afueras de La Coruña. Allí, él y su equipo se han convertido en referentes mundiales en el estudio de enfermedades del sistema nervioso y otras patologías prevalentes, como las cardiovasculares, el cáncer o los trastornos metabólicos. En este centro médico, privado, elaboran perfiles genéticos para conocer la predisposición de sus pacientes a desarrollar enfermedades y preparan terapias farmacogenéticas personalizadas para tratarlos.
La imponente fachada del singular complejo está custodiada por un sauce y varias lilas, y a ambos lados del edificio unos verdes prados incitan al paciente a imbricarse en el remanso de paz. Nada más entrar a EuroEspes, al visitante le asalta una vitrina con un pulpo liofilizado, numerosos tarritos con medicamentos nutracéuticos diseñados por el equipo de Cacabelos y una sonriente recepcionista que conduce a EL ESPAÑOL | Porfolio a una sala de espera en la que flota, etérea, una melodía clásica. Resulta curioso que este centro médico, al que acuden todo tipo de personalidades, desde gente corriente hasta miembros de la jet set, como artistas y CEOs de grandes empresas y hasta miembros de la realeza internacional, se sitúe en plena zona rural, como los viejos sanatorios soviéticos.
"La diferencia es que nosotros nos inspiramos en la filosofía japonesa: cuanto más alejado de las grandes urbes, menos contminación, más espacio disponible y más salud", explica el doctor mientras cruza el umbral de la puerta y saluda con un afectuoso abrazo. Cacabelos nos invita a sentarnos en una gran sala de reuniones. La sala está presidida por una foto de la reina Sofía estrechando la mano del investigador. En las estanterías hay un sinfín de libros de genética molecular y revistas sobre biotecnología de la salud, las llamadas Gen-T, unas cuidadas publicaciones que, durante décadas, fueron maquetadas e imprimidas por EuroEspes. "Ahora nos hemos actualizado y enviamos los textos a través de una newsletter", ríe el doctor.
De las paredes de la sala y de su despacho, al que acudiremos más tarde, cuelgan decenas de diplomas en varios idiomas. En español. En inglés. En japonés. Uno se siente abrumado por su currículum. Ramón Cacabelos es licenciado en Medicina y Cirugía por la Universidad de Oviedo, doctorado en Ciencias Médicas por la Universidad de Osaka y en Medicina y Cirugía por la de Santiago de Compostela, donde fue profesor de Psiquiatría, tras lo cual acabó de docente en la Complutense de Madrid. Tras ello se desligó de la vida académica y fundó EuroEspes, la Sociedad Española de Medicina Genómica, la World Association of Genomic Medicine y la Asociación Española de Nutracéutica Médica. Entretanto, publicó 2.000 artículos y 30 libros. No le faltan autoridad ni sabiduría.
PREGUNTA.– Espes significa esperanza en latín. Decía Chesterton que eso era promover la ilusión en circunstancias que, sabemos, son desesperadas. ¿Qué le dice a la gente que viene buscando consuelo?
RESPUESTA.– Según Hipócrates, consuelo es lo último que el médico debe dar, cuando ya ha agotado todo lo que la ciencia y el conocimiento permiten, para vencer a una enfermedad. El mayor consuelo que puedes dar a un paciente es demostrarle que no te rindes ante su problema. Que hay enfermedades incurables pero que todas son tratables, y que hasta el último aliento va a contar contigo.
P.– Pero la medicina actual ofrece cuidados paliativos, remedios a posteriori, muchas veces cuando la esperanza es el último consuelo.
R.– Sí, pero lo interesante sería que le diéramos un repaso a lo que tiene que ser la hoja de ruta de la Medicina del siglo XXI. Hay que salir de nuestro Paleolítico médico para transformar el enfoque de la medicina reparadora en un nuevo modelo de medicina predictiva que se anticipe a los problemas y evite la enfermedad. Todos los jugadores de la partida, tanto el usuario como el médico, las administraciones públicas y las agencias reguladoras, que siguen ancladas en el pasado, debemos mirar hacia el futuro y trabajar en la implantación de la medicina genómica, la medicina personalizada.
P.– Usted y su equipo se dedican al 'milagro' del ADN. Analizan los genes de las personas para detectar enfermedades que les van a afectar dentro de décadas. ¿No es ciencia-ficción?
R.– Antes era ciencia-ficción, pero hoy es ciencia, porque lo estamos haciendo a diario. Somos un centro independiente y de referencia internacional en medicina genómica. Aquí tenemos tres áreas de trabajo: una dedicada a servicios médicos centrados en el sistema nervioso central; otro área específica de servicios de genómica predictiva y terapéutica, como la farmacogenética y la epigenética; y una línea de producción y desarrollo de bioproductos, vacunas y productos biofarmacéuticos. En EuroEspes, con un simple test de saliva, podemos elaborar un perfil genómico de una persona, y con ello podemos predecir su riesgo de tener cáncer o Alzheimer. En base a su dotación genómica de riesgo, podemos implantar un programa preventivo orientado a evitar que la enfermedad se manifieste o retrasar su aparición. Y, si ha aparecido porque el problema es ya inevitable, podemos personalizar el tratamiento para hacerlo más efectivo.
P.– ¿En qué consiste exactamente un perfil genómico?
R.– Tú nos mandas una muestra de tu saliva, aislamos el ADN, lo secuenciamos e identificamos los 24.000 genes que forman tu estructura genómica. De esta manera vemos los que son normales y los que no y elaboramos un informe completo donde desgranamos cuáles van a causar una enfermedad. También sabemos de qué eres portador y que, a lo mejor, a ti no te va a afectar, pero sí se lo puedes llegar a transmitir a tus niños, y si tus niños se casan con alguien que tenga el mismo defecto, la suma de esos dos alelos defectuosos va a hacer que tus nietos puedan tener una enfermedad grave. En ese informe está todo.
P.– ¿No le da miedo a uno saber de qué va a morir? A veces la ignorancia es virtud.
R.– Ese es el pensamiento antiguo, saber demasiado cuando no tienes nada que hacer ante una enfermedad. El razonamiento tendría sentido si no se pudiera hacer nada, pero al conocer que vas a padecer un cáncer, hay muchas formas de intervenir para evitarlo. Primero, aprendes qué aspectos de tu vida debes cambiar para no caer en ese área de vulnerabilidad. Eso da una inmensa tranquilidad vital, porque eres consciente de tus fortalezas y debilidades. Segundo, te permite hacer profilaxis y aplicar la medicina preventiva. Con conocimiento siempre tienes unas garantías de supervivencia mayores, por muy vulnerable que sea tu genoma. Saber siempre es más beneficioso que ignorar.
P.– Sin embargo, a pesar de los avances que usted describe, vamos a marchas forzadas. ¿Cómo pasamos del Paleolítico médico a ese modelo basado en la medicina genómica?
R.– Comprendiendo que el éxito de la medicina no está en luchar contra la enfermedad, sino en evitar que aparezca. Hasta ahora no teníamos instrumentos para predecir el tipo de vida que podíamos tener, pero con la tecnología del genoma humano y las ciencias satélites que la rodean, es decir, con la genómica estructural, la funcional, la epigenética, la transcriptómica, la proteómica y la metabolómica, disponemos de instrumentos que nos permiten predecir qué enfermedades tendremos desde el nacimiento. El 80% de las enfermedades del adulto son la consecuencia de defectos genómicos sobre los que convergen elementos medioambientales deletéreos que podemos modificar.
P.– ¿Qué modelo sanitario toma usted como referencia?
R.– El de Japón. Toda persona que esté allí, para ser un ciudadano normal, tiene que cumplir con dos condiciones: primero, tener un certificado de residencia; segundo, un seguro médico. Tú eliges la prima del seguro que pagas. Tienes tres opciones: 5%, que es el mínimo; 10% para una cobertura intermedia; y 17%, la cobertura total. Tú, con ese seguro, vas adonde quieras. Al sistema público, al privado, al mediopensionista, da igual. Tú has pagado tu prima de seguros y eliges tu médico, tu centro hospitalario y hasta en el propio centro siempre tienen una farmacia para que salgas del hospital con el tratamiento en la mano. Es un sistema muy razonable, muy lógico y muy ecuánime, en términos económicos, para evitar abusos.
P.– Una cultura muy diferente. ¿Sería aplicable en Europa?
R.– Por supuesto que sería aplicable si el modelo educativo fuese equivalente, sin vicios históricos. De hecho, nuestro modelo de Seguridad Social hoy ya es anacrónico. Piensa que la Seguridad Social la inventó Otto von Bismarck en 1906, cuando un 1% de la población llegaba a jubilarse. Desde un punto de vista económico era un chollazo. Tú generabas pasta durante toda tu vida y se iba a una caja común de la que luego sólo pagabas a un 1% de pensionistas. Ahora estamos en el 30%. Ese modelo, que entonces era mágico, ahora es un lastre, porque la estructura de la pirámide poblacional se ha invertido, el envejecimiento de la población se ha disparado y el tejido productivo está mermado. Cada persona que trabaja tiene que mantener al menos a cuatro colectivos: niños, parados, discapacitados y pensionistas. Y este sistema obsoleto se tropieza con la resistencia política al cambio.
P.– ¿Qué interés político puede haber detrás en mantener tal anacronismo?
R.– Básicamente, que el modelo japonés le da protagonismo al ciudadano, mientras que el nuestro le da protagonismo al político que está administrando tu dinero y no sabes en qué lo emplea. Debemos servir al ciudadano, no imponerle una cultura conveniente para un fraudulento modelo social.
P.– ¿Cree que hay intereses económicos para no lanzarnos a lo preventivo o estamos en un punto de inflexión en el que no sabemos hacia dónde avanzar?
R.– Ambas cosas. Cuando estás instalado en la costumbre es difícil salir del vicio. Históricamente, las innovaciones y grandes revoluciones se han percibido de forma defensiva porque desestabilizan la seguridad del conocimiento rutinario. Pero debemos apostar por la implantación del nuevo conocimiento que aportan las biociencias y la genómica. El conocimiento del genoma representa el avance más importante de la historia de la ciencia desde el Renacimiento. Es lo más revolucionario que nos ha ocurrido desde la época de Vesalio. El problema es que hace un año y medio se hizo una encuesta a 80.000 médicos y farmacéuticos de Estados Unidos y Canadá. Sólo un 5% de los médicos estaban familiarizados con la terminología 'genómica', y no llegaba a un 2% en el caso de los farmacéuticos. Hay que integrar los nuevos conocimientos e implantarlos; pasar de la medicina reparadora a la medicina evitadora, una medicina profiláctica; potenciar la salud para minimizar la enfermedad.
P.– ¿Cuáles son las principales patologías que afectan a la población y que son potencialmente detectables por sus estudios genómicos?
R.– Las tres grandes patologías son corazón, cáncer y cabeza. Las enfermedades cardiovasculares representan un 30% de la morbimortalidad; el cáncer, un 20 o 25%, y las de la cabeza, es decir, las enfermedades neuropsiquiátricas y neurodegenerativas, un 10-15%. Lo más grave es que el 80% de las patologías de un adulto empiezan a cocerse 20 o 30 años antes de dar síntomas. Ese es el gran desafío de la medicina del futuro: predecir el riesgo analizando el genoma y el epigenoma, para así tener dos o tres décadas en las que interferir sobre el corazón que se está cargando de placas y está obstruyendo las coronarias o las células revoltosas que empiezan a ser anárquicas y a multiplicarse para dar lugar a un cáncer.
P.– ¿Y en el caso del cerebro?
R.– Ahí podemos atajar enfermedades degenerativas como el Alzheimer y el Parkinson, que cuando empiezan a dar síntomas han muerto ya miles de millones de neuronas que han sufrido las consecuencias de una vulnerabilidad genómica sobre la que han impactado multitud de factores tóxicos, hábitos de vida poco salubres y otros factores medioambientales, cuyos efectos sobre el genoma determinan la muerte neuronal prematura que da lugar a las enfermedades neurodegenerativas.
P.– Detectamos con un test que estamos genéticamente predispuestos a tener cáncer de colon o problemas de corazón. Y ahora... ¿qué?
R.– Ahí es donde tienes que personalizar un plan. Dependiendo del tipo de genes que estén afectados, sabes sobre qué áreas metabólicas actúan y los regulas. El genoma codifica lo que somos estructural y funcionalmente. La epigenética es lo que regula la expresión de esos genes, de tal manera que tú puedes tener un genoma defectuoso que, regulando el epigenoma, seas capaz de controlar la expresión de esos genes defectuosos. Y viceversa: tú puedes tener un genoma perfecto, que si el epigenoma, es decir, el impacto del medio ambiente sobre ese buen genoma tuyo, es inadecuado, te puede conducir a una enfermedad. La ventaja de la epigenética sobre la genómica es que los cambios epigenéticos son reversibles, con tratamiento, nutrición y modificación de factores medioambientales sobre los que tú puedes actuar, mientras que la genómica, hoy por hoy, no es modificable, aunque ya empezamos a disponer de avances para corregir algunos defectos genómicos, como la edición de ADN y el silenciamiento genético.
P.– Entiendo que ahí es donde entra en juego la farmacoepigenética.
R.– Ese es el salto cualitativo. Es en lo que nosotros tenemos un liderazgo importante. De hecho, a día de hoy, el 20% de la producción científica en farmacogenética del sistema nervioso sale de aquí, de Bergondo, igual que el primer tratado de farmacoepigenética del mundo, editado por Elsevier en Estados Unidos. Los instrumentos los tenemos. Lo que hay que hacer es ir implementándolos gradualmente, pero el proceso de introducción de avances científicos en la práctica médica rutinaria tarda décadas. Desde que se descubrió la tomografía axial computerizada (TAC), el escáner, hasta que se implantó de rutina en la práctica médica, pasaron 24 años. Cuesta que un descubrimiento científico útil para el bienestar de las personas sea admitido por la comunidad médica y las agencias reguladoras, intoxicadas con una ingente cantidad de procesos burocráticos, que sólo la presión política se puede saltar, como el caso de la aprobación de las vacunas anti-COVID.
P.– Ustedes también producen sus propios medicamentos.
R.– Desarrollamos productos únicos en el mundo para profilaxis y tratamiento de esas tres grandes patologías. Lo hacemos a través del aislamiento y la obtención de bioproductos de línea marina, vegetal, animal e híbrida. De ello derivan todos estos productos que tienes aquí [señala una estantería llena de botes con etiquetas, cada uno para un tipo de patología]. Este, por ejemplo, es un inmunopotenciador que, en la época de la Covid-19, fue mágico. Por aquí pasaron 3.000 personas mayores y no hemos tenido ni una sola muerte del 2020 al 2023. Este otro sirve para la profilaxis de la osteoporosis y todos los problemas relacionados con la menopausia, y este es un poderoso anticancerígeno que actúa frente a ocho líneas tumorales, la más importante el cáncer de colon. Aquel resulta un excelente bioproducto para proteger el cerebro frente al daño neuronal, sea por causa cerebrovascular o neurodegenerativa. Todos nuestros bioproductos se desarrollan bajo criterios FDA, como fármacos regulares, con indicaciones específicas.
P.– Entiendo que son medicamentos con componentes naturales.
R.– Son bioproductos. En el rango terapéutico tienes tres niveles: el producto químico de síntesis, que es más tóxico, que es el que requiere diez años de desarrollo, y estudios clínicos a gran escala antes de que la FDA los apruebe. En el otro extremo tienes los productos naturales, los normales y corrientes, como el ajo o la cebolla. Y luego tienes lo que se llaman alimentos funcionales y nutracéuticos. Estos encajan dentro de esa categoría. Son productos con una estructura química compleja, obtenidos de forma pura de la naturaleza, que conservan todas sus propiedades naturales, carentes de toxicidad. Nuestros productos se desarrollan con técnicas biotecnológicas no desnaturalizantes para preservar intactas sus propiedades profilácticas y terapéuticas.
P.– ¿Cuánto cuestan estos análisis genéticos?
R.– 400 euros en el caso del perfil farmacogenético y alrededor de 1.000 en el del genoma completo.
P.– Que la gente tenga perfiles genéticos y farmacogenéticos puede plantear numerosos problemas legales. ¿Qué pasa si las aseguradoras tienen acceso a las bases de datos médicas de un paciente propenso a tener cáncer o problemas coronarios?
R.– El principal problema ético que tiene siempre la medicina es el de preservar la privacidad de los pacientes. El código hipocrático y la deontología médica debiera ser algo sagrado e inviolable. Nosotros lo que intentamos establecer desde hace años es que la información genómica sea propiedad exclusiva de la persona. El genoma es tuyo y sólo tuyo. No puede filtrarse a aseguradoras o empresas. Si tu empresa tiene información de que tú vas a desarrollar un cáncer o un infarto de miocardio, o a los 60 años vas a tener una demencia, puede que, directamente, no te contraten. Esa información hay que saber protegerla y custodiarla. Es un tema muy importante en una sociedad como la nuestra, donde el sistema público cubre el 96% de los servicios médicos y donde tenemos un sistema digital expuesto a muchas personas diferentes y fácilmente hackeable.
P.– ¿Y las farmacéuticas? ¿Acaso les interesa tener tantas medidas preventivas? A más enfermos, más negocio.
R.– Pensar eso es un error. Cuando una farmacéutica desarrolla un fármaco, invierte muchísimo dinero que debe rentabilizar en 5 o 6 años. Una patente dura 17, 10 de los cuales te los tiras investigando y los 7 restantes son para explotarlo, con un gasto importante en marketing. En paralelo, tus competidores, aprovechando toda la investigación que has hecho tú, mediante una ligera modificación química en tu molécula original, obtienen una patente nueva, que la FDA aprueba gracias a que tu producto ya está en el mercado. Con la farmacogenética eso no es necesario: tú fidelizas al paciente porque tiene la garantía de que ese es el fármaco adecuado. Quizás no tengan la ganancia masiva de los tres primeros años, pero sí van a prolongar en el tiempo la rentabilidad de la investigación, con lo cual el resultado económico para la industria farmacéutica incluso puede ser más positivo.
P.– ¿Cómo puede ser más positivo?
R.– Porque prolongan el tiempo de uso de sus productos, y porque la otra gran ventaja de la farmacogenética para la industria farmacéutica es evitar retiradas de sus productos del mercado cuando dan efectos secundarios graves al administrarse a granel. La mayoría de los productos son útiles solo en un 30-40% de los pacientes; el resto son tóxicos o no hacen nada. A la industria le interesa saber cuál es el colectivo en el que su producto tiene éxito y evitar darlo a las personas cuya genómica no lo admite, causando efectos que pueden ocasionar la retirada del mercado.
P.– Tengo que preguntarle por Milogy. He visto este nombre por todos lados en su centro. ¿Qué es?
R.– (Sonríe) Es nuestro producto estrella, lo más avanzado a nivel mundial. Es un perfil fármacogenético que analiza los genes que codifican enzimas y proteínas responsables de los efectos de cada medicamento que consumes, un sistema bioinformático inteligente para que el usuario sepa si el fármaco que toma es adecuado o no y para que el médico sepa prescribir el medicamento idóneo al perfil farmacogenético de los pacientes que trata. Este sistema lo puedes tener en tu teléfono móvil. Cuando un médico te prescribe un medicamento, metes el nombre del producto y el sistema inteligente lee tu genoma. En el acto te dice si lo puedes tomar, si tienes genes defectuosos que hagan que no sea eficiente o si tienes supergenes que contrarresten los genes 'malos'.
P.– ¿Qué le dicen sus genes?
R.– Yo, por ejemplo, tengo un súpergen que actúa sobre todos los fármacos del sistema nervioso y me protege frente a la toxicidad de cualquier medicamento que tome para la cabeza. Sin embargo, tengo un gen defectuoso que me hace resistente a algunos medicamentos, lo cual es un inconveniente porque esos fármacos no me hacen efecto. Así sabemos lo que podemos tomar y lo que debemos evitar.
P.– ¿Se han encontrado con mucho escepticismo dentro de su sector?
R.– Bueno, ¿sabes cuál es el problema de nuestros pacientes cuando van a su médico con el Milogy? Que el doctor se inquieta porque no lo entiende; no está familiarizado con este tipo de sistemas que le ayudan a prescribir correctamente. Y luego hay una máxima muy ibérica: lo que yo no conozco, no existe. En una cultura como la nuestra, con un control masivo de la salud de las personas en manos de un sistema público sobrecargado, asfixiado por largas listas de espera para problemas simples de salud, no hay una buena predisposición a la innovación tecnológica. La presión de la rutina impide al profesional de la salud avanzar en paralelo con el progreso de la ciencia. En países donde la medicina está más liberalizada y el usuario tiene plena libertad de elección, con equivalencia de gasto, la introducción de estas tecnologías avanzadas es más fácil.
P.– El Alzheimer es una enfermedad con un componente hereditario muy alto. ¿Cómo funciona genéticamente? ¿Hasta qué punto podemos evitar que nos 'mate'?
R.– El Alzheimer mata prematuramente las neuronas. Las neuronas de las personas que tienen segmentos genómicos defectuosos, a partir de que el cerebro deja de madurar a los 30 o 35 años, empiezan a morir. Después de los 60 es cuando aparecen los síntomas. El deterioro de la memoria aparece en un cerebro que lleva degenerando 30 años y sobre el cual muchas veces no se ha hecho absolutamente nada para evitarlo. Pero se puede detectar el riesgo e implantar un tratamiento profiláctico con neuroprotectores específicos. En esos cerebros genómicamente vulnerables hay factores medioambientales u otros problemas de salud, como la diabetes, el hipotiroidismo, la hipercolesterolemia o la hipertensión arterial, que hacen que esas neuronas vulnerables mueran antes de tiempo. En genómica hay una regla de oro: cuantos más defectos tengas en el genoma, la enfermedad aparecerá antes, tendrá un curso más rápido y responderá peor al tratamiento.
P.– ¿Y en el caso del Parkinson?
R.– Es la segunda patología neurodegenerativa más frecuente. Hay unos 200 genes defectuosos en nuestro cerebro que predisponen a las neuronas a morir de forma prematura. ¿Cuáles son los otros factores que contribuyen a su aparición? El fundamental, en el 60% de los casos, el microinfarto cerebral, que afecta a los ganglios de la base donde están las neuronas dopaminérgicas. Ahí es cuando empiezas con el temblor, la rigidez y la bradicinesia, síntomas prototípicos. También tienen una mayor predisposición los boxeadores, como Muhammad Ali, por microtraumatismos de repetición, o gente que se ve afectada por toxinas medioambientales, como los agricultores que trabajan con pesticidas y herbicidas, e incluso los operarios de obra expuestos a microvibraciones, como las que producen las máquinas perforadoras. Son factores medioambientales que, en un cerebro genéticamente vulnerable, pueden inducir la enfermedad.
P.– ¿Se hereda todo? ¿Incluso el buen y el mal gusto?
R.– Radicalmente, sí. Pero hay que diferenciar la herencia genómica que portan los genes que heredamos de nuestros progenitores, y la herencia transgeneracional que determina la epigenética por influencia medioambiental. Pon que a tu mujer, durante el embarazo, le encanta escuchar música de Mozart. Nace tu niño y este sólo se duerme con esa música. ¿Qué ha pasado en el genoma del pequeño? Que el efecto musical ha incorporado 'grupos metilo CH3' fabricados por sus células a su ADN, y el funcionamiento normal de los genes de ese niño, al crecer, está relacionado con la influencia de esos 'grupos metilo', que hacen que se sienta bien cuando escucha música de Mozart. Ese niño puede transmitir ese mismo efecto epigenético a sus hijos. La transmisión suele durar dos o tres generaciones. Es un ejemplo positivo. Hay otros negativos, como ocurre el síndrome alcohólico fetal en mamás que eran alcohólicas, que incluso afecta la estructura facial del niño, la expresión, el lenguaje y la estatura. Pasa lo mismo con las mamás que consumen cannabis, que hace que su hijo sea más propenso a tomarlo de mayor. Eso también puede ocurrir por influencia de microrganismos del microbioma materno.
P.– ¿Cuál diría que es el principal misterio sin resolver del ADN?
R.– Yo creo que las tres cosas más enigmáticas de nuestro genoma a día de hoy son el diálogo entre genes y cómo el epigenoma regula al genoma. Hoy no tiene sentido hablar de genómica si no hablas de epigenética. Por ejemplo, sin que haya ninguna alteración en la estructura del ADN, las alteraciones epigenéticas son suficientes para causar enfermedades que se transmiten de generación en generación hasta que acaban desvaneciéndose por dilución genómica. Hay una herencia epigenética, transgeneracional, en la que no hay alteración en la estructura de tu genoma, sino que el ADN incorpora grupos metilos, de ahí lo de la 'metilación del ADN', y esos grupos tú los puedes ir transmitiendo de generación a generación enganchados a la estructura del ADN sin alterar su estructura.
P.– ¿La Covid ha transformado el genoma de nuestra especie?
R.– Sin duda. El Sars-Cov-2 seguramente ha insertado dentro de nuestro genoma algún componente de la estructura del virus que queda incorporado para el futuro y puede tener efectos positivos o negativos. Lo normal es que tenga un efecto positivo para que nuestras células blancas, ante una nueva infección pandémica, puedan identificar patologías y rechazarlas. Eso es lo deseable y lo que suele ocurrir. Pero también puede pasar lo contrario: que la presencia de esos componentes víricos, igual que ocurre con transposones y retrotransposones, insertados en nuestro genoma, nos haga más vulnerables.
P.– Cuénteme un caso que le haya impactado en su carrera, de esos que a uno le cambian la vida.
R.– Recuerdo una niña de Almería que llegó aquí con medio cerebro destruido por un impacto de tráfico. Tenía toda la cara y el cerebro derecho destrozados. La habían mandado a casa, sin solución, con un daño cerebral irreparable. Sus papás nos la trajeron. Cuando le hicimos un mapa de la actividad cerebral, vimos que en esa zona destruida del cerebro había tejido activo, y cuando le hicimos una resonancia, nos encontramos con que ese cerebro no estaba destruido del todo, sino impactado, aplastado contra el hemisferio izquierdo. Hicimos una reconstrucción neuroquirúrgica del lado derecho para devolver el cerebro a su posición fisiológica tras reconstrucción craneal y facial, e iniciamos un programa de neuroprotección con el fin de recuperar la potencial capacidad remanente de las neuronas no dañadas. En tres años logramos recomponer su estructura normal. Esa niña que llegó aquí como un vegetal y hoy está funcionando como una paisana casi normal con sólo alguna limitación de tipo motriz.
P.– ¿Y en cuanto a estrategias preventivas?
R.– Es muy gratificante ver como pacientes con el peor genoma posible para Alzheimer logran mantener una vida funcional durante 10-20 años. O pacientes jóvenes con riesgo genómico de Parkinson, con tratamiento profiláctico para proteger a las neuronas dopaminérgicas, permanecen asintomáticos durantes largos periodos de sus vidas.
P.– ¿Cuál diría que es la esperanza de vida de un ser humano sano que, pongamos, conoce su vulnerabilidad genética y aplica la medicina preventiva?
R.– Nuestras neuronas están programadas para vivir de 100 a 120 años. La longevidad de especie, que no tiene nada que ver con la esperanza de vida, no va más allá de los 120 años. La esperanza de vida está marcada por el genoma y por los accidentes que tengas a lo largo de tu vida, mientras que nuestro genoma programa las neuronas, que son el sensor de la longevidad. Todos podríamos llegar a una centuria si no hubiese enfermedades a lo largo de la vida de tipo traumático, físico, mecánico o tóxico.