El biólogo marino Free Espinosa abre un tarro y saca con unas pinzas lo que parece una ramita de color rojo con puntos amarillos, de unos seis centímetros de alto, con tres brazos, brillante. "¿Lo puedo coger?", le pregunta el periodista. "Sí", dice, y lo pone entre los dedos. Al instante, la ramita maravillosa dispara su poder de evocación en quien la ve y la toca. Como una piedra preciosa que anuncia el tesoro escondido del que procede, este trocito de coral rojo despierta un arrebato de fascinación cultivada en los relatos mitológicos, las novelas de Julio Verne y el capitán Nemo, los documentales del comandante Cousteau a bordo de su barco Calypso. El ejemplar que tenemos en la mano, tan ligero, es el esqueleto exterior hecho de carbonato de calcio de una colonia de Corallium rubrum, que no es un arbusto marino sino un animal invertebrado.
La muestra que enseña Espinosa es la prueba de que la especie de más alto valor comercial del amenazado Mediterráneo, buscada desde hace miles de años para hacer joyas, encarnación de una de las metáforas literarias más antiguas (los labios son de coral rojo) y hoy esquilmada y en peligro, sobrevive... En el rincón más insospechado de España. La patria de este coral rojo fue escenario en 2002 de la última escaramuza militar con Marruecos. Y tres mil años antes, según cantó Homero, Ulises, el héroe de la guerra de Troya, pasó por estas aguas en su odisea camino de Ítaca.
No es ficción sino fantástica ciencia lo que hoy les contamos. El mapa del tesoro de este cuento real nos lleva a una islita deshabitada al sur de las míticas Columnas de Hércules, en el estrecho de Gibraltar, muy cerca de la ciudad autónoma española de Ceuta: el disputado islote que en España llaman Perejil y en Marruecos Laila (en árabe; también escrito a veces Leila y Layla) o Tura (en bereber), pero que en cartas antiguas de navegación aparecía con un cuarto nombre que se perdió con el tiempo y que quizás ahora habría que recuperar. La isla del Coral.
Es aquí, en un acantilado submarino del lado oriental del islote, a entre 15 y 25 metros de profundidad, donde un equipo hispano-marroquí de biólogos marinos de las universidades de Rabat y Sevilla liderados por Hocein Bazairi y Free Espinosa descubrieron y describieron en dos campañas de exploración submarina en 2014 y 2015 la resurrección de una de las mejores poblaciones de coral rojo del Mediterráneo. Han seguido su evolución desde entonces hasta el inicio de la pandemia, en 2019 publicaron su hallazgo en la revista científica Regional Studies in Marine Sciences y sólo ahora, por primera vez, EL ESPAÑOL | Porfolio da a conocer su existencia al gran público.
Reclaman más protección para que su pesca para joyería sea sostenible y que su presencia fomente el turismo de buceo
Los investigadores de la Universidad Mohamed V de la capital marroquí y del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad de Sevilla quieren que la noticia sobre el tesoro de coral rojo del Perejil anime a proteger y recuperar esta amenazada especie en todo el Mediterráneo, de forma que su explotación comercial para joyería en Italia, Francia, Túnez, España y Marruecos sea sostenible y su presencia fomente el turismo de buceo.
Reivindican también a través del coral rojo que se incremente la protección medioambiental del Estrecho mediante una cooperación transnacional a tres bandas entre España, Marruecos y el Reino Unido (por Gibraltar) que deje al margen las disputas territoriales sobre estas aguas tan sensibles. El Estrecho es uno de los lugares calientes de la biodiversidad en el mundo y por aquí transitan más de cien mil buques al año. "Si hay un vertido como el del Prestige, la marea negra no va a distinguir fronteras", dice el profesor Espinosa aludiendo al desastre que causó en Galicia el naufragio del petrolero el 13 de noviembre de 2002.
La guerra de 2002
En ese mismo año, el 11 de julio de 2002, hace dos décadas, se desató uno de los más graves incidentes militares y diplomáticos entre España y Marruecos (vecinos y socios comerciales que se necesitan mutuamente) cuando un puñado de marinos marroquíes conquistaron el islote en manos de España, situado a 4 kilómetros por mar al oeste de Ceuta y a 250 metros escasos de la costa marroquí, cerca del pueblo fronterizo de Belyounech o Beliones.
Guardias civiles españoles se acercaron al islote en una zódiac para conminarles a marcharse. Los uniformados marroquíes, que habían plantado dos banderas de su país, alegaron que ese terreno había dejado de ser español y zanjaron la discusión apuntando a los guardias con sus subfusiles Ak-47. Por suerte, nadie disparó un tiro. Pero comenzó una peligrosa escalada, con una movilización militar por ambas partes. España envió barcos de guerra, como la fragata Álvaro de Bazán, y aviones F-18, mientras Marruecos sustituía en el islote a los marinos iniciales por un destacamento de sus infantes de Marina.
Seis días después, el 17 de julio, el gobierno del PP de José María Aznar envió a un comando del Grupo de Operaciones Especiales del Ejército de Tierra para recuperar el pedazo de roca de 0,15 kilómetros cuadrados. Llegaron en helicópteros HT-27 Cougar, capturaron a los invasores y los devolvieron a Marruecos sin causar bajas. La operación Romeo-Sierra fue un éxito.
La paz llegó con la mediación de Estados Unidos, en un acuerdo por el que España y el Marruecos de Mohamed VI se comprometían a volver al status quo anterior y evitar toda presencia humana y de banderas en la isla. Lo cumplieron, y desde entonces estas aguas en torno a Perejil, que Marruecos no reconoce como españolas, son de las más vigiladas del Estrecho, con patrullas de la Marina o la Gendarmería marroquí y de la Guardia Civil española. Se tolera a los pescadores artesanales, pero se ahuyenta a cualquier otro que se acerque. Vetaron a los buceadores de cualquier tipo.
"El lado bueno del conflicto es que la zona está muy vigilada y el coral rojo se ha recuperado aquí"
"El lado bueno de este conflicto es que, como la zona está muy vigilada y no va nadie, las comunidades marinas pegadas al sustrato están prístinas y el coral rojo, que está esquilmado en todo el Mediterráneo, se ha recuperado aquí", explica a esta revista Free Espinosa, catedrático del departamento de Zoología de la Facultad de Biología de Sevilla.
El coral rojo puede vivir más de doscientos años, pero la edad de las colonias estudiadas del Perejil/Laila oscila entre 15 y 27 años, lo que refuerza la hipótesis, como señala Espinosa, de que la zona de exclusión creada en la práctica a raíz del conflicto militar de 2002 ha favorecido el crecimiento de esta población joven.
Su compañero de investigación Enrique Ostalé Valriberas, que coordina la Estación de Biología Marina del Estrecho que la Universidad de Sevilla tiene en Ceuta, su ciudad natal, resalta que el coral rojo del Perejil/Laila vive pegado en una pared lateral a una profundidad que se considera somera, superficial, a entre 15 y 25 metros (esa pared llega hasta los 30). En el resto del Mediterráneo, en cambio, es ya muy difícil encontrar colonias de este tamaño tan cerca de la superficie en zonas que no sean parque natural, debido a que las más accesibles las han explotado para su uso en joyería.
Para encontrar corales rojos de esta talla, mayores de siete milímetros de diámetro en su base, que es el mínimo legal para su recolección, hay ya que bucear a más de 50 metros de profundidad, o rebuscarlo en cuevas, lo que encarece y hace más peligrosa su extracción. "En la Cueva del Coral de Ceuta, un sitio de especial protección, se puede ver a 35 o 40 metros de profundidad, pero de tamaño más pequeño", dice Ostalé.
Este biólogo marino ceutí recuerda cuando en los años 80, 90 y primeros años del siglo XXI, antes del conflicto, familias ceutíes y marroquíes iban en embarcaciones "con su tortilla de patatas a pasar el día en el islote"; en esa época, buceadores coraleros como el histórico ceutí Juan, que ha muerto recientemente a los 90 años, se ganaban un dinero extra bajando a las profundidades para picar coral rojo a lo largo de la costa y venderlo para joyería.
Luego, en julio de 2002, se produjo la alerta militar que puso en tensión esta orilla. Free Espinosa se acuerda perfectamente: "Estaba yo entonces en Ceuta haciendo mi tesis sobre la lapa Patella ferruginea y veía a las fragatas en el mar". Tras la incruenta escaramuza, volvió la calma, pero tensa, y las patrulleras de uno y otro lado impidieron el acceso a visitantes y buceadores. Pasaron años sin que nadie, que se sepa, pudiera explorar con permiso el perímetro marino del Perejil/Laila.
La exploración
El redescubrimiento llegó en 2014, cuando con su colega el investigador Hocein Bazairi comenzaron un proyecto hispano-marroquí, financiado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente y la fundación MAVA dentro del plan MedKeyHabitats. El proyecto, al amparo del Ministerio de Pesca Marítima marroquí, consistía en cartografiar las comunidades marinas de lugares de especial valor ecológico de Marruecos con el fin de elevar su nivel de protección legal medioambiental, de forma que el país llegue al 10% mínimo de costa protegida según establece uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU.
El islote está al pie del monte Musa o La Mujer Muerta, ubicación mitológica de la columna sur de Hércules
Se centraron en el Sitio de Interés Biológico y Ecológico de Jbel Moussa, también monte Musa o La Mujer Muerta, un área de 31,6 kilómetros cuadrados en tierra continental marroquí y 6,8 de superficie marina al pie de la montaña de ese nombre. Esta gran mole es la que vemos desde la orilla española norte del Estrecho de Gibraltar cuando miramos al otro lado hacia África, y coincide con la ubicación mitológica de la columna sur de Hércules.
La investigación llegó también a la costa sumergida del islote Perejil, en la frontera de ese espacio protegido marroquí: un limbo, dice Free Espinosa, que no se sabe a quién pertenece, por su naturaleza disputada y jurídicamente ambigua. Lo mismo ocurre, apunta, con Gibraltar y Ceuta, reclamadas respectivamente por España y Marruecos, que "están fuera de la Reserva de la Biosfera de la Unesco del Estrecho", cuando debían incluirse dentro porque la naturaleza de este ecosistema único de ambas orillas "no conoce de fronteras".
Su colega marroquí y colíder de la investigación logró los complicados permisos administrativos del lado marroquí para explorar esta costa, mientras que la Guardia Civil, del otro lado, no les puso impedimentos. Esas raras expediciones de septiembre de 2014 y septiembre de 2015, continuadas en los años sucesivos hasta 2019 con otras campañas para controlar las estaciones centinela que instalaron, se convirtieron en un acontecimiento. Buceadores de Ceuta aprovecharon para unirse a los científicos y bucear con ellos esos días. "Hacía años que no podían ir allí y vinieron para recordar" los viejos tiempos, recuerda Ostalé. La presencia militar en torno al islote también había alejado a las embarcaciones de las rutas del hachís y de la emigración clandestina hacia España.
En esas expediciones hallaron y estudiaron los corales rojos, valiosas concentraciones de coral naranja (Astroides calycularis), gorgonias rojas (Paramuricea clavata), praderas de fanerógamas... Un paraíso oculto.
Espinosa y Ostalé se preguntan: ¿quién protege Perejil? Está claro que la presencia militar la mantiene a salvo, pero falta, dicen, que quede claro también a quién corresponde su gestión medioambiental, por lo que proponen que sea una institución científica transnacional la que cuide del islote y de su población de coral rojo dentro del contexto global del estrecho de Gibraltar. "Los problemas políticos y territoriales no se pueden trasladar a la gestión medioambiental", dice Espinosa.
Los investigadores cuentan que van a colaborar ahora en un proyecto de la FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) para medir la cantidad de corales rojos que hay en el Mediterráneo a fin de planear una pesquería sostenible. Estudiarán con ese objetivo la variedad genética de los ejemplares de Perejil que guardan aquí en el Laboratorio de Biología Marina de Sevilla.
Pero recalcan que una actividad económica mayor que el tradicional uso joyero puede ser emplear el coral rojo como reclamo para el buceo recreativo, y ponen como ejemplo que en las islas Maldivas, en el Índico, o en el pueblo catalán de Estartit (Gerona), frente al parque natural de las islas Medas, los ingresos por el buceo aficionado suponen una gran parte del Producto Interior Bruto. Free Espinosa dice que es precisamente en las Medas donde ha visto el coral rojo a menos profundidad, apenas 7 metros, porque es una zona protegida.
Miles de euros el kilo en Italia, veda en España
Los riesgos de su pesca y su escasez determinan el alto precio del coral rojo. En Italia se cotiza, si es de buen tamaño y calidad, a miles de euros el kilo en bruto. Una investigadora italiana colega de ellos, Stefania Coppa, del centro de investigación marina IAS-CNR de Oristano, en Cerdeña, dice: "El precio puede variar desde unos cientos hasta unos miles de euros el kilo en relación sobre todo al tono del color, integridad (presencia de venas, friabilidad [facilidad para desmenuzarse]) y tamaño de la colonia. En la zona entre Bosa y Alghero la media era de 800 euros el kilo en el año 2010. Dada la escasez del recurso, es probable que en los últimos diez años el precio promedio haya aumentado".
Ese coral rojo que llaman "el oro rojo de Cerdeña" multiplica su precio luego cuando se talla como joya. Las sales de hierro dan al carbonato cálcico del coral su característico color rojo anaranjado.
Los investigadores del Laboratorio de Biología Marina de la Universidad de Sevilla recuerdan que Cataluña ordenó una moratoria en sus aguas interiores entre 2017 y 2027 para frenar su esquilmación y permitir su regeneración. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, que en 2018 causó polémica al conceder 12 licencias, ha impuesto luego una veda total de dos años hasta el 10 de abril de 2022 en las aguas exteriores españolas.
Junto a la Costa Brava catalana, otros lugares del Mediterráneo que tienen colonias aisladas de coral rojo (siempre en lugares rocosos) son la costa de Liguria, al norte de Italia; las islas italianas de Cerdeña y Sicilia (aquí, en Trapani, hay grandes joyeros artesanales); la isla francesa de Córcega y, en la orilla sur del Mediterráneo, Túnez y la parte de Marruecos entre Ceuta y Tánger. También hay colonias en la vertiente atlántica del Estrecho en el lado de Marruecos, como en los alrededores de Arcila o Asilah.
Pesca de riesgo
Enrique Ostalé se acuerda de la historia de un coralero de Ceuta que "en 2008, al inicio de la recesión económica, se fue a Marruecos, a esa zona, para ganar un dinero buceando y picando coral" más allá de los 50 metros. "Bajó a mucha profundidad. En el ascenso, no encontró la botella de oxígeno extra que había dejado para descomprimir poco a poco y tuvo que salir a la superficie sin haber descomprimido antes. Murió de una embolia", cuenta el biólogo y buceador ceutí. Explica que en el proceso de descompresión en buceo, al regresar a la superficie, hay que hacer paradas a los 9, 6 y 3 metros de profundidad para dar tiempo a que el cuerpo elimine las burbujas de nitrógeno acumuladas en la sangre por la alta presión y así evitar una embolia o falta de riego de oxígeno al cerebro por el cierre de las venas.
"Un coralero de Ceuta bajó a mucha profundidad y tuvo que salir sin haber descomprimido. Murió de una embolia"
El coral rojo que se captura es el esqueleto calcificado que genera la colonia de individuos agrupados como pólipos blancos traslúcidos. En las fotos de ellos vivos en el agua aparecen, cuando están en plena actividad, desplegados como ramas florecidas, con coronas de ocho tentáculos plumosos a través de los cuales se alimentan. Su técnica es sencilla pero fascinante también: sus tentáculos inyectan una toxina urticante, un veneno, que paraliza a sus minúsculas presas, el zooplancton que la corriente les pone al alcance y que de esa forma ingieren. Se despliegan sobre todo al anochecer y al alba.
Al coral rojo lo llaman especie ingeniera y especie paraguas porque sus colonias forman construcciones naturales que sirven a su vez, ancladas al sustrato rocoso, como armazón y refugio para el "bosque sumergido" que habitan también esponjas y briozoos, y que son buenas zonas para la reproducción y cría de peces. "Protegiendo al coral rojo, estamos protegiendo también a otras especies a las que dan cobertura y que no son tan llamativas, pero no dejan de ser importantes también", dice Espinosa.
Otras especies de corales son las que construyeron la mayor edificación biológica del planeta Tierra: el arrecife de la Gran Barrera de Coral de Australia, de 2.300 kilómetros de longitud. A diferencia de los grandes arrecifes tropicales, las arquitecturas del coral rojo del Mediterráneo son, comparativamente, minúsculas y muy aisladas y dispersas, y ello se debe, como explicaba en su enciclopedia el gran pionero de la biología y divulgación marina Jacques Cousteau, a la temperatura del agua: el coral rojo del Mediterráneo vive en aguas frías que están lejos del punto de saturación del carbonato de calcio. Cuando muere, el esqueleto calcáreo del coral rojo se disuelve "más rápido de lo que tardó en crecer" y por eso no forma grandes arrecifes como otras especies de coral en Australia.
Lento crecimiento
Una colonia de coral rojo se forma a partir de una única larva (generada por dos individuos, macho y hembra) que sobrevive, consigue fijarse al sustrato rocoso y empieza a reproducirse de forma asexuada con múltiples pólipos que son individuos independientes, formando una estructura arborescente.
El coral rojo de Perejil/Laila vive todo el año a una temperatura de 20-21 grados, dice Free Espinosa, y crece a una media de 3,1 milímetros al año, o tres centímetros en una década. En Perejil la zona estudiada tiene una densidad de 166 colonias por metro cuadrado, con un diámetro medio de su tallo principal de 6,37 milímetros y una altura media de 6,2 centímetros. Con el tiempo, pueden llegar al medio metro.
El coral rojo crece tres centímetros cada diez años y es "un sensor muy bueno" de la calidad del agua y el cambio climático
Es muy sensible al cambio de temperatura y a la calidad del agua, lo que convierte al coral rojo, señalan Espinosa y Ostalé, en "un sensor muy bueno" del cambio climático y de la contaminación. Su presencia es señal de excelente calidad del agua. Un aumento de la acidificación del agua lo puede matar, lo mismo que una subida de la temperatura. Por eso, dicen, el coral rojo es muy valioso como bandera o referencia para las redes de biólogos que en el Mediterráneo quieren detectar de forma temprana la mortalidad masiva de especies y prevenir sus causas.
El coral rojo de Perejil es ahora "la única población intacta de España a profundidades someras de entre 10 y 50 metros" fuera de las zonas protegidas, destacan los investigadores. Estudian, además, una colonia vecina en la bahía de Belyounech, frente a la población marroquí del mismo nombre que hace frontera con Ceuta, a poca distancia de Perejil.
¿Puede sobrevivir fuera del medio natural? ¿Se puede reproducir en cautividad? Ése sería el gran negocio, pero dicen los biólogos del Perejil que, a diferencia de otros corales (como el coral naranja que el Acuario de Sevilla, con el que colaboran, ha logrado mantener fuera de su medio), el coral rojo no se ha logrado aún reproducir o trasplantar, aunque hay intentos en ese sentido.
Otra amenaza para su conservación es la proliferación del alga invasora de origen asiático Rugulopteryx okamurae, detectada en estas aguas desde 2015, que supone un gran problema en playas como las de Tarifa. En Perejil la han visto enganchada a las ramas del coral rojo, lo que impide que se alimente y provoca su necrosis, como han alertado Espinosa, Free y otros colegas en un artículo de 2020 en Ecological Indicators. Esta alga está frenando ya, avisan, el crecimiento del coral rojo.
Debido a la pandemia y al cierre de fronteras, desde septiembre de 2019 no han vuelto a colocar sus detectores de temperatura y monitorizar la evolución de estas colonias, y les faltan los datos de 2020 y 2021. Están deseando regresar en 2022 a su isla del tesoro biológico.
La ninfa Calipso retuvo siete años a Ulises con la fuerza de su encantos. Cuenta Homero que este episodio de la Odisea ocurrió al occidente del Mediterráneo, en una isla llamada Ogigia, que la tradición local identifica con la península de Ceuta. ¡Eran estas aguas, las mismas donde Perejil vuelve a ser la isla del Coral de los mapas antiguos! El coral que vio el héroe de Troya ha renacido otra vez.
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