Detrás de un hombre poderoso suele haber una mujer aún más poderosa, y varias décadas más joven, que mueve los hilos. A veces, incluso no está detrás sino delante o al lado de ese hombre, rehuyendo el perfil bajo. Como Carrie Symonds (33), hoy Carrie Johnson tras su boda con Boris Johnson (57) -la tercera para él-, que parece haber aceptado su destino en la caída de todo un primer ministro de Reino Unido. Si no como única responsable, sí como colaboradora necesaria.
El partygate no ha sido la primera alerta roja de lo que Carrie supone para Boris. En el verano de 2019, cuando la pareja vivía su etapa de tórrido romance semiclandestino, Tom Penn y su esposa, dos vecinos de Camberwell, un distrito bien del sur de Londres, llamaron a la policía por una discusión doméstica en el piso de abajo.
Subían la violencia y los decibelios y aquello no tenía visos de amainar, a pesar de que ellos llamaron a la puerta hasta tres veces. Después de gritos de él y ella, golpes secos, ruidos de un ordenador que alguien estampaba contra el suelo, cristales rotos y sonoras amenazas de ella contra quien osara tocar su portátil -los vecinos grabaron la discusión porque la consideraron "de interés público"- llegó la policía y disolvió la trifulca privada del entonces candidato favorito a primer ministro de Reino Unido y su nueva novia.
The Guardian informó de la pelea al día siguiente y se montó un escándalo internacional. Boris Johnson parecía una vez más al borde del abismo y aún no había conseguido ser primer ministro de la mano de Carrie. Pero, una vez más, el político conservador dejó atónitos a sus rivales y a los agoreros que asumían que su conducta tendría alguna consecuencia en su carrera política: sin que se le alterara un músculo de la cara, Boris convenció al Parlamento de su candidatura, y no contestó a una sola pregunta -y hubo muchas- concernientes a su novia 25 años más joven.
Cuando finalmente se hizo con la victoria, en julio de 2019, ambos inauguraron una nueva era: por primera vez una pareja presidencial dormía en los predios de Downing Street sin estar casada. La boda no sería hasta mayo de 2021 en una ceremonia privada en la Catedral de Westminster.
Y de aquellos polvos estos lodos, deben estar elucubrando ahora las voces tories más conservadoras. Culpan a Carrie de ser la autora intelectual de varias de las fiestas que se celebraron en la residencia oficial del primer ministro durante 2020, mientras el país entero tenía vetada casi cualquier intento de vida social por la pandemia.
Su afición a las reuniones sociales, la música, la bebida y la buena vida puede costarle muy caro a Boris Johnson, sobre todo después de que cinco asesores de su núcleo más cercano hayan dimitido ya por el escándalo y Scotland Yard siga con la investigación abierta.
Carrie, según informó CNN, ha sido una gran influencia en el estilo de vida y en el cambio de aspecto de Johnson, quien perdió varios kilos, fue a otro sastre, y empezó a peinarse -algunos días- a partir de su relación con ella. La joven parece haber disparado la testosterona de Boris, esa hormona relacionada con el deseo sexual, pero también con la temeridad y cierta adicción al peligro.
Aunque más importante es que consiguiera despejar el panorama de los asesores que ella consideraba fauna peligrosa para su marido. En esa operación cayó Dominic Cummings, el ideólogo del Brexit y quien abrió el melón del partygate por venganza que hoy acorrala a Johnson.
Cummings y su cohorte usaban tres emoticonos en Whatsapp para hablar de Carrie: la princesa rubia y dos cacahuetes aludían a la Princess Nut Nut ("la princesa chiflada"). También la llamaban Cersei, la maquiavélica reina consorte de Juego de Tronos, o Lady Macbeth. El pasado de Carrie como jefa de comunicación del Partido Conservador le había asegurado algunos amigos fieles y las bromas de Whatsapp acabaron en su teléfono y Cummings fuera del gabinete.
Estudió teatro
Fan de la serie Fleabag y apasionada defensora de los animales y el medio ambiente, algunos diarios le atribuyen directamente a ella las promesas para el bienestar animal de Johnson en su primer discurso en el cargo.
Su padre fue uno de los fundadores del diario The Independent, y su madre era la abogada de ese mismo periódico inglés. Creció en el suroeste de Londres y estudió Teatro e Historia del Arte en la Universidad de Warwick.
Cummings y su cohorte usaban tres emoticonos para hablar de Carrie: la princesa rubia y dos cacahuetes
Pese a su juventud, el parlamentario Zac Goldsmith, de Richmond Park, fue quien la llevó a trabajar en política y la sumó para siempre a la causa tory. En 2010 se unió al Partido Conservador como jefa de prensa, y dos años más tarde trabajó en la campaña que convirtió a Boris Johnson en alcalde de Londres. En 2018 se convirtió en la todopoderosa directora de Comunicación del Partido Conservador, un puesto que abandonó para trabajar de Relaciones Públicas en la ONG Oceana. Se cree que la entonces incipiente relación con Johnson pudo tener algo que ver en ese extraño movimiento.
En 2019 empezaron a circular los primeros rumores verosímiles de un affaire con Boris, quien en 2018 había anunciado el divorcio de su segunda esposa tras un matrimonio de 25 años y cuatro hijos. Otras versiones dicen que Marina Wheeler (58), la exesposa de Johnson, decidió divorciarse harta de la enésima aventura de su marido.
En las imágenes de la campaña de 2019 Carrie es una presencia constante. En julio de ese año, cuando Johnson se convirtió en primer ministro, ella observó desde la distancia, lánguida y con un vestido rosa cuyo stock se agotó el mismo día, cómo su novio entraba solo en el número 10 de Downing Street. Una imagen inédita en Reino Unido.
Pero después de las reelecciones de diciembre la pareja subió de la mano los escalones presidenciales, como habían hecho siempre todos los inquilinos. Solo que ellos eligieron vivir en el número 11, que tiene cuatro habitaciones, mientras que la residencia de primer ministro solo tiene dos. Adoptaron a Dilyn, un cachorro cruzado de Jack Russell, en un refugio de animales del sur de Gales, y en febrero de 2020 anunciaron oficialmente su compromiso y la espera de su primer hijo. En marzo llegó la pandemia.
"¡Cuídate de los idus de Marzo!", escribió Shakespeare en su obra Julio César en 1599. Desde la época de los romanos se sabe que esos días de buenos augurios que anticipan la primavera suelen entrañar peligros insospechados, y Boris Johnson pareció enloquecer con el anuncio de una pandemia global. Coqueteó con el negacionismo, se burló de los lideres más cautos y se negó una y otra vez a ponerse la mascarilla, hasta que acabó en estado grave en la UCI de un hospital de Londres, y Carrie, embarazada y contagiada con un virus del que aún se sabía poco.
Dicen que ella peregrinaba por los pasillos del hospital, desencajada e incrédula, ante la gravedad de su marido. Una vez más, Boris remontó y, asegura la BBC, que llamó a su primer hijo Wilfred Lawrie Nicholas, en homenaje a dos de los médicos que le salvaron la vida.
2020 fue convulso y estresante para todos. También para el matrimonio Johnson que -ahora lo sabemos- entró en un bucle de fiestas y celebraciones que se saltaban todas las normas impuestas por el propio Boris para frenar la curva de contagios del coronavirus.
La sombra de aquel grupo de Whatsapp donde llamaban a Carrie Princess Nut Nut y que costó el puesto al asesor Dominic Cummings ha sido más que alargada. La primera fiesta clandestina de Downing Street fue precisamente para celebrar el despido de Cunning. Era 13 de noviembre de 2020 y todo Reino Unido estaba confinado.
La maldición de ABBA
El propio Cunning se encargó de contar que mientras él salía cargando la típica caja de los despedidos, en el número 10 se abrían botellas de champán y se entonaba con euforia el himno de los ganadores The winner takes it all, la canción de ABBA. Por lo visto el grupo sueco es uno de los favoritos de la primera dama. Esta fiesta de la victoria marca el inicio del partygate. Una sucesión de fiestas que ignoraban todas las restricciones del virus, algunas como la del cumpleaños de Boris, en junio de 2020, organizada por la propia Carrie que mandó mensajes a todo el staff para distribuir el trabajo y encargó en persona la tarta de cumpleaños. Fiestas diurnas, vespertinas y nocturnas. Con champán, vino o ginebra. Con canciones clásicas y música disco...
Algunas de estas celebraciones se han corroborado en el informe de Susan Gray, una funcionaria veterana y neutral de Downing Street, a quien se ha encargado la relatoría de los hechos que ahora también investiga Scotland Yard. El informe Gray constata 16 reuniones en 20 meses, doce de las cuales están siendo investigadas por la Policía. Se incluye una reunión en el número 10, una celebración de Navidad en Downing Street y varias fiestas de despedida, y un email en el que el asistente personal de Johnson invita a todo el staff a una reunión para "aprovechar al máximo el buen tiempo con unas copas con distancia social".
En junio de 2020 estaban prohibidas las reuniones en Reino Unido de más de seis personas y se calcula que unas 40 asistieron al pícnic en el jardín de la casa presidencial.
El informe Gray constata 16 reuniones en 20 meses, doce de las cuales están siendo investigadas por la Policía
El partygate ha obligado a Johnson a enfrentarse a una oposición levantada en armas que exige su dimisión y que ha cambiado el Lady Brexit con que apelaban a su esposa por el festivo Carrie Antoinette, en alusión a la vida displicente de la soberana francesa.
Johnson se niega a dimitir, y para limpiar su imagen e intentar recuperar el control se ha traído de Australia al mismísimo sir Lynton Crosby, un viejo conocido gurú de la estrategia política que tendrá que poner orden en la vida de Johnson para conseguir que conserve su puesto. "Tarde o temprano Boris tendrá que decidir qué es más importante, la felicidad de su familia o su carrera y su legado", decía esta semana una comentarista política en The Telegraph.
Parte de la prensa también admite que la juventud y el entusiasmo de Carrie se concentran en las causas que más aburren a los boomers como Crosby. A saber: el medio ambiente, el bienestar animal y la salud mental. No cae bien y no la entienden. Y Carrie quiere una vida donde estén Boris y sus hijos, gastar dinero en vacaciones y en muebles para su casa y divertirse en fiestas, sean clandestinas o no.
Todos esperan que sir eche una mirada fría y dura sobre Carrie y concluya, justa o injustamente, que ella es el punto débil del primer ministro porque él es capaz de muchas cosas, excepto de decirle que no.
El club de las terceras esposas
Carrie es el tercer intento de Boris Johnson de vivir felizmente casado. En esta década hay varios ejemplos de que esas terceras oportunidades de los presidenciables son justamente las que llegan al puesto de primera dama. Las anteriores parejas han puesto los cimientos, pero las terceras disfrutan del brillo y el poder. Y como cantaría Carrie Johnson en una de sus fiestas clandestinas, the winner takes it all.
Carrie Johnson (33). La primera esposa de Boris Johnson fue Allegra Mostyn-Owen. Se conocieron en la universidad y se casaron en 1987. Allegra es hija de la escritora italiana Gaia Secadio y del historiador del arte William Mostyn-Owen, creció como una princesa escocesa en el castillo de Perthshire. Cuando conoció a Boris ya había posado para la portada de la revista Tatler. Gaia, su madre, nunca vio con buenos ojos esa relación. Según el tabloide The Sun, desde el principio dijo que no eran compatibles: "Boris necesita a alguien obediente a su lado, alguien que permanezca en un segundo plano, con una vida hogareña agradable y dejándole tiempo y espacio para que él se construya una carrera brillante. Mi hija no es ese tipo de persona". El matrimonio duró seis años y nunca tuvieron hijos. Después del divorcio Boris se casó con Marina Wheeler. Allegra no volvió a casarse hasta 2010 cuando se emparejó con su actual marido pakistaní 22 años más joven que ella. Con Marina, Boris aguantó 25 años y tuvieron cuatro hijos. Se separaron en 2018 y no se descarta que la relación con Carrie tuviera algo que ver en el asunto.
Michelle de Paula Firmo Reinaldo Bolsonaro (38). La primera dama de Brasil es también la tercera esposa de Jair Bolsonaro (66). Se conocieron en 2007 cuando ella trabajaba como secretaria de un diputado. Tras ejercer varios cargos en el Partido Liberal fue nombrada por el propio Bolsonaro como su jefa de despacho, cargo que tuvo que abandonar cuando el Supremo Tribunal Federal alegó que la contratación de familiares hasta el tercer grado no estaba permitida en la administración pública. Se presenta como una mujer discreta y muy religiosa. Sin embargo, en un gesto sin precedentes en la historia de Brasil pronunció su discurso antes que su marido durante la ceremonia de investidura. Si Carrie Johnson celebra sus victorias con canciones de ABBA, Michel Bolsonaro celebra con gritos de Aleluya y Gloria a Dios. Tienen un hijo en común. La primera esposa de Bolsonaro fue Rogéria Bolsonaro (67) con quien tuvo tres hijos, y su segundo matrimonio fue con la abogada Ana Cristina Valle (55), madre de su hijo Renan. Desde que se casó la primera vez en 1978, Bolsonaro nunca ha pasado soltero menos de un año.
Melania Trump (51). La exmodelo eslovena y exprimera dama de Estados Unidos se casó en 2005 con Donald Trump (75). Para él eran sus terceras nupcias. Conocida por sus desplantes en público al hombre más poderoso del mundo, Melania no pudo ocultar su alegría cuando terminó el mandato de su marido y ella recuperó su vida con su hijo Barron. Al parecer está muy metida en el negocio del criptoarte, y su último NFT se vendió en enero por 170.000 dólares, algo menos de la cantidad fijada en la subasta inicial. Antes de Trump la conocíamos por sus portadas en revistas como Vogue o Vanity Fair, y por la interpretación que hizo de sí misma en la película Zoolander. La primera esposa de Donald Trump fue Ivana Marie Trump (72), también modelo y de ascendencia eslava. Estuvieron casados desde 1977 hasta 1992 y de esa unión nacieron Ivanka, Donald junior y Eric. Ha sido la que más influencia ha tenido en el clan, fue vicepresidenta de una de las compañías familiares y se le atribuye el diseño de la Trump Tower de la Quinta Avenida de Nueva York. Marla Maples (58) fue la segunda esposa, nacida en Georgia y la única con nacionalidad americana antes de casarse con Trump. Es actriz, cantante y presentadora de televisión. Estuvieron seis años casados, entre 1993 y 1999, y tuvieron una hija en común, Tiffany Trump.
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