Montes de Propio, Jerez de la Frontera (Cádiz)
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El sonido al descorchar una botella. Inconfundible. Pop. Describir por escrito una onomatomeya es complicado, aunque hay que decir que ese pop no es importante, porque para que exista ese sinónimo de celebración, felicidad y buena vida, hace falta otro. Es previo al anterior y no es para nada conocido. Suena como un crac, pero más seco. Es el sonido de otro descorche: el que hace el corcho al desprenderse del alcornoque. Va asociado al sudor, al calor y al trabajo duro. El crac suena igual desde hace miles de años, porque el sistema de extracción es exactamente el mismo hoy que entonces. Lo sabe bien la familia Santana: cinco generaciones dedicados al corcho, incluyendo su tratamiento. 

El sol aun no está, ni mucho menos, en lo alto, pero hace casi unos 30 grados de temperatura y subiendo. Cuando el sol no alcance aun ni por asomo su plenitud, los Santana habrán dejado claro que saben tanto de alcornoques que no los llaman ni así: los llaman chaparros. También mostrarán que controlan una enorme familia semántica relacionada con el corcho. Andrés, el padre, cuarta generación, tiene 73 años y ya está jubilado. Llegó a Jerez de la Frontera desde Jerez de los Caballeros (Extremadura) en 1984. 

Son más de las 9 de la mañana en los Montes de Propio, una enorme finca de 7.054 hectáreas, lo que queda hoy de las 35.000 donadas por el rey Fernando IV, en el año 1.300 a la ciudad de Jerez de la Frontera (Cádiz). Cuentan las crónicas que en ella hubo hasta osos en la Edad Media. Hoy hay corzos, venados y jabalíes en estado salvaje para caza mayor. También hay vacas retintas y limousin, una reseñable actividad apicultora... y cientos de miles de alcornoques. No en vano se enclava entre el Parque Natural de los Alcornocales y la Sierra de Grazalema. 

En los Montes de Propio a la empresa municipal Ememsa, dependiente del Ayuntamiento de Jerez, aun le queda tiempo para rebasar el ecuador de la saca del corcho. Lleva, en concreto, 28 días. La labor se segmenta en diez áreas y se efectúa solo en verano. Cada año se trabaja en la saca en una única zona, denominada 'pela'. La de este año comprende 28.000 alcornoques. Porque la labor de descorche del alcornoque solo puede hacerse cada 8 o 9 años, pero en los Montes de Propio se hace cada diez, para preservar aún más los ejemplares.

"Mi bisabuelo Rafael Santana, se dedicó al corcho; también su hijo, José, y luego mi padre, que también se llamó Rafael Santana. Luego llegué yo, y luego, mis hijos, Jose Andrés y Rafael", cuenta Andrés Santana, cuarta generación de corcheros, dedicados tanto al corcho como al tapón."Mi bisabuelo, abuelo y padre venían aquí a comprar materia prima. Pero llegó un momento que la fábrica cerró". Andrés Santana, cuando llegó al Jerez andaluz, ya tenía 36 años y estaba casado. 

Andrés, Rafael y José Andrés Santana, posando para EL ESPAÑOL | Porfolio Marcos Moreno

Allí, en la Jerez extremeña, los Santana se dedicaban al corcho en todos sus procesos: la saca, clasificación, hervido... y también tenían fábricas de tapones. "Hoy hay poca gente que sepa recortar y hervir", subraya su hijo José Andres, de 42 años y hoy jefe del departamento de Ememsa. "Pero yo empecé desde abajo, de cero: descorchando". Es quien supervisa los trabajos de la cuadrilla de corcheros, en la que está su hermano menor, Rafael, de 32 años.

El menor de los Santana, Rafael, sacando una plancha entera de corcho del árbol. Marcos Moreno

Antiguamente, y por el calor, la labor comenzaba en cuanto la luz permitía ver, en torno a las 6 de la mañana, y acababa a las 10 de la noche. "Pero ahora empezamos a las 7 y se trabaja hasta las 3 de la tarde. Los días de mucho calor arañamos todo lo que podemos más temprano, para acabar antes de las 3", explica.  

Igual que siempre

Los vehículos "es lo único distinto" que hay en este oficio, señala José Andrés. "De hecho, si tú haces una foto en blanco y negro de cómo es la saca, si alguno de los corcheros lleva una camiseta con una serigrafía sería la única manera de distinguir que una fotografía no tiene 100 años", puntualiza. 

Chac. Crac. Chac. Crac. El sonido que precede al de desprender el corcho es la clave de todo. Se hace con el hacha, manejada con destreza y con la suficiente fuerza como para hendir la corteza del alcornoque, pero no con tanta como para dañar la capa madre, la que queda al descubierto cuando el tronco se descorcha. Antes de sacar el filo del hacha, se hace una leve y rápida palanca, crac, para desprender la corteza. Se ayudan con el mango del hacha, si la altura del tronco lo permite, o con la jurga, un largo palo de madera afilado en uno de sus extremos como la punta plana de un destornillador.

Dos corcheros, durante la saca del corcho en los Montes de Propio. Marcos Moreno

Tras cuatro horas pelando alcornoques, a 11 de la mañana la cuadrilla, compuesta por 3 recogedores y 14 corcheros, hacen pausa para comer. Buscan la sombra y abren sus neveras individuales. Hay pan, carne mechada, jamón, queso, tomates que parten en el momento, cebolla, que tambien trocean y comen entre pan y pan, y fruta, mucha fruta. Como manteles y asientos utilizan planchas del corcho. Charlan, comen y beben mucho agua, tanto por la sed como para evitar la deshidratación. Allí enseñarán las suelas de las botas de trabajo, que compran cada temporada: en menos de un mes ya las tienen desgastadas.

Uno de ellos es Jerónimo Ortega. Tiene 66 años y lleva siendo corchero 49, "cuando pagaban 700 pesetas", puntualiza. Hace pareja de descorche con Rafael Santana, el hijo menor. A sus 32 años, lleva más de diez de corchero. "Tienen genios que se llevan bien. Son el mayor y el menor de la cuadrilla", matiza su hermano.

Jerónimo, de 66 años, lleva 49 como corchero y de momento no quiere jubilarse.

(Al posar para el fotógrafo, a Jerónimo le cae guasa del resto de compañeros)

-A ver, que se te vean los dientes, Jerónimo.

-Los dientes están en la mesita de noche.

Además de ser tan buen encajador de bromas como bromista, "Jerónimo es un excelente corchero", ilustra José Andrés. "Lo hace bien y además su edad no le impide nada. Se sube a los árboles como si tuviera 20 años. Lleva diciendo que se jubila desde hace tres años, pero aquí está. Yo creo que cuando se jubile se muere. Verás, le voy a preguntar": 

 -Jerónimo, ¿tú no me dijiste el año pasado que te jubilabas?

-Claro que te lo dije. Lo que no te dije fue en qué año. 

El capataz de los corcheros se llama Manolo Jaén. Tiene 55 años, los mismos que su hermano Fernando. Son gemelos, pero en el chaparro, por abreviar, da igual si surgieron de un óvulo o de dos y los llaman 'los mellis'. Nacieron en Tempul, un pequeño asentamiento comprendido en San José del Valle, donde nace el manantial que dio lugar al acueducto romano del Tempul hasta la ciudad de Gades, y luego, a Jerez de la Frontera, ya en el siglo XIX.

Empezaron siendo muy jóvenes en el oficio, con 19 años, y narran que engañaban al capataz "diciendo que estaba trabajando uno cuando estaba el otro, normalmente, para echarle un cable porque estaba cansado". Ahora Manolo tiene el pelo más cano que Fernando, y se les reconoce. "Pero con 20, no. Yo veo fotos nuestras con 20 años y no sé quien soy".

Hoy un corchero cobra un jornal de 170 euros diarios. Aun así, para ganarlos hay que saber. La cosa es que no hay quien sepa. "No hay relevo generacional", cuentan Rafael Santana y su hijo José Andrés. Es un trabajo "muy duro", que requiere "destreza, aguante, y estar en buena forma porque hay que subirse a los árboles". Aunque el corchero de ahora "sufre menos que antes. Antaño se dormía en el hato, se hacían turnos de quince días. Y se enseñaba a cortar el corcho. Ya no".

No obstante, en los dos meses de trabajo todos pierden muchísimos kilos. José Andrés ha perdido 11. "Ten en cuenta que se anda muchísimo y el trabajo es puramente físico", puntualiza Santana. ¿Mujeres corcheras? "No conocemos. Arrieras y recogedoras sí. Pero corcheras, ninguna". 

Cuando se acaba la saca del corcho, cada uno vuelve a su otro oficio para el resto del año. Manolo, el capataz, es pintor. "También trabajo apartando el corcho del bueno y seleccionándolo". Rafael Santana, el hijo menor, se ocupa de una empresa familiar que tampoco descuida mientras trabaja en los montes. "No quiso estudiar", explica su padre. "Pero trabajando, es muy bueno en todo". 

Andrés, el padre, recuerda que hace unos años se produjo el boom del tapón sintético, con lo que la demanda de corcho decayó y con ella, los precios. "Muchas bodegas, para sus vinos jóvenes, cambiaron los tapones. No así los vinos buenos. No obstante, el tapón sintético no funciona igual de bien que el de corcho. Y ahora, con el tema de la ecología, hay otro boom del corcho", matiza su hijo.

Jerónimo y Rafael, el menor de los Santana, sacando el corcho. Marcos Moreno

La producción de corcho de los Montes de Propio suele adquirirla Portugal. "Dicen que es el primer productor del mundo, pero es mentira. Compran casi todo el corcho de España. Antes, España lo vendía clasificado y preparado a Portugal, donde hacían los tapones... que luego compraban las bodegas de Jerez".

"En los años 80 y 90 Portugal fue muy inteligente e invirtió en tecnología, cosa que no hizo España. Además, la mano de obra allí es más barata que aqui", cuenta Andrés Santana, quien llegó a tener una máquina capaz de fabricar 36.000 tapones al día. La tiene aún, en Algar, el pueblo donde reside y que está más cercano a los Montes de Propio. "También conservamos la garlopa del abuelo, con la que se hacen los cuadros de corcho para hacer tapones. Es autómatica y va a pedal", abunda su hijo. 

El corcho se cuantifica por quintales y se vende al peso por esa medida. Si se descubren placas que tienen verde, es un motivo de júbilo. "La placa, en su capa más cercana a la corteza madre, está húmeda porque tiene agua. Eso significa que pesa más", explican.  

En las sacas de corcho hay corcheros, que son los que extraen el material del árbol; cargadores, los que recogen las planchas que van cayendo al suelo y las dejan al borde de la vereda; los arrieros, los que con su reata de mulas recogen las corchas del suelo y las acercan al punto de recogida, y los recogedores, los que las depositan en el camión lanzándolas por el aire. La cuadrilla tiene 12 mulas, que realizan también turnos de trabajo y transportan las placas hasta el camión.

Entre la falta de relevo generacional, "y la sequía, que está dañando mucho los alcornocales... esto se perderá. Antes en las cuadrillas había hasta aguadores". ¿Tendrán los Santana sexta generación de corcheros? "No lo creo", responde José Andrés. "Yo no quiero tampoco, la verdad es un trabajo muy duro. Los niños no quieren venir ni a verlo. Pero es que los niños y los jóvenes de ahora están a otras cosas". 

*Si este reportaje ha sido posible, además de al Ayuntamiento de Jerez y a Ememsa, hay que mencionar a otro miembro de la familia Santana en su quinta generación. Se llama Maribel Santana. No es corchera, sino periodista. También ha sido el hilo conductor para contar esta historia: "Vas a escribir el reportaje que siempre me hubiera gustado hacer".