De la madre de Felipe González decían en Sevilla que era adivina, que te miraba al fondo del ojo y te veía el alma en cueros como una carta bocarriba: Juana Márquez, la mesa sencilla pero puesta, labrando en sangre el futuro. Sucedió que un 5 de marzo como hoy de hace ochenta años dio a luz a un niño con estrella que acabaría por llamarse "Isidoro" en la clandestinidad del franquismo, rebelde desde el mechón incorregible que le caía por la frente, y entonces España no volvería a ser la misma. Tenía otros tres hermanos: Maruja -maestra-, Juan María -currito en una constructora, y Lola -flamante esposa de un empresario bien avenido-. Su padre, propietario de una vaquería, era republicano y estaba afiliado a la UGT. De él sacó el crío las ganas de francachela política.
Felipe, militante del PSOE desde el 64, tenía eso tan caro -a precio de petróleo- que llaman carisma. Hablaba con aplomo viejo. Fue un estudiante de Derecho de notas mediocres pero supuraba inteligencia. Inteligencia y algo más, algo inasible y lleno de gracia que en fútbol llaman "el toque" y en literatura "el estilo". Su primera novia, Concha Romero, recuerda que en la facultad le decían "el feo maravilloso", y en su pueblo, directamente, "el feo". Las chavalas no le quitaban el ojo de encima. Vaya piquito de oro manejaba Felipe. Los compadres, más de brocha gorda, le apodaban "el mono" por el vasto vello que cubría todo su cuerpo.
A la novia Concha, en su primer regalo, la obsequió con una Biblia -agárrense-, una obra de Tagore y un libro de Simone de Beauvoir. Él leía a Machado, a Marsé, a García Márquez, a Vargas Llosa, a Marguerite Yourcenar y a Sábato. Siempre fue un enamorado del flamenco.
En su coche siempre sonaba El Lebrijano a toda leche. O José Menese, con su guiñito de duende y lucha de clases, tó mezclaíto: "Señor que vas a caballo / y no das ni los buenos días / si el caballo cojeara / otro gallo cantaría". Y Felipe sonreía lleno de planes que se le escapaban por su legendario diastema, por su boca gruesa llena de reivindicaciones. Abandonó las menos urgentes -las marxistas- en el Congreso del 74 en Suresnes. Ahí nació el felipismo.
La revolución, o lo que fuese aquello, la fue cocinando Felipe en un cuchitril sin baño propio de la calle Jacometrezo de Madrid: aquel ambiente de extrema modestia vino de perlas para redondear su relato de tipo escueto, sobrio y entregado a la causa, tan extrañamente bello con sus camisas abiertas, su pelo un poco indómito, sus latiguillos predilectos: "Sin actritud", "por consiguiente", "gato blanco o gato negro, da igual, lo importante es que cace ratones", o aquella afirmación tan tremenda de: "Prefiero morir apuñalado en el metro de Nueva York a vivir en una dacha en las afueras de Moscú".
Guardaba libros en francés y fumaba habanos. Más tarde se los enviaría de regalito el mismísimo Fidel Castro. Le cayó en gracia a Miguel Boyer y a Enrique Sarasola, que lo van sacando de pingoneo por tabernas de las altas élites. Las malas lenguas dijeron que fue el primero quien enseñó a Felipe a usar los cubiertos de pescado.
"Que sepas que lo primero para mí es la política", le dijo Felipe a Carmen Romero antes de casarse
En 1969 se casó con Carmen Romero -la otra gran Romero de su vida-, compañera militante, niña de buena familia y profesora de instituto, donde impartía clases de Filosofía y letras. ¿Era amor? Quién sabe. Tal vez sólo complicidad. Se caían simpáticos. Los que les trataron dicen que en esa unión nunca hubo un gesto de romanticismo y que él jamás dijo en voz alta que estaba enamorado de ella. Es más, la advirtió poco antes del enlace: "Que sepas que lo primero para mí es la política". Ella lo acató, dama respetuosa y sin duda, respetable.
¿Casados para siempre?
Hasta Dios les fue a ver en la ceremonia del monasterio de Loreto, convocado por un cura amigo de la familia, porque qué es la vida sino rito. Cortita y al pie: les unió para siempre en literalmente tres minutos, aunque en esta ocasión "para siempre" significase tres hijos -Pablo, David y María- y cuatro décadas compartiendo cama. No se hicieron fotos en el festejo. Felipe llegó al convite derrapando en el Renault 8 de Alfonso Guerra. La luna de miel fue en Francia.
"Yo apoyaba la ley del divorcio y los que se manifestaban en contra de ella la han usado más que yo", diría, tiempo después, Felipe a su amigo Rafael Escuredo: "¿Sabes lo mejor que hemos hecho tú y yo? No cambiar de mujer". Ningún hombre sabe del final de su vida ni del final de su amor.
Cuentan que, cuando en 1982 tuvieron que dejar su piso en el barrio de la Estrella para mudarse al Palacio de la Moncloa -tras cosechar Felipe el 48,11% de los sufragios y 202 diputados, la primera mayoría absoluta de un partido en la democracia española-, Carmen procuró que sus hijos siempre vieran aquel lugar como transitorio, no como un verdadero hogar. Ni siquiera quiso colocar fotos familiares. Prefirió esas paredes así: desangeladas. Calvo Sotelo, anterior presidente, diría en su día: "En los tiempos de Suárez y en los míos rodeaban al presidente media docena de personas: hoy cercan a Felipe González más de un centenar". Para que se hagan ustedes a la idea.
El resto es historia. Cuenta a este periódico Ignacio Urquizu, alcalde socialista de Alcañiz y sociólogo, que González protagonizó "el cambio social más importante que ha habido en este país, y, además, lo hizo en tiempo récord: en cuanto a educación, en cuanto a la incorporación de la mujer en el mundo laboral, en cuanto a la modernización económica, política, social…fue vertiginoso".
"Basta con coger los indicadores, por ejemplo: en los ochenta, en lo que respecta a la incorporación de la mujer al mercado laboral, estábamos por debajo del 30% y cuando acaba su etapa era más del doble. La LOGSE introdujo en la escuela a dos millones de niños de entre 14 y 16 años sin modificar la tasa de fracaso escolar. La reforma del sistema de pensiones, el asentamiento de la democracia, la entrada en Europa, construir un Estado de Bienestar… todo", señala.
Urquizu le admira y así lo confiesa. "Es verdad que el poder robustece. Es lógico que con todas las cosas que vivió no tenga la frescura de los años setenta u ochenta. Pero sigue siendo un socialdemócrata clásico, como Willy Brandt". Jerónimo Saavedra, que fue ministro de Educación y Ciencia con González, ríe al teléfono recordándole. "Me acuerdo de cuando compartimos habitación en un hotel de Roma. Nos invitaron a un Congreso de socialistas y me llevó para hacerle de intérprete, porque yo había vivido un año en Florencia. ¡No tenía ni pajolera…!".
"Le invité a los carnavales de Canarias: no puedo olvidar su cara cuando vio a los travestidos, se quedó cortado"
Rememora también el caldo de pescado en casa de su hermana Lola, en Dos Hermanas, donde se escondían cuando había tormenta política: "Teníamos una relación muy buena. Más tarde le invité a los carnavales de Canarias, bajamos al centro y…", se detiene, a carcajadas. "No puedo olvidar su cara cuando veía a los travestidos. ¡Era la moda, claro! Era lo simpático del carnaval tinerfeño. Se quedó tan cortado que no sabía cómo actuar. Como a buen sevillano que era, eso debió parecerle un exotismo".
El viaje a Moscú
"En el 95, cuando yo era ministro de Educación y Ciencia, también llevaba Deportes, y se aplicó una ley del deporte que decía que los clubs de fútbol que tuviesen deudas con los futbolistas perderían su categoría, y entonces el Sevilla y el Celta descendieron. Se formaron en Sevilla unas protestas tremendas… y dijo Felipe: “Mira, la única solución es que se amplíe el número y si caen dos equipos, que asciendan otros dos en sustitución y que vuelvan a primera división. ¿Qué voy a hacerle? Soy del Betis", ríe. Saavedra le tiene por una persona muy "tolerante y templada". "Nunca lo vi cabreado. Tiene mucho sentido común".
Carlos Westendorp, que fue ministro de Asuntos Exteriores de España con Felipe, cita a Ansón, de ABC, su "adversario político": "Ansón siempre decía que no había que hablar mucho con Felipe porque te acabaría convenciendo. Es verdad, así fue como supo atraer a tantos líderes mundiales de la época y cómo consiguió grandes ayudas e importantes entradas para España”. Recuerda una ocasión, en Nueva York, en una conferencia de las Naciones Unidas, en la que Felipe dio un discurso y un alto funcionario norteamericano que se sentaba al lado de Carlos, le dijo: "Qué tío. No entiendo nada de español pero la verdad es que tiene un carisma impresionante".
"Ansón siempre decía que no había que hablar mucho con Felipe porque te acabaría convenciendo"
Corría marzo de 1985 cuando un intrépido Felipe, lampando por colarse en la Unión Europea -"entonces Comunidad Europea", matiza Westendorp-, le espetó a Carlos: "Oye, cómprate unos calzoncillos de lana, que nos vamos a Moscú". "¿A Moscú ahora, a qué?", le respondió él. "Vamos a aprovechar que es el entierro de Chernenko, que hay un gran funeral de Estado y van a estar todos los grandes líderes del mundo, para hacer nuestros negocios".
Después del entierro fueron a un búnker de difícil acceso, propiedad de la embajada de Alemania. Allí se celebró la pequeña conspiración. "Felipe empezó a apretarle las tuercas a Margaret Thatcher, 'que si todavía faltaban acordar unos puntos, que nos estaban negando presupuesto, que a España le correspondería más…'. Y ella le dijo: 'Mira, Felipe, tú haz como yo: fuera de la UE no hay nada que hacer. Métete dentro y luego haz lo que te dé la gana'".
Sus viejos compañeros le recuerdan -es curioso- por sus comidas. En concreto, Carlos celebra cómo Felipe subvirtió la receta de huevos de Lucio. "Él los hacía de manera distinta: rompía el huevo encima de las patatas recién sacadas del aceite hirviendo y lo removía rápido. También hacía un estupendo pescado a la sal. No era de copas, Felipe, pero el puro no lo perdonaba. Fue un fumador empedernido". Dicen que el humo es la pausa de la idea.
Así se fue de casa 'a la francesa'
Lo cierto es que a González le iba la marcha. En sus años en Moncloa fabuló 'La bodeguilla', o 'La bodeguita', como el que cimienta una caseta de feria propia para los asuntos de Estado. Se trataba de una cueva reconvertida en sala de fiestas, de bebercio, de esparcimiento y meneos varios. Un núcleo de poder, dicen, como el mejor palco del Real Madrid o un reservado en el Lhardy. Canela fina. Algún romance se le atribuyó con algunas de sus ministras al bueno de Felipe, además de con otras personalidades de la época como Merry Martínez Bordiú, que lo desmintió en el Hola!, o la mismísima Pilar Miró.
La cosa explotó cuando le hizo a su esposa Carmen Romero el mayor feo de todos los tiempos: un buen día se marchó de casa sin decir adiós. Simplemente, se esfumó. Ni siquiera se llevó las maletas, como cuentan a Porfolio | El Español fuentes cercanas al expresidente. "Fue un cobarde, le dio vergüenza", añaden estas mismas fuentes.
Huyó porque se había enamorado -ahora sí que sí- de Mar García Vaquero -hermana de Begoña García Vaquero, que era esposa de Pedro Trapote, buen amigo de Felipe-. Ella le había rondado lo más grande. Pasaron casi tres años en secreto hasta que una foto saliendo de un avión privado descubrió el pastel. "Carmen lloró mucho, mucho. Gritaba '¡No puede ser cierto! Eso fue imperdonable. Se fue a la francesa".
Ese fue un fuerte golpe a su imagen de tipo cumplidor. "Hace años ya que va con ella con la cabeza alta [se casaron en 2012], pero en su momento se le criticó mucho", dice la misma fuente. "Tampoco ha sido un gran padre. Carmen siempre se encargó de sus hijos. Él, con tanto viaje… ya se sabe, no ha podido verlos crecer. Ha explotado su carisma por todo el mundo menos en su casa y se perdió la infancia de sus hijos. Eso nunca se recupera".
"Carmen siempre se encargó de sus hijos. Felipe no ha sido un gran padre. Con tanto viaje no ha podido verlos crecer"
Cuenta esta misma voz que sus hijos no han tenido un futuro demasiado brillante -a uno de ellos le regaló una casa en un pueblo para que viviese apartado-, "quizá porque nunca tuvieron un espejo en el que mirarse". "Se habrá arrepentido, seguro. El primer año que estuvo en el Gobierno, para dar ejemplo, se llevó a los niños a un parque nacional de pinos allá por Soria… los pobres… al segundo año ya pasó del tema y se fue con el primer empresario que le puso un yate”. Felipe no era de bañador largo, sino de braga slip.
Cómo habrá cambiado la vida desde entonces que los bonsáis a los que el presuntamente republicano Felipe se aficionó hoy decoran el jardín del Palacio de Marivent: el mundo tiene estos giros poéticos. Con Juan Carlos I se lleva muy bien. Es más, pide su regreso. Se dieron mucho el uno al otro, se apoyaron cuando nadie lo hacía. Cuentan que cuando alguien se metía con él en la familia real -o con Rubalcaba, también-, Juan Carlos se enrocaba y aseveraba: "Aquí no se vuelve a hablar mal de estos dos hombres. Son unos patriotas".
La mujer del prójimo
Gran parte de su biografía sentimental está en Latinoamérica: allí tiene buenos amigos, aquí le quedan tres gatos -cuentan fuentes satélites-, o algunos empresarios de esos que disfruta de tener cerca porque siempre sacan primero la cartera. No es profeta en esta tierra. Siempre pide la mesa más aislada en todos los restaurantes.
Con Alfonso Guerra se dejó de hablar: sus encontronazos eran célebres -y también sus reconciliaciones pasionales-, pero no se conoce bien la razón definitiva del adiós. Hay quien asegura que Felipe González era muy dado a ligarse a las mujeres que antes se habían ligado sus amigos y que los caballeros no estaban tranquilos con él ni cuando iban al baño en mitad de una cena, por si a la vuelta se habían quedado sin mocita.
Cambió de colegas, Felipe, o los perdió. Es triste y no es triste: quizá sea sólo la vida y sus cruces. Del clan de la tortilla -aquella reunión mítica en La Puebla del Río, en 1974, con foto incluida que se convirtió en icono del socialismo- ya no quedan ni las águilas. "Unos murieron, otros no se sabe dónde están, con otros no se habla. Felipe se rodea últimamente de gente rica que le paga el vermú y le invita a Santo Domingo".
"Nadie es imprescindible", diría él, lacónico, en una entrevista con Jesús Quintero después de abandonar el poder. "Los cementerios están llenos de gente imprescindible".
"No obstante”, repuso, "la Santa Madre Iglesia lo descubrió hace ya un par de siglos, que una cosa era el poder y otra la autoridad. Yo tengo autoridad moral, no poder como elemento instigador. Por eso, al perder el poder, nunca tuve síndrome de abstinencia. Sé que puedo influir".
Algunos de los que hoy almuerzan con él, de cuando en cuando, cuentan a Porfolio | EL ESPAÑOL que sigue siendo esa persona que todos los comensales quieren escuchar. "Es el centro de la reunión, pero tiene algo curioso: cuando lo juntas con gente joven, que inevitablemente es más crítica con el personaje, escucha mucho, pregunta".
"Felipe tiene una inteligencia irónica y se esfuerza en ella. Aún quiere provocar en sus respuestas"
¿Y qué más? "Llama la atención de Felipe que siempre responde a los mensajes, y no sólo con fórmulas de cortesía. Hace algo gracioso: a veces escucha algo que le parece interesante en un grupo de gente y a la media hora lo está soltando en el grupo de al lado como si fuese una reflexión suya, como si se lo acabara de estudiar. Tiene una inteligencia un poco irónica y se esfuerza en ella. Aún quiere provocar en sus respuestas".
Va una anécdota de esta misma fuente que resume muy bien el envejecimiento -o la madurez- de nuestro protagonista, es decir, ese momento en el que dejó de confundir, desde su pensamiento de izquierdas, lo posible con lo deseable -¿era eso hacerse mayor?-:
"Había una empresa pública que se llamaba Potasas de Navarra. Aquello estaba en la ruina, perdía dinero a espuertas, había que tomar la decisión ya en el Consejo de Ministros… Carlos Solchaga, ministro de Economía y navarro, le espetó a Felipe: 'Pero, ¿cómo un Gobierno socialista puede hacer estas cosas, como vamos a cerrar Potasas…?'. Felipe, entonces, aprendió a ser contundente: 'Carlos, ¡vamos a cerrar Potasas de Navarra porque no hay Potasas!'. ¿Eso es de izquierdas o de derechas? Eso es simplemente lo que hay que hacer".
Caretas fuera
La cineasta Mercedes Moncada retrató a González magistralmente a partir de una serie de entrevistas de Jesús Quintero en su documental Mi querida España: ahí se ve con clarividencia la decadencia del mito de sus primeros años a sus últimos. En sus formas, en su rostro, en su discurso. Una suerte de retrato de Dorian Gray filmado. "Se ve cómo se vuelve cada vez más arrogante, cada vez más encumbrado, cada vez más allá del bien y del mal. Siempre fue un hombre astuto. Pero, en realidad, el primer Felipe y el último es el mismo, sólo se le fueron quitando las caretas. Ya sabes el dicho: la gente termina pareciéndose a sí misma", cuenta la directora a esta revista.
El antropólogo y sociólogo Iñaki Domínguez cree que el carisma de González no era único, pero que apareció en el momento más brillante, en el momento perfecto, en el momento de cambio. "Fue un ídolo porque llegó justo a tiempo. Recuerdo cuando le preguntaron si creía que el poder corrompía y dijo que sí, que efectivamente, pero que lo bueno de la democracia es que si te corrompes te dejan de votar y así te dejas de corromper", ríe.
"Ha sido muy listo, muy elocuente. Era imposible pillarle. Se aburguesó, claro, es el aburguesamiento natural en cualquier ser humano, pero más paulatinamente que Pablo Iglesias, por ejemplo, que lo hizo más rápido".
¿España es, entonces, Felipe González: un joven con la camisa abierta y lleno de esperanzas que al final se menea el ombligo en el sillón más cómodo, muertos los viejos sueños? "Sí. Cuando ya no tienes un enemigo a abatir, como Franco, cuando no tienes una necesidad apremiante, suceden estas cosas. Triunfa el hedonismo, se neutraliza la disidencia. Eso lo ha hecho toda España, no sólo Felipe. También el eje de la izquierda ha cambiado: ahora a Sabina se le llama facha y en veinte años se le llamará a Willy Toledo", dice Domínguez.
Iglesias: "Me deserotiza"
Pablo Iglesias, precisamente, también regala a este medio unas palabras para recordar a González, aunque dice que charlar sobre él le "deserotiza": "Felipe González es la figura política más relevante de los últimos 50 años en la historia de España. No me produce la más mínima simpatía pero es innegable que no sólo sus mandatos como presidente, sino también su personalidad y su pensamiento, son cruciales para entender España y el PSOE. Admito que me enorgullece haber sido objeto de su asco y de su atención". Chimpún.
A España viene casi como un agente secreto. Se retira en fincas por Extremadura. Antes visitaba con frecuencia el mismo hotel que la periodista y escritora Carmen Rigalt, Le Mirage, en Tánger. "En los primeros tiempos iba con Carmen Romero y hasta tenían puesta una foto de ellos dos allí, en el hotel, al lado de los toreros", ríe Rigalt al teléfono.
"Luego ordenó quitarla para poder ir con Mar. Intentó hacerse una casa en Marruecos y se quedó a la mitad, ¡se enfadó muchísimo…! El terreno era del rey de Marruecos y lo había regalado a varios príncipes saudíes -la construcción no, pero el terreno en la playa sí-. Nada, no salió. Se quedó solo con una casa para guardar la moto de agua. A veces me asomaba a mi balcón y le veía en la playa, ¡ah, ahí estaba siempre, con el lomo vencido, tirado en la arena, buscando conchitas y piedrecitas…!". No me digan que la imagen no es conmovedora. Casi un regreso a la infancia.
P.- Carmen, ¿tú crees que Felipe se olvidó de vivir, como dice la canción de Julio Iglesias?
R.- Nunca se ha debido de olvidar. Todo lo ha vivido de tapadillo.
Feliz 80 cumpleaños, Isidoro.
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