A mediados de 1937, el escritor y periodista británico George Orwell volvió de la guerra de España, a la que había acudido como voluntario no para escribir sino para combatir, con una herida de bala en la garganta y una convicción en su cabeza: Europa se encaminaba a toda velocidad hacia dos monstruos totalitarios, el fascismo y el estalinismo.
"Los peligros que creíamos a una generación de distancia –escribió- nos miran ahora cara a cara".
Cuando vemos derrumbarse un edificio de 12 plantas en Kiev, sentimos que ese hecho es distópico porque jamás querríamos estar dentro mientras Putin nos lanza un misil hipersónico; pero para Putin no lo es puesto que le ayuda en sus oscuros fines de conquistar Europa. ¿Estamos entrando en un periodo distópico, en la distopía, con esta sucesión de acontecimientos que estamos viviendo?
Orwell había vivido de primera mano las degollinas de los regulares de Franco, los primeros bombardeos contra la población civil y la persecución de trotskistas y anarquistas por parte de los soviéticos en la retaguardia republicana.
Eran las fechas en las que Stalin fusilaba o enviaba a Siberia a decenas de miles de rusos que habían saludado la toma del Palacio de Invierno 20 años atrás. Luego vinieron el blitzkrieg (guerra relámpago), las bombas sobre Londres, la ruptura súbita del pacto entre Alemania y la Unión Soviética, la soah (holocausto judío), el Enola Gay descargando la bomba 'Little boy' sobre Hiroshima... Los 50 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial.
Sin duda, todos ellos, hechos distópicos para el que los sufre, pero todavía no una distopía, en sentido estricto; entre otras razones porque entonces todavía no existía oficialmente la palabra.
Fue necesario que George Orwell escribiera 1984, su gran novela desesperanzada sobre el orden mundial, para que el Oxford English Dictionary la aceptara como antónimo de utopía, un término que, éste sí, gozaba de cinco siglos de existencia gracias a Tomás Moro.
El cuento de la ranita
Una distopía es la visión anticipada de una catástrofe que afectará a la sociedad. Tiene dos características. Una, que no necesita augurar al cien por cien cómo será la vida al detalle de esa sociedad, sino tan sólo extender sobre ella un manto verosímil cuya negatividad todavía no vemos en el presente. Y dos, que aunque la ficción ocurra en un barrio de Londres o en una aldea del Donbás ucraniano, su alcance debe ser planetario.
La pandemia, el cambio climático, la manipulación genética, la carencia energética, la escasez de alimentos –como acaba de vaticinar la cumbre del G7 en Bruselas- o el paro que genera la tecnología son distopías en tiempo real. El uso de la fuerza para dirimir los conflictos, todavía no. La amenaza nuclear es una distopía. La invasión de Ucrania, por sí sola, no.
El escritor distópico imagina a su lector como la ranita que se cuece lentamente en una olla. Al principio, el calorcillo que siente es agradable. Luego se adapta, entre otras cosas por su incapacidad para comparar cada estado con el anterior. Cuando la ebullición aumenta, ya no tiene tiempo ni fuerzas para saltar y cambiar su destino: acaba cocida al vapor.
Tres grandes potencias
En 1948, Orwell puso la palabra fin a una novela pesimista sobre el tipo de sociedad hacia el que se dirigía el planeta. No sabía qué título poner a su obra. Buscaba concienciar sobre un horizonte no demasiado lejano. Invirtió los dos últimos dígitos y así surgió el título de 1984. Al año siguiente salió publicada y en 1950 murió el autor.
Lo que dejó predicho Orwell fue un mundo dividido no en dos sino en tres grandes potencias, sin derechos individuales y con gobiernos permanentemente en guerra. ¿Con qué objetivo? "El de usar los productos de las máquinas sin elevar por eso el nivel general de la vida". La guerra, como método para no extender el progreso humano.
"El dividendo de paz que gozó Europa durante 75 años se ha agotado"
Ian Bremmer, politólogo del Eurasia Group, una consultoría sobre riesgo político, sentenciaba hace unos días en El Mundo: "El dividendo de paz que gozó Europa durante 75 años se ha agotado. Con una nueva Guerra Fría, como consecuencia de la invasión de Ucrania, el riesgo de una nueva explosión, por ejemplo en los Balcanes, es alto".
Una de las superpotencias de Orwell es Oceanía, que comprende el Reino Unido, toda América, Australia, Nueva Zelanda y el sur de África. Anotemos su primer puntazo predictivo: en 1948, tres años después de que Inglaterra hubiera dejado 400.000 muertos en la liberación del continente durante la Segunda Guerra Mundial, Orwell fue capaz de aventurar que su país dejaría un día de pertenecer a Europa. Orwell ya vaticinó el Brexit.
La segunda superpotencia es Eurasia que engloba a Europa y a la Federación Rusa, desde Lisboa hasta el estrecho de Bering. ¿Saben cómo se denomina la ideología de Eurasia?: Neobolchevismo. Segundo acierto pleno de Orwell. Al introducir el prefijo neo, Orwell no sólo adivinó que un día el régimen comunista de 1917 desaparecería –algo muy difícil de predecir en 1948, en el inicio de la Guerra Fría- sino que volvería bajo otra indumentaria. Putin, invasor de Ucrania, es –les sonará de estos días- el nuevo Stalin que quiere recuperar el prestigio, el territorio y el poder perdidos de la antigua Unión Soviética.
Si Orwell tiene razón en la creación de una potencia euroasiática, Zelenski y, en general, la Unión Europea tendrían las de perder en Ucrania. El propio Volodimir Zelenski afirmó hace unas jornadas: "Ucrania puede ser la puerta de entrada a Europa para Putin".
Pero hay otra posibilidad en el vaticinio de 1984 y es, en cierta medida, recíproca a la anterior: que antes de una década veamos a la Federación Rusa, ya sin Putin, hermanada con Europa Occidental en un megacontinente llamado Eurasia, con París y Moscú, dirigiendo nuclearmente –también en el sentido militar- la defensa del territorio.
El politólogo y ensayista Francis Fukuyama, autor del osado libro El fin de la historia, en el que pregonaba el triunfo planetario de las democracias liberales, luego posteriormente corregido, ha dicho estos días (Corriere della Sera): "Si Rusia es derrotada es una oportunidad para reconstruir Europa y la alianza con la OTAN. Cosas que hasta ayer eran impensables, se vuelven posibles".
Naturalmente, Fukuyama está imaginando extender la OTAN hasta Kamtschatka. Pero no todo el mundo opina que Rusia deba o vaya a ser derrotada.
El exprimer ministro francés, Dominique de Villepin, que en 2003 sonrojó a la delegación estadounidense en la ONU con su discurso inflamado contra la invasión de Irak, dijo recientemente: "La guerra de Ucrania es el laboratorio del mundo en el que entramos. Además de sanciones hay que tender una mano a Putin".
Luego, ni está claro que vayamos a ser siempre enemigos de Rusia. Ni tampoco que Rusia y China se aliarán contra Europa.
"Quién controla el presente, controla el pasado; y quién controla el pasado, controla el futuro"
Hablando de China. La tercera potencia mundial de 1984 se denomina Asia Oriental (East Asia) y engloba a China, Japón y Corea (en tiempos de Orwell era una sola Corea). Su ideología es un nombre mandarín que puede traducirse por adoración de la muerte o también aniquilación del yo.
La guerra es paz
Los tres grandes Estados de Orwell (Oceanía, Eurasia y Asia Oriental) están en guerra permanente pero en esta guerra siempre hay dos naciones que se alían contra la otra y siempre alguna acaba traicionando a su aliada para unirse con su enemiga.
España ha cambiado repentinamente de apoyar al Sáhara Occidental a apoyar a su enemigo Marruecos: "España siempre ha sido aliada de Marruecos", han dicho los representantes españoles.
Cuando una potencia cambia de bando en la trama de Orwell, el Gobierno modifica los registros del pasado para hacer creer que su nuevo aliado lo ha sido siempre. Cualquier prueba que indique lo contrario ha sido obra de conspiradores. El protagonista de la novela, Winston Smith, trabaja en una de estas hemerotecas de la manipulación. Quién controla el presente, controla el pasado; y quién controla el pasado, controla el futuro, es el lema fundamental del Partido.
Aquí van otros dos:
La guerra es paz. Puesto que el pueblo sometido no se levanta contra su Estado por temor al enemigo, la guerra permite en efecto la paz. La misma paradoja diabólica que utilizan los países de la UE, incluida España, al imputar los gastos en armamento para Ucrania con cargo al Fondo para la Paz. La misma hipocresía perversa que usa el ministro de Exteriores ruso, Lavrov, al asegurar que "Rusia no está atacando a Ucrania; son nuestros hermanos".
La ignorancia es fuerza. Ya que la ignorancia impide cualquier rebelión, su mantenimiento refuerza al estado autoritario. Una consigna de actualidad con el apagón informativo que impera en Rusia sobre la guerra de Ucrania, y en Europa sobre los medios rusos: la ignorancia es fuerza.
En 2050, las neolenguas
En 1984 los gobiernos están empeñados en erradicar el uso de muchas palabras, por las ideas y sentimientos que inspiran, y en instaurar el doble pensamiento por el que una cosa puede ser esa y la contraria al mismo tiempo.
En la Ucrania de 2022, las víctimas recuerdan la doblez letal de los mensajes de Putin: "Cuando dice 'quiero la paz', quiere decir 'estoy reuniendo a mis tropas para matarte'. Si dice 'No son mis tropas', quiere decir 'Son mis tropas y las estoy reuniendo'. Y si dice 'Está bien, me retiro', significa 'Me estoy reagrupando y reuniendo más tropas para matarte'".
Según su cronología distópica, Orwell calcula que en 2050 todos los gobiernos del mundo habrán implantado sus neolenguas, esto es, los nuevos diccionarios obligatorios de los que habrán sido eliminados millones de significados que podrían resultar peligrosos para mantenerse en el poder. La tendencia es crear tecnicismos, abreviaturas, uniones de palabras aunque sean contradictorias, una semántica enclenque que no permita el paso de ideas nobles al pensamiento y, por tanto, elimine cualquier toma de conciencia.
Sin ir más lejos, ésta es la corriente de comunicación que en nuestros teléfonos móviles sustituye los sentimientos por el dibujo de una carita llorando. Los gurús de la nueva galaxia, los integrados ante la comunicación de masas, que diría Umberto Eco, consideran que los emoticonos son "el lenguaje del futuro porque son fáciles de utilizar y comprensibles por cualquier persona, independientemente del idioma que hable".
La anticipación a Twitter
Los habitantes de la pesadilla de Orwell están obligados a dos minutos de odio al día. Se congregan ante enormes pantallas en las que aparecen los rostros de sus enemigos de guerra o de los traidores al régimen y expresan sus deseos de matarlos, de vengarse de ellos, de machacarlos. ¿Dos minutos de odio sólo al día? ¿Cuántos invierten en expresar parecidos sentimientos los usuarios de las redes sociales de hoy, en especial los polemistas de los foros de opinión o de Twitter?
En 1984, todos sucumben al poder del Gran Hermano, el dictador del país, al que nadie conoce en persona porque encarna el ente magmático del Partido. Su control lo realiza a través de cámaras y pantallas omnipresentes, incluida la intimidad. Todo lo ve y todo lo oye. Este es también el fin de la privacidad por el que abogaba en 2010 Mark Zuckerberg, el creador de Facebook, y esta escucha de nuestros deseos es ya la que realizan televisores, ordenadores y dispositivos móviles para regir nuestras conductas consumidoras.
El poder es hacer sufrir al otro
En la ficción de George Orwell, Winston se enamora de Julia, una compañera de la factoría, y ambos dan el paso hacia la rebeldía contra el sistema. Son detenidos. A Winston le espera la habitación 101 en la que deberá enfrentarse al mayor terror imaginable. Antes, su torturador le informa: "En el pasado, los gobiernos ocupaban el poder para cumplir algunos fines. Ahora detentamos el poder por el poder mismo. Y la mejor forma de afirmar el poder sobre otro es haciéndole sufrir".
Orwell –socialista, pensador crítico, espíritu libre- escribió una obra deliberadamente brutal, desesperanzada y fijada con proximidad inquietante en el calendario para que reaccionáramos a tiempo. Para que no fuéramos la ranita que siente un calor agradable en la olla sin adivinar el fin que le espera. Para que mantuviéramos la atención plena sobre las evoluciones oscuras de nuestros estados y sociedades. ¿Es imaginario lo imaginado?
Lo que Orwell no previó fue vender 30 millones de ejemplares de su obra. Hace dos años la BBC consultó a especialistas de todo el mundo sobre los títulos de ficción que más habían influido en la Historia o modelado el pensamiento de la Humanidad. La novela de Orwell ocupa el cuarto lugar, por delante de El Quijote o Hamlet.
Si Kafka acuñó con su nombre un tipo de absurdo que desde entonces se llama kafkiano, Orwell hizo lo propio con una forma de opresión que desde 1984 se llama orwelliana.
'1984', ventas disparadas
La percepción del público sobre la vigencia de 1984 dispara periódicamente sus ventas con ocasión de acontecimientos... orwellianos. Así ocurrió en 2013 con las filtraciones de Edward Snowden sobre la vigilancia estadounidense a teléfonos móviles y mensajes de internet de particulares, que provocaron en Amazon un aumento de peticiones del libro de un 7.000%. Pero sobre todo, con la llegada de Donald Trump y sus fake news al poder en 2017, con un 9.500% de incremento, según la editorial Penguin.
Y así empieza a ocurrir con la invasión de Ucrania. Buena parte de los analistas políticos comienza a citar a Orwell para explicar el doble lenguaje que están usando los gobernantes, tanto rusos como europeos.
Un edificio de 12 plantas se derrumba en Kiev por el efecto de una bomba.
Epidemias, calentamiento global, embriones manipulados, crisis energética, previsión de hambrunas, desempleo y la amenaza nuclear que supone la guerra en Ucrania... No, lo imaginario en modo alguno es inimaginable.
Otras distopías
1984 fue llevada a la pantalla ese año por el director Michael Radford, con John Hurt y Richard Burton en los papeles protagonistas. La literatura y el cine han utilizado prolíficamente el género. Pero éstos son los tres títulos indispensables.
Brave new world (Aldous Huxley, 1932). Conocida en español como Un mundo feliz. Una sociedad aséptica, saludable, sexualmente libre, en la que los individuos son programados genéticamente. Ya no hay guerras, ni tristeza, ni historia, ni religiones, ni soledad, pero tampoco individualidad, ni literatura, ni familias, ni libertad científica, ni lazos emocionales. En 1998, Leslie Libman la llevó al cine, y en 2020 la NBC la convirtió en serie para la televisión.
Fahrenheit 451 (Ray Bradbury, 1953). Los libros están prohibidos y existen bomberos que queman cualquiera que encuentren. El título alude a la temperatura (230º Celsius) a la que el papel de los libros se inflama y arde. En 1966, el director francés François Truffaut filmó en blanco y negro esta historia, con Oskar Werner y Julie Christie como protagonistas.
Years & Years. Serie televisiva. Seis capítulos de una hora producidos por la BBC y HBO en 2019. Quince años en la vida de una familia de Manchester, desde la actualidad hasta 2034. De impacto porque su dibujo distópico es inquietantemente cercano: Brexit, políticas populistas de extrema derecha, pérdida de derechos, guerra entre grandes potencias, utilización del arma nuclear, crueldad energética de las grandes corporaciones, caída de las clases medias, cambio climático, fake news, transhumanismo, refugiados ucranianos, sí, ucranianos... Todo.
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