Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa (1917-2013) tardaba tanto en escribir su nombre real (en el doble sentido) que acabó haciéndose llamar Mimí. Hasta su muerte en 2013, con 96 años, la XVIII Duquesa de Medinaceli era un trozo de historia de España andante con todos sus matices: amargo, escandalosamente rico, folclórico y hasta superfluo. Pero, sobre todo, era una aristocrática discreta que odiaba la mala prensa y las peleas por dinero. [Desde la perspectiva del creyente, Mimí tiene que estar ahora mismo revolviéndose en su tumba viendo a sus herederos].
El nombre de la Duquesa de Medinaceli ha saltado a los titulares que tan poco le gustaban a esta coleccionista de cerditos, -quizás en honor al origen de esta casa regia, los Infantes de la Cerda-, porque el PSOE del Ayuntamiento de Madrid ha pedido al juez del caso de las mascarillas que embargue los posibles derechos que pueda tener su nieto, Luis Medina, sobre su herencia, para compensar el cobro de hasta un millón de euros en comisiones.
El problema es que su nieto Luis Medina, miembro de la segunda familia más grande de España (en sentido aristocrático), después de los Alba, sólo tiene 250 euros en su cuenta y el juez podría decidir embargar sus posibles dividendos en la herencia de Mimí que, para mayor disgusto de la gran duquesa, se judicializó cuando sus nietos denunciaron a tío Ignacio, el único hijo que la ha sobrevivido, por no respetar la legítima. Un juez de Sevilla les dio la razón.
A cualquiera que no esté puesto en árboles genealógicos de grandes familias españolas, -que no serán ni la suya ni la mía-, el cruce de ducados, marquesados y aristócratas con apellidos de más de dos palabras puede resultar mareante. Pero será más fácil si se ubica a Victoria Eugenia Fernández de Córdoba y Fernández de Henestrosa en el lugar que ocupó durante sus casi 100 años de vida: entre el Palacio Real de Madrid y la Casa de Pilatos de Sevilla.
Mimí nació el 16 de abril de 1917. Su padre era duque de Medinaceli, pero su madre, Ana María Fernández de Henestrosa y Gayoso de los Cobos, era, además, dama de la reina.
De hecho, Ana María consiguió para su primogénita que fueran los reyes de España, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, quienes le dieran bautismo e identidad, como hicieron años después con otra gran duquesa, Cayetana de Alba. La ceremonia se celebró en el Palacio Real donde años después Mimí, junto a su madre y su hermana pequeña, eran tratados como cualquier otro miembro de la familia (real).
Los duques vivían entonces en el segundo palacio más elegante e impresionante de la capital. Las crónicas cuentan que la finca, situada en plena plaza de Colón, competía en belleza y riqueza con el mismísimo Palacio Real.
Sin embargo, mientras el Palacio de Dueñas, propiedad de los Alba, conseguía sobrevivir en su esencia; el Palacio de Medinaceli fue derribado en agosto de 1964, arrastrado por la especulación y el valor del suelo para levantar en su lugar el Centro Colón. Un edificio de apartamentos que seguro que reportó históricos beneficios pero que no deja de ser una metáfora perfecta del clan Medinaceli.
Mimí sufrió la llegada de la República en 1931 como si fuera un miembro más de la familia real. Su padre, el XVII Duque de Medinaceli, acompañó a su gran amigo Alfonso XIII a Cartagena para exiliarse de España, mientras que sus hijas y su mujer viajaron en el mismo tren que la reina Victoria Eugenia camino al extranjero.
La abuela de Luis Medina se educó en París, en el Colegio de la Asunción, un internado para niñas donde, según cuentan algunos de sus más cercanos, incluso aprendió a bailar sevillanas al son de un arpa, un instrumento de cuerda nada parecido a la guitarra española, al menos en su sonido. Pero también fue educada en inglés y en otros idiomas.
Eso sí, al contrario que sus amigos los Reyes de España (Alfonso XIII murió exiliado en Roma), los padres de Mimí se decidieron a volver en 1937, y se instalaron en la Casa de Pilatos, en Sevilla, conscientes de que estarían más protegidos en una zona del bando nacional.
La joven Victoria Eugenia, con 20 años y una vida aristocrática marcada por fiestas y encuentros de sociedad, pronto empezó relaciones con un joven aristocrático sevillano doce años mayor que ella, abogado, político y activo miembro de Falange, Rafael Medina y Villalonga. [Rafael Medina llegó a ser alcalde de Sevilla entre 1943 y 1947 con una gestión económica de la ciudad desastrosa que le supuso acumular una deuda de 150 millones de pesetas en aquellos años].
El 12 de enero de 1938, meses después de conocerse, Victoria Eugenia y Rafael se daban el sí quiero en Sevilla en una ceremonia que se celebraba por todo lo alto pese a la situación que vivía España en ese momento. Él era caballero de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y la novia tuvo que llegar a la iglesia vestida de negro, porque hacía pocos meses que había perdido a su madre de un cáncer.
La muerte de la gran amiga de la reina Victoria Eugenia supuso un mazazo para la joven políglota pero también para el Ducado de Medinaceli puesto que su padre, Luis Jesús Fernández de Córdoba, tardó poco más de un año en protagonizar el gran escándalo de la aristocracia del momento al casarse con una joven de 20 años, -los mismos que tenía Mimí-, madre de dos hijos, que no pertenecía a ese mundo. Algunas crónicas aseguran que era cocinera en el palacio familiar y otras que era una muchacha de una familia media de Córdoba.
El caso es que su padre y su madrastra, Concha Rey, tuvieron una hija en común, Casilda, a la que Luis Jesús Fernández de Córdoba favoreció mucho en su testamento, en 1955, dividiendo el patrimonio del Ducado de Medinaceli que, al inicio de la II República, era la casa aristocrática española con más propiedades, por encima incluso que los Alba: casi 80.000 hectáreas de fincas.
Casilda Fernández de Córdoba incluso denunció a sus hermanas para ampliar su fortuna y un juez le dio la razón, mermando aún más las cuentas de los Medinaceli.
Mimí, como primogénita, se convirtió en la nueva duquesa y debería haber heredado gran parte de lo que legó a su hermanastra pero, dicen quienes la conocieron, que no hubo odio ni rencor, ni mucho menos, y que pudo sortear la situación gracias al holgado patrimonio de su marido. Y es que entre los títulos acumulados aparecían ya entonces nueve ducados, 19 marquesados, 21 condados y cuatro vizcondados. Catorce de ellos considerados Grandeza de España.
Sin embargo, aprendió una lección que, a la vista de los últimos acontecimientos, no ha podido transmitir a su familia: el patrimonio de los Medinaceli no se divide. Para eso, creó en 1978 la Fundación Casa Ducal de Medinaceli, que obtuvo el permiso del Gobierno en 1980, y fue su deseo que todos sus nietos estuvieran presentes en la institución.
Cuatro hijos, uno vivo
Los duques de Medinaceli tuvieron cuatro hijos: Ana, Luis, Rafael e Ignacio. La gran pena de Mimí es que perdió a tres de sus vástagos con ella en vida. La sevillana, rota de dolor, tuvo que enterrar a su tercero, el padre de Luis Medina, en agosto de 2001, cuando sólo contaba con 58 años. Seis años antes Rafael había salido de prisión, tras ser condenado por corrupción de menores y tráfico de drogas. Desde entonces, dicen, Mimí ya casi no hacía vida social.
El cuerpo del duque de Feria fue encontrado por el portero en su propia habitación del palacio familiar cuando fue a llevarle la prensa. La causa oficial de la muerte fue un paro cardiaco, pero la investigación apuntaba a la ingesta de barbitúricos. No era la primera vez que su tercer hijo intentaba suicidarse.
Diez años después, en febrero de 2011, Mimí volvía a vestirse de negro para enterrar a otro hijo, esta vez a Luis. Y sólo un año después, era Ana la que no podía luchar más contra el cáncer y fallecía en marzo de 2012. El sepelio, al que acudió doña Sofía que era íntima amiga de la hija de la duquesa de Medinaceli, fue muy doloroso para una anciana de 95 años que ya aguantaría, apenas, unos meses más con vida.
Sólo le ha sobrevivido su hijo más pequeño, Ignacio, duque de Segorbe y actual presidente de la Fundación Medinaceli.
Todos sus hijos están enterrados, junto a ella, en el panteón familiar que tienen los Medinaceli en la cripta del Hospital de San Juan Bautista de Toledo. Cuentan que en esa cripta, de forma semiesférica, el efecto acústico es tal que si te colocas en el centro sólo te escuchas a ti mismo.
'Hollywood' en Sevilla
Mujer de mucho carácter, amable y abierta, las crónicas sociales de la España franquista recuerdan los bailes de sociedad que Mimí organizaba cada año en su palacio sevillano en beneficio de la Cruz Roja, una labor social a la que la duquesa dedicó muchos esfuerzos personales y económicos. De hecho, en 1963, le otorgaron la Medalla de Oro de la organización por su trabajo con los niños más desfavorecidos.
El más memorable de todos: el del 1 de abril de 1966. En estas fiestas era lo suyo que debutantes de Europa y EEUU se vistieran de largo y se presentaran en sociedad y, ese año, las jóvenes elegidas tenían una audiencia de lujo: los príncipes de Mónaco y Jacqueline Kennedy.
Las crónicas del momento resaltan la rivalidad entre Grace y Jacqueline, que apenas se dirigieron la palabra durante la cena, pese a estar sentadas entre los duques de Medinaceli y los de Alba.
Los periódicos del momento publicaron imágenes de Mimí con la propia Jacqueline Kennedy y la duquesa de Alba, la otra gran dama de la aristocracia española afincada en Sevilla, acudiendo a los toros, con mantilla blanca y pose de influencer, como se diría ahora.
Amiga de Orson Welles y del mundo hollywoodense, en su Casa de Pilatos se grabaron algunas de las escenas míticas de Lawrence de Arabia y hasta dicen que Tom Cruise y Cameron Diaz la visitaban durante el rodaje de Noche y Día al acabar la jornada.
También fue una fanática de la Semana Santa sevillana y muy devota de varias de sus cofradías. Dicen que en su patio, en la Casa de Pilatos, nacieron las procesiones que hoy han hecho mundialmente conocida esta fiesta sevillana pues allí se organizaba un Via Crucis en 1520.
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