"Yo estaba de guardia ese día: en cuestión de 20 minutos desaparecieron". Eran las seis y media de la tarde del 9 de diciembre de 1976 y un funcionario alertado por la desaparición de un preso, al que había dado permiso para ir al economato, galopa por las galerías del Centro Penitenciario de Basauri (Vizcaya). Pero faltan otros cuatro. Se han esfumado. Los etarras Patxi Arana y José Ignacio Aramaio, el miembro del Partido Comunista de España reconstituido Pedro Martínez Ilarduya y los atracadores Santiago Marcos Tolsa y José Vicente Daroca no aparecen. Aquella tarde, la corneta que avisa de que se ha completado el recuento de presos no se sopla. El director de la cárcel, que ya roza con los dedos el ascenso hacia Madrid, fuma como una chimenea en su despacho.
Como nueve años antes, ha vuelto a suceder. También en diciembre, a la misma hora, cuando 15 presos (10 de ETA y cinco comunes) se fugaron a través de un túnel escarbado bajo una leñera de la cocina. Ahora, los funcionarios han encontrado una cuerda de 15 metros que separaba la cárcel de la libertad por encima de una tapia. Todo parece evidente. ¿Dónde están? Nadie canta. Las portadas de los periódicos, como los pasquines del Oeste que anunciaban las recompensas por capturar a los pendencieros fugados, imprimen sus caras. Hay quienes ya los imagina en Francia. Los días pasan y a las familias no les llega señal alguna, tampoco una llamada desde la cabina. Un mensaje en clave.
Algo huele raro. El control es minucioso, pero siguen desapareciendo destornilladores. En el taller de cartonaje los funcionarios perciben un aumento excesivo del consumo de cuerdas. Tras los días festivos, las cosas parecen cambiadas de sitio. Quien no sabe lo que ocurre contempla las mudanzas fantasmales como un poltergeist. Todo hasta que un camión cargado de escombros hunde sus ruedas delanteras en el patio el 14 de enero, casi a ras de suelo. Había un túnel. Dentro, los restos de unas latas de sardinas con el aceitillo fresco. No eran topos. Un chivatazo culmina las sospechas: los cinco presos siguen dentro de la cárcel. "Estáis mirando mucho abajo y poco arriba". Nadie se ha arrastrado hacia la libertad como Andy Dufresne.
No consiguieron sobrepasar la fuga interna. El éxodo de los cinco presos ocurrió dentro de la propia prisión. Surrealista, absurdo, faltaban la hoguera y las sombras para explicar el mito de la caverna. Un agujero en el tejado de un taller en desuso encontrado el 31 de enero de 1977 por José Antonio Martín, un funcionario de prisiones de 26 años, era la gatera del escondite. Tras el hallazgo, Martín grita desde fuera a los fugados fracasados para que salgan. Cuando asoma la cabeza por la madriguera, sus ojos se cruzan con los de Patxi Arana. Los fugitivos piden media hora para salir. Poco después, la Guardia Civil toma el mando de la situación. Aunque más que pillarlos, los rescataron.
Los cinco presos andaron de puntillas en aquel desván durante 54 días. Hablaron lo más bajo posible, tosieron a susurros, apenas cuchichearon, escucharon por la radio las noticias que los daban por hombres libres, buscados, pero quizás ya acodados en algún bar. Vivieron como aves en un palomar a la luz de una lamparilla de aceite, comiendo latas para cenar en Nochebuena. Mirándose los unos a los otros, acojonados con los ratones que hacían su vida por los tejados, pensando en algún momento que aquello era un desastre. Martín y Arana, carcelero y cerebro de la operación, han publicado al alimmón aquella historia 45 años después: La otra fuga de Basauri: del empeño al fracaso (Calambur, 2022). EL ESPAÑOL | Porfolio ha hablado con ellos para reconstruir la historia.
El plan de fuga
Todo el módulo estaba en el ajo. "No eran sólo los cinco que estaban haciendo el túnel desde el desván, sino todos los presos que estaba en el Celular", explica Martín sobre los reclusos de la galería de la planta baja, distribuida esta parte de la prisión en celdas individuales donde se alojaba a los denominados presos políticos, sancionados y clasificados en Vida mixta.
Arana, un profesional del escapismo, fue el cerebro de la operación. Pocos meses antes había intentado escapar de la cárcel de Carabanchel. Estuvo a punto. "Nos trincaron cuando estábamos prácticamente en la calle", cuenta en conversación con esta revista. Dice Martín que su fama era conocida por todos, que de su espalda casi que pendía un cartelito con la inscripción peligro de fuga.
Como coautor del libro -más tarde contaremos el grado de amistad del uno con el otro- es el único que figura con su apellido real. Amaraio aparece como Arregui, Ilarduya como Laucirica, Marcos Tolsa como Trauko y Daroca como Aroca. Unos nombres camuflados como en el Pro Evolution Soccer. La obsesión albergada durante 40 años en el fuero interno de José Antonio Martín, que al día siguiente inmortalizó el lugar con una Kodac Instamatic escondida entre sus ropas.
Completó el relato con sus recuerdos, testimonios de sus compañeros, el expediente disciplinario y las notas de la libreta de Arana. Apuntes tomados en euskera durante aquellos 54 días de fuga que se encontraron, cuarteados, enrollados en el hueco de un ladrillo del escondite.
Martín tuvo conocimiento muchos años después de aquellas cuartillas. ¿Cómo? Se las entregó un compañero del penal, amigo íntimo, con el que recurrentemente rememoraba aquella fuga infructuosa. Durantes años se picaron por quién escribiría el libro. Martín ganó la partida y el pulso a su obsesión.
Patxi Arana era por entonces un hábil miembro de la organización terrorista ETA. Nunca participó en crímenes de sangre, pero se desenvolvía en la trastienda de la organización. Tras abandonar la cárcel por última vez, en 1986, cansado de estar a la sombra, se desenroló de la organización. Los tentáculos criminales del banda, sometida a toda clase de códigos de omertà internos, cuenta Martín, le hicieron la vida imposible durante al menos los seis meses siguientes a su decisión. Tiempo durante el que se tuvo que refugiar en un pueblo perdido de Palencia.
El preso de ETA reclutó a los dos presos comunes -Marcos Tolsa y Daroca- porque trabajaban en los talleres, consciente del acceso de estos a determinadas dependencias. Disponían de las llaves del almacén de albañilería y al cuarto de pintura. Necesitaban yesos, escayolas, cementos. Arana era un escapista clásico: sabedor del suelo arcilloso sobre el que se erigía la prisión, la única forma de escapar era cavando un agujero entre todos. Aprovechando la confusión generada por las obras en un módulo contiguo, los cinco habrían de guarecerse en el desván. ¿El plan? Dormitar de día, cavar cuando los presos estuvieran en sus celdas y los funcionarios en la garita.
Marcos Tolsa contó en una entrevista para elDiario.es en julio de 2018 que los conoció "de casualidad". "Simplemente me lo ofrecieron y no dudé. Patxi Arana era quien más contactos tenía y movía los hilos. Nos esperaban dos comandos en un monte cercano para llevarnos lejos. Cuando estábamos a punto de salir un camión pisó el túnel y se hundió, y con ello el plan de huida. Nos encontraron. La organización se enfadó con los etarras por haber arriesgado los dos comandos", aseguró.
Arana diseñó un sistema de butrones, de galerías clandestinas, que conectaban el palomar donde habían anidado con la calle más inmediata tras los muros de Basauri. La primera parte del plan, que todo el mundo los creyera fuera, funcionó. La cuerda hallada, de unos 15 metros -"bien trenzada, con tiras de mantas, sábanas y restos de cordelería varias", describe Martín en su relato- fue el señuelo. También la explicación necesaria para el director de la cárcel: una manera de escurrir el bulto hacia la Guardia Civil, encargada de la vigilancia del penal de muros para afuera.
- Trabajábamos cuando los talleres cerraban. Cuando volvíamos al tejado estábamos tan destrozados que lo único que hacíamos era tumbarnos hasta el día siguiente
La siguiente parte del plan, cavar los túneles, comprendería los siguientes 15 o 20 días. Se habían pertrechado con frutas, leche, embutidos, miel, galletas, latas de conserva. También con un martillo, una lima, pilas, cables, clavos. Asegura Martín que el terreno arcilloso de la prisión se podría rascar hasta con una cuchara.
¿Cómo era el ambiente que se respiraba? "Trabajábamos cuando los talleres cerraban. Cuando volvíamos al tejado estábamos tan destrozados que lo único que hacíamos era tumbarnos hasta el día siguiente. Yo paraba para hacer las incidencias del día [las anotaciones en un cuaderno que acabaron en manos de Martín]. Cuando la hora de comer, comíamos. Después dormíamos un poco. Estábamos prácticamente mudos. La verdad es que no recuerdo mucho", cuenta Patxi Arana.
La excavación fue avanzando poco a poco a buen ritmo. Los presos del módulo cumplían la ley del silencio y alentaban el trabajo de los mineros. Las voces cercanas de los funcionarios obligaban a hacerse la estatua. El Nola Kanta silbado era el código en clave para comunicarse con ellos. Aunque pronto comenzaron los contratiempos. ¿El mayor inconveniente? El agua que había que achicar constantemente por las lluvias filtraciones de una tubería rajada. También se juegan ser cazados cuando comienzan las incursiones nocturnas para pertrecharse. Agua, comida, ropa.
Las dificultades con el túnel, los derrumbamientos internos, provocaron que Arana diseñara alternativas. Desesperados, intentaron escaparse metidos en cajas. "Intentaron hacerlo, pero como desmontaron una pieza de la prensa, el funcionario encargado de talleres dijo 'aquí hay alguien, voy a pinchar las cajas y por aquí no sale nadie'", cuenta Martín. "Fue un intento un poco descabellado, el intento del túnel era el mas adecuado, pero como se hundió el camión se les cerró el paso", sopesa, metido en una historia que lo consume.
Tras el accidente del camión sabían que estaban acabados, que los iban a coger. Pensaron como cohartada en decir que aquello había sido un encierro proamnistía. Cualquier halo de coherencia ya se había desmoronado. Sólo les quedaba seguir durmiendo en aquel desván, con la apariencia de una cuadra, separados por tabiques, hasta que los encontraran.
La relación del preso y el carcelero
El intento de fuga quedó enquistado para siempre en la memoria de José Antonio Martín, en aquellos días un chaval de 26 años que se prometió que algún día, quizás después de jubilarse, escribiría la historia. Así lo hizo. El 10 de abril de 2013 mandó una carta a Arana. Una correspondencia de Cáceres a Bermeo que fue contestada por el ex terrorista a los pocos días con una llamada telefónica. Tras titubeos y más cartas y llamadas cruzadas, acabaron por conocerse en enero de 2014. Fueron entonces cuatro años escribiendo el libro.
"Lo cierto es que me conmovió el plan de fuga, diseñado para escapar en 15 o 20 días. Era inteligente, tenía imaginación y logística. Pero lo que más me conmovió fue cuando los descubrimos: derrotados ya, en una situación personal deplorable, envejecidos como si hubieran vivido como mendigos debajo de un puente".
Martín se integró en el grupo de funcionarios penitenciarios que por entonces reclamaban una reforma integral del sistema. La muerte de Francisco Franco apenas un año antes daba paso a los vientos de una ley de amnistía, motivo de ilusión y recelos para muchos de los presos. El autor de La fuga de Basauri se apoya en lo mostrado en Modelo 77, la última película de Alberto Rodríguez, estrenada en los cines hace pocas semanas. Tan sólo seis días después de aquel 9 de diciembre de 1976 que los cinco presos emprendieron su huída en falso, la Ley para la Reforma Política se sometería a referéndum.
"Es un poco rara la amistad, ¿verdad?", bromea Arana, agradecido coon Martín. "Con las notas que me entregó José Antonio hice después un diario. Unas notas personales que había hecho en el camarote durante aquellos 54 días", añade.
Martín asegura que los trataron "con guante blanco" en la celda de cacheo. Allí encontraron cuatro o cinco folios de Arana en euskera que al día siguiente, tras sopesarlo, le devolvieron. ¿Hizo mella en el preso aquel acto de humanidad? "Él no se acuerdo de aquellos detalles porque fue muy traumático, cuando bajan del tejado fueron momentos de mucha tensión", relata Martín.
El 9 de febrero del '77, apenas 10 días después de ser trincado junto a sus cuatro compañeros, Arana fue trasladado a la prisión de Córdoba. El 20 de marzo llegó la amnistía. Lo sacaron el 13 de abril. Volvería más tarde a prisión.
—¿Qué se siente al ver tu foto en la portada de un periódico?
—Cuando caímos presos vi mi foto y dije ¡ostras! Impresiona, sales de comisaría después de un paliza con una cara de quinqui... Fastidia que aparezca la foto.
—¿Piensa uno en su madre? ¿En qué pensará la familia cuando me vea aquí?
—Sí, es una sorpresa enorme para ellos. Por supuesto que no dices nada, estás totalmente aislado, no comentas nada en casa. Todo es siempre de un día para otro. Para los padres el primer golpe es fortísimo. Los primeros días en tu celda te acuerdas de la familia y del daño que has podido hacerles, claro.
—¿Se arrepiente?
—Hombre, me arrepiento de muchas cosas. Seguramente, ahora mismo no haría muchas cosas de las que hice. Me arrepiento de haberles dado estos malos momentos a mi familia.