Mauricio Misquero tenía una prometedora carrera como científico. Tras terminar su doctorado, ganó una plaza en Roma para un ambicioso proyecto financiado con 4 millones de euros por la Unión Europea. El proyecto consistía en investigar sobre satélites y basura espacial. Sin embargo, había una contradicción que le inquietaba en su interior: no podía concebir cómo se gastaba tanto dinero en una investigación que arrojaría resultados sobre futuros hipotéticos a 200 años vista si la humanidad no iba a llegar a vivir 200 años.
Es la reflexión que Misquero, hoy de 33 años, comparte con EL ESPAÑOL | Porfolio, ya como portavoz de Scientist Rebellion en España. Scientist Rebellion es un colectivo formado por científicos y uno de los grupos derivados de Extinction Rebellion (abreviada XR), una especie de multinacional del activismo climático fundada en 2018 en el Reino Unido. El movimiento promueve pasar a la acción directa para hacer reaccionar de forma radical a gobiernos y sociedades ante un “fin del mundo” provocado por el calentamiento global, y en un plazo nada conformista: una década.
Las imágenes de las acciones de Scientist Rebellion y de otros grupos inspirados por su matriz Extinction Rebellion no paran de dar la vuelta al mundo. Quizás la más llamativa fue la que llevaron a cabo dos activistas climáticas pertenecientes a Just Stop Oil –otro colectivo británico inspirado en XR– contra Los Girasoles de Vincent van Gogh en la National Gallery de Londres. Pero no es la única: recientemente, en España, los activistas climáticos y, en concreto los de XR, han paralizado las instalaciones de Enagás, han tapiado los hoyos Open de golf de Madrid para alertar sobre el uso del agua o han pinchado las ruedas de grandes todoterrenos en las calles en protesta por su elevado consumo de combustible.
Cortes de carreteras, destrucción de surtidores de gasolina, encadenamientos a postes de porterías en partidos de fútbol, interrupciones en medio de la pista de un Gran Premio de Fórmula 1, parkour por las calles de la ciudad para apagar las luces nocturnas de los escaparates, pegarse a un Picasso con hormigón o fijarse al suelo de una fábrica de Volkswagen en Alemania, como sucedió el pasado jueves… Son solo algunas de las formas que está tomando esta protesta no violenta por todo el mundo Occidental.
Precisamente hacia Alemania es donde estaba haciendo las maletas Misquero en el momento de la entrevista para este reportaje. Porque su vida ahora gira en torno al activismo climático. Después de la pandemia, abandonó su carrera a través de una carta abierta en la que expuso los motivos por los que iba a dedicar todo su tiempo a “luchar por la vida”, en sus propias palabras.
El científico no renunció a su trabajo, pero no le dedicó ni un minuto más, amparándose en la desobediencia civil. Al cabo de los meses, como era previsible, le despidieron. Tras un tiempo de descanso, le llamaron para dar clase en la Universidad de Granada, puesto con el que compagina el activismo dentro de Scientist Rebellion.
“Mi trabajo docente también lo enfoco al activismo. Estamos en un punto de no retorno en el que, si no conseguimos que los gobiernos y las sociedades den un cambio radical en el modelo productivo, en una década ya no habrá nada que hacer por el futuro de la Humanidad. Hemos alcanzado el tope de crecimiento y no hay más alternativa que parar y volver atrás. Ejecutamos acciones polémicas y llamativas porque es inútil tratar de convencer con ideas ecologistas. Hacen falta planteamientos radicales. Lo de Van Gogh quizás le hizo preguntarse a mucha gente: '¿Qué es más importante, el arte o la vida?'”, expone Misquero.
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El científico asegura que se mantiene con su propio salario, como todos los demás miembros de este movimiento que, tras cuatro años de fundarse, alcanza en España centenares de miembros distribuidos geográficamente en 50 secciones. Ellos las denominan “nodos”, nombre con el que se refieren a pueblos y ciudades. Parece el léxico de una secta post-apocalíptica pero, para ellos, su determinación es por el bien de todos.
De dónde sale el dinero
Como en todo movimiento exitoso, sobre XR se ha extendido rápidamente la sombra de la sospecha. Dudas sobre que se trate de una estrategia más del ecocapitalismo, término que define cómo grandes empresas muestran una cara verde y amable para buscar la aprobación de la opinión pública, mientras maximizan sus beneficios sin reparar en el cuidado del medioambiente. XR tiene un branding impoluto y un logotipo más propio de una marca que de un movimiento social de base. Hace gala de una coordinación asombrosa y ha contado con una cobertura mediática muy amplia en muy poco tiempo. ¿De dónde sale XR? ¿Quién la financia?
El movimiento comenzó a caminar de la mano de los ecologistas británicos Roger Hallam y Gail Bradbrook en 2018. Esta última explicó, en una entrevista a la BBC, que después de una experiencia con drogas psicodélicas en Costa Rica, se inspiró para fundar un movimiento climático universal. Bradbrook ya había fundado Citizens Online, una plataforma digital para movilizar activistas por diferentes causas. Ambos fundadores se inspiraron en la tradición de las protestas no violentas, desde Ghandi hasta Femen, para llevar la desobediencia civil a su máxima expresión en el terreno ecologista.
Para ellos, voces como la de Greta Thunberg o sus Viernes por el futuro (Fridays for future), que concentraron a decenas de miles de estudiantes de todo el mundo uniéndose contra el cambio climático, quedaron obsoletas por ser insuficientes. La imagen de niños acomodados acompañados de sus padres con conciencia climática en las puertas de los colegios todos los viernes tenía que dar paso a un movimiento que llenara titulares de periódicos.
"Las sufragistas tampoco generaban empatía con sus acciones en su época, pero gracias a ellas mujeres como yo podemos votar"
Así, después de cuatro años, XR ha crecido a toda velocidad. Pero, ¿cómo? Las páginas de la organización no informan sobre quiénes están detrás. Según ellos, porque no hay nadie detrás, más allá de un pequeño número de voluntarios que ejecutan las acciones, y de una multitud de contribuyentes anónimos que hacen posible su financiación.
Esta alcanza el 54% a través de la recaudación de fondos. Un 11% procede de donaciones individuales -entre las que se encuentran las de celebridades como Radiohead o de la escritora Margaret Atwood, autora de El cuento de la criada- y el 35% viene de grandes fondos y fundaciones dedicadas a causas filantrópicas.
“Contamos con recursos muy escasos y estos vienen, sobre todo, de las aportaciones pequeñas de muchas personas. Entre estos donantes, por supuesto, hay personas ricas que comparten nuestra visión de cómo hacer las cosas y por eso contribuyen. Pero esto no significa que seamos un movimiento fundado por las élites porque, precisamente, nuestras acciones se enfocan contra los intereses de la mayoría de las élites”, explica Misquero.
En cuanto al 35% restante, XR sostiene sus actividades (como los viajes o la defensa jurídica de sus activistas) a través del dinero de fondos como el Climate Emergency Fund, dirigido por Aileen Getty heredera -paradójicamente- de una saga que hizo fortuna con el petróleo. Entre otros personajes relevantes, el director de la película No mires arriba, Adam McKay, donó a este fondo 4 millones de dólares que obtuvo por la recaudación de la película.
“El hecho de que nos financiemos a través del Climate Emergency Fund u otro tipo de fondos parecidos, no nos compromete en absoluto. Nosotros hacemos una solicitud de financiación para determinados proyectos y ellos, de forma unilateral, los aprueban o no. La concesión de fondos no está sujeta a una serie de requisitos, sino que son de uso libre, por lo que no nos controlan en ningún aspecto”, aclara Misquero.
En casos como el de Just Stop Oil, el grupo detrás del ataque a Los Girasoles, uno de sus apoyos económicos ha sido el multimillonario, filántropo y propietario de la empresa de energías renovables Ecotricity, Dale Vince. Vince también es famoso por estar detrás del documental Seaspiracy, que aboga por la abolición total de la pesca industrial.
Sobre este caso, Misquero, dice: “Puede que haya personas que tengan un interés personal y económico en un cambio de paradigma energético, pero si eso es bueno para el planeta, ¿a nosotros qué más nos da? Por contra, denunciamos las contradicciones y el greenwashing de muchas empresas que simplemente abogan por cambiar de modelo productivo hacia lo verde sin hacerlo decrecer. Somos especialmente insistentes en señalar estas contradicciones”, apunta.
Activismo controvertido
La mayoría de acciones de XR y los grupos ecologistas de acción no violenta suelen despertar un sinfín de reacciones contrarias: trabajadores furiosos que apartan a activistas de la carretera, tuits insultantes, acusaciones de ser “pijos” o “sectarios”... La gaditana Belén Díaz Collante, de 27 años y miembro de XR y Scientist Rebellion, explica que es consciente de que cumplen un “rol complicado en la sociedad”. “Somos personas que no son comprendidas por las mayorías, pero que aun así persiguen conseguir derechos para todas. Las sufragistas tampoco generaban empatía con sus acciones en su época, pero gracias a ellas mujeres como yo podemos votar”.
Belén se unió a XR en 2019, cuando el movimiento comenzaba a gestarse en España. “En ese momento estaba en depresión, entre otras cosas porque era muy consciente de la situación tan grave en la que nos encontrábamos a nivel climático y ecológico y a la vez no veía reacción a nivel político”, dice.
“Abandoné el máster que estaba haciendo en ese momento, y en cuanto acabó mi contrato en la universidad, dejé también la investigación para dedicarme de lleno al activismo. Extinction Rebellion me inspiró a encontrar un propósito, la desobediencia civil no-violenta me empoderó y sentí que estaba donde tenía que estar. Me ayudó enormemente a salir de la depresión”, prosigue, en conversación con EL ESPAÑOL | Porfolio.
Su preocupación por el cambio climático se gestó en el departamento de Ecología de la Universidad de Granada, la misma en la que trabaja ahora Misquero. Su vida de ahora no se limita solamente al activismo, sino que esta preocupación se ha convertido en el eje de su vida: reside en una ecoaldea de la Alpujarra granadina, desde donde teletrabaja como “ambientóloga en proyectos de educación ambiental y dinamización agroecológica”. “También me dedico a cultivar y llevar una vida lo más autosuficiente posible”, añade.
Pregunta: La mayoría de la población está concienciada, por la evidencia científica, sobre el cambio climático, pero no lo lleva tan lejos, además de estar azuzada por los problemas cotidianos… ¿Cómo les convenceréis?
Respuesta: “Necesitamos que una gran masa nos apoye, pero no es necesario que toda la población haga desobediencia civil. De todas formas, cada vez más personas se ven afectadas especialmente a nivel psicológico en nuestras latitudes y estos movimientos (Rebelión o Extinción, Rebelión Científica, Futuro Vegetal, etc.) ofrecen una buena forma de canalizar esa ecoansiedad”.
Sus respuestas van en la línea definida por Roger Hallam, uno de los fundadores de XR: basta un 3,5% de apoyo social para que los cambios se produzcan. Sus tres puntos definitorios son: “Decir la verdad”, “actuar ahora” y la creación de “asambleas ciudadanas”. El primero se basa en difundir la verdad científica acerca del cambio climático. El segundo, en pasar a la acción de una forma llamativa. El tercero, implicar a los activistas en el rumbo que quieren tomar en sus acciones. Añaden un punto cero, que es la “justicia climática”, en referencia a corregir las desigualdades sociales que genera el cambio climático.
Respecto a esto, XR y otros grupos activistas del mismo estilo han sido acusados de tener poca conexión con la realidad y de perjudicar los intereses de las clases trabajadoras antes que los de las élites, como cuando, por ejemplo, los científicos de Scientists Rebellion rociaron de remolacha y agua la fachada del Congreso de los Diputados el pasado 6 de abril. Numerosos mensajes en Twitter señalaron que el servicio de limpieza tendría que arreglar el destrozo provocado por el capricho de unos cuantos activistas.
Nos alarmamos por manchas de agua con remolacha que se quitan fácilmente, en lugar de por los vertidos de petróleo
“Nos alarmamos por que se manche el Congreso de agua con remolacha, que se quitó fácilmente, en lugar de por los vertidos de petróleo en la costa de Algeciras cuyo impacto es imposible de eliminar en su totalidad. Un corte de tráfico puntual, que la Guardia Civil de tráfico redirecciona a los pocos minutos, nos molesta si es por una reivindicación política, pero no nos imaginamos nunca la posibilidad de que tengamos que parar de conducir porque nos estén cayendo pelotas gigantes de granizo en el limpiaparabrisas”, argumenta.
“Las acciones perjudican a los propios activistas incluso (repercusiones legales o laborales, rechazo social, estrés, etc.). Pero las acciones que hemos hecho, por ejemplo en sedes de petroleras o grandes industrias, al estar a menudo en zonas alejadas, no tienen apenas repercursión mediática. Necesitamos que la gente de a pie se encuentre con nuestra acción y se enfrenten al dilema moral que supone que sigamos con nuestro día a día como si nada, haciéndole el juego a esa élite contra la que también hacemos acciones”, prosigue Belén.
En sus protestas en Londres, XR ha terminado jornadas con saldos de más de 1.000 detenidos. Esto es algo que Hallam persigue al considerar que genera empatía de la sociedad hacia su causa. Enfrente, tienen la titánica tarea de revertir la situación climática actual en apenas una década para, según ellos, evitar que se sigan activando puntos de “no retorno”,
“Ya hemos comprometido una subida del nivel del mar de 27 centímetros sin que podamos hacer nada al respecto. Los murciélagos (y sus virus) se están dispersando, y es demasiado tarde para detenerlo reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero. Tampoco vamos a poder recuperar a las más de 1.400 personas que han muerto este verano en Pakistán a causa de las lluvias torrenciales. No es cuestión de que nuestras demandas nos parezcan realistas o no. Es que no queremos que se activen puntos de no retorno y que esto se agrave todavía más. Por lo que cuanto más tiempo pase sin que se tomen medidas a la altura de las circunstancias, más tendrán que escalar nuestras acciones en intensidad”, concluye la activista.