11 diciembre, 2022 01:43

La madrugada del 20 de julio de 1969, más de 600 millones de personas veían en directo cómo Neil Armstrong se convertía en el primer ser humano en pisar la Luna. Tres días después, los tres astronautas de la misión Apolo amerizaban en aguas del Pacífico, poniendo fin a un viaje que cambiaría para siempre la Historia de la Humanidad.

La aventura comenzó el 25 de mayo de 1961, cuando el presidente de Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, anunció que antes de finalizar la década, Estados Unidos llevaría al hombre a la Luna y lo haría regresar sano y salvo. Y para ello requería de héroes que nunca serían olvidados.

Pero entre todos aquellos héroes que ayudaron a cambiar nuestra civilización, había un español, a quien nunca se le reconoció su labor y sin el cual nuestra historia habría sido completamente diferente. Este granadino, que llegó a ser invitado para colaborar con la NASA, inspiró a la agencia espacial estadounidense para crear los trajes de los astronautas que llegaron a la Luna. Un legendario ingeniero al que el mundo le debe un agradecimiento: Emilio Herrera Linares.

Los astronautas del Apolo XI, en cuarentena, charlando con Richard Nixon

Los astronautas del Apolo XI, en cuarentena, charlando con Richard Nixon Wikimedia Commons

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Emilio nacía en Granada el 13 de febrero de 1879 y ya desde muy pequeño, se convirtió en un apasionado de la aviación y la aerostática, debido a la influencia de su padre, un militar de alto rango interesado en el progreso científico y las novelas de Julio Verne.

Emilio siguió la carrera familiar para su formación científica. En aquella época, España prácticamente no disponía de facultades universitarias científicas, lo que le obligó a completar sus estudios por la vía militar en la recién creada Academia de Ingenieros de Guadalajara, que había nacido con ese espíritu científico y experimental que él también poseía. En 1903 se licenciaba como teniente y comenzaba su interés por la aviación, un campo que aún estaba iniciándose.

Comenzó a pilotar globos y dirigibles y llegó a participar en algunas competiciones internacionales, lo que le valió para comenzar a tener cierta fama en el mundo de la aviación.

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La hazaña de 1914

Cuando los primeros aviones a motor comienzan a llegar a España, Emilio se convierte en uno de los primeros pilotos de aviación, logrando una hazaña sin precedentes en 1914 al cruzar el estrecho de Gibraltar en avión. Este hito le dio fama internacional, al acaparar las portadas de toda la prensa europea, además de valerle para recibir al reconocido título de 'gentilhombre real' por parte del rey Alfonso XIII.

En 1918, Emilio impulsó la construcción del Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos, donde se construyó uno de los túneles de viento más grandes del mundo, colaboró con Juan de la Cierva en la invención de su autogiro y con el ingeniero Leonardo Torres Quevedo y sus dirigibles.

Juan de la Cierva y su autogiro.

Juan de la Cierva y su autogiro. Store Norske Leksikon

Debido a esta actividad y las ventajas y avances que creía que la aeronáutica podría traer para España, Herrera se propuso, ese mismo año, crear una línea aérea para el transporte de pasajeros, la Transaérea Colón, que uniera Europa con América, operada con dirigibles de su amigo Torres Quevedo. Pero el proyecto no llegó a prosperar y la idea fue desarrollada por una empresa alemana.

También contribuyó a la creación de la Escuela Superior de Aerotecnia, de la que fue director y que es considerada el origen de la actual Escuela de Ingenieros Aeronáuticos de Madrid.

Emilio Herrera fue una de las pocas personas que acompañó a Albert Einstein durante la visita que el científico realizó en España en 1923.

Convertido ya en una eminencia mundial, uno de sus mayores reconocimientos llegó el 11 de octubre de 1928, cuando fue invitado a participar, como segundo comandante, en el primer vuelo comercial transatlántico de la historia a bordo de la mayor aeronave jamás construida hasta ese momento: el dirigible Graf Zeppelin LZ 127, que Herrera tuvo el privilegio de pilotar mientras sobrevolaba España por primera vez.

El Graf Zeppelin LZ 127 sobre Río de Janeiro

El Graf Zeppelin LZ 127 sobre Río de Janeiro Wikimedia Commons

La mente de Emilio no descansaba y creía que algún día tendríamos que conquistar el espacio. Para ello tenía en mente ejecutar un vuelo estratosférico en globo aerostático con el que alcanzar los 26.000 metros de altura, un reto que nadie había intentado hasta ese momento y con el que pretendía efectuar mediciones para el estudio de la radiación cósmica. El mayor problema que tenía que solventar era que, en aquella época, la única manera de llegar a esas alturas sin riesgo para los humanos, era hacerlo a bordo de una barquilla presurizada.

Así que decidió crear un traje para proteger al piloto, una escafandra astronáutica, un traje espacial. Este traje tenía que aislar a su ocupante del frío y la radiación, tenía que protegerle de la presión y proporcionarle oxígeno y movilidad. Para ello creó un traje formado por tres capas: una de lana, otra de caucho y otra de tela reforzada con acero, que iba forradas por una capa exterior de plata para evitar el recalentamiento.

Capas interiores de la escafandra de Emilio.

Capas interiores de la escafandra de Emilio. Wikimedia Commons

El casco era de acero recubierto por aluminio, montaba un triple cristal para proteger de la radiación solar e incluía un micrófono para permitir las comunicaciones por radio. Además, el traje disponía de una botella que suministraba oxígeno, con autonomía para más de dos horas.

La Guerra Civil

En 1935, cuando Herrera hizo las pruebas de resistencia, su traje resolvía todos los retos de viajar al espacio y ya tenía preparado el globo que llevaría al hombre a la estratosfera, pero la Guerra Civil puso fin a su sueño. Emilio decidió permanecer fiel al gobierno legítimo y se puso a las órdenes del mando republicano como director técnico de los Servicios de Aviación de la República.

Terminada la contienda, se exilió a Francia, donde continuó con sus investigaciones y colaboraciones y donde le propusieron trabajar, años después, para el Tercer Reich, ofrecimiento que rechazó.

Emilio, junto al prototipo de su creación.

Emilio, junto al prototipo de su creación. Fundación ENAIRE

En 1960 fue nombrado presidente del gobierno de la República en el exilio. Durante su breve mandato de dos años, se concentró en intentar reconocer la legitimidad republicana en los foros internaciones, promovió la reconciliación y estableció vías de colaboración con los exiliados. Albert Einstein, al que le unía una buena amistad, lo recomendó para el cargo de consultor de física nuclear en la UNESCO, puesto del que dimitió tras la admisión del régimen de Franco en este organismo.

Su invento acabó llegando a oídos de la NASA, que le ofreció trabajo mientras vivía en el exilio en Francia. Según algunas fuentes, Emilio declinó la oferta debido a que la Agencia Espacial de Estados Unidos se negó a utilizar la bandera de España en la misión en la que iban a evaluar su prototipo de traje. No obstante, los norteamericanos se inspiraron sin ningún tipo de rubor en su escafandra para crear el primer traje de astronauta de la historia.

La escafandra de Emilio.

La escafandra de Emilio. Fundación ENAIRE

El homenaje de la NASA

Emilio Herrera fallecía en Ginebra el 13 de septiembre de 1967, siendo una figura reconocida a nivel mundial. A pesar de sus logros, no fue reconocido en España debido a que el régimen franquista lo condenó al olvido por razones políticas, llegando a retirarle la medalla de la Real Academia de Ciencias. Con la democracia, poco a poco se fue recuperando su memoria, aunque no lo suficiente para una persona tan destacada en tantos campos. Una fundación lleva su nombre, pero todavía queda mucho por hacer para que se reconozca su legendaria figura.

Cuando los astronautas del Apolo 11 regresaron a la Tierra, trajeron consigo varios kilos de muestras del suelo lunar. Neil Armstrong entregó una de esas históricas rocas a un antiguo colaborador de Emilio Herrera en un gesto que pretendía agradecer a aquel pionero y genio visionario, todo lo que había hecho por la exploración espacial.

En un artículo que Emilio publicó en la revista Madrid Científico en 1935, diría lo siguiente acerca de su 'traje espacial': "Este será el atuendo de los navegantes que en los futuros paseos por la estratosfera podremos admirar brillantes y deslumbradores". No estaba muy equivocado.