El Principito se nos ha hecho mayor: en este 2023, desde su asteroide B 612 (la gente mayor amamos las cifras), soplará 80 velas. Pero lo cierto es que mucho antes, incluso cuando era un zagal de ojos muy nuevos y frente pálida, ya muchos le atribuían una profunda sabiduría. Al fin y al cabo, él realizó uno de los viajes del héroe más singulares de la Historia de la Literatura (interestelar, además) y se nutrió de sus encuentros con el rey, el borracho, el vanidoso, el hombre de negocios, el farolero, el piloto y el zorro. Todo ello, desperdigado en libros que se heredan de abuelos a nietos, desde aquellos con polvo a los nuevos, editados históricamente por Salamandra, y con dos nuevas ediciones para celebrar este 80 aniversario.
Ay, el zorro. ¿Quién no recuerda aquello de que "lo esencial es invisible a los ojos"? ¿Y lo de que "si vienes a las cuatro de la tarde, empezaré a ser feliz desde las tres"? Ambas son enseñanzas que éste le deja al principito después de pedirle que lo domestique para crear un lazo entre ambos, para que no sea para él simplemente "un zorro semejante a cien mil zorros". El principito aprende a su lado la paciencia, y el zorro lo recordará para siempre al mirar los campos de trigo y ver en su dorado los cabellos de su amigo. Así no serán nunca más unos campos sin gracia, porque dedicar tiempo a quienes amamos da como resultado un alrededor distinto. Antoine de Saint-Exupéry, en cierto modo, rozó con su obra la autoayuda.
Y son muchos más los mensajes que su novelita nos dejó, píldoras imborrables, momentos que duermen en la educación emocional de varias generaciones. Por ejemplo, su encuentro con el bebedor (que paradójicamente sería incapaz de recordar lo hablado con el principito):
–¿Por qué bebes? –preguntóle el principito.
–Para olvidar –respondió el bebedor.
–¿Para olvidar qué? –inquirió el principito, que ya le compadecía.
–Para olvidar que tengo vergüenza –confesó el bebedor bajando la cabeza.
–¿Vergüenza de qué? –indagó el principito, que deseaba socorrerle.
–¡Vergüenza de beber! –terminó el bebedor, que se encerró definitivamente en el silencio.
"Bebo para olvidar que tengo vergüenza de beber" puede ser la sentencia que resuma al fin algo tan inefable como una adicción. Pero también está el hombre de negocios, que cuenta y recuenta las estrellas porque dice poseerlas. Él, dice, es el primero al que se le ha ocurrido hacer un inventario de ellas y guardarlo en un cajón, así que son suyas (aunque no tenga tiempo de desvariar ante ellas, como hacen los holgazanes). O el vanidoso, que sólo mueve su sombrero cuando el principito le aplaude y no atiende jamás a cualquier otro estímulo, terrestre ni celestial, porque "no oye sino las alabanzas".
Y lo de la flor, ¿se acuerdan ustedes de la flor? El principito está enamorado de una flor "bien complicada", dice Saint-Exupéry de un modo un pelín eufemístico, porque con la lente del siglo XXI esa flor sería apodada por muchos con el adjetivo de moda: tóxica. Y si no, lean:
–No temo a los tigres, pero siento horror a las corrientes de aire. ¿No tendrías un biombo?
–"Horror a las corrientes de aire… No es una suerte para una planta –observó el principito-. Esta flor es bien complicada…".
–Por la noche me meterás bajo un globo. Aquí hace mucho frío. Hay pocas comodidades. Allá, de donde vengo…
[Pero se interrumpió. Había venido bajo forma de semilla. No había podido conocer nada de otros mundos. Humillada por haberse dejado sorprender en la preparación de una mentira tan ingenua, tosió dos o tres veces para poner en falta al principito].
–¿Y el biombo?
–¡Lo iba a buscar, pero como me estabas hablando!…
Entonces la flor forzó la tos para infligirle, aun así, remordimientos.
Muchas veces se ha dicho que esa flor exigente era el reflejo narrativo de su mujer Consuelo, y que a través de la literatura trataba de limpiar Saint-Exupéry los trapos sucios de la relación. Pero también se ha dicho siempre que El Principito tiene tantas lecturas como lectores deslicen sus ojos por la novela. Y el caso es que por la boca del autor, o por su pluma, nunca supimos qué intenciones duermen a la sombra de estas páginas: se llevó el secreto al Mediterráneo, donde su cuerpo se perdió después de que un caza alemán derribara el avión con el que sobrevolaba Córcega en misión de reconocimiento al final de la Segunda Guerra Mundial. Así que en EL ESPAÑOL | Porfolio hemos querido saber cómo leen su obra universal algunas de las plumas más reconocidas de nuestras letras. Estas son sus conclusiones.
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Un libro enigmático
"Es un libro enigmático que dice verdades sobre la vida, y sobre la sociedad y el tiempo y el poder y la justicia que te seducen porque no acabas de comprenderlas, es muy lapidario", empieza reflexionando desde Huesca Manuel Vilas, a quien pillamos en plena promoción de su novela Nosotros (Destino, 2023), última ganadora del Premio Nadal. El autor aragonés, que leyó la obra "de crío", en su cole, como tantos y tantos, añade: "Lo que me entristece es que el pobre hombre no pudiera disfrutar del éxito que tuvo, porque habría vivido muy bien: El Principito es un best seller y un long seller".
Para el novelista y poeta, el texto tiene algo "de catecismo laico" por su brevedad y "por lo sentencioso que es". Y está de acuerdo: también cree que "tiene una parte de autoayuda", pero "en el sentido más noble de la palabra", pues buceando en su lectura se puede hallar "ayuda y consejos morales". Sobre el eterno debate de si se trata de un libro para adultos o para niños, lo tiene claro: "Yo creo que es para todas las edades, si no, no se explica su éxito. Si fuera un libro solo para niños no hubiera pasado a la cultura general. Se empieza a leer de niño, pero se sigue leyendo también de mayor".
['Nosotros', el Premio Nadal de Manuel Vilas: una extremada y patológica historia de “amor pasión”]
Miradas distintas
Inma Chacón se suma al coloquio: para la escritora, la madurez que dan los años (por regla general) es necesaria para leer El Principito. "Yo lo leí la primera vez cuando era muy jovencita, y en esa primera ocasión el libro no me llamó la atención, me parecía todo muy obvio. Nos piden que lo leamos en el colegio y aún no tenemos la suficiente madurez para interpretar la cantidad de metáforas y alegorías que contiene".
Analizamos con la autora algunas de ellas. La que más le impresionó, y de la que aún echa mano para mirar la realidad, es la del sombrero. Les refrescamos la memoria por si acaso: el narrador, un piloto varado en el desierto del Sáhara por un fallo en el motor de su avioneta, soñaba de niño con ser dibujante, pero los adultos borraron de un plumazo su aspiración: donde él dibujaba una boa que se traga un elefante, los mayores solo veían un sombrero. Así, abandonó su vocación y se dedicó a surcar los cielos hasta que, en su encuentro con el principito en el desierto (otra de las paradas de su viaje por el universo), este distingue a la primera una boa "muy peligrosa" y un elefante "muy embarazoso" en el dibujo que su nuevo amigo replica para él: "El dibujo del sombrero me hizo pensar en cómo se pueden interpretar las cosas de manera diferente según la mirada de cada uno. Algo que después vuelvo a recuperar como referente cada vez que se produce una tensión, fíjate tú, en el mundo de la política, pues el mismo hecho, idéntico, se interpreta de un modo totalmente distinto desde la izquierda o la derecha".
La novelista Inma Chacón, que acaba de publicar El cuarto de la plancha en la editorial Contraluz, hace memoria y trae a colación otro de los personajes: el geógrafo que registra todos los accidentes del mundo sin deambular por él, pues esa misión se la deja a los exploradores: "Eso implica que tiene mucha confianza en el otro, porque está representando el mundo según lo que le dicen". En el hombre de negocios, por su parte, también encuentra ecos de la sociedad actual: "Me parece representativo absoluto de la especulación, esa especulación que lo que hace es guardar, contar, contar y contar, pero no disfrutar; buscar el rendimiento futuro de una inversión para redoblarla. Y fíjate tú el concepto que tenemos de las estrellas, que es el de sueños por cumplir, algo mágico, espiritual, inmaterial (porque es energía), y sin embargo él las guarda en un cajón, que es material".
–Sí, las encajona. ¿Y de la relación entre la flor y el principito qué piensa? Yo siento que lo trae mártir al pobre…
–Sí, es el amor este en cierta manera, como se llama ahora, tóxico –contesta con simpatía Inma–. Porque está continuamente demandando cosas, pero fíjate que demanda cosas que por sí misma no puede obtener, porque ella está de algún modo presa y lo que necesita es protección. Lo que le pide no son cosas disparatadas, pedirle un biombo para quitar el viento no me parece disparatado. Son cosas bastante coherentes, pero yo creo que no está en lo que le pide, sino en cómo se lo pide. A la flor lo que le falta es humildad…
–Así lo escribe Saint-Exupéry: "El principito advirtió que no era demasiado modesta, ¡pero era tan conmovedora…!"
–Eso es, y lo que falla ahí es la comunicación.
–Y qué importante es que aprendamos a pedir, ¿no?
–Sí, yo siempre digo que hay que ser tan generoso al dar como al recibir.
[Inma Chacón y la petición de su hermana antes de morir: “Sabía que la literatura me iba a salvar”]
La imaginación como aliada
"Ah… Para mí es un libro muy importante porque fue un regalo que nos hizo a mi hermana menor y a mí mi papá cuando éramos niños. Él nos lo leyó en voz alta en la finca, en la casa de campo donde él tenía sus rosas. Entonces todo adquiría muchas resonancias porque la rosa tenía mucha importancia en el cuento, aunque el principito tenía una sola y mi papá tenía muchos rosales", cuenta Héctor Abad Faciolince, el autor del inolvidable, valga esta vez la redundancia, El olvido que seremos (Alfaguara, 2017). Esa novela se afincó en el corazón de los lectores en España, que descubríamos por vez primera su voz, precisamente a través de las memorias que en ella cuenta de su padre, el médico y activista por los derechos humanos Héctor Abad Gómez. Pero gracias a esta entrevista transoceánica que mantiene con EL ESPAÑOL | Porfolio ahora conocemos nuevos recuerdos del novelista con su progenitor: aquellos que nacieron al calor de la obra universal de Saint-Exupéry.
"Cuando yo era niño y había fiestas de disfraces, el que yo me ponía siempre era el del principito, era como si tuviera muy metida dentro la historia. Recuerdo también que mi papá nos mostraba en la enciclopedia los baobas reales de África, porque en Colombia naturalmente no hay baobabs, y hablaba de lo bonito es que es mezclar un animal americano como es la boa constrictor, que él había visto cómo se comía terneros, pero que en el caso de Saint-Exupéry se comía un elefante africano", cuenta con su voz melodiosa Héctor.
Para él, una de las grandes lecciones que El Principito deja es que la imaginación puede brindar soluciones poderosas. Así sucede cuando el principito le pide al piloto varado en el desierto que dibuje un cordero y éste, que esboza varios intentos sin que ninguno sea el cordero exacto que el hombrecito desea, termina por entregarle el dibujo de una caja de madera:
–Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro.
Quedé verdaderamente sorprendido al ver iluminarse el rostro de mi joven juez:
–¡Es exactamente como lo quería!
"A nosotros nos parecía como una solución muy inteligente. Ya que no sabes pintar sino una cosa de líneas rectas y rectangular, pero eres incapaz de pintar un animal de un modo realista, pues lo encierras y dices que adentro está y entonces, aunque no se vea, la imaginación lo recrea perfectamente", dice riendo Abad. Y aquella caja le evoca un nuevo recuerdo: "En la finca había muchos cocuyos, que son luciérnagas, y en cambio en nuestra casa en Medellín no había, así que mi papá un día hizo una caja muy parecida a la del cuento, con agujeros, y estuvimos de cacería de luciérnagas por la noche para llevárnoslas a Medellín y que allí hubiera también". En aquella finca de sus días de infancia El Principito se volvió "un tesoro lleno de memorias y asociaciones" dentro del ancho corazón del escritor, que bromea diciendo que ya nunca se disfraza, pero que si tuviera que hacerlo de nuevo, reincidiría en el disfraz de hombrecito llegado del asteroide. "No, nunca, nunca, no es verdad", termina diciendo entre carcajadas limpias.
[Héctor Abad Faciolince: “Los escándalos sexuales de la Iglesia son consecuencia del celibato”]
La felicidad como un premio
A la novelista y periodista Mari Pau Domínguez la obra de Antoine de Saint-Exupéry también le dejó huella, tanto que la define como "clave y básica" en su vida, y ha coleccionado distintas ediciones de la misma, así como objetos decorativos que pueblan su casa.
"A mí me enseñó muchas cosas, también como escritora. Hay tantas frases sobre nuestro paso por el mundo, las relaciones, el sentido de la belleza… Mezcla lo triste con lo optimista y considera la búsqueda de la felicidad no como un fin en sí mismo, sino como un premio", dice la autora de importantes novelas históricas como Una diosa para el rey (Editorial Grijalbo, 2011) o No habrá otra primavera (La Esfera de los Libros, 2022).
–¿Qué es lo que le aportó a la Mari Pau escritora?
–Cuando empecé a escribir siempre pensé que era muy difícil hacer un libro como este. No recuerdo el caso de otro libro tan impactante y tan sencillo a la vez. Lo más difícil que se le puede plantear a un escritor es llegar a los lectores de una forma tan intensa a través de un lenguaje así de sencillo, de oraciones simples y párrafos cortísimos.
Le preguntamos también a ella por la historia de la flor y el principito, y Mari Pau entiende que el tipo se agobie y se largue de viaje por el mundo, se marche a la vida. A veces, dice, está bien darse aire. "Es un poco alegoría de lo que son las relaciones sentimentales, a veces ocurre que de repente aquella persona a la que quieres y te quiere te agota mentalmente porque la relación no es posible. Yo entendí ya de mayor que él se fuera a darse un paseo", dice la autora acompañando una risa amable, y luego añade: "Huir de un enemigo es lo fácil, pero huir de alguien a quien amas es más complicado".
En este punto del reportaje, avisamos, vamos a hacer un poquito de spoiler:
–¿Y el final? ¿Tú crees que vuelve a su planeta junto a su flor, o que muere, o qué?
–Yo siempre pensé que el principito desaparecía. Al llegar al final de la historia ya había cumplido su cometido, había enseñado lo que tenía que enseñar y desaparecía. Me gustaba más interpretarlo así, no que moría, aunque en el fondo moría –dice con la misma simpatía.
–Sí, como que se volatiliza, ¿no? Al final como es todo tan poético, pues puede ser.
–Sí, justo, desaparecía del planeta, del universo, y de todo.
–Sí, me gusta.
[Mari Pau, la periodista que huyó de la pantalla porque no quería ser famosa]
La amistad desinteresada y generosa
Alice Kellen hace literatura romántica y para uno de los romances que teje empleó El Principito como hilo conductor: Ginger y Rhis, los protagonistas de Nosotros en la luna (Editorial Planeta, 2020), se mandan mensajes a través de frases de la obra. "A mí me la leyó por primera vez mi padre cuando tenía 8 o 9 años y luego la leí muchas más veces a lo largo de mi vida. Creo que es un libro para todos y que, dependiendo del momento de tu vida en el que estés, lo entiendes de una u otra forma".
La rosa es su personaje favorito porque es "el más incomprendido" y simboliza "aquellas personas que te pueden pinchar si te acercas demasiado", por más que las queramos. Además, cree que de la rosa se vale Saint-Exupéry para retratar la fidelidad: "Me gusta mucho el momento en el que él pensaba que su rosa era única pero descubre que hay muchas más fuera. Esa desilusión que él se lleva, y luego cómo se da cuenta de que pese a que hay muchas la suya es especial porque la ha regado desde que creció… Creo que de eso van los vínculos". Como contrapunto, elige al zorro: "La de la rosa es una relación más compleja, y quizá la del zorro es más transparente, a mí me recuerda a una amistad más infantil, esta amistad de cuando eres pequeño y no hay más allá de lo que estás sintiendo, es algo incondicional. Eso inevitablemente se pierde un poco cuando creces incluso con las personas que más quieres, porque ya te planteas más cosas", reflexiona la escritora.
–¿Y el final, Alice? ¿Con qué te quedas tú? ¿Muere o…?
–Es un poco ambiguo, ¿no? A mí me gusta pensar que regresa. Hay una frase, la de la risa que deja cascabeles en las estrellas o algo así, esa frase final me parece tan bonita... El libro tiene este toque infantil y esa magia de la infancia. Hay gente que dice que es un poco cursi, pero no es que lo sea, es que trata una parte que muchos dejamos atrás y olvidamos.
Les traemos, para finalizar este reportaje, esa frase y ese cierre. "Tú tendrás estrellas como nadie las ha tenido", advierte el principito antes de despedirse del piloto. Este, extrañado ante tal sentencia, quiere saber más:
–Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, como yo reiré en una de ellas, sería para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!
Después de decirse adiós, el piloto siempre escuchará "quinientos millones de cascabeles" prendidos de las estrellas cuando recuerde al hombrecito que tantos mensajes le dejó; a él, y al resto de la humanidad.